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La salud

Ya cuento unas tres veces que me comentan que mi blog, por momentos, habla mucho de “temas físicos” o de “salud física” y que no parece tanto un blog sobre psicología. Entonces me parece importante explicar cómo entiendo este asunto de la salud.

Divisiones artificiales 

Anteriormente (y lamentablemente aun ahora en muchos ámbitos de salud) se hacía la división entre “salud física” y “salud mental”. De alguna forma esta división se mantiene hasta ahora, pero ya no de la misma manera. Ahora se concibe la salud como “un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades” (OMS). Últimamente he escuchado que la OMS (Organización Mundial de la Salud) viene debatiendo sobre si agregar a estos tres estados (físico, mental y social), el aspecto espiritual de la persona, cosa que me parece necesaria.

De tal forma que se podría entender la salud como un engranaje armonioso entre:

1. El aspecto físico y/o biológico

2. El aspecto mental, emocional y/o comportamental

3. El aspecto social

4. El aspecto espiritual

Estos cuatro aspectos de la vida de las personas, me parecen en realidad indivisibles. Si nosotros podemos hablar por separado de cada uno de ellos, es porque para entender este asunto, necesitamos, de algún modo, separar las cosas. Pero en la realidad, no existiría tal separación.

Ahora, en la cabecera de este blog, pongo que se trata de un blog acerca de temas de salud mental y psicoterapia, porque, debido a mi profesión giro más en torno a los asuntos mentales, emocionales o comportamentales. Y, sin embargo, al hablar de estos temas, me veo prácticamente en la necesidad de visitar también los otros aspectos de nuestras vidas, porque en la realidad, no hay ninguna separación. 

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 Un ejemplo de este mismo blog

Pongamos ejemplos muy sencillos. En una entrada anterior hablamos sobre los beneficios de caminar en adultos mayores. La recomendación (caminar) parece propia de la “salud física” y puede que no se sienta nada “psicológica”. Pero, por ejemplo, en el estudio mencionado en esa entrada se vio que los adultos mayores que caminaban tenían menos riesgo de desarrollar discapacidades. Ahora cabría preguntarse: ¿qué trae como consecuencia una discapacidad? Entre otras cosas, por ejemplo, depresión, y aquí sí entramos en el terreno propio de la llamada “salud mental”. Prestemos atención a cómo un tema físico, como caminar, acaba siendo un factor de prevención de no sólo afecciones físicas, sino también emocionales.

Otro ejemplo de la misma entrada. Prestemos atención a la imagen que colgué:

Dice claramente: “caminar reduce el estrés”, “caminar reduce los síntomas de la depresión”, “caminar aumenta el buen humor”. Se trata de tres afirmaciones directamente relacionadas con el aspecto psicológico de las personas.

Pero podríamos no quedarnos con eso. Dice que “caminar reduce el riesgo de cáncer”. Más allá de que podría tratarse de una generalización aventurada por parte de los autores de la imagen, nos están hablando de cáncer. El cáncer, tendemos a creer, es una enfermedad física, pero trae obvias consecuencias psicológicas, no sólo para el paciente, sino para su familia y su entorno. Y no sólo eso: hay estudios que ya hace décadas han relacionado distintos tipos de cánceres con factores psicológicos. Es decir, lo psicológico está en los antecedentes (incluso en las causas) del cáncer, como también en las consecuencias del mismo. Y más aun, los factores psicológicos actúan en la misma evolución de la enfermedad. Por ejemplo, hay pocas cosas peores para un paciente oncológico que el ser sometido a episodios de estrés muy intenso. Veamos cómo una enfermedad aparentemente física, se enlaza tan notablemente con aspectos psicológicos.

Lo mismo podemos decir del resto de afirmaciones, incluso la que afirma que “es gratis” (y no exagero), pero podríamos dejar eso a la imaginación y visualización de cada quién.

