El colmo!: Conceden indulto común a Silvana Buscaglia, la mujer sentenciada por agredir a policía

Los “responsables”: La Comisión de Gracias del Ministerio de Justicia. El contexto: Es una costumbre de los presidentes otorgar este tipo de beneficios a un grupo de internos como última medida “pa’ despedirse”. Considero que una de las últimas cosas que ha hecho el ex-presidente Ollanta Humala antes de dejar el cargo ha sido dejar muy en claro lo siguiente: Es tiempo de una reforma urgente de todo el sistema penal peruano (normas y procedimientos).

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11:27. Lima, jul. 28. El Ministerio de Justicia concedió el indulto común a la interna Silvana Buscaglia Zapler, quien en diciembre del año pasado fue sentenciada a seis años y ocho meses de prisión por haber agredido a un policía durante la intervención de su vehículo en el aeropuerto Jorge Chávez.

Esta decisión que favorece a Buscaglia, recluida actualmente en el establecimiento penitenciario Virgen de Fátima, fue aprobada mediante la Resolución Suprema Nº 108-2016-JUS, publicada hoy en las normas legales del diario oficial El Peruano.

En los considerandos, la norma explica que se ha concluido que Buscaglia reúne las condiciones favorables para reincorporarse satisfactoriamente a su medio familiar y social, al haber adquirido actitudes reflexivas positivas con relación a su conducta pasada, deteniéndose a pensar antes de actuar, así como el certificado trabajo respectivo y conforme a los requisitos establecidos en el Reglamento Interno de la Comisión de Gracias Presidenciales.

Asimismo, se tuvo en cuenta que es la primera vez que comete un delito en donde el bien jurídico protegido es de mínima lesividad y la pena que se le impuso es desproporcional en comparación con otros delitos que vulneran bienes jurídicos de mayor valor.

Asimismo, se tuvo en cuenta la carga familiar que debe atender, “por lo que resulta conveniente coadyuvar a su debida protección y atención mediante el indulto común”, indica la resolución.

En el boletín de normas legales, sector Justicia, también se concede el indulto por razones humanitarias a otros tres internos, uno del penal de Lurigancho, del Castro Castro y del penal de Chiclayo. Igualmente, se concede la gracia de conmutación de la pena a una interna del establecimiento penitenciario de Chorrillos I.

Todas las resoluciones están fechadas el 27 de julio y llevan las firmadas del saliente presidente de la República, Ollanta Humala, así como del exministro de Justicia, Aldo Vásquez.

(FIN) RRC/RRC

Publicado: 28/7/2016

En: andina

Click en la imagen para ver el dispositivo legal:

Impunidad Silvana Buscaglia Zapler

¿Por qué en Chile protestan contra las AFP?

A propósito de la masiva marcha contra las AFP en Santiago y otras ciudades de Chile. Cabe recordar que Chile es el inventor de este sistema que Perú y otros países de latinoamérica importaron.

En 1981, durante el gobierno militar de Augusto Pinochet, se instauró el sistema privado de pensiones, el cual sigue vigente hasta hoy y que además ha sido adoptado en varios países de la región como Perú y Argentina. | Fuente: CNN Chile / YouTube

Este domingo unos 750 mil chilenos salieron a las calles de Santiago y de otras ciudades de Chile para exigir el fin del sistema privado de pensiones, impuesto en 1981 por la dictadura de Augusto Pinochet. En Santiago, según la policía, participaron unas 50 mil personas pero según los organizadores fueron más de 100 mil. Luis Messina, dirigente de la Coordinadora “No+AFP”, convocante de la marcha, los definió como “los indignados de Chile”. ¿De qué va la protesta? Básicamente va porque los afiliados reciben pensiones muy bajas que no corresponden con el porcentaje que se estipuló al inicio del sistema privado de pensiones.

Pensionistas reciben menos del salario mínimo. “El tema son las pensiones, si estas fueran más altas, los cuestionamientos serían menos. La observación va hacia el retiro programado. Si te concentras en los afiliados que están en el grupo vejez-edad, son unos 300 mil, y allí el 90% recibe menos de 240 dólares. Y tu tienes dos tercios del salario mínimo en ese 90% de personas que están pensionadas. Esa es la observación principal, están recibiendo menos del salario mínimo, cuando el creador en el año 80, José Piñera (ministro de Trabajo de Pinochet), señaló que uno se iba a retirar con el 70% de su última remuneración”, explica el economista Carlos Urranaga.

La famosa tasa de reemplazo. A ese 70% se le denominó “tasa de reemplazo” y designaba cuál iba a ser la pensión que uno recibiría, una vez jubilado, con relación a la última remuneración que recibió estando en actividad. Es decir que si uno recibía mil soles, su pensión sería 700. “Eso decía Piñera. Sin embargo, la tasa de reemplazo no fue calculada por la Superintendencia y la comisión Bravo, esa que se quiere replicar en el Perú, fundamentalmente hizo un pequeño cálculo y dijo que la tasa de reemplazo era 22%, es decir que si ganabas 1000 soles, ya no te ibas con 700, sino con 220 soles”, explica el economista.

Otro dato a tener en cuenta. Hay 18 millones de chilenos, de ellos 10 millones forman parte del sistema privado de pensiones, o sea más de la mitad, y 750 mil son los que han protestado. “Una de las observaciones que hacen es que hay 170 mil millones de dólares en fondos de pensiones, 31 mil millones de esos se destinan a 10 bancos y los bancos después prestan a 40%. Ellos se quejan de tasas de 40%. El ministro de Hacienda ha dicho que quieren volver a un sistema que implique dinero de los contribuyentes, estamos en déficit fiscal, nos estamos endeudando 10 mil millones de dólares cada año, respuestas parecidas a las que escuchamos acá”, explica el especialista.

Miles de chilenos salieron a protestar contra las AFP asegurando que otorgan pensiones muy bajas (300 dólares en promedio), aunque en muchos casos es por debajo de los 240 dólares. De cualquier forma, los montos son inferiores al salario mínimo, que en Chile es el equivalente a 373 dólares.

Miles de chilenos salieron a protestar contra las AFP asegurando que otorgan pensiones muy bajas (300 dólares en promedio), aunque en muchos casos es por debajo de los 240 dólares. De cualquier forma, los montos son inferiores al salario mínimo, que en Chile es el equivalente a 373 dólares. | Fuente: AFP

Componente de solidaridad. “Hay un proyecto de ley en Chile en el que se vuelan el sistema privado de pensiones. Por otro lado, dentro de la pensión en el sistema privado chileno hay un componente de solidaridad, que son uno 1800 millones de dólares que le entrega el Estado chileno a las AFP para que se eleven las pensiones de aquellos que perciben menores montos. Por ejemplo, si tú recibes 200 dólares te lo suben a 220, un 10% más”.

Emulación peruana del sistema chileno. “Ahora entiendo porque El Mercurio subraya una entrevista con el futuro ministro Alfredo Thorne, porque sabiendo que la marcha era el domingo, el mensaje era que, tomando declaraciones de Thorne, ‘el ministro de economía de nuestro vecino está diciendo que va a copiar nuestro sistema, el cual ustedes están protestando’. Ese es un tema no menor, se está diciendo que se va a copiar el sistema de Chile, cuando ese sistema está siendo observado allá por los mismos usuarios. Los trabajadores se quejan que ‘a nosotros nos exigen mayores aportes, nos exigen que trabajemos más y encima, cuando retornan los servicios, por el lado de las empresas que reciben estos beneficios, los precios hacia nosotros son altos. Es una discusión parecida a la que ocurre acá”, finaliza el experto.

El actual sistema de pensiones opera como una cuenta de ahorro forzoso, en la que los empleados aportan a las AFP el 10% de sus sueldos.

