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¿A qué edad empezar la educación inicial de los hijos?

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En las últimas décadas se ha instaurado la costumbre de poner a los niños en guardería, nido o jardín desde muy chiquitos. He visto casos en que son matriculados al año y medio, y muchísimos que empiezan a los dos años.

Tres factores que pueden haber generado esto

Hay por lo menos tres factores en juego: uno, que las parejas de padres, o padres solteros, trabajan; son cada vez más escasas las familias con uno de los padres dedicándose a la crianza de los niños al menos los primeros años.

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Un segundo factor tiene que ver con una sociedad cada vez más competitiva, que exige a los individuos ser más precoces; por ejemplo, a los 20 tener una carrera y a los 23 una maestría, y mejor si es en el extranjero. Este tipo de exigencias hace que las personas vayan apuradas en sus etapas, y, en consecuencia, los papás apuren a sus hijos.

Un tercer factor tiene que ver con un fenómeno económico. Las empresas educativas particulares han tergiversado los avances en la investigación en neurociencias y han creado todo un mercado para vender productos educativos, como el auge de la estimulación temprana, hace algunos años. Así como las universidades ingresan a los colegios a intentar ganar alumnos instándolos a ingresar a academias preuniversitarias antes incluso de acabar su último año escolar, del mismo modo, las empresas educativas llaman a los padres en bloque a consumir programas de educación de inicio muy temprano.

Es mejor que los niños estén en casa en sus primeros años

Lo más recomendable es que los niños estén en casa hasta los 3 o 4 años, para que tengan dos años de educación inicial, como máximo. La idea es que cumplan 6 o 7 en primero de primaria. Tres años de educación inicial es demasiado y trae consecuencias: por ejemplo, expone a los niños a manifestar problemas de conducta (al repetir los mismos contenidos, el displacer y el aburrimiento los exponen a convertirse en factor de desorden en su grupo, con la consecuente estigmatización desde temprana edad) o sobreadaptación (que también es peligrosa, como explicaré más adelante). Dos años de educación inicial está bien, como máximo.

A los dos años, los niños están afianzando fases como control de esfínteres y este proceso dura hasta cumplidos los tres años. Este periodo es mejor que sea vivido con los papás, para que su salida al mundo exterior tenga menos probabilidades de presentar inconvenientes que los marquen.

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Si los padres desean que su hijo empiece antes, de 3 para 4 está bien. Si no tienen apuro, incluso podría empezar educación inicial con 4 cumplidos. De 2 para 3 tendría que estar en casa, jugando, y saliendo al parque también a jugar, y con mucha mayor razón si, por ejemplo, hay rivalidad fraterna con algún hermanito menor (la salida de la casa antes de tiempo podría ser vivida como un rechazo o una especie de destierro producto de la existencia de su hermano). Como dije, la idea es que cumpla 6 o 7 en primero de primaria, habiendo tenido como máximo 2 años de educación inicial.

¿Por qué no es aconsejable adelantar estas etapas?

No es aconsejable adelantar estos tiempos. Una gran cantidad de papás tiende a apurar las cosas y los resultados muchas veces salen mal. A los centros educativos esto puede no importarles y animan a los padres a sabiendas de los riesgos. De 2 para 3 años, sacando a los niños de la casa para iniciar su educación no se consigue en realidad ningún adelanto, y, en todo caso, si el niño se sobreadapta y realmente acaba el colegio antes que todos los de su edad, se tendrían muchos riesgos de que ese adelanto le pase la factura al final del colegio o en estudios superiores. Como compensación a la sobreadaptación, el niño podría hacer una crisis muy larga de interfase de colegio a estudios superiores, crisis vocacionales también muy largas, fracasos en estudios superiores, mayor riesgo de elecciones equivocadas de carrera, etc. La elección de carrera profesional debe hacerse, idealmente, a los 16-17 años. A los 15 hay muchos riesgos, los chicos no están en la edad para ese tipo de decisiones.

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Hay más riesgos aun. Pongo otro ejemplo: si el niño cumple 9 años, pero comparte grupo con niños de 10 u 11, va a estar expuesto a la sexualización de la pubertad antes de tiempo, lo que también generará problemas o incluso peligros. Si fuera niño, también se le expone a estar en desventaja física en comparación al grupo, aunque esto también, a veces, en centros educativos más patológicos, también afecta a las niñas (por ejemplo, acoso escolar entre niñas). También he visto casos en que el grupo sobreprotege al más pequeño, adoptándolo como el pequeñito del grupo o como una especie de mascota, y eso tampoco es conveniente.