Otro ejemplo de este mismo blog

La entrada titulada “la importancia de tomar un buen desayuno todos los días“, podríamos sentirla como “muy física” o “muy poco psicológica”, y con razón. Sin embargo, leyendo a través de ella encontraremos que entre las consecuencias de no tomar un buen desayuno todos los días se menciona irritabilidad y ansiedad.

Nuevamente, podemos no quedarnos con eso y ver que nuevamente se menciona el riesgo de cáncer y otras afecciones aparentemente físicas que traen implicancias psicológicas innegables, como celulitis y sobrepeso. ¿Qué afecciones psicológicas? Por ejemplo, baja autoestima, deterioro de la autoimagen corporal, problemas de pareja, etcétera.

Otra vez vemos cómo un asunto aparentemente nutricional (físico), se enlaza irremediablemente con asuntos psicológicos, no sólo en sus consecuencias, sino también en sus causas. Preguntémonos por qué alguien no toma desayuno y encontraremos asuntos psicológicos o sociales activos generando ese problema.

Problemas como consecuencia de no ver la salud como una unidad en los médicos no psiquiatras

Es muy frecuente escuchar que un médico ve que hay una lesión pero no sabe explicar a qué se debe. Dándose esta situación, he escuchado estos tres casos:

1. Muchos médicos no atinan a decir nada al paciente (“no, no sé qué es, es algo raro”) y simplemente dan tratamiento a la lesión sin explicar ni interesarse por sus causas.

2. Otros médicos atribuyen muchas de estas situaciones a la palabra indefinida que ya casi es un cliché: “podría ser estrés”.

3. Y algunos pocos, como parte de las recomendaciones dicen al paciente que vaya a evaluación psicológica como parte del tratamiento.

Da la sensación de que unos médicos (caso 1) hacen una separación tajante entre salud física y salud mental, de tal forma que no conciben un posible origen psicosomático (causas psicológicas para simplificarlo más) de la enfermedad física y prefieren no decir nada. Da la sensación de que otros (caso 2) al menos sugieren la posibilidad de situaciones estresantes. Mientras que algunos pocos (caso 3) ven a la psicología como un área más, que ellos no manejan y que podría ser importante investigar y tratar en la dolencia inexplicable del paciente.

El caso 3 me da la mejor sensación. El caso 2 me parece insuficiente e incluso pretencioso (un médico no psiquiatra que se cree psicólogo o psiquiatra) y el caso 1 me parece terriblemente peligroso, pues al estar ciego al poder que tiene el estado psicológico del paciente, el médico se queda conforme con no ver el origen posible, de tal manera que no podrá atacarlo, lo que a la larga perpeturá la enfermedad, como sucede muchas veces con un gran número de enfermedades crónicas que condenan a los pacientes a vivir visitando clínicas u hospitales. Todo eso por creer, erróneamente, que la salud física no tiene nada que ver con la salud mental.

Por último, ni siquiera se necesita que la enfermedad sea inexplicable en su origen. Ya se sabe hace años que muchas enfermedades físicas están relacionadas previamente con aspectos psicológicos, por ejemplo, el cáncer, las afecciones de la piel, las alergias, las afecciones del tracto digestivo, etcétera. Pero parece que estamos todavía muy lejos de ver las cosas en toda su complejidad y actuar en consecuencia.

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Problemas como consecuencia de no ver la salud como una unidad en los médicos psiquiatras

Con alarmante frecuencia se ve que los médicos psiquiatras se contentan con tratar a sus pacientes con medicamentos y citarlos para sus controles (por ejemplo, una vez al mes). Esto es insuficiente. Cuando hay una afección psiquiátrica (depresión, ansiedad, ataques de pánico, trastornos alimenticios, etc.) no es suficiente medicar a los pacientes. Se necesita, además del tratamiento psiquiátrico, un tratamiento psicoterapeutico, que permita aspirar a que algún día el paciente no dependa de los fármacos; pero muchas veces esto no se da, no sólo por ignorancia (comprensible) del paciente, sino porque el psiquiatra cree que el problema del paciente es físico y sólo se controla con fármacos. No toma en cuenta para nada el aspecto psicológico de la persona y no hace ninguna recomendación al respecto.

