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El ejemplo de la educación escolar en Finlandia

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Hace poco puse aquí una entrada llamada “¿A qué edad empezar la educación inicial de los hijos?”. Básicamente lo que decía era que no es necesario apurar el inicio de los estudios de los niños. Con tal de que cumplan 6 o 7 años en primero de primaria, habiendo cursado un máximo de 2 años en educación inicial, todo tendría que funcionar bien.

Pues bien, a propósito de este asunto, me encontré con una entrevista publicada el año pasado en La Vanguardia en que se ilustra claramente lo innecesario de adelantar fases. La nota se titula “Jari Lavonen: Un niño de cuatro años necesita jugar, no ir a la escuela”. Se trata de una entrevista al decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Helsinki, Jari Lavonen.

La entrevista comienza con una breve introducción en la que Maite Gutiérrez, autora de la nota, escribe: <<Sus alumnos son los que empiezan la escuela más tarde (a los siete años), los que menos horas de clase tienen, de los que menos deberes hacen… Y aún así, sus resultados escolares están entre los mejores del mundo.>>

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Datos del año 2006. La educación en Finlandia mantiene su calidad hasta el presente.

Más adelante, Gutiérrez pregunta a Lavonen: <<La educación en Finlandia empieza a los siete años. ¿Por qué tan tarde?>> A lo que Lavonen responde: <<¿Y por qué antes? La niñez es para jugar, para hacer cosas con otros, para colaborar, no para se (sic) educado de una forma reglada y pesada. Un niño de cuatro años tiene que jugar, no estar en una escuela con una educación reglada.>>

Claro, Lavonen después aclara que en Finlandia disponen de un sistema de guarderías y que también los gobiernos locales pagan a las mamás para cuidar a varios niños de su comunidad. Esto para hacer posible que los padres trabajen y no se dediquen solo al cuidado de los niños durante 7 años. Evidentemente es otro sistema, muy distinto al nuestro.

Ahora, ojo, no trato de decir que hay que imitar esto individualmente y que si queremos enviemos a nuestros hijos a estudiar recién a los 7 años, no; a lo que voy con todo esto es a que una buena educación no requiere apurar las fases de desarrollo de los niños y que el sistema educativo finlandés es un claro ejemplo de ello.

Dejo nuevamente el link de esta entrevista para los que quieran leerla:

Jari Lavonen: “Un niño de cuatro años necesita jugar, no ir a la escuela”

Pregunta clave: ¿valía la pena?

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“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: <<¿Valía la pena arriesgarse al castigo?>>. <<¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!>> La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: <<Me importa un bledo>>, lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: <<¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?>>. <<Estuve hablando cinco minutos.>> <<¿Valía la pena?>> <<¡Oh, no!>> <<¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.>> La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

La fórmula de Françoise Dolto para criar bien a los hijos

«En la infancia hay dos períodos difíciles: el del destete y el de tocarlo todo. Cuando han transcurrido bien, ningún acontecimiento tendrá ya repercusiones graves en la vida del adulto.»

El destete

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«El destete, que es un destete del cuerpo a cuerpo con la madre, en el olor de la madre, se debe acompañar de una mayor cantidad de palabras e intercambios gestuales. Si este período se vive bien, el niño prosigue su desarrollo hacia la motricidad acrobática, que debe tener lugar antes de la educación de los esfínteres. Pero si la edad acrobática se acompaña de la educación esfinteriana, es decir, de la culpa por ensuciarse, el niño no puede estar “al caldo y a las tajadas”. No puede controlar sus esfínteres y adquirir habilidad con las manos. En cambio, cuando el niño es capaz de subir y bajar solo de una escalera casera, obtiene en veinticuatro horas la limpieza, que deseaba ya desde hace tres meses. Dicho de otra manera, cuando se trae a un niño al mundo, hay que saber que habrá que lavar pañales durante veintiséis meses.»

