Como la Mazamorra y el Arroz con Leche: la historia de dos amigos
Yo no sabía qué fijación tenían los norteños con el nombre de la mamá, las orejas de las personas o demás características físicas (por no decir defectos) que en Tumbes le definían a uno la vida. Si uno era muy blanco le decían “borracho”, si tenías las orejas grandes te decían “pailón” (por las “pailas” de comida que sirven allá) u “oreja de tapa de water”, si caminabas raro te marcaban como “pisahuevos”, si eras bocón te decían “cirugía” o si eras medio sonso te decían “¡amá!” o “¡mami!”, con ese declive de voz característico de los sonsos.
Cuando llegué por primera vez al colegio de Tumbes, me dí con la sorpresa de que mis compañeros se insultaban intercambiando el nombre de sus madres queridas junto con adjetivos muy picantes y ofensivos (léase: “pendeja”, “ruca”, “puta”, “cachera”, “cacheraza”, “rompecatres”, “sacaconejos”, etc). Toda una novedad para mi, teniendo en cuenta que si lo hubieran hecho en Lima ya estarían con la trompa reventada. Nunca supe por qué lo hacían, así que antes de ver mancillado el nombre de mi mamá, preferí dar un nombre falso que al final no me afectaría. Fue en este intento por evitar que el nombre de mi madre sea utilizado como chiste que conocí a uno de mis primeros “amigos” de colegio:
-Hola!, me dicen “Gopo” ¿Eres nuevo?..¿cómo te llamas?, ¿Cómo se llama tu mamá? – me preguntó un morenito gordo que al parecer había vivido en el norte toda su vida (tan quemado que tenía el color de una morcilla).
-¿Mi mamá?, estee, ehhh..seeee llaaama “Martha” – Inventé lo que pude. El negro me sonrie y con un aire triunfal me dijo: “caíste, qué huevón!, je, je!”.
-“Se llama Martha!”, “les presento al hijo de la Martha”, “saluden a la Martha”; “que se porte bien porque sino la vamos a clavar hasta que ya no pueda”, La Martha por aquí, la Martha por allá: La Martha, la Martha, la Martha.
En eso se me acerca otro nuevo compañero de clases, pero este, a diferencia de “Gopo” era blanco y de ojos claros y con cabello castaño ondulado. Se llamaba “Cuko” y era descendiente de yugoslavos, europeos que aún no me explico cómo michi llegaron a Tumbes. Este personajillo era una especie de demonio suelto, era el típico blancón malcriado de la clase. No era abusivo porque era chato, pequeño y regordete; sin embargo, lo respetaban por el apellido de su familia que algo de importancia habría hecho por esa ciudad.
Entonces “Cuko” me comenzó a presentar a todos mis compañeros de clase:
-“Ahí esta el hijo de la Maruja, por aquí tienes al hijo de la Luz, por acá esta el hijo de la Rosa y el que esta al fondo es el hijo de la René”, etc. – el blancón este hablaba con la autoridad que le daba su porte de payaso (nariz ancha, blanco y con cabello ondulado..cual payaso ruso era la niñez del político David Waisman) que no caía mal a nadie.
-“¿La Maruja?” – Pregunté yo.
-“Sí, ella es contadora de profesión, le dicen “la Maruja cuentapendejos”- y yo me reí a más no poder, desternillándome de risa llegaba al llanto y a cierta camaradería con este nuevo amigo.
Yo venía de la capital y prácticamente era un alien, un outsider, el nuevo; por ello, fui la atracción del salón de clases durante un cortísimo tiempo. “Cuko” me invitó a su gigantesca casa a escuchar el “rap de los simpsons” mientras su hermana (blanca, de ojos y cabellos claros, bonita) observaba al nuevo amigo de su hermano. Nos sentábamos en el malecón, conversábamos intercambiando puntos de vista sobre las diferencias entre la gente de Tumbes y la de la capital.
“Cuko” me preguntaba sobre mis gustos musicales, si yo había tenido un supernintendo o si había jugado algunos juegos en esa consola. Le dije que sí, y hablábamos de juegos, música, las chicas del salón que me gustaban y, claro, sexo (el “cachito” sería un tema infaltable en una conversación de varones en el futuro). Le pregunté cuántos años tenía su hermana y me dijo que quince – Muy mayor para mi, pensé – le dije que me gustaba Greta de la sección B, aunque esperaba largarme de Tumbes lo más pronto posible porque hacía mucho calor y porque no me gustaban las mototaxis y la gente que insultaba a las madres y que se fijaba en los defectos físicos de las personas, además de la mafia de ladronzuelos y pandilleros que lo único que sabían era robar gorras y lentes para el sol (es que el primer día que llegué me habían quitado mi gorra y tiempo después se la ví puesta a uno de esos galifardos haraganes en su sucia cabeza) – “Esos conchesumadres! que se pudran” – me decía él.
Pasaba el tiempo y dejé de frecuentar su casa (más porque su hermana ya tenía enamorado), pero algo extraño sucedió y “Cuko” cambió. Se puso serio y se le notaba más preocupado. De pronto subieron sus notas y lo veía más afanoso con las clases. Hacía una que otra broma estúpida incomparable con las que hacía antes. Se aisló y sólo hablaba con “Gopo”; mientras que con los demás de la clase: cero conversación.
Finalmente, me enteré que “Cuko” y “Gopo” fueron amigos inseparables. Eran uña y mugre para las malcriadeces y faltas de respeto a las autoridades del colegio. Eran como “Mazamorra y Arróz con Leche”. Simplemente combinaban. Ambos eran muy chistosos y le daban vida al salón. Sin embargo, pasó el tiempo y al año siguiente sólo pude saludar a “Gopo” , que esperaba a un nuevo compañero que se sentara a su lado. “Cuko” ya se había matriculado en un colegio estatal por problemas económicos en su familia y ya nadie se acordaría de él, peor fue al tercer año en el cual “Gopo” tampoco se matriculó y nunca más apareció ni se supo nada más de ellos después.
El año pasado, por un amigo en común me enteré que “Gopo”, quien soñaba con volverse algún día en oficial de la Fuerza Aérea, murió en uno de esos duros entrenamientos que le hacen hacer a uno en las Fuerzas Armadas. Su corazón no resistió y partió de todos modos hacia arriba. Jóven y con sueños, ahora estará cerca de los cielos haciendo pendejada y media, señalándo las orejas del ángel Gabriel o seguramente preguntando por el nombre de la mamá de San Pedro. Gopo, no fuiste mi gran amigo pero si que me hiciste reir mucho. Leer más