El Principito (o ser duro con lo tierno)

Pueden estar seguros e ir a ver El Principito porque existen altas posibilidades que al salir digan que la película es bonita. Y quizás digan esto porque es casi un pecado criticar con dureza algo que esté vinculado a esta obra de Saint-Exupéry. Aun cuando lo merezca. Pero para saber si valió la pena o no, vayan con un niño. Yo fui con mi hijo y aunque por momentos la vio de pie –de lo emocionado que andaba- dudo que la vaya a recordar así como lo hace con Intensamente o con las Guerras de la Galaxias.

Así que diré que es una aceptable película para niños. Mientras que por mi parte diré que la he visto y que quizá me pase como a Ignacio, es decir que no la pediría de vuelta.

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Cartografías del pensamiento

¿Para qué sirve la filosofía?

Esta es la pregunta que guía la obra de Alejandro León Cannock y que intenta responder desde dos frentes. El primero se centra en la reflexión filosófica como herramienta para cuestionar y construir sentido a partir de observaciones cotidianas sobre la corrupción, el amor, el quehacer docente, la memoria y los viajes, entre otras. La segunda cuestiona los cimientos de la filosofía como discurso académico, enfatiza el potencial aporte de ésta a la vida misma y esboza los principios de la filosofía pop.

El mismo autor plantea que éste es un libro de filosofía para no filósofos. En este sentido se enmarca en la tradición de textos cuyo objetivo es iniciar al ciudadano de a pie o simple mortal en un campo de conocimiento especializado. Quien tenga una formación en filosofía, podría encontrar esta colección de ensayos como poco interesantes e incluso hasta aburridos. Quien no, también y es que Alejandro León Cannock comparte sus reflexiones que, en ocasiones y para ser amables, son poco interesantes. Algunas pocas son para el recuerdo. Recomiendo con especial énfasis las que he mencionado en el párrafo anterior. En todo caso hay que reconocer que el autor es coherente de principio a fin. En ningún momento hay una intención de cerrar ideas sino abrir interrogantes. Yo usaré la expresión de restar obviedad, de sospechar de lo transparente.

Cartografías del pensamiento

Me ha llamado la atención la mención a la filosofía pop y el esbozo de ésta como un discurso válido en la construcción de sentido. Coincido con el autor cuando señala que la filosofía ha perdido capacidad de aportar a la vida misma desde que pretendió constituirse en un discurso cerrado que valora al autor antes que a la idea, que prefiere ir por el camino seguro de la fundamentación de lo ya sabido antes que por su cuestionamiento. Encuentro las referencias del trabajo de filósofos como Deleuze, Onfray y Zizek acertada.

Si León Cannock logra lo que se propone, es algo que deberá responder cada lector. La intención con la que el libro ha sido escrito y publicado es obvia y se evidencia desde el inicio hasta el fin: hay que cuestionarse todo porque es la única forma de pensar. El resto es pura ilusión.

Bonus Track 

Un fragmento

Entre 1988 y 1989 Gilles Deleuze fue entrevistado por un programa de televisión francés. El abecedario -que pronunciado en francés puede ser una exquisitez- fue el producto de dichas entrevistas. La lógica era simple: Deleuze debía discurrir sobre un tema que empezara con cada letra del abecedario.
La nota negra, si cabe el término es que Deleuze pidió que este documental sea póstumo. Se emitió por primera vez en 1996.

Un ratito!!!

Te quiero ahorrar un probable mal rato. No habrás el link que estoy posteando si es que cumples con alguna de estas condiciones:
a) solo alcanzas la forma y no el fondo.
b) te escandalizas con facilidad cuando encuentras una referencia sexual en algún lado.
c) tiendes a asumir poses (jejeje) moralistonas.
Para mi este manifiesto responde a un fin comercial pero parte de una obviedad: existe una incoherencia e hipocresía sobre la cual se sostiene la moral y la humanidad. Si quieres descubrir y pensar sobre ella, dale play.
Mi reparo es que este manifiesto está incompleto y no sé si estoy haciendo buen uso de esta palabra.

Dos besos (un regreso fallido)

Algo pasó mientras veía Dos besos, la última película de Pancho Lombardi. En varios momentos la gente estallaba de risa. Era una carcajada ridícula y no de comedia. Creo que la gente se reía de lo que estaba viendo. A mí me llamó la atención, así como me sorprendió que detrás una pareja se afanara por descubrir errores de continuidad o en que distrito se filmaron las escenas. Creo que todos estaban algo aburridos en la sala.