La edad de tocarlo todo

«La edad de tocarlo todo es muy importante. El niño de catorce a dieciocho meses aprende a conocer las cosas entonces, ayudado por su madre (y ¡Dios sabe lo fatigoso que es, sobre todo cuando ella está embarazada del siguiente!). En ese momento, no hay que hacer que el niño se sienta en un mundo en el que “el-padre-está-en-todos-los-muebles”. En efecto, el padre representa para el niño la ley a la que se enfrentan sus deseos. Es la persona que aparta a mamá, es decir, la seguridad del contacto consigo mismo. Si el niño pone el dedo en el enchufe y le da la corriente, dirá: ¿Papá está ahí?”, “Papá-va-a-dar-corriente”. Porque la instancia paternal está asociada a la discontinuidad de las experiencias de seguridad. Cuando esa seguridad se rompe, es que el otro está ahí para llevársela él. Así, si la madre o una persona que la sustituye está presente y verbaliza constantemente las experiencias del niño (por ejemplo: Hay que coger así una tetera caliente o una plancha para no quemarse”), si para todas las tareas peligrosas se le acompaña por la palabra y el gesto, se advertirá que el niño se hace sumamente prudente, muy industrioso en familia y casi no sufre accidentes. Puesto que nuestra educación tiene como fin la autonomía de la persona, el niño debe saber que, si le pasa algo malo, no lo regañarán por eso, puesto que la causa es una mala ejecución, y el adulto también podría haber ejecutado mal ese movimiento. Lo importante es que el niño se sienta del mismo lado que los otros seres humanos ante los elementos, las cosas, los animales, las personas, las leyes… Y no él a un lado de la barrera y los adultos en el lado de la perfección, es decir de la instancia paternal suprema.

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La edad de tocarlo todo dura un mes o un mes y medio, dos meses en los niños que tienen necesidad de muchas experiencias para comprender la ley que estipula el comportamiento con respecto a tal o cual cosa. Después de esa edad, ¿qué es lo que se prohíbe? Dentro de la familia no está prohibido casi nada, pero hay una prohibición inexorable, al menos pasajeramente, ya que se dirá al niño: Eso está prohibido hasta que seas mayor y sepas hacerlo”. Una madre puede dedicar todos los días una hora de su tiempo para permitir al niño la exploración de la casa. Se escoge una habitación y se permite al niño tocarlo todo, absolutamente todo, bajo ciertas condiciones que, si no se respetan, provocarán una catástrofe también para el adulto. Si se procede así, se puede estar tranquilo: a los tres años el niño casi no desobedecerá. ¿Por qué? Porque un niño al que le pasa algo malo cada vez que trata de identificarse con el comportamiento de los adultos, comienza a angustiarse, a sentirse culpable y a provocar un castigo para aplacar su sentimiento de culpabilidad. Así es como hacemos desobedientes a los niños, por no haberlos formado, en la edad de tocarlo todo, en el conocimiento de la medida de sus posibilidades de “pequeños que están creciendo”, de seres de la misma especie que nosotros.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 17, 18.

Evitar comparar a los hijos

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Ilustración: Lucía Fernández

Hay un dicho que reza “toda comparación es odiosa”. En parte tiene razón, aunque, de otro lado, tal vez se trate de una exageración. Sin embargo, cuando se trata de la crianza de niños y adolescentes este dicho adquiere un peso enorme, a tal punto que, en el momento en que escribo esto, no se me ocurre una comparación que no lo sea.

Las comparaciones negativas hechas por padres desesperados

A veces el comportamiento del hijo es tan repetitivo, tan constante y tan aparentemente invencible, que los padres caen en la desesperación.

Cuando los papás se desesperan tienden a realizar acciones típicas, como golpear, gritar, poner castigos exagerados que después retrucan o, lo que nos toca ahora, comparar. Los papás le acaban diciendo a su hijo cosas como “mira a tu hermano como hace” o “mira a tu amigo fulano como se porta”. Algunas veces la comparación es más dolorosa: “mira como es tu hermano” o “mira a tu amigo fulanito como es. Esto es más ofensivo porque va directo a lo que es la otra persona, que es mejor que yo para mis papás, que yo soy malo y que mis papás me preferirían si fuera como es mi amigo o mi hermano.

Estas comparaciones negativas bombardean la autoestima del hijo porque enuncian directamente que la forma de ser de las otras personas es mejor o que lisa y llanamente los demás son mejores y lo que es el hijo no está bien y no es deseado.

Por supuesto, lejos de remediar las cosas, estas comparaciones fácilmente pueden arruinarlas más. De hecho, no he visto caso alguno en que esto haya funcionado.

La comparación del padre que vive haciéndolo

Hay papás que no necesitan entrar en desesperación para comparar negativamente a sus hijos. Es más, viven comparándolos con la mayor tranquilidad. Es como si la comparación fuera una estrategia de crianza establecida y validada en la cotidianeidad.

“No, hijo, tienes que llevar el balón como lo hace tu hermano”, “aprende a tomar el cubierto, mira a tu primo”, “acaba la tarea, mira como tu amigo ya la hizo y está afuera jugando”. Todo el tiempo, o cada tanto, estos papás comparan y comparan y no paran de hacerlo.

