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¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?

No es cosa de entrar a debatir con los niños (eso no es pertinente, ya que la crianza no es una democracia), sin embargo sí es adecuado darles, breve y claramente, las razones cada vez que les neguemos algo que piden, por más pequeñitos que sean. De esta manera aprenden desde muy temprano que sus papás no dicen “sí” o “no” de forma impulsiva, guiados únicamente por sus emociones o por su estado de ánimo, sino que tienen razones que los guían, y que dichas razones buscan su bienestar, su salud y lo mejor para ellos.

Por ejemplo: “hoy no alcanza el dinero para comprar ese juguete, cuesta bastante y necesitamos comprar otras cosas”.

Otro ejemplo: “mejor hoy comemos en otro sitio, comer mucho ese tipo de comida podría enfermarnos después”.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos

Antes de empezar, cuando hablamos de “acoso y maltrato sistemáticos” hacia el hermano, nos referimos a la realización de comentarios desagradables o hirientes, empujones, golpes, patadas, exclusión total del grupo de amigos o propagación de mentiras o rumores acerca de él, perpetradas estas acciones varias veces a la semana o varias veces al mes, de tal forma que se entienda como algo constante.

Muchas personas minimizan el hecho de que un niño haga esto repetidamente a su hermano. Podemos escuchar entonces comentarios como “son cosas de niños” o “es normal que los hermanos se peleen”.

Es verdad que cierta medida de conflicto es natural, pero cuando se llega al punto del hostigamiento, del acoso o del maltrato sistemáticos, las cosas pueden ponerse peligrosas.

El acoso entre hermanos eleva hasta en 300% el riesgo de sufrir un trastorno psicótico hacia el final de la adolescencia

Ya se sabía que el acoso entre hermanos estaba asociado con la depresión y con las autolesiones (automutilación, cortarse, por ejemplo) (tomen nota de esto también los papás). Ahora se sabe algo más: este año se ha publicado una investigación en la revista científica “Psychological Medicine” en donde se ha encontrado que los niños que viven una situación de acoso con algún hermano, sea como víctima o como victimario (aunque especialmente como víctima), tienen de 2 a 3 veces más posibilidades de desarrollar algún trastorno psicótico para sus 18 años, en comparación con los niños que no viven tal situación.

Además, se vio que los niños que, además de ser víctimas en casa, lo son parte de compañeros, por ejemplo en el colegio, tienen aun más probabilidades de desarrollar dicho tipo de trastorno (hasta 4 veces más posibilidades).

Trastorno psicótico

Cuando hablamos de “trastorno psicótico”, nos referimos a un conjunto de trastornos graves caracterizados por la pérdida de contacto con la realidad. Las personas que sufren algún tipo de psicosis pueden experimentar alucinaciones (por ejemplo, ver cosas o escuchar voces que no existen) y/o delirios (por ejemplo, creer que están siendo perseguidos, sin que eso tenga relación con la realidad), entre otros síntomas muy perjudiciales. La esquizofrenia o el trastorno delirante, son ejemplos de trastornos psicóticos. Un trastorno psicótico con frecuencia discapacita o incapacita totalmente a una persona (muchos de los que comúnmente llamamos “locos calatos” que andan por las calles, son personas que sufren algún tipo de psicosis). Evidentemente este tema de las psicosis es muchísimo más complejo. Solo pongo lo mínimo como para que se hagan una idea.

¿Cómo se hizo el estudio?

Nuevamente voy a colocar aquí lo mínimo. A quienes les interese pueden ir a la publicación para leer el artículo, que, si bien, es bastante técnico, puede ser de interés para quienes deseen saber más acerca de cómo se realizó la investigación.

Se contó con 3596 participantes, a los que a los 12 años se evaluó si sufrían acoso por parte de algún hermano o si lo perpetraban, así como si sufrían de acoso (bullying) por parte de compañeros. Luego, a los 17.5 años, en promedio, se evaluó si habían desarrollado algún trastorno psicótico. Del total de participantes, se encontró que 55 desarrollaron psicosis para ese momento, lo que coincide relativamente con la prevalencia de las psicosis a nivel de población. A partir de aquí se realizó todo el trabajo estadístico.

