Nada de teorías: El fantasma del Tío Roco

Esta vez voy a intentar dejar de lado todas las teorías que tengo en la cabeza y hablar de lo que fue mi experiencia con El fantasma del Tío Roco. No prometo gran cosa, quizá algo diferente. Eso sí: debo hacer un gran esfuerzo.

Para empezar diré que el Fantasma es un cuento para niños y como tal, apela a los afectos. Solo por esto empecé el libro con cierta suspicacia. Soy muy reticente ante técnicas sensibleras: me molestan los dramones exagerados. Odié La vida es bella por su descaro y abuso.
Así que tuve mis dudas cuando Rosela me lo regaló. Lo tomé un día, leí dos capítulos y lo dejé de lado. Ella me había dicho que podía leerlo en una mañana. ¿Qué tipo de libro lo lees en una mañana?, pensé. Luego lo dejé al abandono.
Hoy el insomnio y mi vecina me despertaron a las 6. Aún daba vueltas en la cama y vi el libro. Lo tomé y, efectivamente, lo leí en una mañana.
Creo que hay un párrafo que puede sintetizar el libro:
“Aquella noche, ya metido en mi cama, escuché al viento que batía el cartón con el que habían tapado mi ventana. Sabía que Billy Barker nunca más arrojaría piedras contra esa ventana. Me pregunté si se habría alegrado ahora que sabía que sí existían los fantasmas. Quizá podía verlos porque necesitaba uno.”
Pudiera hablar de las figuras ausentes, la soledad o la elaboración de un duelo pero creo que cualquier referencia teórica se deshace cuando te topas con un libro, un cuadro, una película que golpea el alma con una suave fuerza.
Pero no quiero perder de vista al Tío Roco. Es un libro sencillo pero profundo: como la soledad misma que embarga a todos los personajes, como el vacío y la ausencia en la que flotan como si fuesen otros tantos fantasmas, como el amor mismo.
Es un cuento para leer y escuchar. Para grandes y chicos. Para la soledad y la compañía. Es un cuento para tener.
Puntuación: 3.45 / Votos: 20

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *