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Las 7 características de un padre suficientemente bueno

El término “padre suficientemente bueno” no lo he inventado yo (ya quisiera yo haberlo hecho). El término fue utilizado por la psicoanalista argentina Mariam Alizade en el año 2009 en una ponencia que dio en el XI Congreso de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis. A su vez, ella hacía referencia al término “madre suficientemente buena”, acuñado por el legendario pediatra y psicoanalista británico Donald W. Winnicott.

Simplificando muchísimo y solo tomando lo que nos interesa ahora, con “madre suficientemente buena”, Winnicott se refería a una mamá que no es “poco buena” (o mala), ni tampoco “excesivamente buena” (que también acaba siendo negativo), sino una mamá que da a su hijo y hace por él justamente lo que requiere para su óptimo desarrollo, sin caer en la negligencia ni tampoco en la sobreprotección o engreimiento.

El padre suficientemente bueno

Todas las ponencias del congreso del 2009 que mencioné giraban en torno al tema del padre, de los papás. Pues bien, Mariam Alizade habló en aquella ocasión de siete características de un padre suficientemente bueno. Yo aquella vez solo anoté la numeración. No recuerdo cómo desarrolló la autora cada una de ellas. De todas maneras, me parecen siete características muy importantes y voy a describir lo que yo entiendo por cada una de ellas:

  1. Protege: un padre que protege del peligro no es un padre que es el peligro. Un padre que golpea, que insulta, que abusa sexualmente, no es un padre que protege, ya que no puede proteger a sus hijos ni de él mismo. Un padre que protege también protege a sus hijos de los peligros, de los vicios, de las entidades dañinas que hay en el mundo.
  2. Enseña: un papá suficientemente bueno enseña a sus hijos lo que sabe. No es que sea el profesor de los niños. Los profesores o entrenadores de los niños hacen su trabajo por su lado (y es importante respetarlo). El papá suficientemente bueno enseña a sus hijos cosas que les pueden servir y proveer de bienestar. También, y esto es muy importante, enseña con el ejemplo cosas igualmente provechosas y saludables, y sus enseñanzas son congruentes con sus acciones.
  3. Pone límites: este punto es bien importante. Para un niño o adolescente, un “padre bueno” podría ser alguien que nunca le dice “no”, un padre que no pone límites. Un padre suficientemente bueno sabe poner límites a sus hijos porque así les enseña a manejarse en el mundo, cuando sean adultos, como miembros adaptados en la comunidad y no como emperadores engreídos y despiadados.
  4. Se ofrece como figura identificatoria: esto está relacionado con la segunda característica. La figura del padre suficientemente bueno es una figura con la que el niño puede identificarse sin con ello poner en riesgo su salud ni su desarrollo ni su integridad. Por ejemplo, un niño que se identifica con su padre delincuente no cumple con esta característica, ya que esa identificación ofrecida por ese padre, es un ofrecimiento nocivo, tanto para él como para la comunidad como para su descendencia.
  5. No le teme al contacto: el papá suficientemente bueno no tiene problemas con el contacto afectivo, es capaz de dar y recibir amor paternal, tanto a través del cuerpo como a través de las palabras, de los gestos, de las acciones. Un papá que teme el contacto no solamente está referido a un papá que se pone nervioso o incómodo con el afecto y el amor de sus hijos. Se refiere también a papás que temen al contacto sin darse cuenta, refugiándose en el trabajo o en los vicios, privándose de tiempo con sus hijos, no jugando con ellos, solo cumpliendo con lo básico para sobrevivir.
  6. No teme a las labores de crianza: se refiere a un papá que sabe dar de comer a sus niños pequeños, que sabe enseñarles a controlar esfínteres, que sabe llevarlos al colegio o al nido, que sabe enseñarles a limpiarse, a vestirse, etcétera, porque tiene o está teniendo experiencia en todo ello, que los cría junto con la mamá, no que se limita a dar dinero (o a veces ni eso). El modelo machista del padre que “ayuda” a la mamá en la crianza, como si estuviera haciéndole un favor, no estaría dentro de esta característica.
  7. Reconoce su vulnerabilidad y sensibilidad: es un papá que reconoce sus afectos (que se deja “afectar”), que no es de piedra, que no pretende vender una falsa imagen de “machoman” imperturbable, rígido y sin matices, sino que no tiene problema en dejar ver que no es de piedra. También es un papá que reconoce su sensibilidad, que reconoce su parte intuitiva, que también tiene una especie de “sexto sentido”.

