De noche andamos en círculos

Hay un planteamiento interesante y novedoso en De noche andamos en círculos. Daniel Alarcón opta por reportar una historia antes que por narrarla. Pero no nos equivoquemos. La teoría literaria sigue funcionando para analizar esta novela. De hecho funciona bastante bien: la historia gira alrededor de los actores de Diciembre, esencialmente en torno a Nelson, quienes se enmarcan en una gira teatral. Sin embargo, tiene sus matices. Pasemos a revisarla.

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El apego en el aula: Relación entre las primeras experiencias infantiles, el bienestar emocional y el rendimiento escolar.

Heather Geddes

Apego

Apego

He terminado de leer este libro y es necesario recomendarlo a todo docente que quiera ampliar su comprensión sobre lo que ocurre en su quehacer diario, incorporando los aportes desde la teoría del apego planteada por Mary Ainsworth y el triángulo del aprendizaje como modelo que integra las relaciones entre el docente, el alumnado y la tarea.

La primera parte de este libro permitirá al docente ver el comportamiento de sus alumnos como un mensaje en el que muchas veces el emisor no sabe ni tiene consciencia de lo que transmite. Frente a este panorama, es el adulto quien debe servir no solo de intérprete sino también de mediador entre el alumno y otros actores de la escena educativa. En este sentido, la forma particular en la que el alumno se vincula con la tarea y con su maestro es el comportamiento cargado de un mensaje impreso a partir de experiencias tempranas de apego.

La autora, Heather Geddes, realiza una acertada presentación de la teoría del apego a partir del trabajo de John Bowlby y enfatiza conceptos fundamentales tales como la base segura entendida como punto de partida de la exploración del entorno, la conducta de apego como una búsqueda de proximidad hacia la figura de cuidado que permita al bebé sentirse seguro y en confianza, la reacción empática de parte de dicha figura y los modelos de funcionamiento interno entendidos como el efecto de experiencias cálidas y cercanas en las relaciones tempranas. Además, presenta los hallazgos que el trabajo de Ainsworth y Wittig obtuvieron a partir de la situación extraña.

A continuación la autora profundiza en la forma como las relaciones que el estudiante establece con su docente y con la tarea afecta el proceso de (enseñanza-)aprendizaje. Se propone el modelo del triángulo de aprendizaje para evidenciar la interacción entre cada uno de los elementos así como sus posibilidades de interrupción. Se acompaña la presentación teórica con viñetas.

En la segunda parte del libro, la autora profundiza su presentación en torno a los vínculos entre los diversos tipos de apego, su manifestación dentro del ámbito escolar y el impacto en los procesos de aprendizaje. En cada situación se caracteriza el comportamiento del estudiante, se identifican sus amenazas y debilidades y se ofrecen algunas ideas claves para el abordaje de cada situación. Esta sección también está acompañada de viñetas a partir de las cuales quienes trabajen en contextos educativos podrán reconocer situaciones cercanas a su práctica profesional.

Finalmente, se indaga en torno a la concepción de la escuela como base segura no sólo para los alumnos sino también para los docentes. En este sentido, Geddes se alinea con los autores que identifican la escuela como un espacio de salud mental pero además abarca y dedica una sección especial para centrarse en los docentes. Esta autora señala que una de las principales fuentes de estrés es la impotencia frente a las dificultades en el abordaje de los problemas de comportamiento de sus alumnos. Frente a ello existe el trabajo grupal orientado en la reflexión del quehacer docente bajo una serie de condiciones o encuadre que permitiría el trabajo en un contexto educativo. En este capítulo, la autora da algunas referencias de otros autores y experiencias que valen la pena revisar.

La semana tiene siete mujeres

¿Basta una buena historia para tener una buena novela? Quien leyera La semana tiene siete mujeres diría que no. Al menos yo diría eso.

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Y es que en esta novela, que posee el galardón de haber sido finalista del Premio Planeta – Casamérica (¿?), posee una historia bastante interesante aun cuando cae en un lugar común de la literatura nacional: el juego del rico y el pobre, del de arriba con el de abajo, del provinciano con el limeño. Esa simplicidad que llevó a Freud a hablar del narcisismo de las pequeñas diferencias.

