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¿Por qué los adolescentes no hablan?

Si un adolescente no habla, no se expresa o lo hace de forma parca e imperfecta, no significa necesariamente que sea un displicente, un desidioso o un maleducado.

A los adolescentes les cuesta expresar en palabras el sufrimiento por el que pasan, sus angustias, sus nuevas preocupaciones y ansiedades. Les cuesta porque nunca pasaron por eso, porque es algo totalmente nuevo para ellos, ya que antes habían sido niños y tenían otro tipo de asuntos, propios de la niñez, con sus formas infantiles de expresarlos.

Los adolescentes se encuentran lidiando con fenómenos completamente nuevos para ellos, tanto internos (por ejemplo, los cambios hormonales, que generan cambios físicos y psicológicos, la emergencia del sexo o la angustia de definir quién es) como externos (por ejemplo, los fenómenos grupales o las exigencias de la comunidad conforme se van haciendo adultos) y muchas veces se encuentran desorientados, sin saber realmente qué pasa y sin saber qué palabras son las adecuadas para expresar lo que sienten.

El resultado es un discurso confuso, pocas palabras, silencios, fastidio, hastío y una apariencia excesivamente dubitativa, cosas que suelen irritarnos a los mayores, cuando en realidad ¡qué bueno sería que los ayudáramos a encontrar las palabras que les faltan!

Por ejemplo, se me ocurre: “¿no será que te sientes triste?” o “de pronto lo que sientes es que esa persona no te valora como tú quisieras que lo haga”. De repente nos encontramos con nuestro hijo o estudiante adolescente en la penosa situación de no encontrar la palabra adecuada:

– Me siento… no sé… ¡ay, no sé!

Los mayores incluso nos burlamos de este tipo de discurso, cuando en realidad no tiene mucho de gracioso. ¡Qué diferente sería que se le ayudara! Por ejemplo:

– ¿Decepcionado, tal vez?

Y entonces el adulto podría dar en el blanco y el adolescente diría “¡sí! ¡eso!”, o podría fallar e intentar de nuevo y ayudar al chico a encontrar la palabra, casi como si fuera un juego, o de repente preguntaría “¿y qué es “decepcionado”?” Y entonces se genera la oportunidad de explicarle y que aprenda algo nuevo de nosotros, como conversando.

Juan David Nasio (2010), médico y psicoanalista, llama a esto “soplarle al adolescente”. Al adolescente hay que “soplarle” las palabras que le faltan, eso sí, con cuidado, con tino, sin que él se dé mucha cuenta, sin ser demasiado evidentes, porque no se trata de hacerle sentir que es un tonto o que nosotros creemos que es un tonto.

Esto, ayudarle, soplarle, podría resultar más conveniente que quedarnos en la molestia, en la queja de su comportamiento o de su “actitud”, en la crítica o incluso en la burla de sus dificultades para comunicarse o expresarse, porque seguramente no lo hace a propósito, sino porque realmente le cuesta.

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“¿Por qué los adolescentes no hablan?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

El adolescente normal

Muchas veces los papás nos encontramos preocupados, alarmados, fastidiados, hostigados, etcétera, por el comportamiento de nuestros hijos adolescentes. Ya he perdido la cuenta las veces en que yo, por ejemplo, me he encontrado en la necesidad de calmar a los papás, recordándoles que su hijo es un adolescente, y que, por tanto, aquello que tanto denuncian, resulta que es normal. Como dice el médico y psicoanalista Juan David Nasio:

«Todo (…) [en el adolescente] son contrastes y contradicciones. Puede estar tanto agitado como indolente, eufórico y deprimido, rebelde y conformista, intransigente y decepcionado; en un momento entusiasmado y, de golpe, inactivo y desmoralizado. A veces es muy individualista y exhibe una vanidad desmesurada o, por el contrario, no se quiere, se siente poca cosa y duda de todo. Exalta hasta las nubes a una persona de más edad, a la que admira, como (…) [un músico], un jefe de grupo o un personaje de juegos de video, a condición de que su ídolo sea diametralmente opuesto a los valores familiares. Los únicos ideales a los que se adhiere, las más de las veces con pasión y sectarismo, son los ideales -a veces nobles, a veces discutibles- de su grupo de amigos. A sus padres les manifiesta sentimientos que son la inversa de lo que siente realmente por ellos: los desprecia y les grita su odio, mientras que el niño que subsiste en el fondo los ama con ternura. Es capaz de ridiculizar al padre en público mientras que está orgulloso de él y lo envidia en secreto. Tales cambios de humor y de actitud, tan frecuentes y tan bruscos, serían percibidos como anormales en cualquier otra época de la vida, pero en la adolescencia, ¡nada más normal!»