Aquí el problema radica en el énfasis en la imitación, en el vivir mirando afuera, como si uno no pudiera nunca aprender la acción misma, como si siempre necesitara modelos que imitar.

De otro lado, dependiendo de cómo se haga, también fácilmente la autoestima del hijo puede acabar dañada, dependiendo de qué palabras y qué tonos de voz se usen, dependiendo de cómo es la relación entre este papá y este hijo, y dependiendo de cuánto se lo compara con hermanos o amigos de su misma edad (pueden ser más factible tomar como modelos a gente mayor; con los de su misma edad el niño se puede sentir fácilmente disminuido o atrasado).

En este caso es mejor enseñarle directamente cómo se lleva el balón, cómo se toman los cubiertos, o enseñarle lo conveniente de hacer la tarea antes; las comparaciones son innecesarias.

Las comparaciones positivas

Cuando arriba dije que no se me ocurría alguna comparación buena para los hijos, por supuesto que también pensaba en las comparaciones positivas. Cosas como “tú eres mejor que él” son muy nocivas y más aún cuando se denigra a uno de los hermanos.

La comparación positiva, al contrario que las anteriores descritas, no denigran al hijo, sino a otra persona, un amigo, un hermano, un primo, o un grupo de personas (“tú eres el mejor de tu clase”), y pretende enaltecer al hijo por sobre estas otras personas.

Este comportamiento de los papás es peligroso por muchas razones, por ejemplo, estimula una competitividad a rajatabla, una competitividad negativa en desmedro del propio desempeño (no se valora lo bien que lo hizo sino que es mejor que el otro) y en desmedro del trabajo para el grupo (el hijo aprende a dar lo mejor para vencer él y no para otro fin más útil a su sociedad o comunidad).

Cuando el denigrado es un hermano, la acción de comparar positivamente es doblemente dañina, porque instaura una alianza diferencial entre el padre y el hijo triunfador. Los hermanos de por sí tienden a competir por el amor a los papás, y ellos tienen más bien la tarea de neutralizar la fantasía de que van a ser los preferidos por sobre el otro. Con este tipo de comparaciones, los papás no hacen lo que les toca, sino que mas bien refuerzan esa competitividad individualista en la misma familia, creando un caldo de cultivo ideal para la formación de conflictos familiares y resentimientos.

En este caso es mejor valorar el desempeño del hijo y no el puesto en el que quedó o a quienes superó.

Conclusión

En la crianza de niños y adolescentes el dicho “toda comparación es odiosa” vendría a ser bastante oportuno. Sigue sin ocurrírseme alguna comparación que sirva con los hijos. Tal vez haya alguna. En todo caso las comparaciones que sean útiles y buenas no parece que sean mayoría ni mucho menos. En honor a la lógica podríamos decir “en la crianza de niños y adolescentes, casi toda comparación es odiosa”. Es mejor evitar hacerlo.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Evitar comparar a los hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿A qué edad empezar la educación inicial de los hijos?

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En las últimas décadas se ha instaurado la costumbre de poner a los niños en guardería, nido o jardín desde muy chiquitos. He visto casos en que son matriculados al año y medio, y muchísimos que empiezan a los dos años.

Tres factores que pueden haber generado esto

Hay por lo menos tres factores en juego: uno, que las parejas de padres, o padres solteros, trabajan; son cada vez más escasas las familias con uno de los padres dedicándose a la crianza de los niños al menos los primeros años.

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Un segundo factor tiene que ver con una sociedad cada vez más competitiva, que exige a los individuos ser más precoces; por ejemplo, a los 20 tener una carrera y a los 23 una maestría, y mejor si es en el extranjero. Este tipo de exigencias hace que las personas vayan apuradas en sus etapas, y, en consecuencia, los papás apuren a sus hijos.

Un tercer factor tiene que ver con un fenómeno económico. Las empresas educativas particulares han tergiversado los avances en la investigación en neurociencias y han creado todo un mercado para vender productos educativos, como el auge de la estimulación temprana, hace algunos años. Así como las universidades ingresan a los colegios a intentar ganar alumnos instándolos a ingresar a academias preuniversitarias antes incluso de acabar su último año escolar, del mismo modo, las empresas educativas llaman a los padres en bloque a consumir programas de educación de inicio muy temprano.