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Maldita ternura

“Basado en hechos reales” es la etiqueta con la que se espera enganchar al lector o al espectador aun antes del inicio de la historia. El efecto, a mi parecer, es la intensificar la sensibilidad que el autor espera conseguir a partir de un redireccionamiento de la ficción de lo verosímil hacia lo real. En un drama, como en “Lo imposible”, el espectador está invitado no sólo a recordar las noticias sobre el terrible tsunami que asoló Sumatra en el 2004 sino que se apela a intensificar la empatía hacia esa familia que logró reunirse pese al desastre.

Al mismo tiempo, esa advertencia revela algo: la historia, al margen de la genialidad del director o del escritor, ya estaba ahí y ha sufrido algunas transformaciones hasta llegar a usted. La intención del autor podría ser la de comunicar aquella vivencia porque posee la carga suficiente de dramatismo y (anti)heroicidad que se espera.

En el prólogo de la segunda edición de Maldita Ternura, Beto Ortiz nos recuerda (o advierte) que lo que vamos a leer está basado en un momento complicado de su vida: las acusaciones de pederastia que se le imputaron a finales de los 90s. En un plano alejado de la literatura y para quien siguió esas noticias, podría coincidir conmigo en que éstas estuvieron marcadas por el manejo de una maquinaria periodística al servicio de una dictadura y especializada en destruir –con y sin razón- a quien haya sido designado desde el entorno fujimontesinista.

El mérito de Ortiz es escribir su versión, su intento de exorcizar sus demonios, con la sinvergüencería que lo caracteriza, esbozando a su personaje como un ser arrastrado por el amor e incapaz de hacer daño, incluso en desventaja frente a la malicia y viveza del resto de personajes. Es, por así decirlo, una defensa legal ficcional. Como en la escena inicial de la novela, el personaje de Ortiz es un (¿inocente?) palomilla (sexual) de ventana.

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El príncipe de los caimanes

El príncipe de los caimanes

En mi experiencia de lector, una buena novela debe equilibrar acción y reflexión. Déjenme ejemplificar mi punto con El príncipe de los caimanes.

La acción gira en torno a una o dos historias. La conjunción se presta para una observación: el autor logra articular una historia en, y aquí tomó la nota de la contraportada, dos momentos extremos del siglo XX. Por un lado Sebastián es un joven aventurero se interna en la selva sudamericana, al otro Miguel, su bisnieto hace todos sus esfuerzos por huir de ella. Ambas contadas con maestría, buen manejo del ritmo y recreando un escenario narrativo pocas veces explorado con éxito en la literatura peruana: la selva.

(Y aquí estoy tentado de hablar del lugar de la selva en el imaginario artístico, cultural, político, social e histórico de los peruanos. Pero que quede como una mención y una promesa para un post futuro.)

Además Roncagliolo da muestras de ser un investigador que ha puesto sus conocimientos al servicio de su historia. Caracteriza muy bien las tribus y sus costumbres, emplea el habla de la selva sin que esto sea una interferencia sino apelando a la pragmática pero sobre todo aborda dos temáticas álgidas: la explotación del caucho y el tráfico de drogas.

Este es precisamente el punto a partir del cual se incorpora la reflexión ya que ambos personajes no solo huyen y sobreviven sino que también reflexionan en torno a lo vivido y nos llevan a reflexionar a nosotros mismos como lector.

La explotación del caucho referida en este libro hace referencia, según algunos historiadores, a las masacres de la Casa Arana pero al mismo tiempo, nos lleva a pensar cuanto ha cambiado dicho escenario en la actualidad. Roncagliolo, que además tiene otros libros donde hace una revisión de lo histórico, pareciera hacer un llamado a la cosificación del hombre en pos de los principios de la economía.

Las aventuras de Miguel ocurren en el abandono y la precariedad, en la amenaza del tráfico de drogas y la ausencia de la ley y el estado. Miguel lucha por sobrevivir, se arrima a su compañero de viaje y aferrado al único recuerdo de su padre en busca de un mejor lugar, huyendo de su pasado, cargando su fragilidad y su dureza.

El príncipe de los caimanes es una obra altamente recomendable no sólo por lo que está escrita en ella sino por las posibilidades de reflexión que nos abre.

