Archivo por meses: enero 2012

Lectura personal y en asociación libre.

Estoy leyendo La cifra de Jorge Luis Borges quien en el Prólogo escribe: “El ejercicio de la literatura puede enseñarnos a eludir equivocaciones, no a merecer hallazgos. Nos revela nuestras imposibilidades, nuestros severos límites. Al cabo de los años, he comprendido que me está vedado ensayar la cadencia mágica, la curiosa metáfora, la interjección, la obra sabiamente gobernada o de largo aliento. Mi suerte es lo que suele denominarse poesía intelectual. La palabra es casi un oxímoron; el intelecto (la vigilia) piensa por medio de abstracciones, la poesía (el sueño), por medio de imágenes, de mitos o fábulas.”
Y lo que he pensado es que cada uno hace de la literatura lo que bien quiere. Para algunos la literatura es su vida, su vocación o el sentido de su existencia. Para otros un medio de expresión, de comunicación o trascendencia (ontológica, filológica). No han faltado quien la haya visto como un pasatiempo, un hobby, un divertimento. Para Borges la literatura quizá fue alguna de éstas pero en este prólogo ha mostrado que también ha sido una forma de conocimiento de sí mismo y sobre todo de un aspecto difícil para todos: sus propias limitaciones.
¿Por qué ceñirse a las viejas formas y temáticas? ¿Por qué acomodarse a las tradiciones literarias? Borges explora una forma distinta: la poesía intelectual. Leyendo su poemario me tope con dos poemas memorables que pasaré a transcribir y compartir impresiones.

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A propósito de Movadef

Esta mañana en el canal 2 Beto Ortiz intentó una entrevista con Alfredo Crespo, representante de Movadef, grupo que ha vuelto a captar nuestra atención por sus intentos por ser reconocido como partido político para las próximas elecciones junto con otras propuestas que ha enervado nervios y sensibilidades. Junto a ellos también estaba Luz Salgado.
No ha de tomarse muy en serio a Beto Ortiz. Al menos no siempre. A veces hace excelentes entrevistas como la última que le hizo a Carlos Tapia. Otras le sirven para mofarse de quien tenga al frente como con el congresista Gustavo Rondón, célebre por declarar su amor a la también congresista Cecilia Tait. Lo de Alfredo Crespo creo que se alinea más a lo segundo.

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Volver… otra vez

Como cada año, me cuesta volver y no es porque falten motivos, temas o tiempo. En estos días leo varias cosas. Algunos textos sobre educación, el Almuerzo desnudo, una colección de poemas de Borges, algunos libros que pedí prestado de la biblioteca, las noticias, etc.
Tampoco es que no esté pensando en cosas. Me hubiese gustado escribir sobre lo que ha generado el intento de revocatoria de Susana Villarán, mis proyectos para este año, los temas comunes que se me ocurren a diario.
Pero no me es fácil hacerlo. Hasta me resisto. Incluso he llegado a pensar que este puede ser el último año de VeDoble. Quisiera, como siempre, lanzarme a escribir mi eternamente pospuesta novela (durante estos últimos meses por mi tesis).
No encuentro muchos motivos o razones para explicar mi dificultad. Quizá la más sencilla de dar es que ahorita me importa poco escribir porque prefiriría viajar, escuchar música, leer, ir al cine o estar con Ignacio (mi hijo). Pero también debo de confesar que últimamente me he sentido menos animado, fastidiado y hasta impotente. Rezagos de diciembre, me digo.
Haré intentos por escribir desde la próxima semana. Creo que debo empezar haciendo algo más personal, más íntimo.
Por estos días me he recomendado darme una vuelta por el teatro. Ya les contaré que sale de todo esto.
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El negro (por Rosa Montero)

Estamos en el comedor estudiantil de una universidad alemana. Una alumna rubia e inequívocamente germana adquiere su bandeja con el menú en el mostrador del autoservicio y luego se sienta en una mesa. Entonces advierte que ha olvidado los cubiertos y vuelve a levantarse para cogerlos. Al regresar, descubre con estupor que un chico negro, probablemente subsahariano por su aspecto, se ha sentado en su lugar y está comiendo de su bandeja. De entrada, la muchacha se siente desconcertada y agredida; pero enseguida corrige su pensamiento y supone que el africano no está acostumbrado al sentido de la propiedad privada y de la intimidad del europeo, o incluso que quizá no disponga de dinero suficiente para pagarse la comida, aun siendo ésta barata para el elevado estándar de vida de nuestros ricos países. De modo que la chica decide sentarse frente al tipo y sonreírle amistosamente. A lo cual el africano contesta con otra blanca sonrisa. A continuación, la alemana comienza a comer de la bandeja intentando aparentar la mayor normalidad y compartiéndola con exquisita generosidad y cortesía con el chico negro. Y así, él se toma la ensalada, ella apura la sopa, ambos pinchan paritariamente del mismo plato de estofado hasta acabarlo y uno da cuenta del yogur y la otra de la pieza de fruta. Todo ello trufado de múltiples sonrisas educadas, tímidas por parte del muchacho, suavemente alentadoras y comprensivas por parte de ella. Acabado el almuerzo, la alemana se levanta en busca de un café. Y entonces descubre, en la mesa vecina detrás de ella, su propio abrigo colocado sobre el respaldo de una silla y una bandeja de comida intacta.
Dedico esta historia deliciosa, que además es auténtica, a todos aquellos españoles que, en el fondo, recelan de los inmigrantes y les consideran individuos inferiores. A todas esas personas que, aun bienintencionadas, les observan con condescendencia y paternalismo. Será mejor que nos libremos de los prejuicios o corremos el riesgo de hacer el mismo ridículo que la pobre alemana, que creía ser el colmo de la civilización mientras el africano, él sí inmensamente educado, la dejaba comer de su bandeja y tal vez pensaba: “Pero qué chiflados están los europeos”.
Tomado de ELPAÍS.com

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