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Una de las situaciones más penosas producidas por estos adelantos es cuando la persona acaba una carrera superior y se da cuenta de que no era su vocación estando ya en ejercicio laboral. Estamos hablando de profesionales muy jóvenes (20, 22 años). Esto pasa porque no tuvieron la madurez suficiente para darse cuenta de la elección equivocada e interrumpir la carrera a tiempo. Al final acaban atrapados en una profesión que los hace infelices. Me ha tocado atender varios casos de adultos con ese problema. Encontrarse en esta situación es muy desagradable y en psicoterapia las personas tardan varios años en sobreponerse a la insatisfacción, al sinsentido y a la sensación de haber echado a perder su vida.

¿La idea final?

Volvemos a la idea inicial: la recomendación es que los niños cumplan 6 o 7 años en primero de primaria, habiendo pasado por un máximo de dos años en educación inicial. De esta manera se tendrá la seguridad de que al menos en cuestión de tiempos, de maduración o de desarrollo, no tendría por qué haber ningún inconveniente en situaciones normales. También se garantiza la finalización del proceso educativo escolar a tiempo, y no muy temprano, como para poder tomar las decisiones correctas. También se garantiza el crecimiento con compañeros y amigos con los que se esté en igualdad de condiciones, minimizando riesgos.

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Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

Puedes continuar leyendo sobre el tema aquí: “El ejemplo de la educación escolar en Finlandia”.

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“¿A qué edad empezar la educación inicial de los hijos?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Neuroplasticidad positiva y neuroplasticidad negativa

Ilustración: Lucía Fernández

En la entrada anterior hablamos acerca de la neuroplasticidad o plasticidad neuronal. Esta propiedad natural de nuestro sistema nervioso puede jugar en nuestro favor o en nuestra contra, dependiendo de nuestras acciones.

Pongamos un ejemplo: un joven muy inteligente, con enormes posibilidades de desarrollo profesional egresa de la secundaria. Esto es lo que naturalmente se le dio, con estas capacidades vino al mundo, y hasta salir de la secundaria fueron desarrolladas y aprovechadas de manera adecuada.

Para decirlo de forma extremadamente simplificada, a este joven se le dan dos caminos extremos:

1) Desarrolla sus capacidades: por ejemplo, ingresa a una universidad y aprovecha esta etapa de su vida, con lo cual su sistema nervioso se fortalecerá y adquirirá habilidades nuevas y más complejas para desenvolverse en ámbitos especializados y de alto rendimiento.

2) Desaprovecha sus capacidades y las pierde con el tiempo: por ejemplo, adquiriendo una adicción que le impida especializarse, haciéndose expulsar de la universidad o repitiendo los ciclos y los cursos constantemente, drogándose y/o emborrachándose sistemáticamente con los amigos sin hacer nada más a conciencia.

En el primer camino, la neuroplasticidad en el sistema nervioso de la persona juega a su favor: sus células se unen entre sí en nuevas conexiones, arman nuevos circuitos, se generan nuevas neuronas, adquiriendo de esa forma nuevas capacidades y habilidades.

En el segundo camino, la neuroplasticidad juega en su contra. Sus redes neuronales se desconectan por el desuso, no se desarrollan las vías que anteriormente se habían aprovechado, las redes neuronales se debilitan, la persona no gana capacidades, sino que las pierde día tras día, sintiéndose a sí mismo cada vez más torpe, incapaz y poco inteligente.

Naturalmente, en la vida real las cosas no son tan simples. En la mayoría de casos veremos que las personas toman un camino intermedio entre estos dos extremos, pero de todas formas lo dicho puede servir para entender la idea esquemáticamente.

Factores que fortalecen la neuroplasticidad positiva

Actualmente se sabe que hay algunos factores que definitivamente fortalecen la neuroplasticidad positiva, animando a que nuestro sistema nervioso juegue a nuestro favor. Algunos de estos son:

– Actividad física – Educación – Nutrición adecuada – Interacción social

Factores que fortalecen la neuroplasticidad negativa

También se sabe algunos factores que más bien animan a nuestro sistema nervioso a jugar en nuestra contra. Algunos de estos son:

– Poca actividad física – Mala o pobre educación – Mala nutrición  – Mal estado de salud – Pocas horas de sueño

Para recordar

Aquí se tienen entonces cuatro cosas qué hacer y cinco cosas qué evitar; y esto vale para todas las personas, sean bebés, niños, adolescentes, jóvenes, adultos o adultos mayores. Piense en usted mismo y en sus hijos y cuente. ¿Lleva a cabo los cuatro factores positivos? ¿Cuál le faltaría o lleva a medias? ¿Lleva a cabo algunos de los factores negativos? ¿Cuáles serían esos?

