Betty Megeers, arqueóloga estadounidense, en su libro Amazonía. Hombre y cultura en un paraíso ilusorio (1976), sostiene, desde un análisis crítico, que la Amazonia, “la supuesta vida paradisiaca”, encierra una aparente fertilidad. Este espacio le ofrece limitaciones ecológicas a los pobladores amazónicos y, por consiguiente, al desarrollo de una sociedad compleja. De esta manera, para la autora, no se han encontrado ruinas en el lugar, solo cazadores y recolectores, quienes no cambiaron sus patrones de vida por estar determinados a las condiciones geográficas del medio. Así, la autora señala que la Amazonia ofrece frutos silvestres en abundancia, y facilita la pesca y caza. Sin embargo, este aparente “paraíso”, que genera la idea de la “superabundancia”, se constituye en una “ilusión”. Los frutos silvestres y el aumento de la caza y la pesca se restringen a un periodo cuatros meses: de diciembre a marzo. La vida alegre y fácil se reduce a un corto plazo. El resto del tiempo se vive del periodo de escasez, principalmente en los meses de mayo a agosto, a lo que ella llama el “infierno verde”.
Su libro se compone de seis capítulos: “El ecosistema”, “Adaptación aborigen de la tierra firme”, “Aspectos adaptativos de la cultura de la tierra firme”, “Adaptación aborigen a la várzea”, “Amazonia en el mundo moderno”, “La importancia evolutiva de la adaptación”, que en conjunto constituyen su tesis de que la Amazonia es un espacio biodiverso producto de la evolución natural que le ha exigido al hombre mecanismos culturales de adaptación y regulación, pero cuyo deterioro ocasiona su exterminio.
La Amazonía, para la autora, existe como producto de la selección natural. La tierra amazónica, totalmente árida, expuesta a las lluvias torrenciales y al calor húmedo se convirtió en un ecosistema diverso, sistema autosostenido de nutrientes que aprovecha todos los desechos, nutrientes que la vida vegetal y animal se favorecen, medio al cual se fue adaptando el hombre: quien creó formas de sobrevivencia sin causar daño irreversible a la naturaleza.
De acuerdo con Meggers, la Amazonia evolucionó y ofrece dos grandes ecosistemas que la conforman: la tierra firme y la várzea. La tierra firme está constituida por planicies áridas que paradójicamente han permitido el crecimiento de bosques de exuberancia prodigiosa que las cubren. Y la várzea es la tierra baja ribereña, que se produce por las crecientes de los ríos de los Andes que traen minerales hacia las riberas amazónicas, que, aunque bastante fértiles, están siempre expuestas a las inundaciones.
La conservación de la Amazonia por parte del hombre, siguiendo a la autora, involucró que este adapte formas de control del ambiente y mecanismos reguladores de la población. Por ello, sostuvieron concepciones de lo sagrado y profano, y practicaron la brujería, costumbres relacionadas con la división sexual del trabajo, el infanticidio, formas de organizar las aldeas y moradas, técnicas nativas de recolección, de caza y pesca, la aplicación de la tala y quema para la siembra, como formas de responder culturalmente a las exigencias del medio. Así señala que los yanomani desbrozan con fuego la jungla sin destruir los ecosistemas de los que dependen.
Sin embargo, según Meggers, en estos últimos años, las formas modernas de adaptación de la Amazonia conducen a un verdadero desastre ecológico. Este “jardín terrenal” que se quiere usar y explotar traería consigo, asimismo, su destrucción, y la destrucción del mismo hombre, puesto que al talar los árboles, los suelos se erosionan por las fuertes lluvias, y no se recuperan en miles de años, por lo que no se tendrían posibilidades de sobrevivencia: si las tierras no son fecundas, la agricultura escasearía, y sin ella no habría alimentación. Se desencadenaría un proceso irreversible de deterioro del suelo, la extinción de la flora, el exterminio de la fauna y la desaparición de la vida humana en la región. La amenaza es grave si se considera el potencial destructivo de la tecnología moderna, la práctica de convertir la selva en praderas para la crianza de ganado y la sustitución de los bosques por plantaciones de especies exóticas llevada a cabo por empresas multinacionales.
Resulta interesante que Meggers, en su libro, haya concebido una idea determinista de la Amazonía: el medio no permite desarrollar culturas complejas. Para ella, es lógico pensar que el desbroce por medio del fuego no era lo suficiente útil para mantener una sociedad compleja. Como la tierra ha sido arada y expuesta a la lluvia intensa, se destruye en menos de una década. No es sostenible, por tanto, la existencia de poblados en tierras que dejan de producir. No hubo, pues, según la autora, sitios sofisticados con gobernantes, clases sociales y trabajadores especializados. A lo mucho, los pobladores aprendieron y se beneficiaron del entorno. Si lo sobreexplotaban, estaban destinados directamente a su desaparición. Los pobladores amazónicos estaban condicionados, pues, a la “ley de limitación medioambiental de la cultura”. Mientras más exploten la Amazonia, tenderán a exterminarla y a desaparecer las poblaciones del lugar: “el nivel al que una cultura puede llegar depende del potencial agrícola del entorno en el que vive”. Frente a ello, Meggers sugiere el cuidado de los bosques y la jungla amazónica. El desarrollo destruye el “paraíso” y a sus habitantes.
Sin embargo, las conclusiones de Meggers han sido objetadas por la arqueóloga Anna Roosevelt, quien descarta la hipótesis del determinismo medioambiental. Para Roosevelt, Megeers se equivoca al pensar que la Amazonia no permitió el desarrollo cultural de sociedades complejas (1993). Sostiene que ejemplo de ello es la cultura marajoara. Esta cultura se habría asentado en extensas zonas del Marajó continuamente y su gran población habría utilizado la cerámica y la alfarería, porque abundan restos arqueológicos de ello. La selva les brindo posibilidades para desarrollarse, mostraron un exuberante y diverso desarrollo. En contraste con ello, Meggers ha señalado, posteriormente al libro que reseñamos, Amazonía. Hombre y cultura en un paraíso ilusorio, que la marajoara no es testimonio de una cultura compleja, pues el lugar solo muestra la ocupación de pequeños grupos inestables que han ido avanzando hacia nuevos terrenos, porque los indígenas no permanecen siempre en el mismo sitio. Y la cantidad de fragmentos de cerámica y alfarería no muestran un cambio cualitativo en la decoración, por lo que no se estaría frente al desarrollo de una cultura compleja. Para Meggers, definitivamente, los amazónicos no podían escapar de las constricciones mediambientales, y Roosevelt solo le era una muestra de ignorancia científica.
Pero no cabe considerar que, frente a las consideraciones ecológicas de la Amazonia, el desarrollo complejo de las sociedades amazónicas estuvo en gesta, pero con la llegada de los españoles este probablemente se detuvo. Es una pregunta que a la que debemos también someter a evaluación. Y a la que Meggers, de seguro, nos tendrá una respuesta.
Referencias bibliográficas
Meggers, Betty (1976). Amazonía. Hombre y cultura en un paraíso ilusorio. México: Siglo veintiuno editores.
Roosevelt, Anna C. (1993). “El apogeo y el ocaso de los señoríos de la Amazonía” (Trad. Jaime Regan). L’ Homme, Nº 126-128, pp. 255-283.
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