Referencia

Nasio, Juan David (2010). ¿Cómo actuar con un adolescente difícil? Consejos para padres y profesionales. Buenos Aires, Argentina: Paidós. Páginas 17, 18.

El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos

Antes de empezar, cuando hablamos de “acoso y maltrato sistemáticos” hacia el hermano, nos referimos a la realización de comentarios desagradables o hirientes, empujones, golpes, patadas, exclusión total del grupo de amigos o propagación de mentiras o rumores acerca de él, perpetradas estas acciones varias veces a la semana o varias veces al mes, de tal forma que se entienda como algo constante.

Muchas personas minimizan el hecho de que un niño haga esto repetidamente a su hermano. Podemos escuchar entonces comentarios como “son cosas de niños” o “es normal que los hermanos se peleen”.

Es verdad que cierta medida de conflicto es natural, pero cuando se llega al punto del hostigamiento, del acoso o del maltrato sistemáticos, las cosas pueden ponerse peligrosas.

El acoso entre hermanos eleva hasta en 300% el riesgo de sufrir un trastorno psicótico hacia el final de la adolescencia

Ya se sabía que el acoso entre hermanos estaba asociado con la depresión y con las autolesiones (automutilación, cortarse, por ejemplo) (tomen nota de esto también los papás). Ahora se sabe algo más: este año se ha publicado una investigación en la revista científica “Psychological Medicine” en donde se ha encontrado que los niños que viven una situación de acoso con algún hermano, sea como víctima o como victimario (aunque especialmente como víctima), tienen de 2 a 3 veces más posibilidades de desarrollar algún trastorno psicótico para sus 18 años, en comparación con los niños que no viven tal situación.

Además, se vio que los niños que, además de ser víctimas en casa, lo son parte de compañeros, por ejemplo en el colegio, tienen aun más probabilidades de desarrollar dicho tipo de trastorno (hasta 4 veces más posibilidades).

Trastorno psicótico

Cuando hablamos de “trastorno psicótico”, nos referimos a un conjunto de trastornos graves caracterizados por la pérdida de contacto con la realidad. Las personas que sufren algún tipo de psicosis pueden experimentar alucinaciones (por ejemplo, ver cosas o escuchar voces que no existen) y/o delirios (por ejemplo, creer que están siendo perseguidos, sin que eso tenga relación con la realidad), entre otros síntomas muy perjudiciales. La esquizofrenia o el trastorno delirante, son ejemplos de trastornos psicóticos. Un trastorno psicótico con frecuencia discapacita o incapacita totalmente a una persona (muchos de los que comúnmente llamamos “locos calatos” que andan por las calles, son personas que sufren algún tipo de psicosis). Evidentemente este tema de las psicosis es muchísimo más complejo. Solo pongo lo mínimo como para que se hagan una idea.

¿Cómo se hizo el estudio?

Nuevamente voy a colocar aquí lo mínimo. A quienes les interese pueden ir a la publicación para leer el artículo, que, si bien, es bastante técnico, puede ser de interés para quienes deseen saber más acerca de cómo se realizó la investigación.

Se contó con 3596 participantes, a los que a los 12 años se evaluó si sufrían acoso por parte de algún hermano o si lo perpetraban, así como si sufrían de acoso (bullying) por parte de compañeros. Luego, a los 17.5 años, en promedio, se evaluó si habían desarrollado algún trastorno psicótico. Del total de participantes, se encontró que 55 desarrollaron psicosis para ese momento, lo que coincide relativamente con la prevalencia de las psicosis a nivel de población. A partir de aquí se realizó todo el trabajo estadístico.