La idea sería ver la manera de ir sumando los positivos e ir cancelando los negativos, tanto en usted como en sus hijos o en las personas que tiene bajo su cuidado.

Referencia

David E. Vance, PhD, MGS; Anthony J. Roberson, PhD, PMHNP-BC; Teena M. McGuinness, PhD, CRNP, FAAN; Pariya L. Fazeli, BA (2010). How Neuroplasticity and Cognitive Reserve Protect Cognitive Functioning. En: Journal of Psychosocial Nursing and Mental Health Services. April 2010 – Volumen 48 – Número 4: 23-30.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Neuroplasticidad positiva y neuroplasticidad negativa” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

He decidido

Ilustración: Lucía Fernández

Si alguna vez su hijo o hija adolescente ha utilizado la frase “he decidido” para comunicarle algo a usted, bien podría estar preparado para una próxima vez en que la escuche de su boca y pensar qué es lo que más conviene en ese caso.

Las decisiones graduales del adolescente

Cuando las personas dejan de ser niños o niñas, poco a poco empiezan a adquirir la necesidad, el deseo o el impulso de tomar decisiones propias acerca de su vida. Si esto no aparece en un adolescente podemos empezar a preguntarnos qué sucede, pues lo esperado es la adquisición de una mayor autonomía conforme pase el tiempo. Pero, ¿hasta dónde llega el límite de lo que un adolescente puede decidir o no?

Por ley, en nuestro país, los padres o sus sustitutos adultos son los responsables de la manutención de los menores de 18 años. Ellos obligatoriamente deben cuidar de la salud y educación de los menores, lo que incluye vivienda, vestido,  alimentación, integridad física y psicológica, y demás. Por tanto, corresponde a ellos otorgar gradualmente el poder de decisión acerca de tales o cuales áreas de su vida a sus hijos.

Hay momentos, sin embargo, en que el adolescente o incluso el niño pasa a probar si puede prescindir del acuerdo de sus  papás y simplemente tomar una decisión de forma unilateral. En el mejor de los casos, el adolescente comunicará a sus papás  la decisión y ahí escucharemos probablemente una expresión similar al consabido “he decidido…”.

Ahora, ¿qué pueden decidir y qué no? ¿Hasta qué punto su determinación para decidir puede ser permitida por sus papás? A continuación presentaremos algunos casos en los que creemos que el adolescente no debería poder decidir por su cuenta. Pueden parecer situaciones demasiado obvias para algunos papás, pero que sí suceden en la realidad de muchas familias.

He decidido no ir al colegio

Es posible que alguna vez el adolescente o niño anuncie esta decisión. Como ya se dijo, son los padres los responsables de la educación de sus hijos menores de edad, por tanto no le corresponde al adolescente tomar una decisión así, ni por un día. Los padres y el hijo pueden hablar de por qué no quisiera ir al colegio, pero ese “he decidido” está de más.

He decidido no estudiar por un año

Esta “decisión” es relativamente común en los adolescentes que terminan la secundaria. Pueden ser muchas las razones que lleven a un joven a desear y a sentirse con la necesidad de parar toda responsabilidad por un año. Podemos mencionar algunas: temor frente a la incertidumbre, inseguridad por sus decisiones futuras (recordemos que en este momento el adolescente ya no tiene la guía y las pautas de la época escolar), necesidad de darse un tiempo para definir claramente sus planes, sensación de incapacidad frente al nuevo momento del desarrollo, deseos de probar la autoridad de los padres en esta etapa, necesidad de reclamar por un pase a la adultez que no se desea, depresión por el fin de la vida escolar, entre otras.

Es verdad, como veremos de forma detallada en otra entrada, que este momento de transición es delicado y que, efectivamente muchos adolescentes necesitan sus tiempos, para definir su vocación, para ganar experiencia laboral (si es que decide trabajar), para probar fracasos de admisión en la universidad o en el trabajo deseado; del mismo modo que el bebé necesita caerse para poder caminar después.