Comentario final

No estoy seguro de si la autora lo habrá explicado con un significado parecido (ya lo averiguaré si algún día accedo a la memoria de dicho congreso). Por ejemplo, en la característica siete, yo tenía anotado “reconoce su parte femenina”. No me pareció ponerlo así porque se podría prestar a malentendidos. Me parece que de repente se refería a que reconoce esos aspectos que los hombres y las mujeres tenemos y que tradicionalmente se le han atribuido más a las mujeres, como el ser emocionalmente vulnerable, como el ser intuitivo y no tan concreto o rígido, como no solo ver la funcionalidad de las cosas, sino también su estética y su emotividad, incluso como el simple hecho de conmoverse o llorar frente a algo triste. También podría ser que Alizade se haya estado refiriendo a otra cosa que con solo el enunciado se me hace difícil captar claramente.

El hecho es que esas son las siete características de un padre suficientemente bueno. Las chicas harían bien en evaluar a sus futuros compañeros en la aventura de ser padres, antes de lanzarse a la piscina con ellos. Y los chicos haríamos bien en autoescanearnos y reconocer cuán capacitados estamos o si, de repente, hay cosas que convendría optimizar o desarrollar en nosotros mismos.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Las 7 características de un padre suficientemente bueno” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?

No es cosa de entrar a debatir con los niños (eso no es pertinente, ya que la crianza no es una democracia), sin embargo sí es adecuado darles, breve y claramente, las razones cada vez que les neguemos algo que piden, por más pequeñitos que sean. De esta manera aprenden desde muy temprano que sus papás no dicen “sí” o “no” de forma impulsiva, guiados únicamente por sus emociones o por su estado de ánimo, sino que tienen razones que los guían, y que dichas razones buscan su bienestar, su salud y lo mejor para ellos.

Por ejemplo: “hoy no alcanza el dinero para comprar ese juguete, cuesta bastante y necesitamos comprar otras cosas”.

Otro ejemplo: “mejor hoy comemos en otro sitio, comer mucho ese tipo de comida podría enfermarnos después”.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

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“¿Es conveniente explicar a los niños nuestras respuestas cuando nos piden algo?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Por qué los adolescentes no hablan?

Si un adolescente no habla, no se expresa o lo hace de forma parca e imperfecta, no significa necesariamente que sea un displicente, un desidioso o un maleducado.

A los adolescentes les cuesta expresar en palabras el sufrimiento por el que pasan, sus angustias, sus nuevas preocupaciones y ansiedades. Les cuesta porque nunca pasaron por eso, porque es algo totalmente nuevo para ellos, ya que antes habían sido niños y tenían otro tipo de asuntos, propios de la niñez, con sus formas infantiles de expresarlos.

Los adolescentes se encuentran lidiando con fenómenos completamente nuevos para ellos, tanto internos (por ejemplo, los cambios hormonales, que generan cambios físicos y psicológicos, la emergencia del sexo o la angustia de definir quién es) como externos (por ejemplo, los fenómenos grupales o las exigencias de la comunidad conforme se van haciendo adultos) y muchas veces se encuentran desorientados, sin saber realmente qué pasa y sin saber qué palabras son las adecuadas para expresar lo que sienten.

El resultado es un discurso confuso, pocas palabras, silencios, fastidio, hastío y una apariencia excesivamente dubitativa, cosas que suelen irritarnos a los mayores, cuando en realidad ¡qué bueno sería que los ayudáramos a encontrar las palabras que les faltan!

Por ejemplo, se me ocurre: “¿no será que te sientes triste?” o “de pronto lo que sientes es que esa persona no te valora como tú quisieras que lo haga”. De repente nos encontramos con nuestro hijo o estudiante adolescente en la penosa situación de no encontrar la palabra adecuada:

– Me siento… no sé… ¡ay, no sé!

Los mayores incluso nos burlamos de este tipo de discurso, cuando en realidad no tiene mucho de gracioso. ¡Qué diferente sería que se le ayudara! Por ejemplo:

– ¿Decepcionado, tal vez?

Y entonces el adulto podría dar en el blanco y el adolescente diría “¡sí! ¡eso!”, o podría fallar e intentar de nuevo y ayudar al chico a encontrar la palabra, casi como si fuera un juego, o de repente preguntaría “¿y qué es “decepcionado”?” Y entonces se genera la oportunidad de explicarle y que aprenda algo nuevo de nosotros, como conversando.

Juan David Nasio (2010), médico y psicoanalista, llama a esto “soplarle al adolescente”. Al adolescente hay que “soplarle” las palabras que le faltan, eso sí, con cuidado, con tino, sin que él se dé mucha cuenta, sin ser demasiado evidentes, porque no se trata de hacerle sentir que es un tonto o que nosotros creemos que es un tonto.

Esto, ayudarle, soplarle, podría resultar más conveniente que quedarnos en la molestia, en la queja de su comportamiento o de su “actitud”, en la crítica o incluso en la burla de sus dificultades para comunicarse o expresarse, porque seguramente no lo hace a propósito, sino porque realmente le cuesta.