El actual sistema de pensiones opera como una cuenta de ahorro forzoso, en la que los empleados aportan a las AFP el 10% de sus sueldos. | Fuente: EFE

En el sistema privado de pensiones chileno los ciudadanos depositan 10% de sus ahorros de jubilación en cuentas individuales manejadas por las AFP. El rendimiento de esos fondos determina el monto que recibirá cada uno cuando se jubile. Este sistema de AFP sustituyó al estatal en el que los trabajadores pagaban una contribución al Estado para financiar las pensiones de los que en ese momento eran jubilados. Eso con la expectativa de que los futuros trabajadores contribuyeran a su vez para cuando les llegara el turno a ellos de ser pensionados. En ese esquema, el monto de la pensión era fija y conocida de antemano. En el actual depende de las fluctuaciones del mercado, consigna un artículo de la BBC.

En el sistema privado de pensiones chileno los ciudadanos depositan 10% de sus ahorros de jubilación en cuentas individuales manejadas por las AFP. El rendimiento de esos fondos determina el monto que recibirá cada uno cuando se jubile. Este sistema de AFP sustituyó al estatal en el que los trabajadores pagaban una contribución al Estado para financiar las pensiones de los que en ese momento eran jubilados. Eso con la expectativa de que los futuros trabajadores contribuyeran a su vez para cuando les llegara el turno a ellos de ser pensionados. En ese esquema, el monto de la pensión era fija y conocida de antemano. En el actual depende de las fluctuaciones del mercado, consigna un artículo de la BBC. | Fuente: AP

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, propuso la creación de una AFP estatal que compitiese con las privadas, lo que supuestamente beneficiaría a los trabajadores. No obstante, los trabajadores quieren una reforma total del sistema.

La presidenta de Chile, Michelle Bachelet, propuso la creación de una AFP estatal que compitiese con las privadas, lo que supuestamente beneficiaría a los trabajadores. No obstante, los trabajadores quieren una reforma total del sistema. “Llamamos a la presidenta a que termine de una vez con el sistema de AFP impuesto en la dictadura y a restablecer un sistema de reparto solidario, financiado de manera tripartita y administrado por un organismo sin fines de lucro, como el que tienen los países de Europa y Norteamérica y los países de la OCDE”, dice un comunicado de la Coordinadora Nacional de Trabajadores No+AFP. En pocas palabras, los trabajadores quieren regresar al sistema que existía antes de 1980. | Fuente: Internet

En: rpp

13 times U.S. presidents and Saudi kings have met

January 27, 2015

When the White House announced late last week that President Obama would cancel his plans to visit the Taj Mahal during his trip to India and instead fly to Riyadh, Saudi Arabia, to pay his respects to the late Saudi monarch, it meant only one thing: Washington has very deep ties to Saudi Arabia — including one that will mark 70 years next month.

Saudi Arabia has been a strategic partner of the United States, thanks to oil and regional politics, and since the end of  World War II, U.S. presidents and Saudi kings have met on several occasions.

From Franklin Roosevelt’s first meeting with King Ibn Saud to Obama’s current trip to meet new King Salman, we’ve compiled a list of meetings between American presidents and Saudi kings.

1945: President Franklin D. Roosevelt meets King Abdul Aziz Ibn Saud

President Franklin D. Roosevelt and King Abdul Aziz Ibn Saud aboard the USS Quincy in February 1945. (AP)

As my colleague Adam Taylor explains, this was the first time a sitting U.S. president met the king of Saudi Arabia. Following the Yalta Conference in 1945, President Franklin D. Roosevelt and King Abdul Aziz Ibn Saud met on board the USS Quincy in the Great Bitter Lake north of the city of Suez on Feb. 14 and visited for several days.

1957: President Dwight D. Eisenhower meets King Saud bin Abdulaziz

King Saud bin Abdulziz’s trip to Washington was the first visit by a ruling Saudi king to the United States. During the three-day meeting, Eisenhower and the Saudi king discussed the need to settle the problems in the Middle East within the framework provided by the United Nations. But the most important thing to come out of this visit would be the U.S. commitment to strengthening the Saudi armed forces, as well as the Saudi reassurance on allowing the United States to continue to use facilities at the Dhahran Airfield.

1962: President John F. Kennedy meets King Saud bin Abdulaziz

After a surgery in 1962, the Saudi king decided spend his time at his 18-room oceanfront mansion in Palm Beach. President John F. Kennedy flew down to Florida to visit the king and wish him a speedy recovery. Among other things, Kennedy is said to have discussed proposals for reform in Saudi Arabia, including the abolition of slavery.

1966: President Lyndon B. Johnson meets King Faisal bin Abdulaziz

King Faisal bin Abdulaziz, who issued a decree for the abolition of slavery after discussions with Kennedy, visited Washington in 1966. “We are living in a world of change, but we, like you, favor change by peaceful methods,”President Lyndon B. Johnson said as he welcomed the king at the White House.

1971: President Richard Nixon meets King Faisal bin Abdulaziz

King Faisal visited Washington a second time during his reign, this time to meet President Richard Nixon. The meeting took place as tensions were simmering in the Middle East following Israel’s decision to fortify its positions in the Suez Canal.

1974: President Nixon meets King Faisal

Perhaps no other U.S. president made the importance of the nation’s relationship with Saudi Arabia more blatantly obvious than did Nixon when he visited the kingdom in 1974. King Faisal, unhappy with Western support for Israel during the 1973 Arab-Israeli war, had decided to withdraw Saudi oil from the world markets, which raised the price of oil drastically. The king made his views clear as he said during his remarks that a real and lasting peace in the Middle East would never be possible unless Jerusalem is liberated and returned to Arab sovereignty.

Nixon stressed the importance of diplomacy and said that while the United States will most treasure the wisdom it gained during the visit, “We, of course, will need the oil to carry us to our next stop.”

1978: President Jimmy Carter meets King Khalid bin Abdulaziz

King Khalid bin Abdulaziz, who had a history of heart attack, visited the United States for bypass surgery at the Cleveland Clinic in 1978. Afterward, President Jimmy Carter invited the king for lunch at the White House. During the visit Carter explained the status and details of the Camp David accords to the king.

1985: President Ronald Reagan meets King Fahd bin Abdulaziz

Four years after meeting Fahd bin Abdulaziz in Mexico while he was still the crown prince, President Ronald Reagan invited King Fahd to Washington. During the visit, Reagan urged the king to use the kingdom’s influence to bring about direct negotiation between the Arabs and the Israelis. The king, in addition to discussing politics, talked with Reagan about the rise of soccer in the kingdom and about his princes who were studying in the United States.

1990: President George H.W. Bush meets King Fahd bin Abdulaziz

In August 1990, after seeing the Iraqi aggression against Kuwait as an imminent danger to his kingdom, King Fahd gave the United States the go-ahead to deploy its troops inside Saudi Arabia. By the time President George H.W. Bush met with King Fahd in Jeddah in November, there were 230,000 U.S. troops inside the country. After the brief meeting, the king said that he and Bush had agreed that the American forces would leave immediately once the crisis was resolved or at the request of the Saudi government.

1994: President Bill Clinton meets King Fahd bin Abdulaziz

Months after announcing that Saudi Arabia would spend $6 billion to replace its fleet of commercial jets with American planes, President Bill Clinton traveled to Riyadh to meet with King Fahd. Clinton asked the Saudi king to award a lucrative contract to AT&T, as the kingdom planned to modernize its aging telecommunications system. AT&T was soon awarded the $4 billion contract.

(Note: In 1998, after King Fahd had a stroke, Prince Abdullah bin Abdulaziz, who was next in line to the throne and had assumed all duties of the king, visited Washington to meet with Clinton.)

