La vigencia del sentimiento religioso

9:00 a m| 25 may 16 (MENSAJE/BV).- Vivimos una época de crisis, dicen algunos conocedores, y las instituciones sociales no escapan a esa tendencia. Se las observa en un proceso de desintegración y aisladas de lo que demandan los individuos. También se ha perdido la confianza en las entidades del Estado. En una reflexión de Luis Bahamondes, publicada en la revista Mensaje, se contempla que lo religioso no escapa a tal realidad, aunque reconoce que las personas siguen valorando el rol de la espiritualidad y lo trascendente en sus vidas. ¿Será que esta crisis en realidad hace referencia a transformaciones cada vez más frecuentes? ¿Y cómo se desarrolla la religiosidad en ese contexto? ¿Cuál es el futuro de las iglesias tradicionales? Son preguntas que Bahamondes indica se deben tener presentes para poder establecer un diagnóstico sobre la realidad religiosa de hoy.

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Recurrentes son las afirmaciones de especialistas que hacen alusión a que vivimos tiempos de crisis. Aunque difieren en el nivel de pesimismo, existe una tendencia a observar las instituciones sociales dentro de un proceso de desintegración y pérdida de eficacia, o bien se las considera en escasa sintonía con lo que demandan los individuos. Muchas entidades del Estado son también puestas en tela de juicio y repensadas a la luz de su desempeño en un escenario cambiante.

Lo religioso no escapa a tal diagnóstico, siendo la disminución de las vocaciones sacerdotales, la baja en la observancia de las prácticas religiosas tradicionales y la pérdida en la confianza en las iglesias, algunos de los elementos considerados al formularse un diagnóstico crítico. El temor a la obsolescencia reaviva el discurso secularista y se instala como tópico recurrente tanto al interior como fuera de los templos.

No obstante, si asumimos algunas premisas de destacados sociólogos (Bauman, Lipovetsky, Beck, Sennett, Castells), quienes han caracterizado a la sociedad actual como inmediatista, consumista, individualista, informatizada, de la libertad plena, etc., es probable que tal diagnóstico que nos habla de crisis solo esté haciendo referencia a transformaciones cada vez más veloces e impredecibles. En dicho proceso, la adaptabilidad de las instituciones sociales, ya sean políticas, económicas, jurídicas o religiosas, se hace indispensable en el aseguramiento de supervivencia.

No obstante, si bien los flujos de información y el desarrollo de la ciencia inyectan incertidumbre a la población en niveles nunca antes vistos, la historia nos ha demostrado que la capacidad de adaptarse frente a procesos de desestructuración y cambio ha sido una constante a lo largo de todo el desarrollo de la humanidad. Ciertamente el miedo al porvenir, sea transitorio o escatológico, ha existido desde tiempos inmemoriales, aunque nunca en la forma que estamos presenciando. La era actual de vorágines, incertidumbres y riesgos se ha instalado y nos obliga a reaccionar.

En este contexto, la pregunta sobre las posibilidades de un desarrollo religioso y espiritual parece tan necesaria como ineludible. La religión ha sido observada de forma permanente como un elemento que obstaculiza y se resiste frente a los cambios. Aun cuando sabemos que en el transcurso de la historia las religiones, y más específicamente las iglesias, funcionaron como polos de innovación y conocimiento, el discurso modernista siempre se pensó como contrapunto de una tradición leída en clave religiosa. Se pensaba que la religión, a través de sus dogmas, discursos e instituciones, albergaba el despotismo, la irracionalidad y la arbitrariedad, siendo su superación un paso necesario para el progreso de la civilización.

De esta forma fueron muchos quienes auguraban una desaparición o retraimiento de lo religioso desde su lugar central en la sociedad, planteando la clásica fórmula de “a más modernidad menor religiosidad”. Sin embargo, a simple vista y sin indagar demasiado, es posible observar la permanencia de lo religioso en nuestras sociedades, aun cuando se vean afectadas por la turbulencia de estos tiempos. ¿Cómo se desarrolla la religiosidad en un contexto cambiante? ¿Ha dejado la gente de creer? ¿Cuál es el futuro de las iglesias tradicionales? Son preguntas que hay que tener presentes a la hora de generar un diagnóstico sobre la realidad religiosa de hoy.