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

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El adolescente normal

Muchas veces los papás nos encontramos preocupados, alarmados, fastidiados, hostigados, etcétera, por el comportamiento de nuestros hijos adolescentes. Ya he perdido la cuenta las veces en que yo, por ejemplo, me he encontrado en la necesidad de calmar a los papás, recordándoles que su hijo es un adolescente, y que, por tanto, aquello que tanto denuncian, resulta que es normal. Como dice el médico y psicoanalista Juan David Nasio:

«Todo (…) [en el adolescente] son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado; en un momento entusiasmado y, de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces es muy individualista y exhibe una vanidad desmesurada o, por el contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo. Exalta hasta las nubes a una persona de más edad, a la que admira, como (…) [un músico], un jefe de grupo o un personaje de juegos de video, a condición de que su ídolo sea diametralmente opuesto a los valores familiares. Los únicos ideales a los que se adhiere, las más de las veces con pasión y sectarismo, son los ideales -a veces nobles, a veces discutibles- de su grupo de amigos. A sus padres les manifiesta sentimientos que son la inversa de lo que siente realmente por ellos: los desprecia y les grita su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Es capaz de ridiculizar al padre en público mientras que está orgulloso de él y lo envidia en secreto. Tales cambios de humor y de actitud, tan frecuentes y tan bruscos, serían percibidos como anormales en cualquier otra época de la vida, pero en la adolescencia, ¡nada más normal!»

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós. Páginas 17, 18.

El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos

Antes de empezar, cuando hablamos de “acoso y maltrato sistemáticos” hacia el hermano, nos referimos a la realización de comentarios desagradables o hirientes, empujones, golpes, patadas, exclusión total del grupo de amigos o propagación de mentiras o rumores acerca de él, perpetradas estas acciones varias veces a la semana o varias veces al mes, de tal forma que se entienda como algo constante.

Muchas personas minimizan el hecho de que un niño haga esto repetidamente a su hermano. Podemos escuchar entonces comentarios como “son cosas de niños” o “es normal que los hermanos se peleen”.

Es verdad que cierta medida de conflicto es natural, pero cuando se llega al punto del hostigamiento, del acoso o del maltrato sistemáticos, las cosas pueden ponerse peligrosas.

El acoso entre hermanos eleva hasta en 300% el riesgo de sufrir un trastorno psicótico hacia el final de la adolescencia

Ya se sabía que el acoso entre hermanos estaba asociado con la depresión y con las autolesiones (automutilación, cortarse, por ejemplo) (tomen nota de esto también los papás). Ahora se sabe algo más: este año se ha publicado una investigación en la revista científica “Psychological Medicine” en donde se ha encontrado que los niños que viven una situación de acoso con algún hermano, sea como víctima o como victimario (aunque especialmente como víctima), tienen de 2 a 3 veces más posibilidades de desarrollar algún trastorno psicótico para sus 18 años, en comparación con los niños que no viven tal situación.

Además, se vio que los niños que, además de ser víctimas en casa, lo son parte de compañeros, por ejemplo en el colegio, tienen aun más probabilidades de desarrollar dicho tipo de trastorno (hasta 4 veces más posibilidades).

Trastorno psicótico

Cuando hablamos de “trastorno psicótico”, nos referimos a un conjunto de trastornos graves caracterizados por la pérdida de contacto con la realidad. Las personas que sufren algún tipo de psicosis pueden experimentar alucinaciones (por ejemplo, ver cosas o escuchar voces que no existen) y/o delirios (por ejemplo, creer que están siendo perseguidos, sin que eso tenga relación con la realidad), entre otros síntomas muy perjudiciales. La esquizofrenia o el trastorno delirante, son ejemplos de trastornos psicóticos. Un trastorno psicótico con frecuencia discapacita o incapacita totalmente a una persona (muchos de los que comúnmente llamamos “locos calatos” que andan por las calles, son personas que sufren algún tipo de psicosis). Evidentemente este tema de las psicosis es muchísimo más complejo. Solo pongo lo mínimo como para que se hagan una idea.

¿Cómo se hizo el estudio?

Nuevamente voy a colocar aquí lo mínimo. A quienes les interese pueden ir a la publicación para leer el artículo, que, si bien, es bastante técnico, puede ser de interés para quienes deseen saber más acerca de cómo se realizó la investigación.

Se contó con 3596 participantes, a los que a los 12 años se evaluó si sufrían acoso por parte de algún hermano o si lo perpetraban, así como si sufrían de acoso (bullying) por parte de compañeros. Luego, a los 17.5 años, en promedio, se evaluó si habían desarrollado algún trastorno psicótico. Del total de participantes, se encontró que 55 desarrollaron psicosis para ese momento, lo que coincide relativamente con la prevalencia de las psicosis a nivel de población. A partir de aquí se realizó todo el trabajo estadístico.