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Problemas como consecuencia de no ver la salud como una unidad en los psicólogos

Aquí hay un problema que yo he visto desde muy cerca. Muchos colegas psicólogos o psicoterapeutas están erróneamente convencidos de que las dificultades de sus pacientes son sólo emocionales o mentales y que ahí no tiene que ver nada físico. De tal manera que se colocan en una posición absolutamente incapaz de detectar cuándo es que un paciente necesita una evaluación psiquiátrica o médica, en general.

Esto es un problema serio, porque al no detectar esto, el paciente tratado sólo con psicoterapia, no mejorará en su problemática o lo hará demasiado lento (más aun de lo que ya suele ser). Y esto es más grave aun cuando se trata de niños.

En cambio, un psicólogo o psicoterapeuta que se da cuenta de que tal problema psicológico puede deberse a asuntos físicos, será oportuno en recomendar evaluación médica cuando sea necesario o detectará temas de alimentación, de hábitos o temas laborales, porque está atento a que la salud no es sólo mental, sino que es un conjunto indivisible con lo físico, lo social y lo espiritual, y que estas otras tres áreas pueden tener mucho que ver con lo que se está intentando aliviar.

Conclusión

La salud es indivisiblemente física, espiritual, social y mental. Aquí cuatro fórmulas, pesadas de leer pero necesarias:

1. Los problemas físicos pueden ver su origen en otros problemas físicos, o bien en problemas espirituales, sociales o mentales.

2. Los problemas espirituales pueden ver su origen en otros problemas espirituales, o bien en problemas físicos, sociales o mentales.

3. Los problemas sociales pueden ver su origen en otros problemas sociales, o bien en problemas físicos, espirituales o mentales.

4. Y, naturalmente, los problemas psicológicos o mentales pueden tener su origen en otros problemas mentales, como también en problemas espirituales, físicos o sociales.

Y esta última es la fórmula que más nos interesa (aunque nos interesan en realidad las cuatro). Por eso es que aquí a veces hablamos del desayuno, de la alimentación, del cáncer, del envejecimiento, de los hábitos, del trabajo, del sistema nervioso, y posiblemente, acabemos hablando también de asuntos de índole espiritual: investigaciones acerca de cómo prácticas espirituales, como la meditación o el yoga, traen beneficios en la salud de las personas, problemas familiares debido a la multiplicidad de credos en una misma familia extensa o nuclear, problemas de cruces entre el credo del colegio y el credo de los papás, etcétera.

Así que ya sabemos: podemos tomar a la salud como un indivisible: salud fìsica, salud mental, salud social y salud espiritual, y así obtenemos un panorama más amplio para nuestro cuidado y el de nuestros seres queridos.

 

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“La salud” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Plasticidad neuronal

Esta entrada fue publicada originalmente en Rumbo Norte en agosto del 2012.

Ilustración: Lucía Fernández

En una entrada anterior habíamos hablado algo acerca del sistema nervioso, a propósito del fenómeno conocido como “poda sináptica”. Ahora vamos a hablar un poco acerca de otro fenómeno denominado “plasticidad neuronal”.

Perdiendo y desarrollando capacidades

La plasticidad neuronal es una propiedad de las neuronas; es básicamente la capacidad que tienen de modificar sus conexiones entre ellas. La poda sináptica tendría relación con esta flexibilidad, ya que nos muestra cómo las redes neuronales no se quedan fijas si no las estimulamos, de manera que, por ejemplo, los niños pueden perder oportunidades de desarrollo si no se les permite cultivar sus capacidades.