2008: President George W. Bush meets King Abdullah bin Abdulaziz

President George W. Bush had met with King Abdullah bin Abdulaziz twice while he was still the crown prince and assuming the duties of King Fahd. He had traveled to Texas in 2002 and 2005. Bush’s relationship with the Saudi king became the subject of debate and discussion throughout his presidency. During his trip to Riyadh in 2008, Bush launched a rare round of personal diplomacy, all in an effort to garner support for U.S. objectives in the Middle East. Bush also said he would personally ask the king to consider dropping the price of oil.

2009: President Obama meets King Abdullah bin Abdulaziz

President Obama visited Saudi Arabia — calling it “the place where Islam began” — as he embarked on a tour of the Middle East in 2009, aiming to bridge the gap between America and the Islamic world. The two men met at the king’s farm in Jenadriyah, where they discussed the Israeli-Palestinian conflict and the ongoing tensions with Iran surrounding its nuclear program.

2015: President Obama meets King Salman bin Abdulaziz

President Obama arrived in Riyadh on Tuesday to meet with the new king, Salman bin Abdulaziz, and offer condolences to late King Abdullah’s family. The visit also comes as the kingdom itself is grappling with the rise of the Islamic State in neighboring Iraq and the collapse of the government in neighboring Yemen. Obama is also expected to raise the issue of human rights, which has made recent headlines after the sentencing of a blogger in Saudi Arabia to 10 years and 1,000 lashes.

In: washingtonpost

How an Outsider President Killed a Party

The Whigs chose power over principles when they nominated Zachary Taylor in 1848. The party never recovered.

By Gil Troy – June 02, 2016

It was summer, and a major U.S. political party had just chosen an inexperienced, unqualified, loutish, wealthy outsider with ambiguous party loyalties to be its presidential nominee. Some party luminaries thought he would help them win the general election. But many of the faithful were furious and mystified: How could their party compromise its ideals to such a degree?

Sound like 2016? This happened a century and a half ago.

Many have called Donald Trump’s unexpected takeover of a major political party unprecedented; but it’s not. A similar scenario unfolded in 1848, when General Zachary Taylor, a roughhewn career soldier who had never even voted in a presidential election, conquered the Whig Party.

A look back at what happened that year is eye-opening—and offers warnings for those on both sides of the aisle. Democrats quick to dismiss Trump should beware: Taylor parlayed his outsider appeal to defeat Lewis Cass, an experienced former Cabinet secretary and senator. But Republicans should beware, too: Taylor is often ranked as one of the worst presidents in U.S. history—and, more seriously, the Whig Party never recovered from his victory. In fact, just a few years after Taylor was elected under the Whig banner, the party dissolved—undermined by the divisions that caused Taylor’s nomination in the first place, and also by the loss of faith that followed it.

***

Zachary_Taylor

Born in 1784 into a prominent Southern slaveholding family, Taylor was commissioned as an army officer at age 23. He first distinguished himself as a captain in the War of 1812 and gained even greater fame in the Second Seminole War, for which he earned the nickname “Old Rough and Ready” by bravely crossing a treacherous swamp with his men during the Battle of Okeechobee. The moniker suited this stocky, stern, undisciplined slob, who shared his men’s battlefield hardships and rarely dressed in military finery. With his signature straw hat, “he looks more like an old farmer going to market with eggs to sell,” one officer muttered.

It wasn’t until the Mexican-American War that Taylor, by then a major general, became a beloved national hero. Just days before Congress officially declared war on Mexico in May 1846, Taylor led U.S. troops to two victories over much larger Mexican forces at Palo Alto and Resaca de la Palma. And in February 1847, Taylor’s force defeated Mexican troops despite being outnumbered 3 or 4 to 1 at the Battle of Buena Vista. After the victory, Taylor was toasted from Maine to Georgia. Americans sang, “Zachary Taylor was a brave old feller, Brigadier General, A, Number One/ He fought twenty thousand Mexicanoes;/ Four thousand he killed, the rest they ‘cut and run.’”

Members of both major political parties at the time—the Democrats and the Whigs—started holding public celebrations lauding Taylor with elaborate toasts to George Washington, the republic and their new hero. They often culminated with formal resolutions amid loud “huzzahs” endorsing Taylor’s nomination for president in 1848. As the booze-fueled, red, white and blue political excitement grew, one Kentuckian exclaimed, shortly after Taylor’s Buena Vista victory, “I tell ye, General Taylor is going to be elected by spontaneous combustion.”

As an active soldier, Taylor demurred at first. All his life, Taylor had proudly refused to enroll in a political party, boasting that he never voted. As late as 1846, Taylor insisted the idea of becoming president “never entered my head … nor is it likely to enter the head of any sane person.” His wife was ill and he felt unqualified. And he preferred to tend to his vast landholdings and slaveholdings in Kentucky, Louisiana and Mississippi—an inherited fortune augmented thanks to goodies showered on him after his war victories that made him one of the wealthiest Americans of his day.

Eventually, however, the political fervor swept up Taylor, too. In various letters that were quickly (and intentionally) publicized by the recipients, Taylor began explaining how “a sense of duty to the country” forced him to overcome his “repugnance” and permit people to advance his name. He might defer to the “spontaneous move of the people” but “without pledges” to stay true to any specific platform plank. He would only accept a nomination to be “president of the nation and not of a party.” A genuine nationalist who recognized how much Americans disliked professional politicians, Taylor placed himself above the “trading politicians … on both sides.”

Despite all this talk of staying away from one party or another, Taylor began inching toward the Whig Party, and the Whigs inched closer to him. At first glance, a general seemed to be a strange choice for the Whigs. Founded in the 1830s as a strained coalition of Southern states’ rights conservatives and Northern industrialists united mostly by disgust at Andrew Jackson’s expansion of presidential power, the Whig Party considered the war a disastrous result of presidential overreach. In fact, the popular backlash they stirred against Democratic President James K. Polk was so great that the Whigs seized control of Congress during the 1846 midterm election. But once America’s victory over Mexico triggered such enthusiasm, some Whigs calculated that running an extremely popular war hero like Taylor would prove to voters that the Whigs were patriotic, despite their anti-war stance.

Taylor also appealed to the Whigs’ founding fear of presidential power. In the letters he wrote, he invoked Whig doctrine, justifying a passive president who deferred to the people and the Congress.

And then, there was the slavery issue: Taylor’s ambiguous status as a slaveholder who dodged questions about the escalating slavery debate seemed to be a clever choice for a party increasingly divided over the South’s mass enslavement of blacks. The territory the U.S. acquired during the Mexican-American War only escalated the feud, sparking a major political debate over whether slavery would be allowed in the new territories. Both parties (each awkwardly uniting Northerners who disliked slavery with Southern slaveholders) had reason to seek safe candidates that year.

Still, many Whig loyalists mistrusted Taylor. He was crude, nonpartisan, unpresidential. Ohio Senator Thomas Corwin wondered how “sleeping 40 years in the woods and cultivating moss on the calves of his legs” qualified Taylor for the presidency. The great senator and former Secretary of State Daniel Webster called Taylor “an illiterate frontier colonel who hasn’t voted for 40 years.” Webster was so contemptuous he refused backroom deals to become Taylor’s running mate (unknowingly missing a chance to become president when Taylor died during his first term). Indeed, the biographer Holman Hamilton would pronounce Taylor “one of the strangest presidential candidates in all our annals … the first serious White House contender in history without the slightest experience in any sort of civil government.”