Sin embargo, de comprender esta realidad a tolerar que el adolescente decida no hacer nada durante tanto tiempo hay una distancia demasiado grande. No es necesario tomarse un año completo para madurar una transición como esta. Parte de ese primer año bien puede ser para tomarse unas vacaciones de verano en las que el adolescente tenga como objetivo madurar su decisión de qué hacer a continuación, pero el resto del año debe ser utilizado para hacer intentos, para poner en práctica las decisiones, si es necesario, para fracasar, y, si todo sale bien, para comenzar una vida adulta con un primer triunfo.

Finalmente, otro punto importante es que el adolescente no puede tener la experiencia de que con desearlo y decidirlo, puede tomar los recursos (económicos) de alguien, por más que sean sus padres, y beneficiarse de ellos. Definitivamente una experiencia así no sería formativa; por el contrario sería bastante dañina para un ser humano todavía en formación.

He decidido estudiar solo

Nos referimos a los adolescentes preuniversitarios que “deciden” estudiar solos después de un primer fracaso de postulación, lo que prácticamente garantiza un segundo fracaso (si está postulando a universidades cuyo proceso de admisión es muy competitivo). Lo que posiblemente suceda es que el adolescente, frustrado por el fracaso previo, crea que reforzando lo previamente aprendido sea suficiente para conseguir el objetivo final, lo que no necesariamente es así.

El nivel de competencia en las universidades, especialmente en las más importantes, es duro. Con la formación escolar no suele bastar y lo común es que la exigencia universitaria sobrepase largamente el nivel académico con el que egresan los escolares. De ahí que generalmente lo de “prepararse solo” no funcione y sea augurio de fracaso, ya que el adolescente está compitiendo con cientos o miles de chicos preparados en academias preuniversitarias.

Estudiar solo antes de un primer fracaso de postulación podría ser útil para que el adolescente “pise tierra” y se dé cuenta de que las cosas en realidad no son tan fáciles, y aun así los padres bien podrían y deberían guiar al estudiante para que tome una vía más segura. Pero para un estudiante que ya ha pasado por la experiencia de no haber alcanzado vacante una vez, optar por un camino tan riesgoso representa más un retroceso que un avance. Una decisión así no debería permitirse de forma tan simple. En este caso pareciera que el adolescente está necesitando justamente de la guía y el soporte de sus padres. Dejar que tome una decisión tan peligrosa es como decirle “estás solo, cáete de nuevo”.

He decidido dejar el ciclo

A veces es verdad que un ciclo universitario o preuniversitario está perdido. A veces es imposible que el estudiante  apruebe sus cursos o que ingrese en el próximo examen de admisión. A veces las razones que explican estas situaciones son comprensibles, una enfermedad, un viaje repentino, un problema familiar. Pero la mayoría de veces, se trata de un mal manejo de los estudios por parte del adolescente. Sea como sea, y debido a que el joven está aún bajo las reglas y manutención de sus padres, una decisión así no puede ser unilateral. ¿Cuánto falta para que finalice el ciclo? ¿Realmente ya no hay opciones de conseguir un buen resultado o tal vez lo que sucede es que hace falta un esfuerzo que el estudiante se siente incapaz de desplegar? ¿Qué va a hacer el joven mientras el ciclo continúe? Son cosas que tienen que discutirse y que deben tomarse en consideración antes de decidir esto. No hacerlo, especialmente cuando no hay hechos que justifiquen el mal rendimiento del estudiante es como inculcarle que su incapacidad en el mundo real adulto puede no tener consecuencias, y eso, ya se sabe, no es verdad.

¿Sobre qué está decidiendo mi hijo?

Estos han sido unos pocos ejemplos de decisiones adolescentes que deberían ser tomadas con mucha cautela por los papás. No hace falta escuchar al menor decir la frase para darse cuenta de que está tomando una decisión. Vale preguntarse entonces sobre qué está decidiendo mi hijo. ¿Le corresponde decidir sobre ese asunto o más bien es un tema que debe ser conversado? O tal vez es un tema sobre el que un hijo de tal edad y en tal situación no debe decidir.

Finalmente, es importante en todo esto rescatar el valor fundamental que tiene la prudencia en todo esto, el justo medio. No se trata de convertirse en un ogro para evitar ser demasiado permisivo, se trata de conversar las cosas y pensarlas juntos, tanto entre papás como entre ellos y los chicos.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“He decidido” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.