Es mejor que los niños estén en casa en sus primeros años

Lo más recomendable es que los niños estén en casa hasta los 3 o 4 años, para que tengan dos años de educación inicial, como máximo. La idea es que cumplan 6 o 7 en primero de primaria. Tres años de educación inicial es demasiado y trae consecuencias: por ejemplo, expone a los niños a manifestar problemas de conducta (al repetir los mismos contenidos, el displacer y el aburrimiento los exponen a convertirse en factor de desorden en su grupo, con la consecuente estigmatización desde temprana edad) o sobreadaptación (que también es peligrosa, como explicaré más adelante). Dos años de educación inicial está bien, como máximo.

A los dos años, los niños están afianzando fases como control de esfínteres y este proceso dura hasta cumplidos los tres años. Este periodo es mejor que sea vivido con los papás, para que su salida al mundo exterior tenga menos probabilidades de presentar inconvenientes que los marquen.

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Si los padres desean que su hijo empiece antes, de 3 para 4 está bien. Si no tienen apuro, incluso podría empezar educación inicial con 4 cumplidos. De 2 para 3 tendría que estar en casa, jugando, y saliendo al parque también a jugar, y con mucha mayor razón si, por ejemplo, hay rivalidad fraterna con algún hermanito menor (la salida de la casa antes de tiempo podría ser vivida como un rechazo o una especie de destierro producto de la existencia de su hermano). Como dije, la idea es que cumpla 6 o 7 en primero de primaria, habiendo tenido como máximo 2 años de educación inicial.

¿Por qué no es aconsejable adelantar estas etapas?

No es aconsejable adelantar estos tiempos. Una gran cantidad de papás tiende a apurar las cosas y los resultados muchas veces salen mal. A los centros educativos esto puede no importarles y animan a los padres a sabiendas de los riesgos. De 2 para 3 años, sacando a los niños de la casa para iniciar su educación no se consigue en realidad ningún adelanto, y, en todo caso, si el niño se sobreadapta y realmente acaba el colegio antes que todos los de su edad, se tendrían muchos riesgos de que ese adelanto le pase la factura al final del colegio o en estudios superiores. Como compensación a la sobreadaptación, el niño podría hacer una crisis muy larga de interfase de colegio a estudios superiores, crisis vocacionales también muy largas, fracasos en estudios superiores, mayor riesgo de elecciones equivocadas de carrera, etc. La elección de carrera profesional debe hacerse, idealmente, a los 16-17 años. A los 15 hay muchos riesgos, los chicos no están en la edad para ese tipo de decisiones.

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Hay más riesgos aun. Pongo otro ejemplo: si el niño cumple 9 años, pero comparte grupo con niños de 10 u 11, va a estar expuesto a la sexualización de la pubertad antes de tiempo, lo que también generará problemas o incluso peligros. Si fuera niño, también se le expone a estar en desventaja física en comparación al grupo, aunque esto también, a veces, en centros educativos más patológicos, también afecta a las niñas (por ejemplo, acoso escolar entre niñas). También he visto casos en que el grupo sobreprotege al más pequeño, adoptándolo como el pequeñito del grupo o como una especie de mascota, y eso tampoco es conveniente.

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Una de las situaciones más penosas producidas por estos adelantos es cuando la persona acaba una carrera superior y se da cuenta de que no era su vocación estando ya en ejercicio laboral. Estamos hablando de profesionales muy jóvenes (20, 22 años). Esto pasa porque no tuvieron la madurez suficiente para darse cuenta de la elección equivocada e interrumpir la carrera a tiempo. Al final acaban atrapados en una profesión que los hace infelices. Me ha tocado atender varios casos de adultos con ese problema. Encontrarse en esta situación es muy desagradable y en psicoterapia las personas tardan varios años en sobreponerse a la insatisfacción, al sinsentido y a la sensación de haber echado a perder su vida.

¿La idea final?

Volvemos a la idea inicial: la recomendación es que los niños cumplan 6 o 7 años en primero de primaria, habiendo pasado por un máximo de dos años en educación inicial. De esta manera se tendrá la seguridad de que al menos en cuestión de tiempos, de maduración o de desarrollo, no tendría por qué haber ningún inconveniente en situaciones normales. También se garantiza la finalización del proceso educativo escolar a tiempo, y no muy temprano, como para poder tomar las decisiones correctas. También se garantiza el crecimiento con compañeros y amigos con los que se esté en igualdad de condiciones, minimizando riesgos.

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Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Puedes continuar leyendo sobre el tema aquí: “El ejemplo de la educación escolar en Finlandia”.

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¿Cómo hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed?

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Este asunto, que parece que tiene que ver solamente con el aspecto físico de la crianza (específicamente con el tema de la hidratación), resulta que tiene (al menos) un componente psicológico muy importante.

