Cuando un estudiante me pregunta por qué debemos escribir “bien” en la universidad, me deja pensando que “bien” significa “antes no lo hice”. Cuando uno termina la escuela, egresa con prácticas de escritura ligadas al contexto escolar (la redacción de una pregunta de examen, la narración de cuentos literarios, la elaboración de una composición o un editorial, la plasmación de ideas en el papelógrafo, entre otras). Por lo general, cada uno maneja sus propias formas de redactar. Sin embargo, cuando el estudiante de secundaria ingresa a la universidad se frustra al escribir, porque siente que sus formas escriturales son observadas por los profesores del curso de Lenguaje y Comunicación; es decir, se percibe a sí mismo como un incapacitado de la comunicación escrita.

El problema no radica en las capacidades psicológicas o motoras del estudiante, sino en las prácticas de escritura que desconoce. Todos los usuarios de una lengua se desenvuelven con eficacia en los contextos comunicativos que les son habituales. Cuando uno escribe en el chat o en el celular, sabe que la variedad lingüística que se emplea es la informal (quién no ha visto ahorrarse letras de palabras completas, incluir emoticones de alegría o tristeza, soltar un comentario ofensivo). Pero en la universidad, el contexto lingüístico es otro. Escribir “bien” en la universidad significa hacer uso de una variedad académica o un registro académico en todos los contextos escriturales académicos (al responder a un examen de una profesión universitaria, resolver un cuestionario basado en problemas, escribir un ensayo o una monografía, redactar una tesis, escribir una solicitud de un préstamo del cañón multimedia a una Facultad, etc.). La universidad coloca al estudiante de secundaria en un nuevo contexto comunicativo, cuyos códigos tiene que aprender, entender y apropiarse: él se enfrenta a una nueva práctica de escritura.

Esa variedad académica empleada en la universidad exige el uso de las reglas de la ortografía, normativa y puntuación (reglas que se aprenden en la escuela, pero en la universidad se aplica a palabras y formas que se usan en una carrera profesional); empleo de conectores que permiten ordenar, establecer causas y efectos, y contrastar ideas en la producción textos expositivos y argumentativos; prescripción del tuteo, de expresiones coloquiales y de vaguedades léxicas (como la palabra ‘cosa’ o ‘algo’); empleo de la tercera persona singular y uso de construcciones impersonales; e incorporación de fuentes (citar a autores que no se confundan con nuestra propia voz). La variedad académica es un registro formal de la lengua vinculada a situaciones académicas. Estas situaciones, además, demandan la organización adecuada de los textos, que si bien tienen rasgos comunes en la distribución de la información (introducción, desarrollo y cierre), también tienen sus propias particularidades: una monografía tiene una estructura y extensión diferente a una reseña, y esta a la de un informe. En otras palabras, el estudiante no solo debe familiarizarse con los usos lingüísticos adecuados, sino también con los usos textuales específicos, que requieren, antes de redactar, la aplicación de esquemas de contenido (uno no escribe sin ordenar la información temática).

Como profesor de Comunicación le respondo al estudiante que uno debe escribir en función de las necesidades y contextos académicos; más aún si una carrera profesional, en las materias que se imparte, maneja lenguajes, estilos, métodos expositivos y cualquier tipo de producción singular. La frustración se desvanece, y los ánimos por escribir textos académicos en los espacios académicos afloran. Escribir “bien” nunca acaba, porque siempre estamos accediendo a nuevos espacios o contextos comunicativos con sus propios códigos. Y en esta tarea, los usos aprendidos, de dentro y fuera de la escuela, tienen que aportar a incorporar a los nuevos; es decir, a diferenciarlos de los ya aprendidos y posibilitar su empleo según la situación en la que se encuentre, se desenvuelva o planee envolverse el estudiante. La variedad académica se constituye como un medio para comunicar, negociar e interrelacionarnos entre la comunidad académica. Y, por ello, es de suma importancia apropiarse de ella para expresar el conocimiento, las opiniones y las críticas que uno tiene dentro del espacio académico que es la universidad.

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¿Cómo citar esta fuente?
LOVÓN CUEVA, Marco (2010). “Las exigencias de redacción son mayores en la Universidad”. Boletín del Taller de Comunicación Oral y Escrita (TCOE). Lima: Universidad Ricardo Palma.
http://bit.ly/eoeLLm
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