Dos besos es un claro ejemplo de lo que pasa en una película cuando escoges un mal guion. ¿Cómo reconocer un mal guion? Pues cuando a mitad de la película todo se vuelve predecible. Los personajes no cambian, se mantienen iguales hasta el final: Max es un miserable profesor de literatura (mira sale PUCP!, esa es la de Lima) doblemente castrado: por su esposa y por su estudiante. En ese pobre espacio que el guion le da lo único medianamente avezado que hace es intentar besar a su estudiante (con pésimos resultados) y lanzar una copa de vino a la pared (harto predecible). Paola es una productora sin escrúpulos, acartonada y quizá algo escaldada (muy particular su forma de caminar que seguro responde a una indicación del director que me imagino sería algo así como: “ella está por encima de todo”), constantemente reduce todo su quehacer a juegos de poder y el único momento donde no sabe que hacer, no dice nada (la escena del cafecito en el óvalo Gutierrez). Por último Nancy es una joven aficionada a la actuación, con deseos de superación pero exceso de inocencia. Y es precisamente eso lo que exuda en cada palabra, en cada gesto, hasta caer en el encasillamiento.

Lejos estamos de lo mejor de Lombardi e insisto. Todo pasa por el guion.

Porque cuando se hizo de buenas historias como en La ciudad y los perros o Cuentos inmorales, otro fue el cantar.

 

Demasiada felicidad (la ironía en un título)

Una breve dispersión

A raíz del Premio Nobel del 2013, había escuchado que Alice Munro era una de las mejores narradoras de la actualidad. Con ella, no me pasó como con otros escritores a quienes primero leí y luego ganaron el nobel (Saramago y Grass además de Vargas Llosa). El día que anunciaron que había ganado el Nobel, comenzaron a circular dos textos de ella que leía inmediatamente. Uno de ellos, lo recuerdo perfectamente, era Radicales libres. Precisamente este relato es parte de Demasiada felicidad.

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Ahora sí: Demasiada felicidad

Demasiada felicidad es un conjunto de relatos, 10 en total, de la Munro más madura. Esta colección fue publicada en español el 2010 y un año antes salió en su lengua original. A las voces que enfatizaron la maestría en su prosa, este texto quedará en deuda. Para poder hablar de la prosa de Munro sería necesario leerla en su idioma original. Una traducción, en muchas ocasiones, podría ser una obra literaria aparte. No correré ese riesgo.

Lo que sí puedo afirmar es que en Demasiada felicidad, Munro consigue por un lado esbozar, desarrollar y profundizar en sus personajes y, por otro, establecer un clima emocional en cada texto que profundiza en la trama. Esto en 9 de sus 10 relatos.

Radicales libres es quizá el mejor ejemplo de esto.

(Aquí viene el SPOILER)

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Little boy o dos lógicas que se (des)encuentran

Voy a recomendar ver Little Boy no por ser una película imprescindible ni porque tenga una historia inolvidable ni por grandes actuaciones. Voy a recomendarla porque plantea una interesante desencuentro entre el mundo infantil y el adulto, lo explota como historia y lo sugiere como un excelente tema para conversarlo después de la función.

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Creo que habría que empezar advirtiendo que Little Boy es una película que está hecha para emocionar: apela a un personaje como Pepper Flint (Little Boy) que puede arrancar más de un: “Ohhh, que lindo!” por la inocencia que contrasta con lo visión excesivamente (¿?) realista que muestran el resto de personajes. Además la fragilidad física y emocional que aparenta invita a una empatía masiva.

Pero no nos quedemos con la primera impresión porque, lo que es yo, noto dos momentos en la historia que están para decirnos que esta no es una simple película para llorar. Si quieres saber cuáles son, lanzo la advertencia de spoiler

SPOILER

La escena en la que el niño, convencido que tiene poderes como los de un superhéroe de la trama, cree poder mover una botella con el pensamiento e intenta hacerlo delante del párroco de la ciudad; permite abordar el tema (y dar una maravillosa definición) de la fe. A partir de ahí hay todo un cuestionamiento sobre ésta tanto desde una dimensión teológica como desde una perspectiva más alejada de los discursos religiosos.

La otra, es el sueño del niño. En sus más profundos deseos por recuperar a su padre, la historia juega con Little boy como niño y como la bomba que atómica que destruyó Hiroshima. El deseo por salvar a un hombre pero que termina con la muerte de miles de otros hombres, es presentada a través de un sueño en donde se observa cuerpos reducidos a cenizas. Díganme si esto no es algo truculento.

FIN DEL SPOILER

Insisto hay que ver Little boy porque creo que el contraste entre el mundo infantil y el adulto es presentado aquí de una forma interesante. Hay que bancarse algunos lugares comunes como la relación entre Pepper y Hashimoto que no hace más que recordarnos el concepto psicoanalítico del narcisismo de las pequeñas diferencias o el ya clásico final feliz por obligación.