Recomendación para los papás

Los autores del estudio afirman que los hallazgos llevan a pensar en una relación directa entre el acoso y el mayor riesgo de trastorno psicótico (es decir, que el acoso puede llevar al trastorno psicótico). Por ello es importante que los papás tomen nota del peligro que conlleva este tipo de relaciones entre los hijos.

Es necesario que, de detectarse esto, se tomen medidas coordinadas entre las figuras de autoridad de la casa (pareja de papás, por ejemplo), no solo para frenar el abuso, sino también para resolver cualquier conflicto de fondo que lo esté facilitando.

De no funcionar esto, es necesario acudir con un profesional recomendado.

Referencia

Dantchev, Slava; Zammit, Stanley & Wolke, Dieter (2018). Sibling bullying in middle childhood and psychotic disorder at 18 years: A prospective cohort study. Psychological Medicine, 1-8. Online: enlace.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“El peligro del acoso y del maltrato sistemático entre hermanos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La coherencia de los papás en la crianza

En una argumentación (ojo, solo en la argumentación) entre adultos no importa en realidad lo que uno haga o haya hecho, lo que vale es el argumento.

Por ejemplo, imaginemos que hay dos amigos, el amigo A y el amigo B. El amigo A realiza movimientos irregulares con el dinero de la empresa en la que trabaja. Entonces el amigo B le dice:

– No me parece que esté bueno que estés haciendo esas cosas. Además de incorrecto, no te conviene, porque por unos pocos billetes malhabidos estás jugándote toda tu carrera.

Entonces el amigo A, seguramente sintiéndose criticado, recuerda que el amigo B hizo lo mismo anteriormente, y le responde:

– ¿Qué me hablas tú de esas cosas, si yo sé por tu propia boca que tú hacías lo mismo en la última empresa en la que estuviste?

La respuesta del amigo A, aunque les parezca extraño a muchos, es incorrecta. Se trata de un error de argumentación conocido como “falacia ad hominem”, un tipo de argumentación inválida en la que se pretende refutar un argumento mediante la desautorización de la persona que lo ha dicho, cuando en verdad eso no tiene nada que ver. Lo máximo que logra la persona que hace esta falacia es distraer la atención, el argumento no queda refutado. La única forma de refutar un argumento es con otro argumento.

En la crianza sí importa que lo que digan los padres sea congruente con sus acciones

Pues bien, todo esto que he puesto se aplica en la lógica adulta. Por tanto hay una situación en la que esto no funciona, y es en la crianza. Por ejemplo:

– Padre: hijo, no está bien que te acuestes con el teléfono ahí, jugando o chateando. Eso no te hace bien, no quiero que lo hagas.

– Hijo: ¿qué? ¡Pero si tú haces eso mismo todas las noches!

Sería ridículo que en una situación como esta el padre responda:

– No, hijo, no puedes contradecir mi argumento atacando a quien lo dice. Tienes que atacar al argumento, no a la persona.

Absolutamente fuera de lugar, ¿verdad? Aquí el hijo tiene razón, tal vez no en el sentido de la lógica o de la argumentación, sino en el sentido de que este padre pretende instaurar una norma que él mismo no cumple. El niño o el adolescente no es un adulto, no va a entender tan fácil cómo es que, independientemente de lo que haga su padre, a él le conviene hacer caso a lo que le ha dicho. Incluso a los adultos nos cuesta aceptar que se nos haga esto, y esperamos que, si se nos va a imponer una limitación, por más bien que nos haga, se imponga a todos de forma equitativa y justa.

Hay que ser coherentes, enseñar con el ejemplo

Por eso, papás, hay que ser coherentes. Si vamos a criticar o a imponer normas a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que nosotros también nos estamos rigiendo bajo los mismos criterios.

Ilustración: Pedro Meca

Por eso es que no conviene decir cosas como “¡todo el día estás pegado a la pantalla de esa computadora! ¿No tienes otra cosa qué hacer?”, cuando el papá que dice esto está pegado todo el tiempo a la pantalla del teléfono. O, de repente, decirle “¡todo el día estás con esos muchachos en la calle! ¡Tú tienes una casa!”, cuando el papá que dice esto se la pasa de jueves a sábado de juerga en juerga, o todos las noches con los amigos o la pareja, o trabajando en exceso fuera de casa.