Lo religioso trasciende a las instituciones

En la actualidad, es probable que ciertas estructuras institucionales de diversas religiones se encuentren en crisis. No obstante, aquello no significa que la fe de los individuos, el sentir religioso y su mundo de creencias lo esté. Lejos de entender el estado de crisis como un síntoma de desaparición de lo religioso, si analizamos el escenario reciente de América Latina, podremos encontrar que el mundo de creencias de las personas es tanto o más diverso que el que presenciaron los conquistadores españoles desde su llegada en el siglo XVI.

La pérdida del monopolio religioso católico no necesariamente debe ser vista como una crisis, pues también es reflejo del dinamismo de los sistemas de creencias que tratan de responder a las demandas materiales e inmateriales de los individuos. Las promesas de progreso, avances de la ciencia, perfeccionamiento de procesos productivos y el Estado benefactor, sencillamente omitieron u olvidaron el desarrollo espiritual de los individuos.

Sustentado en las teorías de la secularización que auguraban la extinción o expulsión de lo religioso de la vida pública, el Estado vio en muchos casos un enemigo al que le declaró la guerra, olvidando el aporte que había realizado y realiza a la sociedad. Aun cuando la memoria es frágil, es innegable el hecho de que la religión, a través de las iglesias y sus fieles, no huyó de las crisis que sufrió nuestro país. Fue la impulsora de los procesos de enseñanza en todos sus niveles desde la instauración de la República, dio muestras de compromiso social impulsando la Reforma Agraria a través del cardenal Raúl Silva Henríquez, se opuso tenazmente a la violación de los derechos humanos, etc.

Sin embargo, hoy nos encontramos en una nueva época donde, a nuestro juicio, las instituciones han dado paso al protagonismo de los individuos, siendo estos los encargados de buscar soluciones a sus problemas e inquietudes. La pérdida de confianza en las instituciones sería reflejo de aquello, pues ya nada o poco se espera de ellas. Bajo este escenario podríamos afirmar que la centralidad de lo religioso ya no pasa solo por las instituciones, sino más bien por la libertad de los individuos que reinterpretan dogmas y tradiciones ajustándolas a sus necesidades. Las transformaciones que la sociedad va exigiendo de manera cada vez más veloz parecen ser una situación difícil de contrarrestar para aquellas instituciones cuyas modificaciones requieren de procesos prolongados.

La modernidad y su variante actual, denominada postmodernidad, han alojado en América Latina ya no la religión sino las religiones. Es tiempo de diversidad, lo cual exige a las religiones dar el salto de la tolerancia a la convivencia. Es la época donde las religiones ya no solo deben ofrecer respuestas frente a la trascendencia o apelar a la defensa de la moral como sus principales estandartes. También se les exigirá ser partícipes de una sociedad en cambio constante. Lejos de caer en el encierro, tanto instituciones como individuos deben aprovechar sus capacidades para corregir errores o enmendar el rumbo de malas decisiones.

Las sociedades, desde sus estados más primigenios, comprendieron que frente a las crisis su única opción era la colaboración mutua. Sostenemos que las instituciones religiosas debieran retomar su larga tradición de involucramiento en las problemáticas sociales (derechos humanos, sindicalización, educación, etc.). A riesgo de ir a contracorriente, frente a aquellos que señalan menos religión en los espacios públicos, nuestra propuesta va en el sentido opuesto.

En la actualidad diversas instituciones religiosas contribuyen materialmente y espiritualmente a la sociedad. A modo de ejemplo; diversas agrupaciones pentecostales han desarrollado exitosos programas en el ámbito de rehabilitación de drogas y alcohol, programas de reinserción de expresidiarios a la vida laboral y políticas para combatir la cesantía, por otra parte, algunas iglesias mormonas han creado programas de enseñanza de inglés en sectores marginales de la ciudad, han puesto a disposición sus espacios deportivos; agrupaciones new age han elaborado programas que combaten la depresión y mejoran la autoestima; iglesias cristianas se han convertido en el sostén y refugio de inmigrantes, y continúan desarrollando políticas de alfabetización en diversas zonas del planeta, etc.

