La prostitución en Cuba ya no es patrimonio de las ‘jineteras’. Desplazadas en el célebre Malecón de La Habana por los ‘pingueros’, los prostitutos gays. Alberto y Joel son ‘heteros’ pero se ofrecen por dinero a los turistas. Como ellos hay cientos.
En las noches de más afluencia en el Malecón rosa llegan a reunirse 400 prostitutos. Fotos: YUSNABY PÉREZ
YUSNABY PÉREZ – La Habana
La noche oscura en el Malecón habanero esconde secretos que rara vez son contados. Madrugada del sábado y apenas se ven jineteras; han sido desplazadas por hombres, chicos de todas las provincias de la isla que se mueven de aquí para allá entregados a una misma tarea. Es el gran mercado homosexual de La Habana. Una patrulla de policía pasa cada 20 minutos “controlándolo todo”. Pese a que la prostitución en Cuba es ilegal y está severamente penada, socialmente existe una gran tolerancia. Y es en esta esquina céntrica de la capital donde más está a la vista. Por eso lo llaman el Malecón Rosa.
En unos minutos me encuentro sentado en el muro rodeado de yumas -así se llama popularmente a los extranjeros en Cuba-, travestis y pingueros -prostitutos o chaperos-. Un gran mercado, también, de supervivencia. Joel y Alberto, a los que conozco al poco de llegar, me hacen de cicerone mientras beben un ron barato cubano. Son de Camagüey y llevan casi tres años viviendo en La Habana. Tienen 25 y 26 años y son bien parecidos, trigueños, visten bien y voltean muchas caras al caminar por el malecón. Ninguno es gay pero ambos se prostituyen con hombres.
-¿Qué por qué hago esto? -dice Joel. Por el dinero. No vas a encontrar ningún trabajo que pague así de bien. Yo, como mínimo, me echo 1.000 fulas (dólares) al mes.
-¿Dime tú qué mierda de trabajo del Estado te va a pagar eso? Ni un ministro gana eso. Lo que pasa es que tienes que saber cómo funciona la cosa, -añade Alberto. Nada de 20 pesos por palo, yo de 50 no bajo, y si tengo que pasar la noche entonces son 100.
-Claro, esto tiene su trabajo -interviene Joel. Vamos todos los días al gym, hay que tener un cuerpo rico para pedir buen dinero.
Me intereso por cómo compaginan su trabajo con ser heterosexual.
-Ningún problema, mi esposa lo sabe -responde Alberto. Al principio no le gustaba, pero cuando vio el dinero que entraba y cómo mejoró nuestra vida, entendió. Ya no tenemos que hacer las colas de la bodega, ni aguantar las pérdidas de tiempo del Partido, somos más felices. Antes lo de tener un bebe teníamos que pensarlo, porque había que contar hasta el último centavo. Ahora sé que puedo tener un niño y que llevará una buena vida. Esto no va a durar para siempre, pero cinco añitos más y tendré mis ahorros.
El Malecón habanero es un muro de ocho kilómetros que se extiende por la costa norte de la capital. Desde hace muchísimo tiempo, incluso desde antes de la llegada de Fidel Castro al poder (1959), era conocido como área de prostitución. La zona cercana al puerto de La Habana, donde llegaban los marines norteamericanos, era frecuentada por mujeres jóvenes a todas horas. La apertura del turismo en la crisis de los 90 vislumbró un incremento notable de la prostitución en Cuba, y comenzaron a ser mucho más visibles los hombres que ejercían esta profesión en esta zona del malecón.
Frente al muro hay una gasolinera. Algunos chicos acompañados por turistas compran allí bebidas para consumir sentados. El Malecón rosa está en medio del inmenso paseo marítimo justo en la desembocadura de La Rampa, a pocas calles del Habana Libre y a pocos metros del emblemático Hotel Nacional. La concentración de hombres se extiende desde aquí hasta La Fiat, otra cafetería a 300 metros.
Los cubanos Joel, Jorge y Alberto, en el Malecón rosa.