Recomendación para los papás

Los autores del estudio afirman que los hallazgos llevan a pensar en una relación directa entre el acoso y el mayor riesgo de trastorno psicótico (es decir, que el acoso puede llevar al trastorno psicótico). Por ello es importante que los papás tomen nota del peligro que conlleva este tipo de relaciones entre los hijos.

Es necesario que, de detectarse esto, se tomen medidas coordinadas entre las figuras de autoridad de la casa (pareja de papás, por ejemplo), no solo para frenar el abuso, sino también para resolver cualquier conflicto de fondo que lo esté facilitando.

De no funcionar esto, es necesario acudir con un profesional recomendado.

Referencia

Dantchev, Slava; Zammit, Stanley & Wolke, Dieter (2018). Sibling bullying in middle childhood and psychotic disorder at 18 years: A prospective cohort study. Psychological Medicine, 1-8. Online: enlace.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Actividades femeninas y masculinas

«(…) quiero realizar una observación sobre las actividades femeninas y las viriles. Si un niño se cría como les he propuesto, advertirán que, después de la época de tocarlo todo, desea identificarse con su madre en las tareas domésticas, sea chico o chica, y con el padre en las tareas difíciles. No hay que censurar nunca a un niño que zurce o plancha con el pretexto de que son cosas de chicas, como tampoco hay que censurar a una niña que clava un clavo. Todas estas actividades de imitación de los padres son, para el niño, un acceso a la rivalidad con ellos. Esta rivalidad le estructura y le permite adquirir conocimientos de sus posibilidades. Si se le dice al niño “¡Haz esto, haz lo otro!” no se conseguirá que se desarrolle. Es preciso que el niño haya experimentado, en casa y antes de los ocho años de edad, cosas que le hayan dado valor; en efecto, después de los nueve años, él busca que lo valoren en las otras familias: llevándole la bolsa a una señora o cuidando a un bebé. Cuando tengan familias amigas, hagan estos intercambios: eso da a los niños una confianza enorme en sí mismos.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 21, 22.

La coherencia de los papás en la crianza

En una argumentación (ojo, solo en la argumentación) entre adultos no importa en realidad lo que uno haga o haya hecho, lo que vale es el argumento.

Por ejemplo, imaginemos que hay dos amigos, el amigo A y el amigo B. El amigo A realiza movimientos irregulares con el dinero de la empresa en la que trabaja. Entonces el amigo B le dice:

– No me parece que esté bueno que estés haciendo esas cosas. Además de incorrecto, no te conviene, porque por unos pocos billetes malhabidos estás jugándote toda tu carrera.

Entonces el amigo A, seguramente sintiéndose criticado, recuerda que el amigo B hizo lo mismo anteriormente, y le responde:

– ¿Qué me hablas tú de esas cosas, si yo sé por tu propia boca que tú hacías lo mismo en la última empresa en la que estuviste?

La respuesta del amigo A, aunque les parezca extraño a muchos, es incorrecta. Se trata de un error de argumentación conocido como “falacia ad hominem”, un tipo de argumentación inválida en la que se pretende refutar un argumento mediante la desautorización de la persona que lo ha dicho, cuando en verdad eso no tiene nada que ver. Lo máximo que logra la persona que hace esta falacia es distraer la atención, el argumento no queda refutado. La única forma de refutar un argumento es con otro argumento.

En la crianza sí importa que lo que digan los padres sea congruente con sus acciones

Pues bien, todo esto que he puesto se aplica en la lógica adulta. Por tanto hay una situación en la que esto no funciona, y es en la crianza. Por ejemplo:

– Padre: hijo, no está bien que te acuestes con el teléfono ahí, jugando o chateando. Eso no te hace bien, no quiero que lo hagas.

– Hijo: ¿qué? ¡Pero si tú haces eso mismo todas las noches!

Sería ridículo que en una situación como esta el padre responda:

– No, hijo, no puedes contradecir mi argumento atacando a quien lo dice. Tienes que atacar al argumento, no a la persona.

Absolutamente fuera de lugar, ¿verdad? Aquí el hijo tiene razón, tal vez no en el sentido de la lógica o de la argumentación, sino en el sentido de que este padre pretende instaurar una norma que él mismo no cumple. El niño o el adolescente no es un adulto, no va a entender tan fácil cómo es que, independientemente de lo que haga su padre, a él le conviene hacer caso a lo que le ha dicho. Incluso a los adultos nos cuesta aceptar que se nos haga esto, y esperamos que, si se nos va a imponer una limitación, por más bien que nos haga, se imponga a todos de forma equitativa y justa.

Hay que ser coherentes, enseñar con el ejemplo

Por eso, papás, hay que ser coherentes. Si vamos a criticar o a imponer normas a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que nosotros también nos estamos rigiendo bajo los mismos criterios.