O de repente: “¡oye contrólate! ¿Qué es eso de jugar con esa consola seis horas al día? ¿No sabes controlarte?”, cuando todos los fines de semana este papá se excede con el alcohol. También está el clásico “¡no digas lisuras, no grites, no alces la voz!”, cuando el papá mismo que ordena esto es el primero que habla groserías y grita.

Es difícil, pero es que es lo mejor que los papás prediquemos con el ejemplo. Si no lo hacemos, no podemos quejarnos luego de que nuestros hijos no nos hagan caso o nos den problemas.

¿Y qué pasa cuando es el pasado el que nos desautoriza?

Todo lo dicho valdría para el presente, pero a veces es el pasado el que nos traiciona. Por ejemplo cuando el papá le exige a su hijo ser un alumno excelente y le hace un escándalo cuando desaprueba un examen, cuando la libreta de calificaciones de ese mismo papá estaba, en sus tiempos, llena de desaprobados. Aquí, cuando el hijo le pregunte a su papá qué clase de estudiante era él, dicho papá, o le tendría que mentir (lo que no recomiendo para nada) o decirle la verdad, quedando desautorizado.

Otro ejemplo bastante común es el de aquellos papás que les exigen a sus hijos estudiantes técnicos o universitarios que no fracasen en sus carreras, cuando ellos mismos, o bien fracasaron o bien ni siquiera empezaron estudios superiores.

Estos casos son un poco diferentes porque son cosas que ya sucedieron y que, por tanto, ya no se pueden cambiar. Aquí lo adecuado sería aflojar un poco las exigencias, ya que nos encontramos comprometidos por nuestra propia biografía. Aquí, en vez de exigir o ser autoritarios, valdría más la pena conversar y entender con los chicos que quizás es mejor que ellos intenten hacer lo que más les conviene, independientemente de los fracasos, dificultades o cómo haya sido la vida de sus papás.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 54, 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

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“La coherencia de los papás en la crianza” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?

Los adolescentes a veces sorprenden a sus papás con cambios repentinos en su apariencia que pretenden ser chocantes, como adoptar un estilo de vestir, teñirse el cabello, cortárselo o peinárselo de cierta forma, o pintarse las uñas o maquillarse de determinada manera o con determinados colores.

Algunos adolescentes, los menos rebeldes o atrevidos, lo proponen verbalmente o buscan que se les dé permiso antes de hacerlo, mientras que los más rebeldes, atrevidos o impetuosos pueden sorprender de pronto con un cambio significativo ya realizado.

Los papás pueden tender a oponerse de inmediato a estas cosas, prohibir el pedido, exigir deshacer el cambio, castigar al adolescente o decirle cosas hirientes para hacerlo desistir (“¡pareces un maricón!” o “¡no se sabe si eres hombre o mujer!”, por ejemplo, lo que por supuesto está absolutamente desaconsejado).

El problema puede presentarse cuando luego tengan que, necesariamente, oponerse a cosas como el consumo de alcohol o drogas o a situaciones de riesgo o a cambios permanentes en el cuerpo, como tatuajes o piercings a temprana edad, porque entonces se acumulan las objeciones de los padres, generando la sensación de que ellos se oponen a todo, pudiendo así perturbar la relación con sus hijos.

Para evitar este riesgo podría ser buena idea sacrificar algunas cosas que no nos gusten y abstenernos de manifestar objeciones. Para no equivocarnos y acabar permitiendo algo verdaderamente perjudicial, es importante preguntarnos si el cambio que está proponiendo o mostrando nuestro hijo en su cuerpo o apariencia es permanente y/o si es directamente peligroso o nocivo. Por ejemplo, un par de prendas estrafalarias no representan un cambio permanente en su apariencia; más bien es algo reversible; ¡basta con ponerse otra ropa!