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Los detectives salvajes

Con más de 500, casi 600 hojas, Los detectives salvajes es una de esas obras que requieren paciencia y constancia para disfrutarla. Es, si cabe el término, un libro para un lector maduro, curtido por otros tantos libros que no se develan con facilidad, que guardan lo mejor casi siempre para el final. Entonces, un lector maduro podrá descifrar con rapidez las similitudes con el Rayuela de Cortázar y los recursos borgianos que evidencian sus personajes. Quizá piense, casi de inmediato, que es una suerte homenaje y en ese punto podría sentir una ligera desazón. En este punto habrá quienes encuentren ese homenaje como un mérito de la novela porque, seamos sinceros, Rayuela sigue siendo un libro de culto. Pero desde mi perspectiva, en la medida que Bolaño acerca su novela a la obra de Cortázar pierde más de lo que gana. Y aquí me permito un paréntesis. Rayuela es una novela que en lo personal no despertó la pasión que he visto en otros lectores. Sin embargo, debo confesar que Cortázar hace uso de una técnica narrativa impecable y sus personajes alcanzan un nivel de complejidad francamente insospechado. Hoy por hoy, la influencia que puede ejercer esta novela y su escritor en otros autores, como es el caso, es fácilmente rastreable. Los detectives salvajes es uno de esos casos.

 

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¿Disciplina?

En una reunión de profesores convocada para hablar sobre los problemas de disciplina que empiezan a observar entre los alumnos, el director enfatiza en la importancia de mantener a los alumnos controlados y evitar que hagan lo que quieran. Cita como ejemplo la postura durante el dictado de clases.

 

Me gustaría cuestionar la necesidad de disciplinar y controlar a los alumnos en otro momento. Por ahora solo me detendré en la postura del alumno durante el dictado de clases con la esperanza de que sirva de insumo para un siguiente texto.

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Bolognesi en Arica o sobre los mitos fundacionales

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Quisiera empezar señalando que si no has visto Bolognesi en Arica espero que pronto tengas la oportunidad de hacerlo y no la desaproveches. También quisiera animarme a dar algunas de mis apreciaciones sobre la obra tanto desde lo dramático como desde una lectura sociocultural.

Dramáticamente es una obra que cojea en varios aspectos. La actuación es dispareja, sobresale Diego Lombardi (Francisco Bolognesi) y solo por los primeros minutos Sergio Cano (Subteniente Vildoso). Después hay atropellos, problemas de dicción, un manejo discreto del cuerpo y de la expresividad. Hay frases que suenan muy disforzadas y creo que es por la suma de errores del texto con actores que necesitan aún cuajarse.

También hay cosas valiosas pero que pueden costar trabajo entender. La presencia de la estudiante da voz a aquellas cosas que como espectadores podemos pensar, sentir o cuestionar. Digamos que ese personaje es como un lector crítico de la obra y por ende un elemento sumamente original y novedoso.

Las 3 niñas/mujeres son una licencia literaria, una apuesta. Funcionan como un coro griego pero sin el poder de mirar hacia el futuro o permitirnos conocer los pensamientos de los personajes. Digo entonces que funcionan como un coro griego porque están ahí pero parece que no están para los demás personajes.

Lo adusto de la puesta en escena creo que es un aporte, quizá el mayor mérito de llevar una obra con poco presupuesto. Remite al abandono, la miseria, la escasez.

En fin. Estas son algunas de mis opiniones personales sobre esta obra. Aquí mis reflexiones.

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En la entrevista que adjunto, realizada al director Alonso Alegría, la entrevistadora señala que no es una obra patriotera o patriotista. Creo que esos son los términos que emplea. Discrepo. Más allá de las acepciones de ambos términos, creo que Bolognesi en Arica es una obra desde el patriotismo.

Desconozco si Alonso Alegría es un patriota o un promotor del patriotismo. Lo que puedo decir es que Bolognesi en Arica pone en el tapete cuestiones sobre ¿Qué es la patria? ¿Cuál es el lugar del sacrificio en la patria? ¿Dónde están los héroes (que necesitamos) de la patria?

No creo que haya momento en la historia del Perú que más nos haya marcado que la derrota en la Guerra del Pacífico. Esto sin temor a equivocarme. Ni siquiera el Conflicto Armado Interno que, visto de una forma, es producto de los males que evidenció la guerra del 79. Hasta ahora lloramos el Huáscar, todavía renegamos de los chilenos y es muy fácil ver invasores del sur. Repito: los peruanos estamos marcados por la nostalgia de lo perdido y que jamás podremos recuperar, estamos marcados por la ofensa y heridos en el endeble orgullo nacional por el sencillo hecho de que en el momento en el que como nación debimos habernos cohesionado como puño, surgieron las más terribles miserias políticas y humanas que son repasadas y enfatizadas constantemente en Bolognesi en Arica.