Ilustración: Pedro Meca

Por eso es que no conviene decir cosas como “¡todo el día estás pegado a la pantalla de esa computadora! ¿No tienes otra cosa qué hacer?”, cuando el papá que dice esto está pegado todo el tiempo a la pantalla del teléfono. O, de repente, decirle “¡todo el día estás con esos muchachos en la calle! ¡Tú tienes una casa!”, cuando el papá que dice esto se la pasa de jueves a sábado de juerga en juerga, o todos las noches con los amigos o la pareja, o trabajando en exceso fuera de casa.

O de repente: “¡oye contrólate! ¿Qué es eso de jugar con esa consola seis horas al día? ¿No sabes controlarte?”, cuando todos los fines de semana este papá se excede con el alcohol. También está el clásico “¡no digas lisuras, no grites, no alces la voz!”, cuando el papá mismo que ordena esto es el primero que habla groserías y grita.

Es difícil, pero es que es lo mejor que los papás prediquemos con el ejemplo. Si no lo hacemos, no podemos quejarnos luego de que nuestros hijos no nos hagan caso o nos den problemas.

¿Y qué pasa cuando es el pasado el que nos desautoriza?

Todo lo dicho valdría para el presente, pero a veces es el pasado el que nos traiciona. Por ejemplo cuando el papá le exige a su hijo ser un alumno excelente y le hace un escándalo cuando desaprueba un examen, cuando la libreta de calificaciones de ese mismo papá estaba, en sus tiempos, llena de desaprobados. Aquí, cuando el hijo le pregunte a su papá qué clase de estudiante era él, dicho papá, o le tendría que mentir (lo que no recomiendo para nada) o decirle la verdad, quedando desautorizado.

Otro ejemplo bastante común es el de aquellos papás que les exigen a sus hijos estudiantes técnicos o universitarios que no fracasen en sus carreras, cuando ellos mismos, o bien fracasaron o bien ni siquiera empezaron estudios superiores.

Estos casos son un poco diferentes porque son cosas que ya sucedieron y que, por tanto, ya no se pueden cambiar. Aquí lo adecuado sería aflojar un poco las exigencias, ya que nos encontramos comprometidos por nuestra propia biografía. Aquí, en vez de exigir o ser autoritarios, valdría más la pena conversar y entender con los chicos que quizás es mejor que ellos intenten hacer lo que más les conviene, independientemente de los fracasos, dificultades o cómo haya sido la vida de sus papás.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 54, 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?

Los adolescentes a veces sorprenden a sus papás con cambios repentinos en su apariencia que pretenden ser chocantes, como adoptar un estilo de vestir, teñirse el cabello, cortárselo o peinárselo de cierta forma, o pintarse las uñas o maquillarse de determinada manera o con determinados colores.

Algunos adolescentes, los menos rebeldes o atrevidos, lo proponen verbalmente o buscan que se les dé permiso antes de hacerlo, mientras que los más rebeldes, atrevidos o impetuosos pueden sorprender de pronto con un cambio significativo ya realizado.

Los papás pueden tender a oponerse de inmediato a estas cosas, prohibir el pedido, exigir deshacer el cambio, castigar al adolescente o decirle cosas hirientes para hacerlo desistir (“¡pareces un maricón!” o “¡no se sabe si eres hombre o mujer!”, por ejemplo, lo que por supuesto está absolutamente desaconsejado).

El problema puede presentarse cuando luego tengan que, necesariamente, oponerse a cosas como el consumo de alcohol o drogas o a situaciones de riesgo o a cambios permanentes en el cuerpo, como tatuajes o piercings a temprana edad, porque entonces se acumulan las objeciones de los padres, generando la sensación de que ellos se oponen a todo, pudiendo así perturbar la relación con sus hijos.

Para evitar este riesgo podría ser buena idea sacrificar algunas cosas que no nos gusten y abstenernos de manifestar objeciones. Para no equivocarnos y acabar permitiendo algo verdaderamente perjudicial, es importante preguntarnos si el cambio que está proponiendo o mostrando nuestro hijo en su cuerpo o apariencia es permanente y/o si es directamente peligroso o nocivo. Por ejemplo, un par de prendas estrafalarias no representan un cambio permanente en su apariencia; más bien es algo reversible; ¡basta con ponerse otra ropa!

De esta forma los papás reservan sus objeciones para poder oponerse firmemente a cosas irreversibles o verdaderamente peligrosas, sin generar la sensación de que en todo están en desacuerdo o que todo prohíben.