Sin embargo, así como podemos perder capacidades si no las cultivamos, del mismo modo, y gracias a la plasticidad neuronal, también podemos conseguirlas o recuperarlas; y no hablamos solamente de aprender cosas, sino de desarrollar capacidades que anteriormente no teníamos o que incluso habíamos perdido.

La necesidad de estimular siempre

Gracias a la plasticidad neuronal, si una persona pierde la mitad de su cerebro y vive, las células de la otra mitad se reorganizarán, intentando reemplazar las funciones que anteriormente desempeñaban las células perdidas y para ello modificarán sus conexiones entre ellas, armando prácticamente una nueva red neuronal. Obviamente lo más probable es que la persona no vuelva a ser la misma, pero ahí vemos a la plasticidad neuronal en plena acción. De hecho han habido personas a lo largo de la historia que han sobrevivido bastante bien a lesiones cerebrales o medulares que impresionarían a cualquiera. Y esto se da justamente gracias a esta plasticidad; las neuronas se reorganizan ante las situaciones.

Cuando alguien sufre una enfermedad, un accidente o agresión y se lesiona el sistema nervioso, sea el encéfalo o la médula espinal, muchas veces la persona pasa a rehabilitación, justamente para recuperar (en gran parte mediante plasticidad neuronal) las capacidades afectadas por la lesión.

Un ejemplo cercano de esto lo tendríamos en la niña Romina Cornejo, que quedó cuadrapléjica después de ser baleada por unos asaltantes. Mediante rehabilitación y tratamiento se espera que la niña pueda respirar por sí sola e incluso volver a caminar. Mientras tanto vemos cómo esta niña va recuperando algunas facultades, como mover la cabeza o la sensibilidad en las manos.

En suma, el sistema nervioso tiende a reorganizarse constantemente, dependiendo de las experiencias de la persona. Todos tenemos plasticidad neuronal en nuestros sistemas nerviosos, inclusive las personas con retardo mental o las personas afectadas por demencia causada por la edad o por algún síndrome o enfermedad. Por eso es importante que todos, a toda edad, seamos estimulados, más aun si empezamos a perder ciertas facultades o si ya las perdimos o si nacimos sin ellas. Nuestro sistema nervioso es muy flexible, así que nunca se debería dar nada por perdido.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

 Licencia Creative Commons
“Plasticidad neuronal” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Tratamientos psiquiátricos mal llevados (segunda parte)

En la entrada anterior veíamos que muchas veces las personas que siguen un tratamiento psiquiátrico actúan de tal forma que acaban transformando dicho tratamiento en uno que no es el que indicó el médico. Enumeramos tres formas de hacer esto:

1) Variar las dosis según sus propios criterios.
2) Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos.
3) Abandonar el tratamiento médico.

Ya desarrollamos las dos primeras. Ahora veremos la tercera:

3) Abandonar el tratamiento médico:

Aquí confluyen en el fondo todas las acciones que van en contra del tratamiento indicado: la persona se da de alta a sí misma unilateralmente, sin participación del profesional. Efectivamente, alguien puede abandonar su tratamiento o decidir que su hijo abandona el tratamiento por todos los motivos expuestos anteriormente, sea por motivos económicos, sea porque está harto de seguir consumiendo medicamentos, sea porque “no está de acuerdo” con el médico, sea porque cree que ya no lo necesita o porque le trae efectos adversos que ya no quiere experimentar, o por una amalgama de más de uno de ellos.

Ilustración: Lucía Fernández

También está el clásico “no sigo con el tratamiento porque no me ha servido de nada… sigo igual de mal”. Muchas veces, esta acción y esta razón que la sustenta sobrevienen después de que el paciente ha hecho con el tratamiento cualquier cosa excepto lo que le indicó el psiquiatra, es decir, después de que el paciente estuvo disminuyendo o aumentando sus dosis o después de que se estuviera suprimiendo uno de los fármacos recetados. Otras muchas veces se llega a la determinación de abandonar el tratamiento acusándolo de inefectivo cuando el paciente lo ha llevado indisciplinadamente, saltándose tomas de forma seguida, no tomando las medicinas por días consecutivos, tomándolas a deshoras, no siguiendo el tratamiento los fines de semana por estar de fiesta o de salidas con los amigos, consumiendo sustancias que interactúan mal con el medicamento, etc.