De esta forma los papás reservan sus objeciones para poder oponerse firmemente a cosas irreversibles o verdaderamente peligrosas, sin generar la sensación de que en todo están en desacuerdo o que todo prohíben.

Ahora bien, el no mostrar objeción no significa mostrar falta de interés. Los papás pueden:

  1. Preguntarle a su hijo para qué adopta ese cambio en su apariencia (buscar entender qué desea el adolescente, qué hay detrás de sus acciones, con genuina curiosidad, sin prejuicio).
  2. En momentos que no sean tan forzados, mostrar interés en cómo se está sintiendo o en cómo le está yendo en sus asuntos.
  3. De ser necesario, se le puede mencionar qué consecuencias puede traer su apariencia, para que tome una decisión informada. Por ejemplo, el peinarse o vestirse de forma muy llamativa o demasiado diferente (sin que eso signifique que “está mal”), puede atraer muchas miradas en lugares públicos, gestos de sorpresa, de burla o incluso podrían personas inadecuadas e impertinentes decirle cosas que tal vez no le agraden o le hagan sentir incómodo.

Es posible (solo posible, ojo) que el adolescente, al sentirse incómodo, regule lo chocante de su apariencia o inclusive desista de su cambio, cuando sus papás han sido tolerantes. Más bien cuando los padres se ponen intransigentes y generan esta sensación de que todo lo castigan y todo lo censuran, el adolescente se puede aferrar a sus acciones por pura necesidad de llevarles la contra.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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“Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Ofrecer disculpas a los hijos?

«Si te sientes mal con tu hijo, no dudes en decírselo y ofrecerle disculpas, así sabrá que los “grandes” también se equivocan y saben reconocerlo» (Baltazar y Palacios, 2011, página 38).

Así es, de acuerdo, aunque me gustaría acotar tres cosas:

  • Ofrece disculpas a tu hijo sin perder la autoridad que tienes, sin rogar, sin rebajarte, con dignidad, no te comportes como un niño o muchacho o como su amigo, acuérdate que tú eres su papá o mamá, que eres un adulto y que tú eres la autoridad.

  • Ofrecer disculpas ante un error y reparar el daño mediante el afecto y el acercamiento es suficiente. No tienes que comprar el perdón de tus hijos pagando cosas o golosinas o dándoles permisos especiales, como faltar al colegio o jugar más tiempo con los videojuegos. Esto lo único que provocará es que pierdas autoridad, que tu hijo se acostumbre a ser comprado con cosas materiales o con dádivas (esto es germen de conveniencia y corrupción) o que tu hijo desee que te equivoques y que hagas mal las cosas esperando su recompensa por ello.
  • Ofrece disculpas sí y solo sí estés completamente seguro de que te has equivocado. No te fíes solo de tus sentimientos de culpa. Piénsalo bien, consulta si es posible con tu pareja o con personas de confianza. Ante la duda investiga, asegúrate de que en realidad te equivocaste. Si empiezas a pedirle perdón a tu hijo por cosas que no has hecho mal, lo situarás a él en un pedestal y tú acabarás siendo su súbdito, nuevamente perderás autoridad y tu hijo crecerá con la idea de que tiene derechos especiales por sobre los demás. Ofrecer disculpas a tu hijo no es cosa de juego. Es importantísimo que lo hagas cuando de verdad lo amerite. Tal vez sea una “pequeñez”, no importa; si de verdad lo amerita y es justo, hazlo, pero estate seguro de ello.

En conclusión, yo diría que si te sientes mal con tu hijo, sí, duda, piénsalo, cuestiónate, consulta, pregunta, escucha si es necesario. A veces puedes concluir rápidamente que te equivocaste, otras no tanto, el asunto es que estés seguro. Evita guiarte únicamente por tus sentimientos de culpa. Los sentimientos no son racionales y pueden engañarte. Si estás seguro de que te equivocaste, ahí recién no dudes en decírselo y ofrecerle las disculpas del caso.

Efectivamente, los “grandes” nos equivocamos, y mucho. Así que sí, ofrece disculpas a tus hijos cuando lo hagas, pero solo cuando lo hagas. Y luego, cuando ofrezcas esas disculpas, hazlo de forma correcta, evita rebajarte, evita rogar, evita comprar el perdón de tu hijo. Tu error no te ha quitado tu rol de padre o tu autoridad.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas.