Ahora bien, el no mostrar objeción no significa mostrar falta de interés. Los papás pueden:

  1. Preguntarle a su hijo para qué adopta ese cambio en su apariencia (buscar entender qué desea el adolescente, qué hay detrás de sus acciones, con genuina curiosidad, sin prejuicio).
  2. En momentos que no sean tan forzados, mostrar interés en cómo se está sintiendo o en cómo le está yendo en sus asuntos.
  3. De ser necesario, se le puede mencionar qué consecuencias puede traer su apariencia, para que tome una decisión informada. Por ejemplo, el peinarse o vestirse de forma muy llamativa o demasiado diferente (sin que eso signifique que “está mal”), puede atraer muchas miradas en lugares públicos, gestos de sorpresa, de burla o incluso podrían personas inadecuadas e impertinentes decirle cosas que tal vez no le agraden o le hagan sentir incómodo.

Es posible (solo posible, ojo) que el adolescente, al sentirse incómodo, regule lo chocante de su apariencia o inclusive desista de su cambio, cuando sus papás han sido tolerantes. Más bien cuando los padres se ponen intransigentes y generan esta sensación de que todo lo castigan y todo lo censuran, el adolescente se puede aferrar a sus acciones por pura necesidad de llevarles la contra.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
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Flavonoides: nuestra alimentación puede definir nuestra salud psicológica

Cuando por cuestiones didácticas hablamos de “salud psicológica” y “salud física” caemos automáticamente en el riesgo de dividir algo que en realidad es indivisible. Anteriormente en verdad creíamos que ambas cosas eran diferentes, como si fueran continentes distintos, separados por un océano, como si estar parado en uno implicara no estar parado en el otro. Aun hoy en día muchos profesionales trabajan de acuerdo a esa perspectiva.

Y es que en realidad no hay una verdadera separación entre la salud física y la salud psicológica, no son continentes separados, el estar parado sobre uno necesariamente significa estar parado sobre el otro, porque, insisto, no hay separación real, en el fondo son la misma cosa.

Pues bien, entrando en materia, aquí quiero utilizar el tema de la alimentación en general, y de los flavonoides en particular, no solo para compartir con ustedes lo que se dice o lo que se ha encontrado en el campo de la ciencia, sino para ejemplificar cómo algo considerado “físico”, como es la alimentación, tiene implicancias directas sobre la salud psicológica de la persona.

¿Qué son los flavonoides?

Los flavonoides son compuestos presentes en frutas, verduras y bebidas como el vino, el té o los jugos de frutas. En pocas palabras son compuestos presentes en alimentos vegetales, en unos más que en otros.

Algunos datos sobre cómo los flavonoides afectan positivamente la psicología de las personas

  • Los flavonoides protegen al cerebro de las toxinas que puede generar el propio organismo y que tienen una participación importante en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el mal de Parkinson o el síndrome de Alzheimer.
  • Los procesos neuroinflamatorios también tienen participación en la generación de enfermedades neurodegenerativas y también en lesiones neuronales asociadas con los accidentes cerebrovasculares, conocidos comunmente como “derrame cerebral”. Resulta que los flavonoides atenúan los procesos neuroinflamatorios, convirtiéndose en factores protectores frente a estos problemas de salud.

  • En el año 2007 se publicó la siguiente investigación (ver referencia abajo): en 1990 se tomó una muestra de 1640 personas adultas de 65 años o más, sin demencia. Se determinó el nivel de flavonoides en la ingesta de los participantes y se los dividió en cuatro grupos, del más bajo al más alto consumo. Posteriormente se evaluó su rendimiento cognitivo (memoria, percepción, aprendizaje, etc.) en cuatro ocasiones en 10 años para ver su evolución y el nivel de deterioro. Se vio que, ya desde el inicio de la investigación, las personas de los grupos que más flavonoides tenían en su ingesta tenían a su vez mejor rendimiento cognitivo que los grupos que tenían menos nivel de flavonoides en su alimentación. Al final de la investigación el grupo de más baja ingesta de flavonoides había sufrido un deterioro mental 40% mayor que el grupo de más alta ingesta.
  • Como se puede ya sospechar a partir del punto anterior, los flavonoides favorecen el aprendizaje y la memoria, tanto la de corto plazo, como la de largo plazo. También se ha visto que favorecen la memoria espacial y la memoria de reconocimiento de objetos.
  • Los flavonoides previenen o retrasan los procesos naturales de deterioro mental o de demencia asociadas con el envejecimiento.
  • Los flavonoides aumentan la neurogénesis, que es la capacidad que tiene el sistema nervioso para generar nuevas neuronas.
  • Los flavonoides tienen la capacidad de aumentar el flujo sanguíneo cerebral, lo que muy posiblemente signifique que tienen el poder de incrementar las sinapsis entre las neuronas, entre otros beneficios.