Recomendación para los papás

Los autores del estudio afirman que los hallazgos llevan a pensar en una relación directa entre el acoso y el mayor riesgo de trastorno psicótico (es decir, que el acoso puede llevar al trastorno psicótico). Por ello es importante que los papás tomen nota del peligro que conlleva este tipo de relaciones entre los hijos.

Es necesario que, de detectarse esto, se tomen medidas coordinadas entre las figuras de autoridad de la casa (pareja de papás, por ejemplo), no solo para frenar el abuso, sino también para resolver cualquier conflicto de fondo que lo esté facilitando.

De no funcionar esto, es necesario acudir con un profesional recomendado.

Referencia

Dantchev, Slava; Zammit, Stanley & Wolke, Dieter (2018). Sibling bullying in middle childhood and psychotic disorder at 18 years: A prospective cohort study. Psychological Medicine, 1-8. Online: enlace.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Actividades femeninas y masculinas

«(…) quiero realizar una observación sobre las actividades femeninas y las viriles. Si un niño se cría como les he propuesto, advertirán que, después de la época de tocarlo todo, desea identificarse con su madre en las tareas domésticas, sea chico o chica, y con el padre en las tareas difíciles. No hay que censurar nunca a un niño que zurce o plancha con el pretexto de que son cosas de chicas, como tampoco hay que censurar a una niña que clava un clavo. Todas estas actividades de imitación de los padres son, para el niño, un acceso a la rivalidad con ellos. Esta rivalidad le estructura y le permite adquirir conocimientos de sus posibilidades. Si se le dice al niño “¡Haz esto, haz lo otro!” no se conseguirá que se desarrolle. Es preciso que el niño haya experimentado, en casa y antes de los ocho años de edad, cosas que le hayan dado valor; en efecto, después de los nueve años, él busca que lo valoren en las otras familias: llevándole la bolsa a una señora o cuidando a un bebé. Cuando tengan familias amigas, hagan estos intercambios: eso da a los niños una confianza enorme en sí mismos.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 21, 22.

La coherencia de los papás en la crianza

En una argumentación (ojo, solo en la argumentación) entre adultos no importa en realidad lo que uno haga o haya hecho, lo que vale es el argumento.

Por ejemplo, imaginemos que hay dos amigos, el amigo A y el amigo B. El amigo A realiza movimientos irregulares con el dinero de la empresa en la que trabaja. Entonces el amigo B le dice:

– No me parece que esté bueno que estés haciendo esas cosas. Además de incorrecto, no te conviene, porque por unos pocos billetes malhabidos estás jugándote toda tu carrera.

Entonces el amigo A, seguramente sintiéndose criticado, recuerda que el amigo B hizo lo mismo anteriormente, y le responde:

– ¿Qué me hablas tú de esas cosas, si yo sé por tu propia boca que tú hacías lo mismo en la última empresa en la que estuviste?

La respuesta del amigo A, aunque les parezca extraño a muchos, es incorrecta. Se trata de un error de argumentación conocido como “falacia ad hominem”, un tipo de argumentación inválida en la que se pretende refutar un argumento mediante la desautorización de la persona que lo ha dicho, cuando en verdad eso no tiene nada que ver. Lo máximo que logra la persona que hace esta falacia es distraer la atención, el argumento no queda refutado. La única forma de refutar un argumento es con otro argumento.

En la crianza sí importa que lo que digan los padres sea congruente con sus acciones

Pues bien, todo esto que he puesto se aplica en la lógica adulta. Por tanto hay una situación en la que esto no funciona, y es en la crianza. Por ejemplo:

– Padre: hijo, no está bien que te acuestes con el teléfono ahí, jugando o chateando. Eso no te hace bien, no quiero que lo hagas.

– Hijo: ¿qué? ¡Pero si tú haces eso mismo todas las noches!