Al momento aprecio cómo funciona el mercado. Los pingueros se sientan mientras los extranjeros se pasean y deciden con qué cubano contactar. A los pocos minutos se coloca al lado Jordi F., español de Barcelona, 53 años. Viene a Cuba dos veces al año desde hace muchísimo tiempo, incluso desde antes que los gays se concentraran en el Malecón. “La primera vez fue en 1989. Era un viaje a Pinar del Río para bucear pero había mal tiempo y nos quedamos en La Habana. Yo era el único gay del grupo y una noche mientras comíamos en la cafetería del Habana Libre, vi como fuera del Cine Yara [justo enfrente] había muchos hombres concentrados. Ahí conocí el verdadero ambiente homosexual y de prostitución de esa época en la isla. En ese año aún no se veían gays en el Malecón”.
Jordi siguió viniendo a Cuba en vacaciones y fue testigo de como, a principios de los 90, el escenario cambiaba a la par que comenzaba la escasez de productos básicos como comida, jabón y cepillos de dientes. “Ahí fue cuando empezó a llenarse el Malecón de prostitución masculina. Las jineteras se tuvieron que ir a otras zonas porque había muchísimos hombres”, recuerda.
En su conversación hace un paréntesis para hablar de Javier, el primer chico que conoció en el Malecón y que se prostituía con 16 años.
-A pesar de su edad era maduro y serio. Me contó que los cubanos no podían entrar a los hoteles, ni siquiera a recepción, y me propuso alquilar un apartamento. Ahí estuvimos juntos toda la semana. Era fin de año y una noche me pidió que lo llevara en el coche a ver a su familia que vivía lejos de La Habana en un barrio muy humilde. Llegamos cargados de comida, bebida y algunos regalos. Fue muy emocionante.
En esa época no había bares ni sitios nocturnos para gays en La Habana. La religión y la homosexualidad eran consideradas tabú y desviación político-ideológica. Por entonces salió también la famosa película cubana Fresa y Chocolate (1993), una fuerte crítica a la homofobia por parte del Gobierno.
-Aparte de por los muchachos, se acudía al Malecón por la diversión. Había músicos y profesionales que venían de otros bares cuando cerraban. La gente era más abierta. Antes podías reír, jugar, divertirte, oír música… Hoy lo que realmente hay es prostitución de la peor calidad -se queja Jordi.
Con todo, aunque se ven muchos chicos estos días en el Malecón, la afluencia no es tan masiva como hace un par años. Desde hace un tiempo, de mano de Mariela Castro -hija de Raúl Castro y directora del Centro Nacional de Educación Sexual- hay cierta apertura y tolerancia con la comunidad gay cubana. Así, se han inaugurado varios centros nocturnos para homosexuales donde la policía ya no reprime; y la prostitución gay que antes se concentraba en su totalidad en Malecón se ha ido repartiendo.
-El punto de encuentro sigue siendo aquí -comenta Jordi. Pero una vez que conocen a un extranjero se van al bar o a la fiesta.
Siento curiosidad por saber cuál es el precio de estos chicos.
-¡Eso no ha variado! Los 20 dólares han sido fijos. No ha habido inflación ni deflación en estos años. Claro, a esto se le agrega lo que uno gasta en copas, comida, fiesta… Ahora son más profesionales. Hace años, al principio del boom del Malecón, el muchacho buscaba en la primera noche divertirse y dinero, pero se quedaba contigo toda la semana. Así pasó con Javier, el chico de 16 años que conocí. Para él el dinero no era lo más importante. Me hizo de guía y estaba muy contento por ir a cenar y acompañarme. Al principio le regalé unos zapatos de deporte y se puso contentísimo, incluso más que cuando me fui y le dejé dinero. Antes te pedían cosas que les podía gustar o necesitar. Hoy quieren dinero y punto.
Varios chicos, atraídos por la charla del “catalán”, se acercan.
-Aquí no sólo se vende carne masculina o el morbo mitificado del cubano bien dotado -apunta Yasel, uno de los recién incorporados. También viene mucha gente a buscarse la vida: vendedores de comida y bebidas, fotógrafos y hasta la propia policía hace su business.
En Cuba está restringido el movimiento de otras provincias hacia la capital. Muchos de los chicos que se prostituyen son ilegales, ya que no tienen la transitoria, un permiso que autoriza a residir en La Habana. Si la policía les pide que se identifiquen, pueden ser encarcelados y deportados a su lugar de origen.
-Ya los policías me conocen y no me ponen tantos problemas. Todas las semanas que vengo por aquí les doy tres CUC (tres pesos cubanos convertibles, 2,50 euros) y así me dejan tranquilo. Aquí todo es un negocio -asegura Yasel.
