Pocos autores han hablado con tan desesperada precisión como Michel Houellebecq sobre el aburrimiento como la enfermedad terminal de occidente. Y pocos han retratado con igual desolación la búsqueda de un antídoto contra él a través del amor, la crueldad y, finalmente, las posibles variaciones de la vida sexual. Entre tales variaciones, por supuesto, se encuentra el sexo en grupo, una de las respuestas al tedio que la humanidad lleva ensayando desde los albores de la civilización (quizá desde antes) con éxito francamente desigual. Con un pasado remoto de lúbricos esplendores dionisíacos y un presente discutible y que pocos conocen.
En Las partículas elementales (1998), el libro que lo puso en el mapa literario mundial y le concedió la fama, Houellebecq retrata a dos hermanos, Michel y Bruno. El primero es un ser sexualmente nulo. El segundo es una mezcla entre reprimido y predador sexual de tercera fila, y su desolador periplo incluye comunas decadentes donde los restos de la cultura hippie, ya sin máscaras, se enzarzan en orgías de bajo presupuesto y humillaciones variadas. Es un rastreo despiadado por los ambientes “liberales” de una Francia funcionarial y sentimentalmente kafkiana, y si nos atenemos a la visión del asunto que nos ofrece, nadie en sus cabales, nadie que intente tener una vida sexual sana, intentaría ese camino saturado de fracasados, pervertidos y almas condenadas.
Una visión similar parecía apuntar en 2008 esta breve nota aparecida en The Independent y cuyo título podría traducirse como “Una breve historia del mete-saca grupal” y que concluía con este párrafo poco esperanzador: “Cuando The Joy of Sex (“El placer del sexo”, libro de divulgación muy popular en su época, publicado en 1972) se publicó, sus lectores comenzaron por el capítulo ‘orgías’. Los dibujos esquemáticos de barbudos contables en pelotas e infatigables mujeres de clase media toqueteándose entre ellas les hizo decidir que –con o sin Dionisos– ellos nuca iban a hacer eso”.
Son sólo dos indicios –el libro del francés y el artículo– de cómo el “prestigio social” de una práctica cuya última reivindicación seria pertenece a los sesenta, fue decayendo progresivamente desde ahí. Tanto desde el ala más intelectual como desde la divulgación de trazo grueso, la visión es claramente negativa, con un tono desdeñoso que viene a decir: “como búsqueda personal no ha llevado a ninguna parte, y además es vulgar”.
El renacimiento del sexo en grupo (juventud y dinero mediante)
Por suerte o por desgracia, el ser humano no tiene un número infinito de armas contra el aburrimiento del que hablamos. Las dos principales parecen ser el sexo y el dinero como elemento de posesión y estatus. El péndulo, en consecuencia, parece estar oscilando de nuevo en la dirección opuesta, de vuelta al sexo en grupo como posible solución paliativa. O al menos algo así plantean libros como el best seller 50 sombras de Grey (2011), una torpe pero exitosa aproximación a la dominación y las parafilias sexuales que ha tenido impacto enorme sobre capas de la población totalmente mainstream, alentando, quizá, este retorno.
Y algo así se ve también en este interesante artículo del Daily Mail, titulado “El auge de las orgías pijas de los swingers de clase media” y que parece retratar un renacimiento cuyos signos distintivos esta vez, parecen ser simples y radicales: juventud y dinero. No se trata de un intento de extender el sexo comunitario a todas las clases sociales o de liberar los cuerpos al tiempo que las mentes. No hay nada político, ni reivindicativo, ni arriesgado, en el fondo: va de tener dinero y cuerpo, exhibirlo y usarlo, no con mucha imaginación, todo sea dicho. Recuerda más, como paradigma, a aquella deshidratada bacanal que se podía ver en Eyes Wide Shut, la película de Stanley Kubrick que dividió a crítica y público. Pero si en aquel desahogo ornamentado para millonarios confusos aún se percibía un resto ritual, aquí ha desaparecido. Por lo demás, los parámetros son casi idénticos.
Estas nuevas orgías, como tantas otras tendencias sexuales, parecen haber brotado y prosperado primero en el Reino Unido. Sus protagonistas, como si se tratara de un anuncio cualquiera de coches de alta gama, tiene como protagonistas a jóvenes profesionales adinerados y libres que buscan nuevas experiencias excitantes y, sobre todo “sofisticadas”. Acontecen en caras mansiones, yates o villas ibicencas y no hay que ser demasiado imaginativo para imaginar escenas con mucho champán, bailes temáticos, fuentes de condones, torsos depilados, músculos al punto, antifaces venecianos, unicornios en la piscina y, bueno, sexo en grupo.
“En Pure Pleasure Parties, en la capital del clubbing de España”, dice el artículo, “hay una gran habitación que consiste en una cama gigante donde todo está sucediendo”. No es que, en principio, se haya innovado mucho. La cosa va más por el lado de los requerimientos: ser joven, tener un cuidado personal impecable, tener dinero. El nuevo elitismo, pues, discrimina de entrada y sin complejos e incluye algo que no se compra, como la juventud. Los organizadores reconocen que no se quiere a parejas de mediana edad. Ahora bien, ¿es eso realmente nuevo?
La tendencia del año
Chris Reynolds Gordon, director de Heaven Circle, organiza orgías exclusivas y la lista de entrada es tan exigente como la de cualquier club privado. Sólo hay noventa miembros. “Está muy de moda”, comenta. “No diré que es LA tendencia, pero es un poco lo que hay que hacer en este momento. Si les dices a tus amigos ‘fui a este sitio e hice esto’, probablemente ellos te contesten ‘qué curioso, nosotros hacemos lo mismo’”.
Por supuesto, ya que pagas y eres ‘cool’, tienes a tu disposición un servicio con comida y champán por ‘unos cuantos’ euros más. El resultado es parecido al de una sala VIP pero más respetuoso (estás en una casa privada) y con un sexo que tarda menos en llegar. “La idea”, dice otro organizador”, es la de una fiesta muy bonita donde el sexo es posible. La diferencia es que realmente son para una élite. Los teléfonos se dejan a la entrada. No hay posibilidad de ser grabado”.
Resumen: “puede usted follar con un montón de gente guapa y rica como usted, con la seguridad de que no tendrá que cepillarse a ningún pobretón y de que nadie le filmará mientras rueda por el suelo con la modelo de turno”.
A buen seguro Houellebecq tendría unas cuantas cosas que decir sobre ello, aunque ahora anda ocupado. Bruno, su personaje, lo hizo, de hecho, en un panfleto que escribió una vez, cuando describía un centro naturista de intercambio sexual, muy lejano pero muy cercano de algún modo a estas orgías de nuevo cuño y a su idea central: “No trato de pintar la estación naturista bajo un aspecto idílico (…). Aquí, como en cualquier otra parte, una mujer con un cuerpo joven y armonioso o un hombre seductor y viril se ven rodeados de proposiciones halagadoras. Aquí, como en todas partes, un individuo obeso, viejo o poco agraciado, está condenado a la masturbación”.
Si no le dejan entrar a usted en tan discretos reservados, en todo caso, siempre queda el consuelo de, en la línea de esta entretenida cronología de lo orgiástico, pensar que, bueno, ricos y pobres en el fondo hacemos lo mismo desde que el mundo es mundo: aburrirnos como ostras y emborracharnos e intentar follar para fingir que no.
En: elconfidencial
Leer más