 

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El pudor en los niños

123 diego fernandez

“Me gustaría hablarles también del pudor. La creencia de que pasearse completamente desnudos ante los niños es bueno para ellos es del todo falsa. (…) uno no se pasea completamente desnudo delante de todo el mundo… El niño no puede desear lo que mira sin tocarlo. Por tanto, no le permitamos ver lo que, con razón, le prohibiríamos tocar. Dejémosle en la ignorancia, salvo de aquello que tratará de mirar él solo, por ejemplo, por el agujero de la cerradura. A veces un niño necesita conocer el cuerpo del adulto. Cuando ha adquirido este conocimiento y habla de él, no hay que culpabilizarlo, sino decirle: «Tú también serás así». De este modo es como respetamos su pudor y su libertad. Ausentémonos del aseo del niño desde el momento en que no tiene necesidad de nuestra ayuda. Permitámosle que cierre la puerta con llave. Respetemos este pudor del cuerpo, y respetemos también sus iniciativas sentimentales. No hay nada más nefasto para el progreso de un niño que decir a propósito de él en su presencia: «Ha mirado a fulanita. ¡Le gusta!». No hay nada más desmoralizador para un niño, y más todavía para un adolescente, que recalcar sus emociones de deseo.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 21.

Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (7): decirle que el terapeuta es su amigo

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Muchos papás, en su intento de convencer a sus hijos de no despreciar la psicoterapia, les acaban diciendo que el terapeuta es un amigo; afirmaciones como “puedes confiar en él, tómalo como un amigo”“es un amigo al que puedes contarle todas tus cosas”.

Los chicos que NO quieren ser amigos del terapeuta

En primer lugar, muchos chicos no intentarían ni imaginarían jamás una relación de amistad con su psicoterapeuta, de tal forma que una buena proporción de ellos simplemente no aceptarán la propuesta ni bien sea dicha. Más bien sería una propuesta de amistad extraña, incómoda, similar a cuando algunos papás, en su intento por hacer “amistad” con sus hijos adolescentes, toman unos aires juveniles forzados que acaban por incomodarlos.

La negativa de los hijos ante esta propuesta de amistad con el terapeuta puede y suele darse en silencio. Los chicos simplemente se quedan callados y no comunican a sus papás que no tienen intención alguna de ser amigos del psicólogo al que lo están llevando. Esta expectativa de los padres de que su hijo haga amistad con el psicoterapeuta puede contaminar el inicio de la psicoterapia y realmente obstaculizar el afianzamiento del proceso.

Ahora bien, la propuesta de amistad de los papás podría quedar ahí, pero podría ponerse más complicada si el niño o adolescente asume que eso que dicen los papás también es intención del terapeuta, es decir que el terapeuta quiere ser su amigo, cosa que el chico NO quiere. ¿Imaginan lo incómodo de tener que ir a ver a alguien que quiere ser tu amigo, sin que tú desees lo mismo? Digamos que no sería la mejor forma de iniciar un proceso y no sería sorprendente que esta predisposición negativa pueda llegar, en algunos casos, a imposibilitar el avance del proceso.

Los chicos que SÍ quieren ser amigos del terapeuta

Hay otra proporción de chicos a los que sí les agrada la idea de que su terapeuta sea su amigo. Aquí el problema empieza porque esa relación de amistad no se dará. Durante la psicoterapia la relación entre paciente y terapeuta es una relación intensa y cercana, porque se tocan aspectos emocionales, personales y afectivos de la persona, pero no es una relación amical, es una relación de trabajo. 116 diego fernandez

Las relaciones de amistad son relaciones horizontales en las que hay una serie de supuestos de lealtad, de reciprocidad, de complicidad. En la relación terapéutica no se dan estos supuestos de la misma manera. Para empezar los amigos comparten sus cosas mutuamente. En la psicoterapia, en cambio, el terapeuta no puede ocupar el tiempo en hablar de sí mismo como lo haría un amigo, eso sería una estafa. El terapeuta está ahí para el paciente y no al revés, como podría darse en una relación de amistad en donde los implicados se turnan la atención y el apoyo que se brindan. Los amigos son pares, no hay jerarquías muy marcadas. En cambio en la psicoterapia no hay una relación horizontal, es necesaria cierta verticalidad para mantener un orden y proteger las reglas del proceso, y esto es así tanto en psicoterapia con niños, como con adolescentes y adultos. Por último, los amigos no se pagan honorarios profesionales cada vez que se ven, como sí se da en el trabajo psicoterapéutico.