Se sabe que los padres, entre muchas cosas, deben cuidar que sus hijos estén bien hidratados, de acuerdo a su edad. Ahora bien, la mejor bebida, en todo sentido, para cubrir esta necesidad básica, es el agua pura, pero lamentablemente no es necesariamente la más deseada por los niños, que pueden llegar a desear exclusivamente bebidas dulces o incluso gaseosas y pedirlas constantemente a sus papás, generando un problema de alimentación, ya que el exceso de calorías que proveen las bebidas dulces, y más todavía las envasadas, tienen efectos perjudiciales para la salud de los niños.

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¿Cómo evitar que los niños solo deseen bebidas dulces?

La mejor forma de combatir este problema es adelantándose a él y contrarrestarlo antes de que aparezca. Recordemos que el azúcar es una sustancia adictiva, por tanto, una vez instalado un exceso en el consumo es difícil volver atrás. Veamos cómo se puede hacer para adelantarse a la aparición de esta dificultad:

Para los niños, los papás son el primer referente adulto, son su ejemplo y su modelo a seguir. Si los papás desean que sus hijos adquieran hábitos saludables, la mejor forma es practicarlos ellos mismos antes. Por tanto, la mejor manera de que los niños busquen agua para hidratarse, es dándoles el ejemplo desde que son muy pequeñitos, desde el comienzo de sus vidas.

Visto desde el ángulo contrario, si los papás se dedican a consumir gaseosas y bebidas envasadas en exceso, no pueden esperar que sus hijos busquen alternativas saludables para su hidratación.

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Si desean que sus hijos puedan ser capaces de beber agua y mantenerse saludables en este aspecto, háganlo ustedes mismos con sus propios cuerpos antes. Sus hijos crecerán con ese ejemplo y ese modelo, y será más fácil que opten o toleren bien las opciones más saludables.

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Los papás son los modelos

Este asunto aparentemente tan simple y tan sencillo, en realidad encierra una especie de llave maestra para la crianza de todo niño. Esta forma de prevenir la dependencia de bebidas dulces, en realidad puede aplicarse a una enorme cantidad de problemas, desde la alimentación, hasta las adicciones, las relaciones de pareja o el éxito profesional.

Hay que recordar que nuestras propias vidas están siendo vistas atentamente por nuestros hijos, y que ellos las ven como el modelo o la forma de ser adulto en el mundo.

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Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Secuestros de padres a hijos

Una de las noticias policiales de estos últimos días acá en Lima, y con movimiento también en las redes sociales, ha sido la del secuestro de una niña de 5 años por parte de su padre. El sujeto parece que mandó arrebatar a su hija del lado de su madre en plena calle y por la fuerza, lo que constituye un secuestro.

No es la primera vez que veo este tipo de casos, de hecho en mi consulta he visto casos donde se ha dado esta situación. Por eso sé que las personas quedan seriamente afectadas cuando han sufrido este tipo de violencia. Incluso se podría afirmar que muchas veces los menores quedan traumatizados, lo que afectará su vida hasta el día en que dejen este mundo.

Excluyendo situaciones en las que la vida o la integridad de los menores está amenazada o dañada por la crianza de un padre perturbado o enfermo (situaciones que son más complicadas), los padres jamás deben recurrir al secuestro o al arrebato por la fuerza de sus hijos. El daño que les hacen es inmenso, y, por último, más es el daño que les causan a sus hijos que el que les causan a sus ex parejas, si hablamos de ex parejas vengativas.

Viendo más de cerca

Tomemos como ejemplo el caso de la niñita secuestrada por su padre. Veamos: tiene 5 años, estando en la calle con su madre, viene un auto, se bajan dos sujetos, uno empuja a la madre y la tira al suelo y el otro se lleva a la niña, luego huyen en el vehículo (hagamos el ejercicio de ponernos en los zapatos de la niña, lo que ella ve y siente en estos momentos). Doce horas después (¡12 horas!), es rescatada en San Bartolo (en las afueras de la ciudad), en las inmediaciones de un hostal. Luego es trasladada en helicóptero por la policía de vuelta a la ciudad para reunirse con su madre.