Muchas veces también, cuando he escuchado esto de “ya no sigo porque no me sirve de nada” y he preguntado hace cuánto que no ve al médico, me he encontrado con la sorpresa de que el paciente no ha ido a sus controles con el médico hacía meses. Yo me pregunto, ¿cómo no va a ser inefectivo el tratamiento si la persona no lleva sus controles? En este caso, el paciente está llevando el tratamiento ajustado para un momento pasado, meses atrás, no ajustado para el momento actual. El tratamiento psiquiátrico, en muchísimas ocasiones es variable, susceptible de regularse y modificarse según el momento y las circunstancias. Si uno no va a sus controles, es probable que en algún momento su tratamiento se desfase.

¿Por qué no es aconsejable interrumpir de esta manera un tratamiento psiquiátrico? Razones podemos encontrar muchas. Veremos algunas de ellas:

– Porque no es por gusto que a uno se le hayan recetado medicamentos; es porque uno está padeciendo de algo. Al interrumpir el tratamiento médico se le da luz verde y continuidad al padecimiento, a menos que se tenga una alternativa de salud.

– Porque las medicinas recetadas son sustancias que generan cambios en nuestro organismo. Es posible que el organismo del paciente necesite un retiro gradual de la medicación, no un retiro abrupto, y el único capacitado para definir estas cuestiones es el mismo médico, nunca el paciente.

– Porque se corre el riesgo de retroceder en el posible avance en el control de los síntomas, pudiendo incluso empeorar la situación inicial con una recaída.

– En el tratamiento de adolescentes: los menores guardan la experiencia (negativa para su adultez) de que el tratamiento médico es inefectivo y que posiblemente les generó más molestias que beneficios. Una vez adultos, estos adolescentes recordarán malas experiencias de tratamientos de salud, cuando no tendría por qué ser así, por lo menos en este caso. Esto genera desconfianza hacia el médico y resistencia a buscar ayuda en temas de salud.

– En el tratamiento de niños: se somete a los niños a un comportamiento negligente por parte de sus padres. Puede que en ese momento el niño no lo entienda o no lo perciba, pero eso no quita el hecho de la negligencia contra sus propios hijos. Por otro lado, he visto casos en los que aquellos niños hechos jóvenes les preguntan a sus padres por qué es que no encontraron solución a su malestar en ese momento. Uno, como padre, ¿qué hace? ¿Le miente a su hijo o le dice la verdad acerca de su irresponsabilidad?

Conclusión

Como conclusión es necesario repetir las dos máximas que se propusieron en un principio, habiendo ya mencionado algunas de las razones que las pueden sustentar:

1) Hacer con los medicamentos y con el tratamiento exactamente lo que el médico ha recomendado; y enfatizando: exactamente, ni más ni menos. Esto contempla por supuesto los controles: si el médico dice que el paciente debe regresar en un mes a verlo, eso exactamente es lo que debe hacerse. Hay que apuntarlo en la agenda, poner un recordatorio en el teléfono o lo que sea necesario para no olvidarse.

2) Contarle al médico todo lo que tenga que ver con la medicación y con el estado de salud (física y mental) del paciente. Para ello uno tiene que sacar cita con el médico apenas vea que haya cualquier duda o hecho importante. Hay que recordar que el médico no llamará a su paciente; es el paciente quién debe comunicarse.