Ahora, si el niño o el adolescente, animado por sus papás, espera que haya una relación de amistad, podría ser decepcionante ver cómo uno a uno van cayendo esos supuestos de amistad, podría también sentirse rechazado al darse cuenta de que su terapeuta está trabajando y para proteger ese proceso evitará dicha relación de amistad. Por eso, decirle al niño o adolescente que el terapeuta será su amigo obstaculiza el proceso, puede provocar demora en el tratamiento o, en el peor de los casos, arruinarlo.

Entonces…

El terapeuta no es un amigo. A veces la relación terapeuta – paciente es más intensa y entrañable que muchas relaciones de amistad, pero NO es una relación de amistad, es una relación de trabajo en donde ambas partes están concentradas en la salud de una de ellas. No es que los psicoterapeutas somos seres fríos y extraños que bloqueamos el contacto amical estando tan cerca, no, es que realmente en un trabajo como este, en el que se requiere trabajar sobre los sentimientos, fantasías, preocupaciones y síntomas de la persona, es imposible. Por eso es mejor evitar decirles a los chicos que el psicoterapeuta es su amigo. Mejor es decirles la verdad, que el terapeuta es eso: su terapeuta.

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Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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Anterior: “Lo que NUNCA debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (6): retirarlo del tratamiento sin despedirse del terapeuta”

 

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“Lo que nunca debes hacer al llevar a tu hijo a psicoterapia (7): decirle que el terapeuta es su amigo” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Pautas para formar hijos moralmente sanos

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Cuando el niño se enfrenta con las leyes del grupo, de la sociedad o de la escuela, no se entrometa usted calificando positiva o negativamente lo que ha sucedido. Y ante una infracción, no se salte nunca el reglamento. ¡No lo haga nunca! Así es como ayudará a un niño a introyectar la instancia paternal. Las modificaciones de los reglamentos se deben anunciar a medida que el niño crezca. Es necesario decretar estas reducciones de los castigos, pero no cuando no se ha cometido una infracción.

(…)

En el estado de cosas actual, lo que los padres pueden dar sobre todo es el ejemplo de tener amigos de su edad, de tener intereses fuera del hogar, de conciliar los intereses de su grupo social y los de la vida personal del hogar, de intercambiar su creatividad con el prójimo. Eso es lo que producirá un niño sano socialmente y le permitirá mantenerse apegado a su célula familiar, al mismo tiempo que sentirse llamado hacia los grupos de jóvenes y las pandillas de una manera que no será delictiva en modo alguno.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 19, 20.

Nota: los resaltados son míos.

Evitar comparar a los hijos

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Ilustración: Lucía Fernández

Hay un dicho que reza “toda comparación es odiosa”. En parte tiene razón, aunque, de otro lado, tal vez se trate de una exageración. Sin embargo, cuando se trata de la crianza de niños y adolescentes este dicho adquiere un peso enorme, a tal punto que, en el momento en que escribo esto, no se me ocurre una comparación que no lo sea.

Las comparaciones negativas hechas por padres desesperados

A veces el comportamiento del hijo es tan repetitivo, tan constante y tan aparentemente invencible, que los padres caen en la desesperación.

Cuando los papás se desesperan tienden a realizar acciones típicas, como golpear, gritar, poner castigos exagerados que después retrucan o, lo que nos toca ahora, comparar. Los papás le acaban diciendo a su hijo cosas como “mira a tu hermano como hace” o “mira a tu amigo fulano como se porta”. Algunas veces la comparación es más dolorosa: “mira como es tu hermano” o “mira a tu amigo fulanito como es. Esto es más ofensivo porque va directo a lo que es la otra persona, que es mejor que yo para mis papás, que yo soy malo y que mis papás me preferirían si fuera como es mi amigo o mi hermano.