Adentrándonos más en el terreno emocional

Hasta aquí todo parece muy “neurológico”. Se ve cómo la alimentación tiene relación íntima con nuestra memoria, nuestra capacidad de aprender, con la velocidad de nuestro envejecimiento y nuestro deterioro, y con nuestra salud neurológica. Ahí vemos cómo lo psicológico y lo físico se funden en un solo punto, pero vamos a intentar adentrarnos aun más en lo psicológico, dirigiéndonos a nuestras emociones, a cómo nos sentimos. Para esto pongamos algunos ejemplos sencillos:

Ejemplo 1: pérdida de capacidad de trabajo

Si tenemos a una persona que a los 65 años empieza a olvidar los sucesos o los datos, ya no aprende igual las cosas nuevas que la realidad le va presentando, se distrae, comete errores, pierde velocidad, podemos decir que esta persona no solo está sufriendo las consecuencias del deterioro asociado con la edad, sino que podemos ir más allá: está perdiendo capacidad de trabajo. Al perder capacidad de trabajo puede empezar a perder ocupaciones, metas, retos, perspectiva de futuro. Entonces tenemos un caldo de cultivo perfecto para que la depresión se abalance sobre esta persona, y si ya la tiene encima (cosa que no sería rara, dado el nivel altísimo de incidencia de este mal en el mundo de hoy), lo que tendríamos sería una depresión haciéndose cada vez más poderosa, más fuerte, más abrumadora, haciendo más infeliz a la persona. La depresión, además de hacer infeliz a la persona, provocaría también que los procesos de deterioro se aceleren aun más, generando un círculo vicioso.

Este ejemplo que estoy poniendo es clásico. Se ve muchísimo. De hecho, hay una gran incidencia de cuadros depresivos en personas de la tercera edad, justamente por esta razón.

Ahora supongamos que esta persona está en el grupo de más alto consumo de flavonoides de la investigación que cité más arriba. Probablemente esta persona no pierda su capacidad de trabajo a los 65, ni a los 70, ni a los 75. La depresión, la tristeza, el malestar, el malhumor, la cólera que genera, no le afectará de la misma manera y tendrá bastantes más años de capacidad de trabajo y, por tanto, bastantes más años para evitar que la depresión asociada a este asunto se le eche encima.

Ejemplo 2: Parkinson, Alzheimer, derrame cerebral

Supongamos que a una persona le sucede cualquiera de estas tres desgracias. ¿Esa persona estaría feliz y en estado de bienestar? Obviamente no, se deprimiría, sería infeliz y, si no hay una intervención profesional adecuada, este malestar e infelicidad sería permanente, particularmente en los casos graves. A esto podemos agregarle el hecho de que la familia del paciente también tendría mayores riesgos de desarrollar problemas de depresión, de ansiedad o de relación entre los miembros, estando en conflicto entre ellos o sintiéndose tristes, furiosos, preocupados o asustados por la situación tan penosa por la que estarían pasando.

Ejemplo 3: altas capacidades cognitivas

Un ejemplo más alentador: tenemos a una persona adulta, de mediana edad, altamente productiva, muy hábil, sana, bien alimentada, con mucha capacidad de aprendizaje, flexible frente a los cambios, adaptable. La probabilidad de éxito profesional, social, afectivo, incluso amoroso de esta persona evidentemente está incrementada. No vamos a afirmar que será exitoso, porque evidentemente hay más factores en juego, pero sí que sus probabilidades están aumentadas. Por tanto están aumentadas también sus probailidades de que viva satisfecho, contento y tranquilo, en bienestar.

Recomendaciones

Las recomendaciones saltan por sí solas. Veamos algunas que podríamos sacar:

  • El cuerpo y la psicología de la persona son en realidad lo mismo. Intentemos hacer el esfuerzo de pensar en ambas cosas como lo que son en realidad: una unidad. Cuidando nuestro cuerpo cuidamos nuestras emociones, nuestro ánimo, nuestra psicología. Cuidando nuestras emociones, nuestra psicología, cuidamos también nuestro cuerpo. Podemos afirmar lo mismo si cambiamos ese “cuidando” por un “descuidando” o “maltratando”.
  • Hay que comer muchos vegetales. A los niños no hay que acostumbrarlos a rechazar lo vegetal dándoles productos adictivos como exceso de dulces, harinas, refinados, grasas y carnes que, por comparación, seducen el gusto de los niños, que acaban rechazando todo lo vegetal, provocando que su sistema nervioso, entre otras cosas, se vea afectado, debilitado y con mayores riesgos de presentar problemas.

Referencias

L. Letenneur, C. Proust-Lima, A. Le Gouge, J. F. Dartigues, P. Barberger-Gateau (2007). Flavonoid Intake and Cognitive Decline over a 10-Year Period. American Journal of Epidemiology. Volume 165, Issue 12, 15, June 2007, Pages 1364–1371. Online: https://academic.oup.com/aje/article-lookup/doi/10.1093/aje/kwm036.

