Llovía. Pero llovía de verdad y no como estamos malacostumbrados los limeños: a esas lloviznas acobardadas.
Con una cámara en mano y una personalidad bastante neurótica, tomar fotos era una suerte de aventura.
Antes del viaje pensé llevar un trípode. Seguro que mayor estabilidad el efecto seda del agua le daría más calma a la fotografía y contrastaría con lo dramático del contraluz del cielo. Lástima. Priorice un equipo reducido.
Pero aquí está y me gusta porque tomar una foto como esta cuesta aunque no parezca.

 

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