Entonces, ¿Qué es la patria?, ¿Qué es la nación? Y ¿Qué es ser peruano? Alonso Alegría nos ofrece esta versión personal de un mito fundacional marcada por el sacrificio, el abandono y la soledad. ¿Es Bolognesi un verdadero héroe? ¿Pudo haber pensado alguna mejor estrategia de guerra? No importan las posibles respuestas porque el país necesita esas narraciones que nos brinden un poco de identidad, que nos permitan sentirnos orgullosos, que pinten a un Bolognesi que sabiendo que va a morir lo hace con dignidad, pensando que su muerte servirá para algo en algún momento. Trasciende la muerte, el tiempo y se instala en nuestro imaginario.

Me animo a decir que Bolognesi en Arica funciona porque somos peruanos. Me la imagino en Tacna, en Cuzco, en Loreto, en cualquier lugar donde haya llegado alguno de los libros de historia del Perú que se utilizan en los salones de clase y creo que funciona. Me la imagino en Santiago de Chile y puede que funcione. Pero me la imagino en cualquier otro lugar del mundo y lo dudo porque si Alonso Alegría quiso escribir una obra sobre el abandono, el deber y el destino; escribió una sobre Arica, Bolognesi y la profunda herida en nuestro historia nacional.

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Lo que está en juego

Recién me enteré sobre lo que estaba pasando en el mercado mayorista de La Parada muy entrada la noche. Antes de ello la atención de la prensa parecía estar centrada en el proceso de revocatoria contra Susana Villarán y su equipo de concejales. Logré ver las imágenes de los noticieros de televisión con cierta angustia, impotencia y mucha preocupación.
Una amiga, historiadora ella, comentó que no recordaba un episodio de tal magnitud y violencia desde la huelga de policías de 1975. Claro, ella se refiere a algo ocurrido en Lima porque recientemente hemos tenido un sinfín de hechos violentos al interior del país. De hecho, los referentes más cercanos a este episodio y que haya ocurrido en Lima son los desalojos que se producen en diversos puntos de la ciudad.
Con acierto, la editorial de Peru21 señala que lo que aquí está en juego es el principio de autoridad y que por la sostenibilidad, no sólo política sino incluso a nivel de colectivo – país, necesitamos que La Parada se cierre.
Para mí los hechos del día de ayer me recuerdan al informe de la CVR. En dicho informe se señala que uno de los factores que facilitó el accionar de los grupos terroristas fue la ausencia del gobierno precisamente en las zonas donde empezó el conflicto armado interno. Este argumento puede que aún sea válido para entender los episodios al interior del país pero ya exige una reflexión cuando ocurre en la misma capital.
Lo que quiero decir es que ya no podemos hablar más de ausencia del gobierno o, dicho de otra forma, de una ausencia de la figura de autoridad. Lo que está ocurriendo ahora es un síntoma del debilitamiento de dicha figura, de su castración y hasta me atrevo a afirmar de su desestructuración. El repliegue desordenado y caótico de la policía, quienes eran correteados por los vándalos y delincuentes que los atacaron, me obliga a darle la razón al impresentable Aldo Mariátegui, quien en su columna en Correo, caracterizaba un cuerpo policial endeble, mal apertrechada y pésimamente organizado.
En este sentido lo de Susana Villarán me deja sentimientos encontrados porque por un lado aplaudo su actitud de asumir una responsabilidad que cualquier otro político tradicional hubiese pateado, así como lo ha hecho la dirigencia de los vendedores de La Parada. Pero por otro, su ausencia por motivos personales me deja un sinsabor porque entiendo que como autoridad hay momentos en los que tienes que hacer grandes sacrificios individuales. Lamentablemente del presidente Humala se puede decir tan poco ya que simple y sencillamente no se ha pronunciado al respecto.
Es por esto que La Parada debe cerrarse. Que continúe funcionando seria la señal más triste de impunidad, de informalidad y de desorganización que nuestras autoridades puedan dar. Significaría que con piedras, violencia, y vandalismo se puede obtener todo y ya sabemos muy bien a donde nos lleva este camino.

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