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Actividades femeninas y masculinas

«(…) quiero realizar una observación sobre las actividades femeninas y las viriles. Si un niño se cría como les he propuesto, advertirán que, después de la época de tocarlo todo, desea identificarse con su madre en las tareas domésticas, sea chico o chica, y con el padre en las tareas difíciles. No hay que censurar nunca a un niño que zurce o plancha con el pretexto de que son cosas de chicas, como tampoco hay que censurar a una niña que clava un clavo. Todas estas actividades de imitación de los padres son, para el niño, un acceso a la rivalidad con ellos. Esta rivalidad le estructura y le permite adquirir conocimientos de sus posibilidades. Si se le dice al niño “¡Haz esto, haz lo otro!” no se conseguirá que se desarrolle. Es preciso que el niño haya experimentado, en casa y antes de los ocho años de edad, cosas que le hayan dado valor; en efecto, después de los nueve años, él busca que lo valoren en las otras familias: llevándole la bolsa a una señora o cuidando a un bebé. Cuando tengan familias amigas, hagan estos intercambios: eso da a los niños una confianza enorme en sí mismos.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 21, 22.

Celos entre hermanos

A veces, ante el nacimiento de un hermano, el mayor se muestra hostil. Frente a esto, los papás pueden optar por regañarlo o por intentar convencerlo de que su comportamiento es egoísta y desagradable. Esto último se puede hacer de forma dura o de forma tierna; al final, en lo que nos atañe, viene a ser lo mismo.

Cuando esta estrategia de los papás sale lo mejor posible, el hermano mayor acaba tolerando al menor, más para evitar ser censurado que porque verdaderamente lo haya aceptado. Esto no resuelve los celos, sino que solo los tapan, como quien mete la basura debajo de la alfombra para que la sala parezca limpia. Uno se puede dar cuenta de que en el fondo el problema persiste porque el hermano mayor se muestra muy sensible a las diferencias con su hermano menor (por ejemplo, el famoso “¿por qué a él sí y a mí no?”).

¿Cómo prevenir esto?

Frente a este problema se puede optar por una vía alternativa a la anterior, que podría dar mejores resultados. La clave está en permitir al niño expresar su malestar, mostrarle que lo entendemos, en vez de censurarlo (ojo, esto no significa que se toleren agresiones o acciones que se pasen de ciertos límites razonables). Cada vez que este hermano diga que no lo van a querer igual o que quieren más al menor, los papás pueden decirle que lo comprenden y que, en efecto, esto que siente es muy penoso.

Siguiendo este parámetro, el hermano mayor podría “tocar fondo”, como se dice, y, una vez en esta situación, podría iniciar su recuperación y empezar a “defender” a su hermano menor, diciendo cosas como “en realidad no es un pesado” o “en realidad no es tan odioso” o “no, no es tan molesto, en verdad es muy chiquito”. Una vez en esta posición, los papás solo deben atinar a responderle cosas como “¿sí? ¿tú crees?” o “sí, tal vez tengas razón”, evitar reforzarle su defensa, dejar que él haga su propio camino. Poco tiempo después, si todo sale bien, este hermano mayor tendría que ya haber aceptado a su hermano de forma genuina.

Esto sucede así porque no se le censura, dañándole su autoestima, sino que más bien se le permite expresar sus sentimientos y así puede elaborarlos y pasar a desarrollar una relación más positiva.

¿Qué pasa cuando es el menor el que se siente celoso?

Si bien no es una situación tan clásica como la anterior, muchas veces sucede que es el hermano menor el que, cuando crece, desarrolla celos y rechazo por su hermano mayor.

En este escenario se recomienda actuar de forma análoga: que se le permita la expresión de los celos, sin cesurarlo ni regañarlo por ello. Sin embargo, con los menores hay que tener cuidado de no compensar su malestar con afecto o con mimos, ya que esto reforzará su comportamiento e incluso podría empeorarlo.

De forma similar al caso de los hermanos mayores, hay que escucharlos, decirles que tienen razón en sentirse así, que las desigualdades pueden ser difíciles de soportar y que se les comprende. Si el papá o la mamá tienen hermanos, se le puede decir que ellos también sintieron lo mismo siendo niños, si es que recuerdan cómo así, que tampoco se trata de engañar.