Hay que recordar, finalmente, que sólo siguiendo las recomendaciones podremos esperar obtener los resultados que deseamos. Si no hacemos lo que se recomienda no podremos confiar en que lograremos avance alguno.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Tratamientos psiquiátricos mal llevados (segunda parte)” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Tratamientos psiquiátricos mal llevados (primera parte)

En las siguientes dos entradas hablaremos acerca de un fenómeno bastante común entre los pacientes que están siguiendo un tratamiento psiquiátrico: el de recibir la receta y las indicaciones del médico, ir a su casa y de pronto hacer cambios en dicho tratamiento sin consultarle al profesional a cargo, de tal forma que no se hace lo que se recomendó sino que se hacen cosas diferentes esperando, un poco ingenuamente, los mismos resultados.

Lo que se debería hacer con el tratamiento psiquiátrico

Adelantando un poco la conclusión a la que quisiera llegar, cuando uno sigue tratamiento con un médico psiquiatra habría por lo menos dos máximas (se presupone que haya confianza en el profesional y que éste sea un médico adecuado):

Máxima 1: hacer con el tratamiento y los medicamentos recetados exactamente lo que el médico ha recomendado, ni más ni menos.

Máxima 2: contarle al médico todo lo que tenga que ver con la medicación y con el estado de salud (física y mental) del paciente. Para ello uno tiene que sacar cita con el médico apenas vea que haya algo qué conversar. Los médicos no suelen llamar a sus pacientes, uno tiene que buscarlos.

Lo que no se debería hacer con el tratamiento psiquiátrico

Sin embargo, pareciera que hay una suerte de tendencia cuando se trata de llevar tratamiento médico con un psiquiatra. Se tiende mucho a actuar y manejar los medicamentos al margen de la recomendación médica. Los pacientes o los papás de los pacientes (cuando se trata, por ejemplo, de menores de edad) parecen tender a:

1. Variar sus dosis según sus propios criterios.

2. Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos.

3. Abandonar el tratamiento médico.

Las tres opciones suelen traer resultados muy negativos. Veamos ahora las dos primeras y la tercera en la siguiente publicación:

1. Variar sus dosis según sus propios criterios

Las personas pueden optar por esta acción cuando por ejemplo:

a) Se presentan efectos secundarios indeseables, como somnolencia, asco a la comida, euforia o sensación constante de cansancio:

Es probable que efectivamente disminuyan los efectos secundarios, haciendo sentir al paciente o a sus padres que tenían razón. Nada más equivocado. Ese paciente estará ahora en riesgo, por ejemplo, de ver agravados posteriormente sus síntomas o tal vez de no encontrar efectividad en
el tratamiento.

Lo que se debe hacer en este caso es sacar una cita con el médico e informarle acerca de la presencia e intensidad de los efectos indeseables. El médico es la única persona capacitada para utilizar esa información y recomendar acciones para aliviarlos.

b) Cuando el paciente o sus padres ven que hay mejoría aparece la tentación de retirar paulatinamente el medicamento, sin consultarlo con el médico:

La idea es más o menos la misma. Si se lleva a cabo una disminución paulatina o, peor aun, abrupta de los medicamentos o productos recetados sin hacer partícipe de esto al médico a cargo, se corre un riesgo muy grande de precipitar una finalización de tratamiento antes de tiempo, lo que a su vez podría traer un retroceso en lo avanzado o una “recaída”, con lo que los síntomas regresarían con más fuerza. Parte de lo lamentable de estos hechos es que la inversión de tiempo, de dinero y de disposición por parte del paciente y/o sus padres no habría alcanzado sus objetivos, quedando quizás la experiencia de aprendizaje, si acaso el paciente o sus padres son conscientes de su propia responsabilidad en el fracaso.

2. Decidir qué medicamentos tomar y cuáles no, cuando se le han indicado dos o más productos

Muchas veces, los médicos recetan más de un producto a un mismo paciente. Y muchas veces los pacientes o sus padres optan unilateralmente por decidir cuál de ellos toma y cuál no toma. Esto puede ser muy perjudicial, puesto que con ello se puede estar descompletando una estrategia de tratamiento que necesita del conjunto que el psiquiatra ha armado y que si se quita una o más partes, se vuelve ineficaz o incluso dañino para la persona. Esto se puede entender como una máquina a la que se le quitan piezas y se pretende que siga funcionando.