Sería ridículo que en una situación como esta el padre responda:

– No, hijo, no puedes contradecir mi argumento atacando a quien lo dice. Tienes que atacar al argumento, no a la persona.

Absolutamente fuera de lugar, ¿verdad? Aquí el hijo tiene razón, tal vez no en el sentido de la lógica o de la argumentación, sino en el sentido de que este padre pretende instaurar una norma que él mismo no cumple. El niño o el adolescente no es un adulto, no va a entender tan fácil cómo es que, independientemente de lo que haga su padre, a él le conviene hacer caso a lo que le ha dicho. Incluso a los adultos nos cuesta aceptar que se nos haga esto, y esperamos que, si se nos va a imponer una limitación, por más bien que nos haga, se imponga a todos de forma equitativa y justa.

Hay que ser coherentes, enseñar con el ejemplo

Por eso, papás, hay que ser coherentes. Si vamos a criticar o a imponer normas a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que nosotros también nos estamos rigiendo bajo los mismos criterios.

Ilustración: Pedro Meca

Por eso es que no conviene decir cosas como “¡todo el día estás pegado a la pantalla de esa computadora! ¿No tienes otra cosa qué hacer?”, cuando el papá que dice esto está pegado todo el tiempo a la pantalla del teléfono. O, de repente, decirle “¡todo el día estás con esos muchachos en la calle! ¡Tú tienes una casa!”, cuando el papá que dice esto se la pasa de jueves a sábado de juerga en juerga, o todos las noches con los amigos o la pareja, o trabajando en exceso fuera de casa.

O de repente: “¡oye contrólate! ¿Qué es eso de jugar con esa consola seis horas al día? ¿No sabes controlarte?”, cuando todos los fines de semana este papá se excede con el alcohol. También está el clásico “¡no digas lisuras, no grites, no alces la voz!”, cuando el papá mismo que ordena esto es el primero que habla groserías y grita.

Es difícil, pero es que es lo mejor que los papás prediquemos con el ejemplo. Si no lo hacemos, no podemos quejarnos luego de que nuestros hijos no nos hagan caso o nos den problemas.

¿Y qué pasa cuando es el pasado el que nos desautoriza?

Todo lo dicho valdría para el presente, pero a veces es el pasado el que nos traiciona. Por ejemplo cuando el papá le exige a su hijo ser un alumno excelente y le hace un escándalo cuando desaprueba un examen, cuando la libreta de calificaciones de ese mismo papá estaba, en sus tiempos, llena de desaprobados. Aquí, cuando el hijo le pregunte a su papá qué clase de estudiante era él, dicho papá, o le tendría que mentir (lo que no recomiendo para nada) o decirle la verdad, quedando desautorizado.

Otro ejemplo bastante común es el de aquellos papás que les exigen a sus hijos estudiantes técnicos o universitarios que no fracasen en sus carreras, cuando ellos mismos, o bien fracasaron o bien ni siquiera empezaron estudios superiores.

Estos casos son un poco diferentes porque son cosas que ya sucedieron y que, por tanto, ya no se pueden cambiar. Aquí lo adecuado sería aflojar un poco las exigencias, ya que nos encontramos comprometidos por nuestra propia biografía. Aquí, en vez de exigir o ser autoritarios, valdría más la pena conversar y entender con los chicos que quizás es mejor que ellos intenten hacer lo que más les conviene, independientemente de los fracasos, dificultades o cómo haya sido la vida de sus papás.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 54, 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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Niños egoístas que no comparten sus cosas

Cuando los papás organizamos reuniones o fiestas en donde nuestro hijo va a juntarse con otros niños, a veces sucede que este se niega a compartir sus juguetes o sus cosas. Mientras más pequeño sea el niño, más se incrementa la posibilidad de que esto suceda. Esto es así porque, a menor edad, la persona es más egocéntrica y, por tanto, más egoísta. No es nada anormal. Por ello no hay que tomarlo como algo negativo, ni preocuparse. Simplemente se puede buscar la forma más conveniente de actuar para que nuestro hijo se vea beneficiado en su desarrollo.