Con los menores también es importante hacerles ver que no hay diferencia de valor, sino solo de edad, de tamaño o de talla. Para esto, se recomienda que los papás busquen ejemplos qué ponerle al niño, ejemplos en donde dos personas o seres diferentes son importantes a su manera particular en una misma situación o para una misma tercera persona. Se sugiere esto porque, en el caso de los menores, hay mucho de sentimientos de desventaja por ser menor, más pequeño o más débil.

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 41-43.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“Celos entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Los niños observan las acciones de sus papás

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En varias entradas en este blog he mencionado cuán importante son las acciones de los papás para sus hijos. La frase “los papás son el ejemplo” está tan manoseada que cuando la decimos puede no tener ningún efecto y caer en saco roto. Pero resulta que la frase es abrumadoramente real.

Ejemplo 1

Es decir, por ejemplo, ¡qué difícil debe ser para un niño entender que debe ser mesurado en el manejo de su teléfono celular, si sus propios papás se la pasan chateando todo el día y prefieren hacer eso que conversar o estar en silencio con la persona que tienen al lado!

Ejemplo 2

Otro ejemplo un poco más complejo: uno de los papás le saca la vuelta al otro constantemente y es evidente que no va a modificar su comportamiento. El otro papá, “la víctima”, puede decir: “¡qué mal ejemplo que le da a nuestros hijos!”, y tiene razón, sin embargo esos hijos también tienen el ejemplo de ese otro papá que se queda con la pareja infiel y que no hace nada para distanciarse, quedándose en ese rol de víctima. Esos chicos tienen no solo el ejemplo de cada uno de sus papás, sino tienen también un primer modelo de pareja sexual. Para ellos, así es (y probablemente así será) la vida de pareja. Cuando crezcan, lo harán con ese modelo en la cabeza, que será determinante para sus vidas futuras.

El niño observa, escucha, guarda en la memoria e imita

Aquí les voy a compartir algo que escribió Françoise Dolto sobre este asunto:

“El niño observa los gestos y los actos de los adultos. Escucha sus palabras. Guarda todos estos comportamientos en la memoria. Los imita cuando está solo (…). El niño ama a los adultos y teme desagradarlos. Desea conquistar su asentimiento, alcanzar su poder y su dominio de las cosas. Se ejercita imaginariamente en su propio dominio de las cosas y de las personas, solo y junto a ellos” (Dolto, 1998; página 33).

Aquí algunas de las últimas entradas en las que he mencionado cuán importante son las acciones de los papás en la crianza de los niños:

Obesidad infantil

Ante una infracción no se salte nunca el reglamento

Pautas para formar hijos moralmente sanos

Como hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.

Cambio constante de nanas

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Françoise Dolto, hablando acerca de las detenciones o dificultades del desarrollo del lenguaje, de la motricidad y de la capacidad de simbolización de los niños pequeños dice:

“(…) estas dificultades no se encuentran solamente en familias cuyo nivel económico es bajo. Se encuentran también con frecuencia en las familias acomodadas cuando, por razones diversas, los padres recurren a nodrizas pagadas. Los cambios intempestivos de la persona que alimenta al niño son traumatizantes. La persona [la nana] que se va lleva consigo las señales humanas de comunicación de lenguaje (verbal y gestual). Deja al niño en el desierto de su soledad. Y el niño está obligado, en cada relación sucesiva con una persona que lo alimenta y tutela, a construir una red nueva, si bien precaria, de comunicaciones interhumanas que cada nueva partida debilita, reduciendo todos los significantes del otro que hay en él” (Dolto, 1998; páginas 32, 33).

Hay que recordar que los niños de menos de tres años, no están preparados para cambiar de persona a persona, como nosotros los adultos podríamos cambiar de compañero de trabajo a compañero de trabajo. Los niños más pequeños necesitan figuras constantes que se les hagan familiares, no muy numerosas. Esto permite establecer un código de comunicación, de significados y de símbolos con estas personas cercanas. Por eso es que Dolto reflexiona así a propósito de las nanas que se siguen unas a otras mes a mes o incluso semanas a semanas.

Y es que las nanas no es que sean solo figuras que están ahí, las nanas a esa edad alimentan al niño, como recalca Dolto, y en los mamíferos superiores la alimentación es entre madre y cachorro, y más adelante entre padres y cachorros, es una cuestión de naturaleza. Los seres humanos bebés y niños pequeñitos establecen un vínculo muy importante con la persona que los alimenta, y este vínculo, nos dice Dolto, es importantísimo para su desarrollo y crea una red de comunicaciones que se esfuma constantemente, como si nunca hubiera existido, cuando las nanas se suceden una tras otra.