Es decir, ¡es imposible que esta niña no quede seriamente afectada por esto! El daño que le ha ocasionado su padre al contratar a estos delincuentes para llevársela de esa manera y luego someterla al rescate y al traslado en helicóptero, sola, sin su mamá, es inmenso. Es muy probable, además, que lo que ha vivido esta niña en esas 12 horas haya sobrepasado su capacidad de procesamiento, constituyendo lo que se conoce como “trauma”. Siendo así, este daño lo cargará por el resto de su vida, posiblemente manejado y atenuado por tratamiento psicológico, pero jamás superado del todo. Los eventos traumáticos, cuando se forman, cambian la vida de las personas y no hay vuelta atrás, de alguna manera son heridas incurables (por lo menos hasta el momento no hay una “cura” para ellos).

Conclusión

Los padres no deben recurrir a este tipo de medidas, pues sus hijos resultarán dañados y heridos, posiblemente de por vida. Si hay conflictos de tenencia, se debe recurrir a la conciliación o, en su defecto, resolver el caso por las vías judiciales pertinentes. La corrupción también es muy tóxica, los niños con padres en permanente conflicto y realizando acciones delincuenciales, corrompiendo funcionarios, también reciben mucho daño, aunque ese ya es otro tema.

Los hijos deben ser protegidos y para eso existe un marco legal, que no está hecho caprichosamente, sino que tiene los procedimientos normados justamente para que los niños reciban el menor daño posible ante este tipo de problemas entre los padres.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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Cuidado con los criterios diagnósticos publicados en internet

Hay muchas páginas en internet dirigidas al público en general donde tienen expuestos los criterios diagnósticos para los diferentes trastornos mentales. De tal forma que casi casi como que nos ofrecen cosas como “sepa si su hijo es asperger” o “sepa si su hijo es autista” o “sepa si tiene a un psicópata cerca”.

Seguidamente suelen ofrecer descripciones, características o incluso los criterios diagnósticos, que suelen verse como un listado de condiciones para que podamos ir poniéndoles “check”, cumple o no cumple, con respecto a la persona que estamos queriendo descartar como poseedor del trastorno, sea nuestra pareja, nuestro hijo, nosotros mismos o cualquier otra.

Un ejemplo

Una página publica una descripción del trastorno obsesivo compulsivo (TOC) y se llega a un cuadro en el que se pone: “tipos de TOC”, un listado de diversos subtipos del trastorno. Uno de ellos reza: “tipo acumulador: colecciona objetos insignificantes de los que no puede desprenderse”. ¡Ajá! Entonces viene la madre del adolescente que colecciona apasionadamente “unas cartas estúpidas de Pokemon que no tienen ninguna utilidad y que ni siquiera se entiende cómo se juega con ellas” y ¡zaz! le pone check al ítem en su cabeza. Su hijo ya tiene TOC. Pues no, resulta que nada más lejos de la realidad, evidentemente.

Cuando pienso en esto siempre me acuerdo de una amiga que un buen día me llamó por teléfono muy preocupada porque había leído una página sobre el síndrome de Asperger. Resulta que ella supuestamente cumplía con las condiciones para ser diagnosticada como tal.

Pero nada que ver, esa chica no tenía nada, pero nada, de asperger. Era una “neurotípica” más en el mundo, que simplemente había leído unos criterios diagnósticos que no han sido escritos para que ella los maneje.

¿Quiénes han escrito los criterios diagnósticos y para quiénes se escribieron?

Esos listados que ahora están publicados por todas partes y que muchas veces incluyen los criterios diagnósticos para determinar si alguien posee determinado síndrome o trastorno, han sido escritos por científicos, psicólogos y psiquiatras que han hecho estudios estadísticos muy complejos con la población para poder llegar a una descripción de los diversos tipos de padecimientos mentales que sufrimos las personas.

Estas descripciones han sido escritas para que los psicólogos, los psiquiatras y demás profesionales de salud podamos entendernos entre nosotros y trabajar coordinadamente. Solo los profesionales están capacitados para poner ese “check” al lado de cada característica o criterio. A veces para determinar si una persona cumple con un criterio diagnóstico es necesario aplicar pruebas o instrumentos, no es algo que se pueda dilucidar así nomás leyendo con el sentido común en la computadora. Definitivamente estos criterios diagnósticos no han sido escritos para que el público en general vaya utilizándolos en su casa, porque no, se arma una total confusión.

Las listas de características publicadas en internet jamás deben reemplazar el diagnóstico o el criterio de un profesional. Algunas páginas incluso incluyen información falsa o mal redactada.

Las personas nos solemos identificar con los criterios diagnósticos

Si una persona X va y lee estas descripciones, hay muchas posibilidades de que se sienta identificada con ellas o que sienta que la persona en quien está pensando tenga esas características. Recuerden el ejemplo de las cartas de Pokemon o cómo mi amiga se identificaba con las descripciones del Síndrome de Asperger hasta llegar a creer que lo tenía.