By the spring of 1848, now hungering for the nomination, Taylor tried mollifying these partisans. He professed his party loyalty in a ghostwritten letter that his brother-in-law John Allison knew to leak to the public. Still wary of making “pledges,” and boasting of his ignorance of political “details,” Taylor declared, “I am a Whig, but not an ultra Whig” in his first “Allison Letter” of April 22, 1848.

Taylor’s dithering annoyed the legendary ultra-Whig Henry Clay, who had lost a heartbreaking contest in 1844 to Polk and expected the 1848 nomination. “I wish I could slay a Mexican,” Clay grumbled, mocking celebrity soldiers not Hispanics. “The Whig party has been overthrown by a mere personal party,” he complained in June, vowing not to campaign if the party nominated this outsider. “Can I say that in [Taylor’s] hands Whig measures will be safe and secure, when he refused to pledge himself to their support?”

With Polk respecting his promise to serve only one term, at their convention in May the divided Democrats settled on General Lewis Cass, a former congressman, secretary of war and senator. The lumbering Michigander was considered a “doughface,” too malleable, a Northern man with Southern principles. His support for “popular sovereignty,” letting each new territory decide for itself on whether it would permit slavery, pleased the Democratic Party’s pro-slavery majority but infuriated abolitionists.

That June, during their convention at the Chinese Museum Building in Philadelphia the Whigs were torn over Taylor. On the first ballot, Taylor won 76 percent of the Southern vote, but 85 percent of the Northern delegates opposed him. A rival Mexican War hero, the Virginia-born General Winfield Scott, appealed to antislavery Whigs who hated Clay and Taylor because they were both slaveholders. On the fourth ballot, Taylor secured the nomination, beating Clay, Scott and Webster.

Taylor claimed he won on his own nonpartisan terms, without any promises. This victory signaled “confidence in my honesty, truthfulness and integrity never surpassed and rarely equaled [since George Washington],” Taylor boasted, 98 years before the originator of Trump-speak was born.

But the sectional animosity this outsider stirred was discouraging, especially since he was supposed to be capable of uniting the party and the nation. In the end, 62 percent of Taylor’s votes still came from Southern Whigs, who calculated that Taylor’s nomination would kill the abolitionist movement: “The political advantages which have been secured by Taylor’s nomination, are impossible to overestimate,” cheered one Southerner.

The nomination left many other Whigs dissatisfied. Even though the convention nominated the loyalist Millard Fillmore as vice president, many lamented that Taylor’s popularity had trumped party loyalty and principles. The party had not even drafted a platform for this undefined, unqualified leader. Horace Greeley of the New York Tribune pronounced the convention “a slaughterhouse of Whig principles.” The Jonesborough Whig did not know “which most to dispise, thevanity and insolence of Gen. Taylor, or the creeping servility of the Whig Convention that nominated him.

Resisting pressure to run as an independent, but refusing to stump for Taylor, Henry Clay exclaimed, “I fear that the Whig party is dissolved and that no longer are there Whig principles to excite zeal and simulate exertion.” A New York Whig, claiming the convention “committed the double crime of suicide and paricide,” mourned, “The Whig party as such is dead. The very name will be abandoned, should Taylor be elected, for ‘the Taylor party.’”

And the party did indeed begin to dissolve. Almost immediately after the nomination, the self-proclaimed “Conscience Whigs” (anti-slavery Whigs) bolted, refusing to support a slaveholding candidate. Joining various other anti-slavery factions, including those that defected from the Democratic Party, the rebels formed The Free Soil Party and nominated former President Martin Van Buren.

Heading into the general election campaign, things didn’t look so good for Taylor. He started writing more and more letters crowing about his independence, disdaining party discipline, even saying he would have accepted the Democratic Party’s nomination too in his quest to be “president of the whole people.” His vanity and recklessness further dampened Whig enthusiasm.

But Fillmore’s desperate pleas to mollify alienated Whigs compelled Taylor to release a “Second Allison Letter” on September 4. In this missive, Taylor insisted he was following “good Whig doctrine” by saying “I would not be a partisan president and hence should not be a party candidate.” Taylor again hid behind his Army service, saying a soldier had to be nonpartisan, but also insisting everyone knew of his Whig inclinations. The letter “is precisely what we wanted,” Fillmore rejoiced. More important than Taylor’s words, the timing gave some Whigs an excuse to declare themselves satisfied. Even the New York Tribune’s Greeley eventually endorsed Taylor.

Meanwhile, in critical states like Ohio, Whig bosses and officeholders stressed “state matters” to stir local loyalties. And when it came to the divisive slavery issue, what the Democrats called the Whigs’ “two-faced” campaign worked: The Whigs in the South insisted that no slaveholder would abandon slavery, as Northern Whigs whispered that the passive Taylor would never veto a bill banning slavery in the new territories if it passed.

Blessed by an even more unpopular Democratic opponent whose party suffered more from the antislavery defections than the Whigs did, Taylor won—barely. He attracted only 47 percent of the popular vote, merely 60,000 more popular votes than Clay had in 1844, despite a population increase of 2 million. Turnout dropped from 78.9 percent in 1844 to 72.7 percent in 1848, reflecting public disgust with both candidates. Cass won 43 percent of the vote, and Van Buren won 10 percent. Taylor’s Electoral College margin of 36 was the slimmest in more than two decades. As hacks said the results “vindicated the wisdom of General Taylor’s nomination,” purists mourned the triumph of Taylor but not “our principles.” Greeley said losing in 1844 with a statesman like Clay strengthened Whig convictions: The 1848 election “demoralized” Whigs and undermined “the masses’” faith in the party. Greeley mourned this Pyrrhic victory: Whigs were “at once triumphant and undone.”

Greeley turned out to be right. Taylor was the last Whig president. His nomination had attempted to paper over the sectional tensions that would kill the party, but ultimately exacerbated them. Running a war hero mocked the Whig’s anti-war stand just as running a slaveholder failed to calm the divisive slavery issue. And, as a nonpartisan outsider, Taylor proved particularly unsuited to manage these internal party battles once elected.

Most dispiriting, Taylor, who made no pledges and had no principles, gave rank-and-file Whig voters nothing to champion, while alienating many of the most committed loyalists. In The Rise and Fall of the American Whig Party, the historian Michael Holt notes that Taylor’s victory triggered an “internal struggle for the soul of the Whig party”: was it more committed to seizing power or upholding principle? Underlying that debate was also a deeper question, still pressing today, about the role of fame, popularity, celebrity, in presidential campaigning—and American political leadership.

Unfortunately for the wobbling Whigs, Southerners then felt betrayed when Taylor took a nationalist approach brokering what became the Compromise of 1850. As a result, Holt writes, “Within a year of Taylor’s victory, hopes raised by Whigs’ performance in 1848 would be dashed. Within four years, they would be routed by” the Democrats. “Within eight, the Whig party would totally disappear as a functioning political organization.”

Neither destiny nor sorcery, history offers warning signs to avoid and points of light for inspiration. America’s modern two-party system is remarkably resilient. Republicans have recently enjoyed a surge in gubernatorial, congressional and state legislative wins. Still, Trump and the Republicans might want to study 1848 to see the damage even a winning insurgent can both signal and cause. And many Republicans might want to consider what is worse: the institutional problems mass defections by “Conscience Republicans” could bring about—or the moral ruin that could come from the ones who stay behind, choosing to pursue party power over principles.

Gil Troy is Professor of History at McGill University and the author of eleven books, including, most recently, The Age of Clinton: America in the 1990s. Earlier books include See How They Ran: The Changing Role of Presidential Candidates and the updated classic, History of American Presidential Elections. Follow Gil on Twitter @GilTroy.

In: politico.com

Ver:

“La ejecución de Saddam no resolverá los problemas”

Fecha 31.12.2006
Autor DW-WORLD / pk

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Sunitas y chiítas: ¿Qué es lo que los separa?