Obligar a nuestro hijo a compartir

Si los papás ordenáramos directamente a nuestro hijo que comparta sus cosas estaríamos arruinando la experiencia social del niño, además que estaríamos actuando de forma autoritaria y hasta prepotente. ¿Por qué? Solo basta con preguntarnos a nosotros mismos qué sentiríamos si viene un policía o cualquier autoridad a nuestra casa, con otra persona, y nos ordena que le prestemos nuestra computadora, nuestra TV o nuestro teléfono celular, o nos ordena que le demos nuestra clave de wifi o que le prestemos nuestro dinero. Los juguetes del niño son de su propiedad (se los regalamos, se los dimos, no son nuestros), tanto como que nuestras cosas son nuestras.

Esto se agrava cuando no solo ordenamos a nuestro hijo que preste, sino que directamente tomamos sus cosas y las ponemos a disposición del niño o de los niños visitantes. A ver, ¿qué sentiríamos si viene algún representante del gobierno de turno y nos quita nuestra casa para dársela a otro u otros ciudadanos? Porque la ecuación es la misma.

Presionar a nuestro hijo para que comparta sus cosas

Presionarlo con ruegos o con argumentos tampoco es tan conveniente. Hay que entender que la persona (nuestro hijo) no desea que toquen sus cosas. Los argumentos probablemente no los entienda a cabalidad, con mayor razón si es muy pequeño, y la presión que se genera nuevamente podría arruinar el momento de interacción social.

Por otro lado, estrategias como “comprar” la acción que queremos que realice nuestro hijo con ofrecimientos materiales o premios de cualquier tipo (más allá de un simple “me agradaría mucho si quisieras jugar con tus juguetes con fulanito”), es justamente eso, “una compra”, un generador de conveniencia y corrupción. El niño, entonces, crece con la idea de que puede vender sus favores, al igual que hacen los políticos corruptos, por ejemplo.

¿Realmente los juguetes y objetos materiales son tan importantes?

¿Realmente sin las pertenencias del niño no se puede pasar un buen rato? No tiene por qué ser así. Si el papá o la mamá tienen una pelota o cualquier objeto divertido que sea de ellos y no del niño, ya con eso pueden organizar juegos. Aun así, ni siquiera es necesario objeto alguno. Juegos físicos como escondidas y otras dinámicas por el estilo suelen funcionar bastante bien y no requieren juguetes o posesiones del niño.

Este tipo de actividades con las que se puede animar a los invitados dentro de la casa de un niño que no quiere compartir tiene una triple función (por lo menos):

  1. Hace que el encuentro social sea agradable.
  2. Salva la situación de egoísmo del niño e impide que los papás se entrampen en la negativa a compartir.
  3. Genera procesos emocionales en el niño que tal vez lo lleven a compartir de forma espontanea más adelante. Por ejemplo, la confianza que tal vez necesite nuestro hijo antes de ver cómo esa otra persona hace uso de sus pertenencias. También puede movilizar culpa en el pequeño, una emoción que, bien regulada, es fundamental para la integración a la comunidad. El niño puede sentirse culpable al ver cómo en la situación de juego, esas otras personas son agradables y no merecían su hostilidad. El niño puede manejar sus sentimientos de culpa reparando su hostilidad previa, siendo generoso posteriormente. Si se le obliga o se le presiona, le privamos de la oportunidad de desarrollar estos sentimientos.

En resumen

Ante una situación social en la que nuestro hijo se niega a compartir sus cosas con los invitados:

  • Evitar ordenar que comparta.
  • Evitar tomar sus cosas y dárselas a los invitados.
  • Evitar presionar con argumentos o ruegos. Si el niño dejó en claro que no desea a la segunda o, máximo, a la tercera, es porque es “no”.
  • Estar preparados. Buscar actividades o juegos alternativos, quitar del centro de atención las posesiones materiales del niño.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 40.