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Recomendación

Hay que tomarse muy en serio el tema de las nanas. Si se va a optar por este tipo de servicios, hay que asegurarse de que se contrate a alguien adecuado, especialmente si el niño va a quedarse al completo cuidado de esta persona por tiempos prolongados.

Si esto de las nanas no funciona y vemos que se nos empiezan a ir o las echamos y viene una y otra, hay que ver qué está pasando y evaluar bien si conviene seguir con ese esquema de crianza.

Referencia

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Cambio constante de nanas” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

El pudor en los niños

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“Me gustaría hablarles también del pudor. La creencia de que pasearse completamente desnudos ante los niños es bueno para ellos es del todo falsa. (…) uno no se pasea completamente desnudo delante de todo el mundo… El niño no puede desear lo que mira sin tocarlo. Por tanto, no le permitamos ver lo que, con razón, le prohibiríamos tocar. Dejémosle en la ignorancia, salvo de aquello que tratará de mirar él solo, por ejemplo, por el agujero de la cerradura. A veces un niño necesita conocer el cuerpo del adulto. Cuando ha adquirido este conocimiento y habla de él, no hay que culpabilizarlo, sino decirle: «Tú también serás así». De este modo es como respetamos su pudor y su libertad. Ausentémonos del aseo del niño desde el momento en que no tiene necesidad de nuestra ayuda. Permitámosle que cierre la puerta con llave. Respetemos este pudor del cuerpo, y respetemos también sus iniciativas sentimentales. No hay nada más nefasto para el progreso de un niño que decir a propósito de él en su presencia: «Ha mirado a fulanita. ¡Le gusta!». No hay nada más desmoralizador para un niño, y más todavía para un adolescente, que recalcar sus emociones de deseo.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 21.

Niños egoístas – niños generosos

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<<Quiero decir unas palabras (…) sobre la educación de la generosidad. A menudo nos causa enfado ver a niños egoístas que lo guardan todo para ellos… Pero, por lo general, estos niños son los que más tarde destacarán por su generosidad. Cuando un niño no es generoso, es que no ha comprendido que tiene todo lo que le hace falta. Hay una edad de la generosidad. En primer lugar, es preciso que el niño haya tenido el sentido de la posesividad, pues no hay que tomar por generosidad la ausencia del sentido de posesión ni el hecho de dejarse desposeer con dolor. No hay que olvidar que el niño que da a menudo lo hace para complacer al adulto que se lo ordena, y no sabe que dar es identificarse con el que va a recibir la donación. Mientras el sujeto no tenga lo suficiente no puede dar sin lamentarlo después. Para llegar a la edad de la donación, hay que pasar por la edad del trueque.

Los padres no conocen bien la edad del trueque y a menudo la desaprueban. ¿Por qué? Porque el trueque que practica el niño no se hace por un valor igual en dinero según los padres. Un niño cambiará una pluma de 2.000 pesetas por una canica de veinte duros la bolsa. No nos mezclemos demasiado en los trueques de los niños o, en todo caso, hagámoslo desde cierta distancia. Hablemos con ellos, pero dejémosles llegar a un acuerdo, pues el conocimiento del valor del dinero viene después, hacia los siete u ocho años. Entonces se puede hablar de generosidad.>>

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Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 20, 21.

“Ante una infracción, no se salte NUNCA el reglamento”

Ya pasaron tres semanas de las elecciones generales aquí en Perú y ya me siento más libre de compartir esta imagen que circulaba por Facebook. Un poco antes, los medios de comunicación informaron de que habían muerto estudiantes universitarios a manos de asaltantes, quienes, en el colmo de la insanía, los asesinaron porque querían sus respectivos teléfonos celulares (dicho sea de paso, cuesta entender cómo es que alguien puede ser tan enfermo e infantil como para matar a alguien porque quiere su celular). El hecho es que estas noticias se entrelazaron con el asunto de las elecciones presidenciales, de tal manera que cuando me encontré con este cartel, lo quise publicar de inmediato porque también tenía relación con una de las últimas entradas que publiqué aquí, pero me frené justamente por el tema político. Aquí la imagen en cuestión:

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En fin, ya descontextualizado de la coyuntura política, viene más a cuento comentar lo que quería: la penúltima entrada que publiqué aquí se titula “Pautas para formar hijos moralmente sanos”. Esta entrada es una cita textual de un libro de la psicoanalista francesa Francoise Dolto. Una de sus pautas a los papás tiene que ver con esto, y dice: “ante una infracción, no se salte nunca el reglamento”. Yo subrayaría ese “nunca” y lo pondría así: “ante una infracción, no se salte NUNCA el reglamento”.