Superioridad numérica en el mundo musulmán. Sunitas: 87% de los musulmanes. Chiítas: 13% de los musulmanes.

Mientras que muchos gobiernos criticaron la ejecución de Saddam Hussein, los diarios dominicales opinan que no tendrá consecuencias sobre los enfrentamientos que destrozan a Irak.

No puede haber excepciones

Le Monde, París: “Si se defiende el principio de rechazar la pena de muerte, como es el caso en toda la Unión Europea, no puede haber excepciones. Tener en cuenta circunstancias excepcionales sería socavar el propio principio. El presidente francés, Jacques Chirac, lo ha comprendido y, en vista de una opinión pública que aún se siente atraída por la ley de la venganza, quiere fijar en la Constitución la abolición de la pena de muerte. George W. Bush no sabe por qué debe dejar a sus 140.000 soldados en Irak ni cómo sacarlos de allí. Bush saludó la ejecución de Saddam Hussein como “una importante etapa en la senda hacia la democracia”. Ésa es su concepción de la democracia, pero no la nuestra.

Amenaza terminar abruptamente con el análisis del pasado

NZZ am Sonntag, de Zúrich: “La muerte de Saddam luego de la conclusión de sólo uno de por lo menos una docena de juicios por crímenes de lesa humanidad amenaza con terminar abruptamente con el análisis del pasado. En un esmerado esclarecimiento del pasado no tienen interés ni los EE. UU. ni los chiíes, que hoy dominan la política en Irak. (…) Que con la muerte del déspota pasan a ser superfluos los juicios preparados contra él será asumido por muchas víctimas como un segundo castigo. Cuando el Estado no está en condiciones de permitir a sus ciudadanos hacer constar en actas sus sufrimientos y no llama a los responsables a responder por sus hechos, ese Estado ha perdido. Las imágenes de los sangrientos atentados desplazan ya hoy el recuerdo de los horrores del régimen de Saddam Hussein. Ahora, Saddam es historia. Su herencia destructora aún no.

Una gritería excesiva

Berliner Morgenpost, Berlín: “La gritería con que políticos de la Unión Europea, el Vaticano y defensores de los derechos humanos han salido a la palestra por el genocida Sadam es excesiva. Irak es sólo uno de 68 países en los que se practica la pena de muerte. ¿Dónde estuvo el enfado internacional cuando Japón ejecutó a cuatro personas la semana pasada? Da la impresión como si con la crítica a la ejecución de Saddam más de un crítico de EE. UU. quisiera vestir con nuevas ropas su rechazo a la guerra de Irak. El tribunal se atuvo a los preceptos de la ONU y satisfizo con la ejecución del criminal las leyes iraquíes, como dijo el primer ministro, Al Maliki. Se puede estar contra esa ley y contra la pena de muerte, pero sin una excesiva compasión con Saddam Hussein.”

No tendrá consecuencias

The Observer, Londres: “La muerte de Saddam ni tendrá consecuencias para los diversos levantamientos que destrozan al país. Quienes participan en ellos no luchen en memoria del dictador depuesto, sino por su propio futuro. El presidente Bush calificó la ejecución de “hito en la senda hacia la democracia”, pero es difícil reconocer cómo ello puede ser posible sin que la Casa Blanca modifique radicalmente su estrategia en Irak. Cada vez queda más claro que Bush y sus asesores rechazan por completo las recomendaciones del grupo de análisis sobre Irak bajo la dirección de ex ministro de RR. EE. James Baker. Ello es lamentable.”

Conclusión espantosa de una historia

Corriere della Sera, Milán: “El ahorcamiento de Saddam Hussein cierra espantosamente una historia que esperábamos hubiera tenido otro fin. Espantosa como toda pena de muerte, pero también porque enlaza la trágica aventura de la guerra de Irak con este oscuro hecho que pesará sobre la conciencia de todos. (…) La muerte de Saddam Hussein sólo puede ser útil de una forma: si lleva en Occidente a un rechazo tal que la comunidad internacionales se convenza de que algo así no puede repetirse más. Nunca jamás. Bajo ninguna condición. Por nada del mundo”.

En: DW 

Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí: “El DÁESH Para el Islam es como el Ku Klux Klan para los cristianos de América”

Biografía: Adel al-Jubeir

  • Adel al-Jubeir es Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí desde el año 2015
  • Es el primer Ministro de Asuntos Exteriores que no pertenece a la familia real de Arabia Saudí
  • Estudió en diferentes países y habla correctamente árabe, inglés y alemán.
  • En 2011 sobrevivió a un intento de asesinato

La atrocidad en la guerra de Siria, la inestable situación en Turquía, el Yemen también en guerra… Oriente Medio está en un momento complicado. Para hablar acerca de lo que está ocurriendo en la región, estamos con el Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, Adel al-Jubeir.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Ministro, durante décadas la política exterior saudí se trató con mucha cautela. Ahora vemos que están llevando a cabo una postura mucho más valiente. Están interviniendo en el Yemen, tienen una posición clara con respecto a Irán, en Siria luchan contra el grupo Estado Islámico, Al Qaeda y el Presidente Bachar al-Assad. ¿Hay que acostumbrarse a ver esta nueva Arabia Saudí?”

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Vemos que existe un vacío, por eso hay que hacer algo. Vemos una falta de liderazgo y tiene que haberlo, así que trabajamos junto a nuestros aliados para parar esto y proteger nuestros intereses.

Tenemos una milicia radical que además se ha aliado con Irán e Hizbulá. Se está apoderando de el Yemen. Tienen misiles balísticos y fuerzas aéreas. Se convirtieron en una amenaza directa para el Reino de Arabia Saudí y el resto de países del Golfo.

Alguien tenía que hacer algo y por eso intervinimos.

Con respecto a Irán creímos que ya era suficiente. Llevaban 35 años agrediendo a Arabia Saudí y sus aliados, así que creímos que también teníamos que actuar, no íbamos a seguir tolerándolo.

En cuanto a Siria, nuestro objetivo es apoyar las facciones moderadas de la oposición y provocar un cambio en el sistema.”

Olaf Bruns, periodista de Euronews, pregunta:
“Cuando usted habla de “vacío”, ¿cree que la presencia de Estados Unidos ahora es más débil en la región?”

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“No necesariamente. Hemos visto como los hutíes se fueron apoderando de el Yemen muy lentamente en los últimos 7,8,9 años. Y nadie se enfrentó a ellos así que tuvimos que hacerlo nosotros. También vimos como atacaban a inocentes en Siria durante años y nadie hizo nada , por eso también tuvimos que actuar”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“La tentativa de golpe de Estado en Turquía ha traído más inestabilidad a la región. ¿Cómo evalúa el papel de Turquía con respecto a la política exterior después del golpe?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“El desafortunado incidente, el fallido golpe en Turquía, no creo que tenga ni un impacto duradero, ni en el bienestar de Turquía”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Sin embargo, los países occidentales están preocupados porque creen que Turquía puede volverse un país demasiado autoritario. El secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, incluso dio a entender que la permanencia de la OTAN en Turquía podría estar en peligro. ¿Tiene miedo de que esto debilite la lucha contra el autodenominado Estado Islámico?”