 

Diego Fernández Castillo
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¿Ofrecer disculpas a los hijos?

«Si te sientes mal con tu hijo, no dudes en decírselo y ofrecerle disculpas, así sabrá que los “grandes” también se equivocan y saben reconocerlo» (Baltazar y Palacios, 2011, página 38).

Así es, de acuerdo, aunque me gustaría acotar tres cosas:

  • Ofrece disculpas a tu hijo sin perder la autoridad que tienes, sin rogar, sin rebajarte, con dignidad, no te comportes como un niño o muchacho o como su amigo, acuérdate que tú eres su papá o mamá, que eres un adulto y que tú eres la autoridad.

  • Ofrecer disculpas ante un error y reparar el daño mediante el afecto y el acercamiento es suficiente. No tienes que comprar el perdón de tus hijos pagando cosas o golosinas o dándoles permisos especiales, como faltar al colegio o jugar más tiempo con los videojuegos. Esto lo único que provocará es que pierdas autoridad, que tu hijo se acostumbre a ser comprado con cosas materiales o con dádivas (esto es germen de conveniencia y corrupción) o que tu hijo desee que te equivoques y que hagas mal las cosas esperando su recompensa por ello.
  • Ofrece disculpas sí y solo sí estés completamente seguro de que te has equivocado. No te fíes solo de tus sentimientos de culpa. Piénsalo bien, consulta si es posible con tu pareja o con personas de confianza. Ante la duda investiga, asegúrate de que en realidad te equivocaste. Si empiezas a pedirle perdón a tu hijo por cosas que no has hecho mal, lo situarás a él en un pedestal y tú acabarás siendo su súbdito, nuevamente perderás autoridad y tu hijo crecerá con la idea de que tiene derechos especiales por sobre los demás. Ofrecer disculpas a tu hijo no es cosa de juego. Es importantísimo que lo hagas cuando de verdad lo amerite. Tal vez sea una “pequeñez”, no importa; si de verdad lo amerita y es justo, hazlo, pero estate seguro de ello.

En conclusión, yo diría que si te sientes mal con tu hijo, sí, duda, piénsalo, cuestiónate, consulta, pregunta, escucha si es necesario. A veces puedes concluir rápidamente que te equivocaste, otras no tanto, el asunto es que estés seguro. Evita guiarte únicamente por tus sentimientos de culpa. Los sentimientos no son racionales y pueden engañarte. Si estás seguro de que te equivocaste, ahí recién no dudes en decírselo y ofrecerle las disculpas del caso.

Efectivamente, los “grandes” nos equivocamos, y mucho. Así que sí, ofrece disculpas a tus hijos cuando lo hagas, pero solo cuando lo hagas. Y luego, cuando ofrezcas esas disculpas, hazlo de forma correcta, evita rebajarte, evita rogar, evita comprar el perdón de tu hijo. Tu error no te ha quitado tu rol de padre o tu autoridad.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

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Enseñar a no interrumpir con el ejemplo

Cuando tu hijo esté platicando, no lo interrumpas. Así le estarás enseñando a través del ejemplo, que cuando alguien más habla, hay que esperar a que termine para intervenir (Baltazar y Palacios, 2011, página 28).

Como vimos en la entrada anterior, los niños tienden a interrumpir las conversaciones de los adultos. Como se explicó, esto sucede porque ellos buscan sentir la seguridad de que sus papás o el adulto encargado todavía lo están teniendo en cuenta, dado que son seres dependientes, necesitados de cuidados.

Interrumpir a los niños cuando hablan

Esto a los adultos puede parecernos muy molesto, lo que también es comprensible. Justamente por eso hay que enseñarles a no hacerlo, y la mejor (y única, en realidad) manera de enseñarles a los hijos es mediante el ejemplo.

Para ello los papás podríamos evitar interrumpir a nuestros hijos cuando ellos están hablando, porque si lo hacemos, ¿con qué cara y autoridad les pedimos luego que ellos no lo hagan? Lógicamente, si nuestras acciones muestran lo contrario de lo que decimos, los niños nos desautorizarán, no nos harán caso y seguirán interrumpiendo como siempre.