Estas comparaciones negativas bombardean la autoestima del hijo porque enuncian directamente que la forma de ser de las otras personas es mejor o que lisa y llanamente los demás son mejores y lo que es el hijo no está bien y no es deseado.

Por supuesto, lejos de remediar las cosas, estas comparaciones fácilmente pueden arruinarlas más. De hecho, no he visto caso alguno en que esto haya funcionado.

La comparación del padre que vive haciéndolo

Hay papás que no necesitan entrar en desesperación para comparar negativamente a sus hijos. Es más, viven comparándolos con la mayor tranquilidad. Es como si la comparación fuera una estrategia de crianza establecida y validada en la cotidianeidad.

“No, hijo, tienes que llevar el balón como lo hace tu hermano”, “aprende a tomar el cubierto, mira a tu primo”, “acaba la tarea, mira como tu amigo ya la hizo y está afuera jugando”. Todo el tiempo, o cada tanto, estos papás comparan y comparan y no paran de hacerlo.

Aquí el problema radica en el énfasis en la imitación, en el vivir mirando afuera, como si uno no pudiera nunca aprender la acción misma, como si siempre necesitara modelos que imitar.

De otro lado, dependiendo de cómo se haga, también fácilmente la autoestima del hijo puede acabar dañada, dependiendo de qué palabras y qué tonos de voz se usen, dependiendo de cómo es la relación entre este papá y este hijo, y dependiendo de cuánto se lo compara con hermanos o amigos de su misma edad (pueden ser más factible tomar como modelos a gente mayor; con los de su misma edad el niño se puede sentir fácilmente disminuido o atrasado).

En este caso es mejor enseñarle directamente cómo se lleva el balón, cómo se toman los cubiertos, o enseñarle lo conveniente de hacer la tarea antes; las comparaciones son innecesarias.

Las comparaciones positivas

Cuando arriba dije que no se me ocurría alguna comparación buena para los hijos, por supuesto que también pensaba en las comparaciones positivas. Cosas como “tú eres mejor que él” son muy nocivas y más aún cuando se denigra a uno de los hermanos.

La comparación positiva, al contrario que las anteriores descritas, no denigran al hijo, sino a otra persona, un amigo, un hermano, un primo, o un grupo de personas (“tú eres el mejor de tu clase”), y pretende enaltecer al hijo por sobre estas otras personas.

Este comportamiento de los papás es peligroso por muchas razones, por ejemplo, estimula una competitividad a rajatabla, una competitividad negativa en desmedro del propio desempeño (no se valora lo bien que lo hizo sino que es mejor que el otro) y en desmedro del trabajo para el grupo (el hijo aprende a dar lo mejor para vencer él y no para otro fin más útil a su sociedad o comunidad).

Cuando el denigrado es un hermano, la acción de comparar positivamente es doblemente dañina, porque instaura una alianza diferencial entre el padre y el hijo triunfador. Los hermanos de por sí tienden a competir por el amor a los papás, y ellos tienen más bien la tarea de neutralizar la fantasía de que van a ser los preferidos por sobre el otro. Con este tipo de comparaciones, los papás no hacen lo que les toca, sino que mas bien refuerzan esa competitividad individualista en la misma familia, creando un caldo de cultivo ideal para la formación de conflictos familiares y resentimientos.

En este caso es mejor valorar el desempeño del hijo y no el puesto en el que quedó o a quienes superó.

Conclusión

En la crianza de niños y adolescentes el dicho “toda comparación es odiosa” vendría a ser bastante oportuno. Sigue sin ocurrírseme alguna comparación que sirva con los hijos. Tal vez haya alguna. En todo caso las comparaciones que sean útiles y buenas no parece que sean mayoría ni mucho menos. En honor a la lógica podríamos decir “en la crianza de niños y adolescentes, casi toda comparación es odiosa”. Es mejor evitar hacerlo.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Evitar comparar a los hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.