¿A qué se refiere? Se refiere a que los papás tienen que tener muchísimo cuidado con su propio comportamiento, porque sus hijos los están viendo y para sus hijos ellos son el modelo a seguir. Esta parte es dura, pero si se piensa en los niños que uno está criando de repente no es tan descabellado. A ver: te para un policía de tránsito porque cometiste una infracción. Aquí la costumbre es intentar sobornar al policía. Pero veamos, resulta que a tu lado están tus hijos. Francoise Dolto te dice “¡no lo hagas!”… yo también te lo diría: ¡no lo hagas! Es mejor y más barato pagar tu multa a que tu hijo te vea haciendo esa bestialidad, por más pequeño que sea (porque eso de “está muy chiquito para entender” es mentira, aunque resulta muy largo de explicar por qué… en otra entrada tal vez).

Veamos otra: tu hijo te pide un videojuego. Aquí la costumbre nos dicta ir al mercado informal y comprar una copia pirata. Pues bien, igual, ¡no lo hagas! Puede que esto que estoy diciendo suene utópico, pero en realidad no lo es. Simplemente se trata de hábitos antisociales a los que nuestra sociedad nos ha acostumbrado y vivimos con ellos como si fueran normales. El problema está en que nuestros hijos nos están viendo y si nos interesa su salud, habría que pensarlo dos veces antes de sobornar, coimear, piratear, robar, o utilizar a tu criatura para hacerte el pobrecito y que te atiendan primero en el banco cuando tu pareja está bien campante en el auto afuera.

Lo mismo se aplica a la imagen: tu hijo te pide un teléfono celular, o tú te quieres comprar uno, o le quieres regalar uno a tu pareja. Vas al mercado informal y le compras al tipo que está ahí. Pues bien, ese celular pudo haber sido de una persona que ahora mismo está debatiéndose entre la vida y la muerte por un balazo o seguro la están velando, o seguro ya está bajo tierra; sí, justamente por ese celular que tú estás comprando; es decir, esa persona fue asesinada para que tú compres tu celular. Por supuesto, luego, cuando le pasa lo mismo a uno de los tuyos, ahí sí saltas y lloras y te rasgas las vestiduras. Pues sí, tu hijo lo está viendo todo, y está aprendiendo toda esa complicidad y toda esa hipocrecía de ti. Luego te puedes lamentar porque tu hijo te engaña y te puedes preguntar horrorizado “¿de dónde aprendió a ser tan deshonesto?”.

Mejor no lo hagas, ante una infracción, no te saltes nunca las reglas, tu hijo te está viendo.

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Pautas para formar hijos moralmente sanos

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Cuando el niño se enfrenta con las leyes del grupo, de la sociedad o de la escuela, no se entrometa usted calificando positiva o negativamente lo que ha sucedido. Y ante una infracción, no se salte nunca el reglamento. ¡No lo haga nunca! Así es como ayudará a un niño a introyectar la instancia paternal. Las modificaciones de los reglamentos se deben anunciar a medida que el niño crezca. Es necesario decretar estas reducciones de los castigos, pero no cuando no se ha cometido una infracción.

(…)

En el estado de cosas actual, lo que los padres pueden dar sobre todo es el ejemplo de tener amigos de su edad, de tener intereses fuera del hogar, de conciliar los intereses de su grupo social y los de la vida personal del hogar, de intercambiar su creatividad con el prójimo. Eso es lo que producirá un niño sano socialmente y le permitirá mantenerse apegado a su célula familiar, al mismo tiempo que sentirse llamado hacia los grupos de jóvenes y las pandillas de una manera que no será delictiva en modo alguno.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 19, 20.

Nota: los resaltados son míos.

Pregunta clave: ¿valía la pena?