La religión, sin lugar a dudas, ha cambiado en tiempos de crisis, al igual que los diversos componentes de la cultura (política, economía, arte, etc.). No obstante, más allá de la vinculación con lo sacro, debiese fortalecer el sentido de comunidad en una sociedad que tiende al individualismo.


Religión: entre el individualismo y el fundamentalismo

Una de las tendencias actuales más interesantes de observar es la polarización de la participación religiosa. Si bien las instituciones religiosas tradicionales siguen existiendo, también es posible observar cómo crecen otras formas de vivir la espiritualidad. Es el caso del fortalecimiento de los fundamentalismos religiosos, vale decir, aquellas tendencias que apuntan a una interpretación estricta e intransigente de un cuerpo de dogmas o doctrinas.

Habituales son las referencias, en este sentido, a las corrientes islámicas en algunos países de Oriente medio, en especial a partir de la intensificación de los conflictos bélicos posteriores al atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Sin embargo, es posible afirmar que la intensificación del fundamentalismo se da incluso al interior de los propios países de Occidente.

Interesante es, por ejemplo, cómo algunas iglesias cristianas estadounidenses han promovido la confrontación política y cultural, haciendo referencia al valor que posee su propia religión en la identidad de un pueblo o nación. El “Dios salve a América” se entiende cada vez más de una manera literal y en contraposición a un enemigo tanto interno como externo: el islam. Ello ha llevado a generar un clima de tensión que requiere necesariamente de la promoción de mecanismos de diálogo en la construcción de sociedades más tolerantes e integradas. América Latina no escapa a dicho fenómeno. El refugio en el conservadurismo y la literalidad dogmática han llevado a algunos movimientos evangélicos a oponerse al desarrollo de los cultos afrodescendientes en Brasil, Argentina y el Caribe.

Si bien el conservadurismo y la intolerancia religiosa es un fenómeno posible de localizar en las distintas épocas históricas, no es menos cierto que el escenario de incertidumbre e individualismo facilita las condiciones para su expansión en la actualidad. Allí donde las tradicionales instituciones disminuyen en su influencia e intentan leer de alguna manera “los signos de los tiempos”, las comunidades religiosas más reaccionarias al cambio ofrecen un sistema de certezas poco equiparables y de gran eficacia. Desrelativizan el mundo y otorgan patrones de comportamiento claros y sencillos. De esta manera, configuran una realidad que no tarda en generar confrontaciones con las sociedades actuales.

Pero así como el retraimiento a la tradición representa una opción de vivir la religiosidad, también es posible encontrar individuos que transitan con libertad entre la creciente oferta de religiones y creencias que circula en la actualidad. El desapego es la norma, siendo posible constituirse como un “consumidor de bienes religiosos” con todas las garantías y posibilidades que otorga la participación en un mercado creciente. El acceso a los medios de información y la flexibilidad en el compromiso con la religiosidad hereditaria parecen generar un horizonte de posibilidades infinitas. De ahí que algunos intelectuales hablen de “religiosidades a la carta”, donde los sujetos observan los bienes religiosos, los eligen y consumen sin compromisos de permanecer con ellos demasiado tiempo. Integran solo lo que les interesa de las tradiciones religiosas, aun cuando estas se presenten como milenarias y absolutas. La búsqueda permanente de satisfacción espiritual es la norma.

En síntesis, no debemos confundir la justa y necesaria crítica a las instituciones religiosas por parte de la población con la desaparición o disminución del sentimiento religioso. No podemos hacerlo, pues, en tiempos de crisis y cambios constantes, la realidad cotidiana nos demuestra que los sujetos, de manera transversal (sexo, edad, condición socioeconómica, etc.), siguen valorando el rol de la espiritualidad y lo trascendente en sus vidas. Por otra parte, las instituciones religiosas tienen el deber de pronunciarse respecto de la diversidad de temas que tocan la vida de los fieles, lo cual no significa la vuelta a un régimen o sistema teocrático, sino, por el contrario, significa hacer partícipe a dichas instituciones del debate público. El requisito que se nos impone el día de hoy es poder dialogar en la diversidad, representando el sentir de muchos sin imponer la voluntad de pocos; vale decir, opinión no debe significar imposición.


Fuente:

Revista Mensaje

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