David Vauzour, Katerina Vafeiadou, Ana Rodriguez-Mateos, Catarina Rendeiro, Jeremy P. E. Spencer (2008). The neuroprotective potential of flavonoids: a multiplicity of effects. Genes & Nutrition. December 2008, Volume 3, Issue 3–4, pp 115–126. Online: https://link.springer.com/article/10.1007/s12263-008-0091-4.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Flavonoides: nuestra alimentación puede definir nuestra salud psicológica” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Niños egoístas que no comparten sus cosas

Cuando los papás organizamos reuniones o fiestas en donde nuestro hijo va a juntarse con otros niños, a veces sucede que este se niega a compartir sus juguetes o sus cosas. Mientras más pequeño sea el niño, más se incrementa la posibilidad de que esto suceda. Esto es así porque, a menor edad, la persona es más egocéntrica y, por tanto, más egoísta. No es nada anormal. Por ello no hay que tomarlo como algo negativo, ni preocuparse. Simplemente se puede buscar la forma más conveniente de actuar para que nuestro hijo se vea beneficiado en su desarrollo.

Obligar a nuestro hijo a compartir

Si los papás ordenáramos directamente a nuestro hijo que comparta sus cosas estaríamos arruinando la experiencia social del niño, además que estaríamos actuando de forma autoritaria y hasta prepotente. ¿Por qué? Solo basta con preguntarnos a nosotros mismos qué sentiríamos si viene un policía o cualquier autoridad a nuestra casa, con otra persona, y nos ordena que le prestemos nuestra computadora, nuestra TV o nuestro teléfono celular, o nos ordena que le demos nuestra clave de wifi o que le prestemos nuestro dinero. Los juguetes del niño son de su propiedad (se los regalamos, se los dimos, no son nuestros), tanto como que nuestras cosas son nuestras.

Esto se agrava cuando no solo ordenamos a nuestro hijo que preste, sino que directamente tomamos sus cosas y las ponemos a disposición del niño o de los niños visitantes. A ver, ¿qué sentiríamos si viene algún representante del gobierno de turno y nos quita nuestra casa para dársela a otro u otros ciudadanos? Porque la ecuación es la misma.

Presionar a nuestro hijo para que comparta sus cosas

Presionarlo con ruegos o con argumentos tampoco es tan conveniente. Hay que entender que la persona (nuestro hijo) no desea que toquen sus cosas. Los argumentos probablemente no los entienda a cabalidad, con mayor razón si es muy pequeño, y la presión que se genera nuevamente podría arruinar el momento de interacción social.

Por otro lado, estrategias como “comprar” la acción que queremos que realice nuestro hijo con ofrecimientos materiales o premios de cualquier tipo (más allá de un simple “me agradaría mucho si quisieras jugar con tus juguetes con fulanito”), es justamente eso, “una compra”, un generador de conveniencia y corrupción. El niño, entonces, crece con la idea de que puede vender sus favores, al igual que hacen los políticos corruptos, por ejemplo.

¿Realmente los juguetes y objetos materiales son tan importantes?

¿Realmente sin las pertenencias del niño no se puede pasar un buen rato? No tiene por qué ser así. Si el papá o la mamá tienen una pelota o cualquier objeto divertido que sea de ellos y no del niño, ya con eso pueden organizar juegos. Aun así, ni siquiera es necesario objeto alguno. Juegos físicos como escondidas y otras dinámicas por el estilo suelen funcionar bastante bien y no requieren juguetes o posesiones del niño.

Este tipo de actividades con las que se puede animar a los invitados dentro de la casa de un niño que no quiere compartir tiene una triple función (por lo menos):

  1. Hace que el encuentro social sea agradable.
  2. Salva la situación de egoísmo del niño e impide que los papás se entrampen en la negativa a compartir.
  3. Genera procesos emocionales en el niño que tal vez lo lleven a compartir de forma espontanea más adelante. Por ejemplo, la confianza que tal vez necesite nuestro hijo antes de ver cómo esa otra persona hace uso de sus pertenencias. También puede movilizar culpa en el pequeño, una emoción que, bien regulada, es fundamental para la integración a la comunidad. El niño puede sentirse culpable al ver cómo en la situación de juego, esas otras personas son agradables y no merecían su hostilidad. El niño puede manejar sus sentimientos de culpa reparando su hostilidad previa, siendo generoso posteriormente. Si se le obliga o se le presiona, le privamos de la oportunidad de desarrollar estos sentimientos.

En resumen

Ante una situación social en la que nuestro hijo se niega a compartir sus cosas con los invitados:

  • Evitar ordenar que comparta.
  • Evitar tomar sus cosas y dárselas a los invitados.
  • Evitar presionar con argumentos o ruegos. Si el niño dejó en claro que no desea a la segunda o, máximo, a la tercera, es porque es “no”.
  • Estar preparados. Buscar actividades o juegos alternativos, quitar del centro de atención las posesiones materiales del niño.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Página 40.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Niños egoístas que no comparten sus cosas” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.