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“No lo creo. Turquía es una democracia y se hará lo que el pueblo turco quiera. Turquía tienen que tomar las acciones necesarias para garantizar la seguridad. Nadie cuestiona a Estados Unidos cuando envían a miles de personas a Guantánamo en Cuba, nadie”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Usted ha dicho más de una vez que está seguro de que el presidente Bachar al-Asad se va a ir. ¿Lo sigue pensando incluso viendo la debilidad de algunos actores regionales y lo que pasa en el campo de batalla?. Alepo está a punto de caer en manos del ejército sirio.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Al final habrá una nueva Siria sin Bachar al-Asad. Es cuestión de tiempo. Se puede llevar a cabo a través de un proceso político de forma rápida o más despacio, con una intervención militar, que costará más tiempo, habrá más destrucción, muerte y costará más dinero”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Ahora el proceso político parece estar atascado por lo que podrían continuar utilizando las armas.¿Qué camino ve como el más realista?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Nosotros apoyamos la oposición moderada siria militarmente. Si hay un proceso político, perfecto, sino apoyaremos el proceso militar”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“¿Hasta donde van a seguir apoyándoles en términos de ayuda militar?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Hay un grupo de países que ofrecen ayuda militar a la oposición. Nosotros sabemos a que grupos, cuando y como les damos apoyo. Les ofrecemos cada vez más un buen equipamiento así que van a poder con Bachar al-Asad”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
¿Debería Arabia Saudí enviar soldados al país?

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Estamos preparados para enviar fuerzas especiales a Siria dentro del marco de las operaciones de la coalición para luchar contra el Dáesh”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Usted habla del llamado Estado Islámico, en lugar de utilizar el acrónimo árabe Dáesh, supongo que no es una coincidencia, ¿Qués es el Dáesh para usted? ,¿Es islámico?, ?¿es un estado?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Ni es islámico ni es un estado. Son un grupo de criminales, psicópatas y perversos. El Dáesh para el islam es como el Ku Klux Klan para los cristianos de América. Nada que ver con ellos. Son un caso aparte. Cada religión tiene a sus fanáticos pero no reflejan la religión a la que pertenecen. Y el Dáesh, cree que forma parte de la creencia y no. Es intolerable”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Si es un grupo de psicópatas ¿cómo pueden seguir existiendo y teniendo un área geográfica durante tanto tiempo y por qué siguen siendo un problema incluso para los militares?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Existen muchos ejemplos en la historia de psicópatas que hacen cosas indescriptibles. Adolf Hitler era por ejemplo un psicópata”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Se ha llegado a un acuerdo nuclear con Irán. Arabia Saudí fue muy escéptico hace casi un año ¿Cómo ve la situación ahora?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Ya hemos dicho que todo acuerdo que evite que Irán obtenga armas nucleares, que haya sólidos mecanismos de inspección y que haya cláusulas que permitan restablecer las sanciones si Irán viola los términos acorados. De esta manera si aceptaríamos el acuerdo.

Lo que nos preocupó y nos preocupa son los fondos a los que Irán tendría acceso. Lo que veo es que Irán continúa con las acciones hostiles apoyando a Hizbulá en el Líbano, en Siria, en Irak e intentando dar armas a los hutíes. Por eso seguimos preguntándonos si Irán ha cambiado de actitud porque no lo vemos”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“Si ustedes tienen grandes sospechas de que Irán no se va adherir a los términos que se acordaron, ¿Arabia Saudí podría adquirir armas nucleares?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“Arabia Saudí va a hacer lo necesario para proteger a su pueblo y su país. Como lo vamos a hacer o como lo hacemos es algo que no voy a decir. Y menos en la televisión”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“¿Cómo son las relaciones entre Israel y Arabia Saudí después del acuerdo nuclear?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“No tenemos relaciones con Israel”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“¿No hay contacto ni extraoficialmente?

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“No”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews pregunta:
“A menudo se acusa a Arabia Saudí de ser responsable de manera implícita de terrorismo islámico. El argumento es que Arabia Saudí financia mezquitas por todo el mundo, instruye imanes y esos imanes propagan una versión muy conservadora del islam, ¿cuál es el caldo de cultivo de los terroristas?, ¿Qué responde a esto?”.

Adel al-Jubeir, Ministro de Asuntos Exteriores de Arabia Saudí, contesta:
“¿Por qué vamos a apoyar ideas que nos están matando? Nosotros también somos el objetivo de los extremistas. Ellos quieren acceder a la Meca y a la Medina y por ello también hemos sufrido ataques, los hemos padecido. Porque hemos perdido personal de seguridad que intentaban defender a inocentes. Nosotros también luchamos para eliminar el terrorismo en la región y en el mundo.

Y aquellos que dicen que los saudíes financian el extremismo o su ideología… es absurdo.

Luchamos contra los hombres, el dinero y el modo de pensar que está detrás de todo esto. No vamos a tolerar el extremismo. Si existe un problema en una ciudad tienen que solucionarlo pero no culpar a otros. Lo que pasa en un país es culpa de los que gobiernan el país”.

Olaf Bruns, periodista de Euronews despide al invitado:
“Ministro muchas gracias por haber hablado con nosotros”.

Fuente y video original en: euronews.com

7 razones que explican la rivalidad entre Arabia Saudita e Irán

En medio de las tensiones por la ejecución de un prominente clérigo chiita, Arabia Saudita rompió sus relaciones diplomáticas con Irán.

El anuncio de Arabia llegó después de que Irán hubiera amenazado a este país con una “venganza divina” y de que unos manifestantes enfurecidos atacaran la embajada saudita en Teherán.

Esta disputa es solo el último ejemplo de las malas relaciones entre estas dos potencias musulmanas, que se encuentran en lados opuestos de varios de los conflictos que afectan a su región.

¿Por qué hay tanta rivalidad entre ellas? BBC Mundo identifica siete razones detrás de la animadversión.

1. Religión

Probablemente el factor más significativo detrás de la rivalidad entre Irán y Arabia Saudita es que ambos países se ven a sí mismos como los adalides de dos diferentes versiones del islam.

Pintura de la batala de Karbala

La batalla de Karbala –en la que perdió la vida Hussein, el último nieto de Mahoma– es considerada por muchos como el momento de la división entre sunitas y chiitas, en el siglo VII de nuestra era.

Efectivamente, el islam está dividido en dos grandes ramas: sunitas y chiitas. La fragmentación se produjo luego de la muerte del profeta Mahoma y la consiguiente pugna por el derecho a liderar a los musulmanes.

En el territorio saudita se encuentran dos de los sitios más sagrados del islam, La Meca y Medina, lo que les permite reivindicar cierto liderazgo entre los sunitas, la corriente mayoritaria y más conservadora del islam.

Irán alberga la mayor población de chiitas y, desde la revolución de 1979, es también el líder indiscutible de esa comunidad a nivel mundial.

2. Geopolítica

Irán y Arabia Saudita son los países más influyentes de la región y tienen las fuerzas armadas más poderosas.

Los dos compiten por influir en sus vecinos y hay grandes sospechas de que Irán pueda influir en la minoría chiita de Arabia Saudita, así como en las comunidades chiitas de Bahréin, Irak, Siria y Líbano.

El programa nuclear de Irán y la posibilidad de que un día cree armas nucleares también alarma a sus vecinos, en particular a Riad.

3. Ideología política

Arabia Saudita está gobernada por una monarquía que practica un islam conservador.

En cambio, Irán practica una variante más revolucionaria de la fe musulmana y el líder de la revolución iraní de 1979, el ayatolá Jomeini, consideraba que la monarquía en sí misma no era islámica.

Ayatolá Jomeini

Image copyright AP. Las relaciones entre Arabia Saudita e Irán empeoraron luego de la revolución islámica de 1979, liderada por el ayatolá Jomeini .

La agenda islámica chiita radical lanzada en la revolución de 1979 fue percibida como una provocación a los regímenes sunitas, particularmente en los países del golfo Pérsico, y hay profundas sospechas en el mundo árabe de que Irán quiera exportar su revolución a los países vecinos.