Pongo otro ejemplo: una mujer con graves problemas de relación con su pareja con quien convive, va y se pone a leer sobre psicópatas. Entonces lee, horrorizada, que los psicópatas no tienen empatía, que solo piensan en su beneficio, que son seductores al principio con las personas, etc. ¿Qué creen que pase con esa mujer? Pues sí, puede fácilmente adjudicarle cada una de esas características a su pareja, sin tomar en cuenta que no posee una mirada objetiva, que toda su visión está empañada por las dificultades que tiene con él y que, por último, está intentando hacer un diagnóstico, algo que solo un profesional de salud está capacitado para hacer.

Puede ser mejor enfocarse en el sufrimiento más que en las etiquetas

Si estamos preocupados por nosotros mismos o por algún ser querido, más que buscarle un diagnóstico, podría ser útil darnos cuenta del sufrimiento, qué podemos hacer frente a él, qué alternativas tenemos o si de repente es momento de consultar con profesionales.

Leer no está mal, informarse, curiosear, es algo bueno. Al mismo tiempo, si hay malestar, síntomas desagradables o preocupantes que se repiten, cualesquiera que sean, hay que dejarles la tarea del diagnóstico y del tratamiento a los profesionales de salud.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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¡No hables lisuras, carajo!

A varios pacientes en edad de adolescencia o pubertad les he escuchado contarme que su papá o su mamá les exigen no hablar groserías cuando de boca de ellos mismos las escuchan y las aprenden.

Los niños y adolescentes actuales son hijos de papás miembros de la llamada “generación X” (personas nacidas en las décadas de los 70 y 80). Estas personas (yo soy una de ellas), hemos crecido cuestionando todas las normas dadas por sentado por nuestros padres y abuelos. Uno de los reflejos de ello es la total proliferación de vocabulario soez. Ahora los papás hablan y escupen palabrotas como si nada delante de sus bebés y de sus hijos chiquititos.

Yo no quiero decir que esto esté mal. Lo que quiero decir es que tal vez no sea tan práctico, pues luego, cuando esos bebés o niños chiquititos crezcan, ¿cómo hacer para que respeten la presencia de sus papás? ¿Cómo hacer para que incluso no se dirijan a sus padres utilizando esas palabras que han oído siempre?

Un ejemplo

Yo tengo por vecinos a unos padres con dos hijos adolescentes. El menor, calculo que debe tener 14 o 15 años. Varias veces sus discusiones se escuchan hasta mi casa y algunas de esas veces le he escuchado decir a ese hijo menor “¡ya, carajo!”, “¡no me jodas entonces!“, a su papá en alguna discusión. Y es que, claro, al padre también le escucho carajear a cada rato, de él mismo es que ha aprendido ese mocoso.

Como se puede entender, un panorama así no es nada conveniente. ¿Por qué? Porque ese chico está creciendo con una figura de autoridad totalmente debilitada y eso le puede traer serios problemas. Si no ha aprendido a respetar a su propio papá, ¿cómo se espera que respete a una autoridad o a la ley misma de la comunidad en la que vive? ¿Cómo se va a esperar que respete a su mujer o a sus hijos en el futuro? Si la idea es criar a un hombre de bien y exitoso, y sembrar las bases para una buena descendencia, un panorama en el que al padre o a la madre se le mande al carajo o a la mierda en cada discusión no es precisamente el camino más seguro.

Menos aun dirigirse a ellos hablando palabrotas

A veces, los papás, especialmente los padres varones, por dárselas de “bacansitos”, les hablan a sus hijos con palabrotas.

Si arriba he explicado cómo el solo hecho de que los chicos crezcan escuchando palabrotas de sus padres puede traer problemas, con mayor razón no es recomendable dirigirse a ellos hablándolas.

Cosas como:

  • Primera fiesta del hijo púber: “ni se te ocurra tomar trago, huevón, ¿ah?”.
  • Hablándole en tono juguetón a un pre púber que está muy demandante: “fulanito, ya pues, no jodas a tu madre, ¿ya?”.
  • “Estás en la casa a las 2 de la mañana, ni se te ocurra demorarte más, cojudo, ¿eh?”.
  • Mamá a hija: “no seas huevona, pues”.
  • Papá a hija: “¡si ese pendejo no te trae temprano se caga conmigo!”.