Las razones por las que las personas hacen esto con las indicaciones de su médico también incluyen las dos razones de la sección anterior (efectos secundarios indeseables, en este caso del medicamento rechazado, y/o mejoría del paciente). Pero también podemos hablar de otras razones, por ejemplo:

a) “No me gusta la idea de tomar tantas pastillas” o “no me gusta la idea de que mi hijo tome tantas pastillas”:

En este caso cabe preguntarse si uno está dispuesto a ponerse en manos de la ciencia médica o quizás prefiera otro tipo de intervenciones en salud que ofrezcan remplazar a la medicina científica. Si uno opta por la medicina científica debería seguir las indicaciones correctamente, pues con este tipo de acciones lo que puede lograr es el efecto contrario, es decir, que el tratamiento médico sea menos efectivo y que por tanto dependa más tiempo de las pastillas que la misma persona no desea utilizar.

b) “No estoy de acuerdo con parte del diagnóstico del doctor y, por tanto, no tomaré el medicamento o medicamentos para aquello que creo que no tengo”:

Por ejemplo, el psiquiatra ve que el paciente está muy temeroso e inseguro y que, además, está deprimido; pero el paciente no cree que él esté deprimido, así que no toma los antidepresivos. Lo mismo se puede dar con niños. En ese caso, son los papás los que no siguen lo que dice el médico.

Ya de por sí, es poco saludable mostrarse “en desacuerdo” con lo que dice el médico, por la sencilla razón de que uno no es médico y, por tanto, no sabe diagnosticar ni descartar un diagnóstico. Es como si el cliente le dijera a su contador, “no estoy de acuerdo con los impuestos que tengo que pagar, así que no los cancelaré”. La consecuencia obvia será una buena multa por parte de la SUNAT. En general no es saludable “estar en desacuerdo” con un profesional de una rama cuando uno no lo es.

Por otro lado, lo más probable es que lo que el médico entienda por “depresión” sea bastante diferente de lo que el paciente entiende por “depresión”. Por eso es mejor, en vez de “estar en desacuerdo”, escuchar la explicación del médico como quien aprende una palabra nueva.

c) “No tengo dinero para comprar tantas pastillas”:

Esta tal vez sea la única de estas tres razones que tenga cierta validez. El problema es que muchas veces los pacientes no le informan al médico esta realidad y se van de la farmacia simplemente con la idea de no cumplir con la totalidad del tratamiento, en vez de pensar “esto es muy costoso para mí, tengo que llamar al doctor para contarle”.

Aquí hay que acordarse de que el médico no es adivino; no tiene por qué saber que la persona no tiene los suficientes recursos económicos. Posiblemente el psiquiatra está recetando los medicamentos originales, que siempre son más caros que los genéricos, en ese caso, si el médico está de acuerdo, puede recetar los genéricos y bajar ese presupuesto tan elevado. A veces el médico conoce otras formas o lugares donde conseguir los medicamentos que ha recetado. Recuerdo, por ejemplo, que existía (no sé si aún hoy) una asociación de padres con niños con TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad). Si mal no recuerdo, hacerse socio de ella traía el beneficio de acceder a precios especiales en las medicinas para TDAH. En su momento tuve información de que habían muchos papás que accedieron a estos beneficios hablándoles a sus médicos acerca de la dificultad económica.

Y posiblemente, si no hay otra salida, haya que variar la estrategia de tratamiento para bajar el costo. En fin, hay muchas posibilidades de solución, pero para acceder a esas posibilidades hay que contarle el problema al médico y no simplemente quedarse callado y seguir el tratamiento a medias, poniendo en riesgo la salud del paciente.

Continuará en la siguiente entrada

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