Irán ha dado un fuerte apoyo a la causa palestina contra Israel y ha acusado a los estados sunitas, como Arabia Saudita, de ignorar los problemas palestinos y de representar los intereses occidentales.

Históricamente, Arabia Saudita ha tenido relaciones cercanas con los países de Occidente, que la proveen con miles de millones de dólares en armas.

Desde 1979, las relaciones de Irán con Occidente han sido extremadamente tensas y Occidente ha impuesto años de sanciones económicas a Irán por la supuesta carrera de Teherán por tener armas nucleares.

4. Siria

Irán, como Rusia, es un gran aliado del presidente de Siria, Bashar al Asad.

Image copyright AFP. Unos militares iraníes llevan retratos del brigadier general iraní Hossein Hamedani, asesinado en el conflicto de Siria.

Se piensa que el apoyo militar de Irán y sus aliados libaneses de Hizbolá ha sido crucial para mantener a Al Asad en el poder.

Arabia Saudita es un patrocinador clave y financista de los grupos rebeldes sunitas, opuestos al gobierno de Al Asad.

El gobierno de Riad dio una conferencia llamada a unificar a los distintos grupos rebeldes opuestos a este régimen.

5. Irak

Arabia Saudita y los otros países del Golfo apoyaron a Sadam Husein durante la guerra entre Irán e Irak entre 1980 y 1988, y sufrieron ataques de Irán en su flota marina.

Las relaciones diplomáticas de Irán y Arabia Saudita fueron suspendidas por tres años después de la guerra.

Combatiente chiita

Desde la caída de Sadam Husein, la minoría chiita se ha vuelto cada vez más poderosa.

Desde la caída de Sadam Husein, la mayoría chiita en Irak ha dirigido el gobierno del país y ha mantenido relaciones muy cercanas con Teherán.

Esto ha extendido la influencia iraní hasta las mismas fronteras de Arabia Saudita y ha creado la llamada “media luna chiita”, que une a Irán, Irak, Siria y Líbano.

Bagdad ha acusado a Arabia Saudita de apoyar a los grupos sunitas radicales y de fomentar la violencia sectaria en Irak.

6. Yemen

Arabia Saudita comparte la península Arábiga con Yemen, país en el que vive una significativa minoría chiita, los hutíes.

Los hutíes se rebelaron y tomaron partes de Yemen, incluyendo la capital Saná, y en 2015 obligaron a exiliarse al gobierno que contaba con el apoyo de Arabia Saudita.

Los países árabes del Golfo han acusado a Irán de apoyar financiera y militarmente a los hutíes, aunque Irán lo ha negado.

La injerencia de Irán en el “patio trasero” saudita en un gran motivo de preocupación en Riad y una coalición liderada por Arabia Saudita ha venido combatiendo a los rebeldes.

7. Petróleo

El petróleo es importante para ambos países –Arabia Saudita es el mayor productor y exportador del mundo– pero tienen diferentes puntos de vista sobre cuánto debe producirse y a qué precio debe venderse.

Instalación petrolera en Arabia Saudita

Image captionArabia Saudita es el mayor productor y exportador de petróleo del mundo.

Arabia Saudita es un país relativamente rico y tiene una población más pequeña que la de Irán.

En este sentido, Arabia ha dicho que a corto plazo puede tolerar los precios bajos del petróleo.

Irán soporta una mayor presión por recibir ingresos y preferiría un mayor precio por barril.

Habiendo sido excluidos del mercado mundial de petróleo por años debido a las sanciones, un mejor precio daría un gran alivio a la complicada economía iraní.

Pero los analistas estiman que se están produciendo entre 0,5 y 2 millones de barriles de petróleo más de los que se necesitan.

Irán necesitaría que los países corten su producción para que los precios suban, pero Arabia Saudita no estaría dispuesta a hacer esto.

En: BBC 

La maldición del Sha de Persia

Alireza (segundo, izq.) junto a sus hermanos. | farahpahlavi.org

Alireza (segundo, izq.) junto a sus hermanos. | farahpahlavi.org

  • Su primera boda fue con Fawzia de Egipto, conocida como ‘la Venus de Asia’
  • El Sha repudió a su segunda esposa por estéril
  • Murió un año después de exiliarse de Irán, a consecuencia de un cáncer
  • Su hija pequeña fue hallada muerta en un hotel por una sobredosis
  • Ali Reza, el menor de los varones, se suicidó el pasado martes en Boston

La historia de la familia Reza Pahlevi podría titularse ‘lujo y lágrimas’. Los lujos de quien fue el último emperador de Irán, Mohammad Reza Pahlevi, las lágrimas de un hombre que tuvo que salir de su país en enero de 1979 tras el triunfo de la Revolución Islámica.

El lujo de quienes tenían importantes negocios en el extranjero, contactos al más alto nivel de EEUU y una relación inmejorable con la mayoría de las casas reales europeas. Las lágrimas de quienes arrastraron su casa por varios países como Marruecos, Bahamas, México, Estados Unidos, Panamá y finalmente Egipto, donde se instalaron durante un tiempo.

El lujo de quienes disponían de millones de dólares en bancos suizos que, según denunciaron en su momento, fueron desviados de los recursos iraníes. Las lágrimas de quienes tuvieron que enterrar al cabeza de familia, un año después del exilio, tras una larga y penosa enfermedad.

La reina Fawzia de Egipto.

La reina Fawzia de Egipto.

Mohammad Reza Pahlevi murió de cáncer el 27 de julio de 1980 en El Cairo. No sería el primero de la saga que sufriría un dramático final pese alos esfuerzos de su esposa, Farah Diba, por mantenerse fuerte y conservar a la familia unida.

Sin embargo, la maldición del último Sha de Persia pudo empezar años antes. Mohammad se casó tres veces. La primera boda fue con la princesa Fawzia de Egipto, una de las mujeres más guapas del momento (la revista ‘Life’ la llamó la ‘Venus de Asia’) y con la que tuvo una hija.

Se trató de un matrimonio de conveniencia que nunca satisfizo a Fawzia, acostumbrada a otro tipo de corte, mucho más europea que la iraní. De hecho, ni siquiera hablaba persa y se comunicaba con su marido en francés.

Soraya, 'la princesa de los ojos tristes'.

Soraya, ‘la princesa de los ojos tristes’.

Quizá por eso, nueve años después de desposarla, el sha de Persia se divorció y Fawzia volvió a Egipto. En 1951, Mohammad se casaba con Soraya Esfandiary, hija de un diplomático iraní y una alemana. El matrimonio no duró mucho porque Soraya era estéril y el pueblo de Irán, más bien el sha, quería un heredero.

La joven tenía 16 años cuando conoció a quien iba a cambiar su destino. El Sha de Persia, 32. Cuentan que la que iba a ser la nueva reina de Irán se enamoró al instante de Mohammed. Sin embargo, Soraya se ganaría el apodo de ‘la princesa de los ojos tristes’ porque siete años después era repudiada por su marido por estéril.

Esfandiary volvió a Europa con un profundo dolor en su alma y con una historia que contar que acabó convirtiéndose en unas exitosas memorias: ‘El Palacio de las Soledades’.

Farah Diba o la sonrisa del Sha

El Sha de Persia, junto a Farah Diba y tres de sus hijos, durante su coronación. | Afp

El Sha de Persia, junto a Farah Diba y tres de sus hijos, durante su coronación. | Afp

Era el turno para la tercera esposa, la elegantísima Farah Diba, que llegaba a palacio sólo un año después de la marcha de Soraya. Farah cumplió el deseo del sha: tener un heredero.