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“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: <<¿Valía la pena arriesgarse al castigo?>>. <<¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!>> La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: <<Me importa un bledo>>, lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: <<¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?>>. <<Estuve hablando cinco minutos.>> <<¿Valía la pena?>> <<¡Oh, no!>> <<¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.>> La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

La fórmula de Françoise Dolto para criar bien a los hijos

«En la infancia hay dos períodos difíciles: el del destete y el de tocarlo todo. Cuando han transcurrido bien, ningún acontecimiento tendrá ya repercusiones graves en la vida del adulto.»

El destete

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«El destete, que es un destete del cuerpo a cuerpo con la madre, en el olor de la madre, se debe acompañar de una mayor cantidad de palabras e intercambios gestuales. Si este período se vive bien, el niño prosigue su desarrollo hacia la motricidad acrobática, que debe tener lugar antes de la educación de los esfínteres. Pero si la edad acrobática se acompaña de la educación esfinteriana, es decir, de la culpa por ensuciarse, el niño no puede estar “al caldo y a las tajadas”. No puede controlar sus esfínteres y adquirir habilidad con las manos. En cambio, cuando el niño es capaz de subir y bajar solo de una escalera casera, obtiene en veinticuatro horas la limpieza, que deseaba ya desde hace tres meses. Dicho de otra manera, cuando se trae a un niño al mundo, hay que saber que habrá que lavar pañales durante veintiséis meses.»

La edad de tocarlo todo

«La edad de tocarlo todo es muy importante. El niño de catorce a dieciocho meses aprende a conocer las cosas entonces, ayudado por su madre (y ¡Dios sabe lo fatigoso que es, sobre todo cuando ella está embarazada del siguiente!). En ese momento, no hay que hacer que el niño se sienta en un mundo en el que “el-padre-está-en-todos-los-muebles”. En efecto, el padre representa para el niño la ley a la que se enfrentan sus deseos. Es la persona que aparta a mamá, es decir, la seguridad del contacto consigo mismo. Si el niño pone el dedo en el enchufe y le da la corriente, dirá: ¿Papá está ahí?”, “Papá-va-a-dar-corriente”. Porque la instancia paternal está asociada a la discontinuidad de las experiencias de seguridad. Cuando esa seguridad se rompe, es que el otro está ahí para llevársela él. Así, si la madre o una persona que la sustituye está presente y verbaliza constantemente las experiencias del niño (por ejemplo: Hay que coger así una tetera caliente o una plancha para no quemarse”), si para todas las tareas peligrosas se le acompaña por la palabra y el gesto, se advertirá que el niño se hace sumamente prudente, muy industrioso en familia y casi no sufre accidentes. Puesto que nuestra educación tiene como fin la autonomía de la persona, el niño debe saber que, si le pasa algo malo, no lo regañarán por eso, puesto que la causa es una mala ejecución, y el adulto también podría haber ejecutado mal ese movimiento. Lo importante es que el niño se sienta del mismo lado que los otros seres humanos ante los elementos, las cosas, los animales, las personas, las leyes… Y no él a un lado de la barrera y los adultos en el lado de la perfección, es decir de la instancia paternal suprema.

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La edad de tocarlo todo dura un mes o un mes y medio, dos meses en los niños que tienen necesidad de muchas experiencias para comprender la ley que estipula el comportamiento con respecto a tal o cual cosa. Después de esa edad, ¿qué es lo que se prohíbe? Dentro de la familia no está prohibido casi nada, pero hay una prohibición inexorable, al menos pasajeramente, ya que se dirá al niño: Eso está prohibido hasta que seas mayor y sepas hacerlo”. Una madre puede dedicar todos los días una hora de su tiempo para permitir al niño la exploración de la casa. Se escoge una habitación y se permite al niño tocarlo todo, absolutamente todo, bajo ciertas condiciones que, si no se respetan, provocarán una catástrofe también para el adulto. Si se procede así, se puede estar tranquilo: a los tres años el niño casi no desobedecerá. ¿Por qué? Porque un niño al que le pasa algo malo cada vez que trata de identificarse con el comportamiento de los adultos, comienza a angustiarse, a sentirse culpable y a provocar un castigo para aplacar su sentimiento de culpabilidad. Así es como hacemos desobedientes a los niños, por no haberlos formado, en la edad de tocarlo todo, en el conocimiento de la medida de sus posibilidades de “pequeños que están creciendo”, de seres de la misma especie que nosotros.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 17, 18.