No son muchos los clientes que se pasean por el Malecón rosa a esta hora. Calculo unos 200 cubanos. Otros días han llegado a 400.
-Los yumas que más se ven son mexicanos, rusos, españoles e italianos. Los españoles siempre pagan sin problema, pero los mexicanos a veces son estafadores y después del sexo dicen que no tienen dinero o que nos conformemos con alguna camiseta o pantalón usado -resalta Yasel. Y los rusos con el cuento de que no hablan español también te engañan, por eso siempre pedimos el dinero antes.
A mi lado está ahora Jorge, de 22 años, gay, de Güines, provincia Mayabeque. Se mudó a La Habana a los 19 para estudiar Historia. Vive en una residencia estudiantil algo apartada del centro y su mayor sueño es dedicarse a la actuación. Su padre emigró a Perú hace muchos años y, aunque al principio enviaba ayuda, ésta se interrumpió cuando se casó de nuevo.
-Vivo de una parte del salario que me da mi madre y del dinero que saco haciendo espectáculos para niños en cumpleaños. Me alcanza para muy poco -cuenta.
Su compañero de cuarto es gay también, y tiene una relación con un extranjero maduro que vive en Alemania, quien le manda dinero de cuando en cuando. Hace un año, en vista de su precaria situación económica, Jorge acudió con su compañero al Malecón Rosa.
-Estaba muy nervioso, no sabía si iba a ser capaz de hacerlo. Me sorprendió la cantidad de hombres y jóvenes que había pero lo que más me incomodó era que todo el mundo nos miraba al caminar; lo que yo quería era desaparecer -relata gesticulando. Nos sentamos y mi amigo me iba explicando “ese es yuma”, “ese se hace el yuma pero es cubano”, “ese es mexicano, a esos ni los mires que no pagan mucho”. Al poquito ya había entendido cómo funcionaba: los yumas se pasean y si les gustas te hablan. Como a la hora, un tipo de unos 50 años me sonríe y se me acerca. Era canadiense, de Montriol, y casi ni sabía hablar español. Nos preguntó si queríamos una cerveza y fue a comprárnoslas. “Ya ese murió por ti”, me dijo mi amigo, “ahora sólo tienes que hablar con él un ratico, porque a los yumas les gusta conversar de boberías antes de singar, y después le dices que te lleve al hotel”.
Con un ‘yuma’ canadiense
Jorge cuenta que primero conversó un rato con el canadiense y a los 10 minutos fue invitado a una cerveza en su habitación.
-No era un hotel del Estado, sino una casa particular. ¡Mejor! Así no tenía que dejar mi carné de identidad. El hombre se sentó en la cama y me dijo que me acomodara a su lado. Mientras tomábamos la cerveza él me acariciaba la pierna y yo estaba aterrado, no podía dejar de pensar que no me gustaba nada y, como estaba asustándome mucho, me fui al baño. ¡Y me puse a llorar! Odiaba lo que estaba haciendo, lo odiaba, lo odiaba… Estuve a punto de decirle que me iba para la casa, pero entonces pensé en mi amigo y en el montón de hombres de Malecón que hacían lo mismo y pensé en los 30 pesos. Me eché agua en la cara y salí. Le pregunté al yuma si podía apagar la luz… En cuanto terminé, me entraron de nuevo deseos de llorar y le dije que tenía que irme. Se encogió de hombros y sacó el dinero. “¿Son 40 pesos, no?”. Nada más salí volví a llorar. Me sentía sucio y me di cuenta que yo no estaba hecho para eso.
Jorge ha vuelto al Malecón pero nunca más se ha ido con un turista. Los 40 pesos le solucionaron la vida un par de semanas para volver a malvivir. Ahora acaba de entrar en otra compañía teatral y tendrá un pequeño sueldo adicional.
Mientras él termina de contar su historia, en el Malecón continúa la rutina: turistas que vienen solos y se van acompañados. La venta de cariño, placeres, besos y morbo en el Malecón rosa es un secreto a voces aunque ningún medio de comunicación cubano lo mencione. Algunos de los que pasan y se detienen a conversar están muy ilusionados con la flexibilización de Obama que permitiría viajar a Cuba a los norteamericanos sin restricciones.
-¡Ahora si vienen los yumas! ¡Los yumas de verdad! -dice Joel antes de marcharme.
En: elmundo.es
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