Esto no lo harían a propósito; es que simplemente así se da. Es bien difícil ser vegetariano en una casa donde todos los días te sirven carne y donde no tienes acceso ni poder de decisión en la cocina. De la misma forma, es bien difícil ser niño y aprender a no interrumpir cuando tus papás todo el tiempo lo hacen.

Interrumpirnos entre nosotros cuando hablamos

Pero la cosa no queda ahí. Si queremos que nuestros hijos aprendan a no interrumpir y a no ser impertinentes, además de darles el ejemplo no interrumpiéndolos a ellos, también podríamos darles el ejemplo evitando interrumpirnos entre los adultos, al menos delante de ellos.

Funciona de la misma forma: ¿cómo se le enseña a dejar hablar a un niño si ve que sus propios papás se comunican interrumpiéndose constantemente? Es evidente que esto le haría un corto circuito en la cabeza, es bien confuso y no se entiende nada.

De cosas como estas salen esas afirmaciones de los niños y adolescentes: “mis papás son bien raros” o “mis papás están locos”. Estas expresiones no las dicen por gusto. Exigirle a tu hijo que deje hablar cuando tú y tu pareja viven interrumpiéndose es como el consabido “¡no hables lisuras, carajo!”. Obviamente no se va a entender el mensaje y el comportamiento del niño persistiría o se agravaría.

 

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

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Niños que interrumpen y llaman la atención

Sucede mucho que cuando estás conversando con otra persona, tu hijo empieza a intentar llamar tu atención, te pide que veas algo (“¡mamá, mira!”), hace preguntas o se mete en la conversación de manera impertinente.

¿Por qué hace eso?

Sí, puede ser muy irritante. Lo que sucede es que los niños son seres sociales dependientes que necesitan la atención de sus papás o de los adultos en general. Es así que cuando sienten que pierden dicha atención, buscan recuperarla. Esto no lo hacen por gusto o por molestar, lo hacen porque necesitan tener la seguridad de que estamos ahí, que aún podemos escucharlos o que aún los tenemos en cuenta.

¿Qué hacer cuando interrumpa?

La idea no es que, basándonos en lo que acabo de explicar, pongamos al niño por sobre todas las cosas, que tampoco esa es la idea, como tampoco la idea es gritarle o enojarnos con él. Lo que hay que hacer es explicarle con tranquilidad que debe esperar a que termines de hablar con la otra persona, siempre y cuando se trate de algo que no requiere tu atención en ese momento. Naturalmente esto excluye alguna urgencia real que el niño esté manifestando o alguna situación que sí amerite la interrupción y que sería ilógico o poco realista que espere a que termines de hablar. Aquí los papás necesitan ser rápidos tomando en cuenta el contexto y discriminando si lo que el niño está diciendo puede esperar, y cuánto.

Reducir al mínimo las interrupciones

Ahora bien, este tipo de situaciones podemos reducirlas al mínimo. ¿Cómo así? Si quieres conversar más de 5 o 10 minutos con alguien, sería mejor en realidad quedar con la persona o personas en un momento en el que no estés con tu hijo. Si esto no es posible, hay que mantenerlo entretenido, que tenga algún juguete o algo para colorear que lo haga sentir atendido (NO se recomienda el teléfono celular, la tablet o la computadora portátil, eso NO). Aun así hay que tener en cuenta que de todas formas podría buscar tu atención directa en algún momento, por lo que ya se explicó arriba.

También puedes, si es que es pertinente, intentar incluir al niño en la conversación. Si se hace bien, esto suele gustar mucho a los niños. Hay que hablar de cosas interesantes, cosas divertidas (no del colegio o de asuntos académicos, a menos que él saque el tema), por ejemplo de películas o de juegos o de cualquier cosa que sea interesante para todos los presentes.