Evidentemente no se recomienda para nada utilizar este lenguaje. Al hacerlo, el padre o la madre lo único que logran es bajarse de nivel frente a su hijo o hija, que está en crianza y bajo su responsabilidad. Inmediatamente su nivel de respeto baja, y no, no van a lograr la confianza que quieren ganar, por lo menos no sin arriesgar su estatus de papá o mamá respetables. Esa no es la forma. Más bien muchos chicos pueden arrugar el entrecejo en señal de extrañeza o incomodidad. Hay que recordar que los chicos pueden hacer amigos en la esquina o en cualquier lado, pero papás, solo tienen dos en todo el mundo. No vale la pena rebajar el nivel de la paternidad en aras de una especie de amistad vulgar y forzada.

Para ilustrar esto: ¿alguna vez has visto a un policía o a un sereno hablar con lenguaje inapropiado, con lisuras o jergas, o utilizando formas vulgares? Cosas como “ya ‘pe causha, déjame trabajar ‘pe” de boca de un agente de seguridad ciudadana. ¿Qué sientes cuando escuchas o eres testigo de estas cosas? Por lo menos, lo que yo siento es que esa “autoridad” ya perdió toda su investidura y no merece el respeto de ningún ciudadano. Ya, eso mismo pueden sentir los hijos cuando sus padres hablan vulgaridades, con la enorme diferencia de que ya no se trata de un policía X o de un sereno X de la calle, no, se trata de papá o de mamá en persona. Policías o serenos pueden haber miles; papá o mamá solo hay dos en el universo; es mucho peor y más chocante.

Usar un lenguaje correcto

Con los hijos es mejor utilizar palabras convencionales, por lo menos hasta la mayoría de edad. Esto no quiere decir que los papás tengan que ser serios y aburridos, no. Solo se trata de mantener el estatus padres – hijos. Los chicos necesitan a sus papás. Estos son los que le dan la seguridad, el sostén, el ejemplo frente a un mundo adulto extraño, desconocido e incierto. No es conveniente arruinar las figuras de los padres con palabrotas que luego pueden regresar a los padres de boca de los hijos, dejando a los chicos sin figuras qué respetar, solos, sin seguridad.

Por otro lado, si los padres hablan estas lisuras y luego censuran a sus hijos impidiéndoles a ellos hacerlo, involuntariamente se les está enseñando a ser hipócritas e inconsecuentes. Este hijo podría pensar: “o sea, me dices que está prohibido lo que tú mismo haces”. Así el hijo pierde el respeto por su papá o su mamá y aprende que por lo bajo puede quebrar las normas, teniendo la raza de exigir que los demás las cumplan (esto lo podemos ver a diario en nuestras pistas, por ejemplo).

A los hijos es mejor criarlos sin palabrotas. Las palabrotas mejor usarlas entre adultos, entre amigos, y si es posible, fuera de casa.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“¡No hables lisuras, carajo!” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Si se siembra confianza en la niñez se cosecha confianza en la adolescencia

La confianza que los hijos le tienen a sus padres es un elemento importantísimo, tanto así que lo podemos ver como factor protector de un montón de amenazas contra la salud de las personas, a saber, acoso escolar, adicciones, delincuencia, enfermedades de transmisión sexual, embarazo adolescente, abuso sexual, etcétera, etcétera.

A los hijos, desde que son niños, hay que dedicarles tiempo, más allá de los cuidados básicos (alimentación, vestido, educación, vivienda, salud). Hay que darse tiempo para jugar con ellos, para conversar, para salir y hacer cosas juntos. Si un niño desea conversar o decir algo, no cortarlo aduciendo falta de tiempo. En todo caso, si uno está ocupado o apurado y lo que quiere el niño no es urgente, definir juntos un momento posterior para conversar, no simplemente decir “ahora no” y luego olvidarse de que el niño quería conversar. De esta manera los hijos crecerán con la experiencia de que sus papás estaban ahí y se podía confiar en ellos.

Si uno no les da tiempo, no juega con ellos, no los escucha ni conversa con ellos, más adelante, en la adolescencia buscarán mitigar la soledad y llenar el vacío y la falta de apoyo en el grupo de pares o en otras personas (adultos idealizados, por ejemplo) u objetos (redes sociales, videojuegos, drogas), donde estarán expuestos a una serie de riesgos.

Por eso es necesario recordar que a los hijos, desde muy pequeños, hay que dedicarles esas horas de juego, de disfrute y de relación cara a cara, para luego cosechar esa confianza en los años críticos de la adolescencia, donde la confianza en los papás es tan importante como factor protector y como ventaja frente a la vida en general.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Si se siembra confianza en la niñez se cosecha confianza en la adolescencia” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.