Su primer hijo, Reza Pahlevi nació en 1960, devolviendo la tranquilidad a la corte iraní y la sonrisa al Sha. Después de él, llegaron al mundo la princesa Farahnaz Pahlevi, en 1963; el príncipe Ali Reza Pahlevi, en 1966; y la pequeña princesa Leila, en 1970.

El triunfo de la Revolución Islámica terminó con la felicidad de la familia en Irán. El exilio, según han explicado diversos miembros de la realeza persa, acabó trastornando, sobre todo, a los más pequeños.

Leila y Alireza Pahlevi.

Leila y Alireza Pahlevi.

De hecho, después de la muerte del Sha de Persia, Farah trató de mantener el espíritu de su casta y los llevó a todos a EEUU, donde los hijos crecieron con la cabeza en una elite cultural y económica pero el corazón en la imagen de un país que se iba desvaneciendo, y alejando, cada día; para acabar asentándose en París, donde la emperatriz había estudiado de joven.

En su querido París, Farah recibió la noticia más dolorosa de su vida, hasta el pasado martes. El 10 de junio de 2001, su hija pequeña, su Leila,aparecía muerta en la habitación de un lujoso hotel de Londres por una sobredosis de somníferos.

La familia asegura que ninguno superó el exilio

Su madre, en un comunicado, aseguró que Leila estaba muy deprimida y que nunca superó ni el exilio ni la muerte de su padre, “con el que tenía una relación muy cercana”. Farah aseguró en aquél momento que su hija “nunca pudo superar la injusticia del exilio ni la situación en la que vivía Irán”.

No fue la única en sufrir esa presión. Diez años después de su entierro en París, el pasado martes 4 de enero, el cabeza de familia Reza Pahlevi anunciaba el suicidio de su hermano menor, Ali Reza, en su casa de Boston.

Su hermano aseguraba en el comunicado que “como millones de jóvenes iraníes, estaba profundamente dolido con todo lo que estaba ocurriendo en su país, además de la muerte de un padre y de una hermana”.

Otro capítulo más de la maldición del Sha con todos sus ingredientes: Ali Reza llevaba años luchando contra una depresión que le marcó su salida de Irán y murió sin poder pisar de nuevo su país y con la impotencia de superar un destino que creyeron injusto.

Farah Diba, en una de las entrevista que dio con motivo de la presentación de su libro ‘Memorias’, aseguró que fue peor perder a su hija que ver morir a su marido: “Fue muy injusto cómo trataron al Rey pero siempre he pensado que pudo vivir su destino. Pero en el caso de mi hija no. Su juventud fue destruida por la revolución“. Ahora ya tiene otro dolor más que unir a su lista.

En: elmundo.es

Irán y el Islam Chiíta

15 de junio de 2015 00:00 AM

Imagen en: http://yalibnan.com/2015/07/24/yemens-war-shifts-in-favor-of-saudi-arabia/

Imagen en: http://yalibnan.com/2015/07/24/yemens-war-shifts-in-favor-of-saudi-arabia/

Una ola de enfrentamientos entre seguidores del sunismo y el chiísmo azota actualmente al Medio Oriente. Las causas de esta confrontación son múltiples y complejas, pero en la revolución islámica que tuvo lugar en Irán en 1979 podemos encontrar atisbos de una explicación.

En enero de 1979, el Shah (monarca) de Irán es derrocado. Un consejo supremo religioso, presidido por el Ayat-Allah (ayatola) Jomeini, asume el poder. Con el consentimiento de Jomeini, el liderazgo religioso iraní va a elevar y promover los principios del chiísmo en el Medio Oriente, generando entusiasmo entre sus seguidores y tensión entre sus detractores.

Para ese momento los chiítas predominaban en Irán (89%) y constituían una mayoría de la población de Yemen, Bahrein e Irak. También existían importantes comunidades chiítas en la costa este de Arabia Saudita y el Líbano. Sin embargo, sólo en Irán gobernaban los chiítas. El temor de que esta nueva efervescencia del chiísmo pudiera cruzar las fronteras y fomentar rebeliones internas, alarmó al liderazgo político y religioso sunita de muchos países de la región, posiblemente desencadenando una fiebre de radicalización religiosa cuyos efectos se hacen sentir hoy día.

Durante siglos, las diferencias entre chiítas y sunitas habían quedado relegadas al plano interno de los Estados. Con la llegada del ayatola Jomeini al poder surgía la posibilidad de una confrontación más amplia. Para comprender mejor lo que estaba en juego debemos hacer un breve recuento histórico.

En el año 610, el profeta Mahoma funda el Islam. Para el momento de su muerte en 632, Mahoma había consolidado su poder sobre Arabia, y sus sucesores construirían un imperio que se expandiría desde el centro de Asia hasta España en menos de un siglo. Pero un debate sobre su sucesión dividiría la comunidad del Islam.

Mientras parte de los seguidores del Islam, quienes luego serían conocidos como sunitas, consideraban que el sucesor del profeta Mahoma debía ser elegido por la comunidad, otros argumentaban que el profeta había escogido a su hija Fátima y -en particular- a su yerno Alí (y sus descendientes) para sucederlo como líderes del Islam. Los seguidores de Alí pasarían a ser conocidos como chiítas. Esta es la esencia del gran cisma del Islam.

Los sunitas dominarían el mundo del Islam durante nueve siglos. Hasta que en el año 1501, Persia (actualmente Irán) se independiza del Imperio Islámico y adopta el chiísmo como credo oficial del Estado. No se trataba de cualquier país, Persia había sido un gran imperio entre el año 550 a.C. y la conquista islámica en 651 d.C. A pesar de que los chiítas representaban, para ese momento, apenas una minoría del pueblo persa, la declaración del chiísmo como religión oficial del Estado contribuyó a elevar y proyectar esta rama del Islam en toda la región.

Lo más importante a destacar es que hasta entonces, la división entre sunitas y chiítas había sido comunal u horizontal, no había estado acompañada por una segregación territorial. Pero con la secesión de Persia de la unidad islámica y su adopción del chiísmo como religión oficial del Estado, el cisma se iba a tornar territorial y pondría en curso una fragmentación definitiva de la casa del Islam (Majid Khadduri, 1988).

Persia va a erigirse en contraposición a los sultanes del imperio Turco-Otomano, quienes se habían convertido en herederos del imperio Islámico y portavoces del credo sunita. Se creaba así, por primera vez en la historia, una gran división territorial entre las dos grandes ramas del Islam (sunismo y chiísmo).

Durante dos siglos (XVI y XVII), persas y turco-otomanos, chiítas y sunitas, se enfrentarán sin cesar. Eventualmente, agotados por la guerra, ambos se verán obligados a someterse al orden de las naciones europeas y aceptar las reglas de juego del Tratado de Westfalia que relegaba las confrontaciones religiosas al plano interno. El Islam, ya sea chiíta o sunita, seguiría jugando un papel fundamental en la vida de los musulmanes e influiría en la conformación de los Estados independientes que surgieron en el Medio Oriente después de la I Guerra Mundial, pero al menos por un tiempo dejaría de ser una fuente de conflicto en la región. Sin embargo, la tensión sólo estaba latente.

En 1979, con la llegada del ayatola Jomeini al poder, la conflictividad entre chiítas y sunitas resurgiría. Jomeini le recordaba al mundo musulmán que hace casi 500 años, Persia (hoy día Irán) se había independizado del imperio Islámico y había adoptado el credo chiíta como religión oficial del Estado. Con la revolución islámica de 1979, Irán volvía a reafirmar su carácter chiíta y lo proyectaba sobre un Medio Oriente gobernado, casi en su totalidad, por sunitas. Parecía inevitable que el legado de la rivalidad ancestral entre sunitas y chiítas, se hiciese presente una vez más.

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@alfredotoro1

En: eluniversal

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