Finalmente, si vas a incluir a tu hijo en la conversación, evita avergonzarlo exponiendo cosas íntimas de él o de su relación contigo o con la familia. Exponer los asuntos personales de tu hijo sin su previo consentimiento es tan desagradable para él como para cualquier otra persona, por algo es considerado una descortesía. Por eso, es mejor no avergonzarlo hablando de la chiquita que le gusta o de otras cosas que pueden parecerte graciosas, pero que seguramente a él no.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 27-29.

 

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Los niños podrían saciarse con menos

133 diego fernandez

Algunas  veces los papás o cuidadores se quejan o consultan por el supuesto hecho de que el niño no quiere comer o no tiene apetito, lo que, a su vez, genera preocupación, malestar y puede llegar realmente a arruinar las horas de comida.

Al investigar un poco más, se encuentra con frecuencia que se está sirviendo a los niños platos que contienen la misma cantidad de comida que tienen los platos de los adultos. En esta circunstancia es completamente lógico que el niño no termine sus raciones. Aquí habría que tomar en cuenta que son niños, que son más pequeños, que tienen menos peso que nosotros y que sus aparatos digestivos pueden comprensiblemente tener menor capacidad.

Hecho simple, consecuencias complicadas

Una cosa tan simple como esta realmente puede desencadenar problemas serios. Si los papás o cuidadores reaccionan de determinadas maneras, los niños pueden acabar sufriendo mucho innecesariamente; por ejemplo, cuando se les obliga a comer todo, cuando se les castiga por no acabar el plato, o cuando se los deja sentados a la mesa hasta que se terminen todo.

Estas consecuencias de la supuesta falta de apetito pueden ocasionar problemas serios en la salud psicológica de estos niños. Pensemos que todo lo que tenga que ver con su alimentación se convierte en un martirio o, en todo caso, en algo desagradable. Y curiosamente todo resultó simplemente de un error humano sencillo, en donde no se tomó en cuenta que a los niños les podría entrar menos comida que a los adultos.

Referencia

Abu Sabbah, Sara (2016). Errores frecuentes. Contigo. Año 11 (122).

 

Diego Fernández Castillo
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Ya no te voy a querer

167 diego fernandez

Las psicólogas Ana María Baltazar y Celia Palacios (2011) nos recuerdan lo inconveniente que puede ser condicionar el cariño por los hijos.

Cuando los papás les decimos a nuestros hijos cosas como “si no haces tal cosa ya no te voy a querer”, o “ya no te quiero porque te has portado mal”, les estamos enseñando que el amor está condicionado a si el otro hace lo que queremos y también que el amor es tan inestable que realmente uno puede dejar de amar a alguien de un momento a otro.

Inseguridad y baja autoestima

Baltazar y Palacios precisan que esto puede generar inseguridad y puede afectar el desarrollo de la autoestima del niño. ¿Por qué? Porque le estamos diciendo que él es susceptible de ser amado solo si obedece, si complace a la otra persona o si da algo a cambio. Le estamos diciendo que él no es susceptible de ser amado por él mismo.

Yo aquí me imagino también la cólera que debe sentir el niño pequeño. Las personas que más ama (sus papás) le están diciendo que él mismo, independientemente de sus acciones, no vale nada. Pongámonos en su lugar. Si nuestra pareja o alguien a quien amamos mucho nos dijera esto, ¿no nos daría rabia? Además de la tristeza, yo me imagino también la cólera que podría sentirse. Por eso tal vez muchos niños parecen hacer justamente lo contrario de lo que se les dice, porque tal vez algo los está enfureciendo.

Recomendación

Baltazar y Palacios nos recuerdan también la recomendación básica frente a este tema. los niños necesitan saber que si se portan mal sus papás podrán enojarse con ellos, pero nunca dejarán de amarlos. Una cosa no quita la otra.

Si los niños tienen claro esto se sentirán más seguros con sus papás, tendrán más confianza para contar los sucesos y mentirán menos, ya que tendrán menos miedo, puesto que tendrán la certeza de que el amor de sus papás estará allí, pase lo que pase.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 24, 25.

 

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