 

#Larecetadeayer

Me dijo que lo espere 5 minutos. Pero sus 5 minutos no fueron 5 minutos.

En la cocina ocurre que pequeños lapsos de tiempo pueden hacer la diferencia entre un plato perfecto y un desastre monumental. Así que ahí el tiempo es realmente el tiempo y no hay tolerancia que valga.

Pero el tiempo por sí solo no genera una tiranía. Hay que considerar la temperatura. Porque una cosa es un horno a 180 grados por 45 minutos y otra totalmente distinta es ponerlo a 100. En todo caso, estar atento a la cocción parece ser la mejor salida.

Mientras esperaba fui colocando en una fuente un fondo de salsa a la boloñesa con mucho cuidado de cubrir todo los espacios posibles. Eso me tomó unos 10 minutos o quizá más. A poco de terminar se acercó Ignacio a ayudarme.

Cocinar con un niño de 4 años es una cosa maravillosa. Se toman todo tan en serio como el más exigente de los chefs. Al ver la fuente, Ignacio descubrió que había puesto la salsa dispareja. Tomó la cuchara y empezó a equilibrarla.

Luego me ayudó a poner unos enrollados de pollo deshilachado, champiñones –que cociné previamente con mantequilla y ajos en polvo- y una salsa de mayonesa con kétchup en la masa de enchiladas y tacos. Hay que poner los rollos con la unión hacia abajo para que no se vayan a abrir. Algunos podrían tomarse la libertad de no poner pollo y cambiarlo por carne, o de picar tomates para añadirles al relleno. Sean libres y cuéntenme que se les ocurre.

Al terminar hay que ponerle una capa más de salsa boloñesa. Sugiero añadir queso parmesano y mozarela al gusto.

Hasta aquí es donde Ignacio pudo ayudarme.

Luego vino la tiranía del tiempo y el fuego.

El horno debe estar a 180 grados y hay que tener la paciencia suficiente para esperar 40 minutos. Leí un truco para que la cubierta superior quede dorada. Los últimos 5 minutos hay que cocinarlos a 190 grados. Hay un riesgo: que la capa empiece a quemarse. Aquí sugiero llevarse por el instinto y un buen olfato.

¡Bon appetit!

Una visita al Áleph

¿Puede un colegio sostenerse sin una pedagogía?

Para la gente de Áleph esto es posible porque más allá de una postura pedagógica debe existir una filosofía sobre la cual se estructura no sólo lo que ocurre dentro de un salón de clase sino toda la vida escolar.

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Aquí ya hay una claro distanciamiento a las propuestas tradicionales, aquellas que tras el disfraz de visiones y misiones institucionales que afirman promover una educación integral, siguen sosteniéndose sobre las mismas concepciones y prácticas pedagógicas que pierden de vista las diferencias de cada niño y adolescente, que priorizan el producto antes que el proceso y la transmisión antes que la construcción del conocimiento. En Áleph parece que han entendido que si el mundo está cambiando, la educación no se puede quedar atrás.

Planteo un ejemplo.

Al preguntar como se trabaja la inmersión en el mundo de la lecto-escritura, obtuve un relato bastante interesante. Desde el día a día los alumnos en Áleph están inmersos entre números  y letras. Aún los más pequeños deben iniciar su rutina ubicando sus nombres, en algunos casos sus fotografías, y firmando. Aquí se trabaja la identidad y se le vincula al reconocimiento de su nombre. El interés por las letras empieza ahí y se fortalece con las lecturas diarias, los vocabularios personales –que cada niño opta por construir- y por actividades tan sencillas como ir a preguntar cual es el menú del día. Los números siguen la misma fórmula. A diario, los niños deben contar cuantos están presentes y decir cuántos están ausentes, cuantos hombres y cuantas mujeres están. En los sectores que se enfocan en la vida cotidiana, deben realizar tareas como pesar manzanas o contar vasos.

El desarrollo de otras habilidades se realiza a través de proyectos que siempre parten por promover la curiosidad, la observación y el registro de datos desde los propios alumnos. Los docentes son facilitadores antes que los protagonistas del acto educativo. El arte y sus diversas expresiones ocupan un lugar vital y no son solo vistos como cursos o talleres alejados del resto del currículo.

Finalmente, aún hay cosas que Áleph puede mejorar. Considero que a diferencia de la Casa Amarilla, acaso su la propuesta más cercana, Áleph pierde en contacto con su entorno. La ubicación los lleva a levantar murallas y esto puede ser perjudicial. Ahí tienen un reto vital: distanciarse de la figura de burbuja que lleva a encapsularse a las instituciones educativas.