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Hora de jugar

Esta entrada fue publicada originalmente en Rumbo Norte en octubre del 2011.

 Ilustración: Lucía Fernández

En el suplemento Mi Hogar de la edición de El Comercio del 4 de setiembre de este año salió un artículo titulado “Mucho más que un juego”, en el que se habla muy bien del ajedrez y se recomienda incentivar su práctica en niños desde los 3 y 4 años, en que pueden ir familiarizándose con las piezas sin entrar todavía a jugar una partida.

En dicho artículo se afirma que los chicos que juegan ajedrez de manera regular ejercitan funciones como la memoria, el razonamiento matemático, el razonamiento lógico, la creatividad, la atención y la concentración. Seguidamente se hace mención de que en varios países, las instituciones educativas promueven el ajedrez debido a que los aficionados a este deporte suelen obtener buenas calificaciones.

Ajedrez y muchos juegos más

Lo afirmado en el artículo del que hablo parece ser acertado y no podríamos hacer otra cosa que aunarnos a su incentivo. Pero también existen otros juegos, cada uno de ellos es todo un mundo y cada uno de ellos, jugado adecuadamente, es una mina para el desarrollo de los niños y adolescentes de la familia.

Entendiendo el jugar

Jugar puede ser entendido (sólo en parte) como una preparación para la vida futura. Si vemos a muchos de los cachorros de los mamíferos superiores, veremos que sus juegos siempre ponen en acción funciones que después le servirán al animal a sobrevivir; el morder, el dar un zarpazo, el atacar sorpresivamente, el correr persiguiendo, el correr huyendo. Los niños no son la excepción. Los niños y niñas, cada cual a su manera, pelean, luchan, batallan, son profesionales, son conductores de automóviles, son madres y padres, están a cargo de una familia o tal vez de una empresa, son pilotos de aeronaves, soldados, modelos de pasarela, cocineras, doctores, amas de casa o deportistas. También asumen roles menos felices: son (jugando) ladrones, delincuentes, asesinos, intrigantes, explotadores, tiranos y violentos; y esto no significa que se estén preparando para hacer el mal, sino que se preparan para hacerse adultos en un mundo en donde, lamentablemente, hay maldad. Y en esto hay que tener mucho cuidado. No hay que confundir el juego de un niño o adolescente que explora y experimenta, con la realidad de un adulto desadaptado.

Cada juego pone a los niños y adolescentes en una situación adulta simbolizada, donde la diferencia radica en que el perder o el equivocarse no es o no tendría que ser tan catastrófico como lo sería en un mundo adulto real. Y esto puede aplicarse con mayor o menor facilidad a todos los juegos, a los dramáticos, a los de roles, a los de mesa, a los de suerte, a los deportivos e incluso a los videojuegos. Así podemos ver con relativa facilidad que el ajedrez es en realidad un gran campo de batalla simbolizado.

Aprender a jugar con los papás

El mundo del juego infantil y juvenil es mucho más complejo e importante de lo que se ha dicho ahora. Sin embargo, podemos con estas pequeñas razones animar a los padres a incentivar el juego en sus niños. Ellos necesitan, por esta y por muchas otras razones, que espero poder tocar en su momento, disfrutar sus años de niñez y adolescencia jugando, y hacerlo no sólo en soledad, o con sus amigos, hermanos y primos, sino también con sus padres. Y es que, si jugar es una preparación para la vida adulta, ¿qué mejor preparación puede recibir un niño que la de sus propios papás?

Sólo podríamos añadir una última cosa fundamental: el juego es, en parte, una preparación para la vida adulta. Pero eso no significa que el juego tenga que convertirse en una clase o en una actividad que siempre tenga que traer una moraleja. La actividad de jugar no necesita de esas cosas para ser beneficiosa; es más, se me ocurren pocas cosas capaces de arruinar tanto un juego como el tener que escuchar a los papás dando clase y enseñanza a cada momento. Simplemente hay que jugar, ser creativos, respetar las reglas y, lo más importante, divertirse mucho.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Hora de jugar” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La autoestima de los adolescentes y su relación con los papás

Un grupo de investigadoras argentinas publicó en el 2009 un trabajo en el que se muestra que los adolescentes que calificaban mejor la relación con sus papás y que se sentían más comprendidos por ellos mostraban mejor autoestima global que los adolescentes que no reportaban buenas relaciones con sus padres y que se sentían poco comprendidos por ellos.

En la misma investigación se vio que en las mujeres adultas jóvenes también sucedía lo mismo: a mejor relación con los padres y mayor sensación de ser comprendida por ellos, mejor autoestima global.

¿Por qué es importante la autoestima?

Lo que una persona siente por sí mismo, lo que piense de uno mismo, cuánto se valore, cómo se juzgue, va a determinar casi todas sus acciones.

Para entender esto supongamos que uno tiene un objeto que valora (estima) mucho. Esa persona va a cuidar ese objeto, lo va a proteger de posibles daños, lo va a utilizar con cuidado, lo va a mantener en buen estado. Supongamos que uno tiene, por el contrario, un objeto al que no valora. Es posible que esa persona no cuide ese objeto, no lo mantenga protegido e incluso se olvide de su existencia.

Supongamos que alguien conoce a una persona que estima mucho, que quiere mucho o por la que siente amor. Esta persona va a mostrarse interesada por el bienestar de la otra, va a querer lo mejor para ella, va a querer ayudarla siempre, va a querer estar con ella para sentirse bien juntos, va a valorar su compañía, la va a proteger en la medida de sus posibilidades. Supongamos que alguien conoce a una persona por la que no siente mayor afecto positivo. Evidentemente, no va a interesar mucho su bienestar, no se va a pensar en ella, no se va a desear su compañía, no se va a desear genuinamente lo mejor para ella.

En el otro extremo, supongamos que usted tiene un objeto por el que siente rechazo. Muy probablemente lo destruiría o haría lo posible por deshacerse de él. Supongamos que una persona conoce a alguien por el que siente odio. Posiblemente, esa persona desee el mal a ese otro o incluso se lo termine haciendo directamente. Ahora bien, todo lo dicho en estas suposiciones se puede aplicar a lo que una persona siente por sí misma.

Es por eso que si una persona tiene una buena autoestima se va a proteger mejor, va a proveerse de lo que es bueno o mejor para uno (buenas calificaciones, buenos amigos, buena pareja, buenos estudios), va a aprovechar las oportunidades que le da la vida, va a cuidarse bien de los posibles daños o amenazas del mundo. Igualmente, si una persona no se quiere a sí misma, puede descuidarse o ser irresponsable consigo misma, puede darse lo que no es lo mejor o lo que no le conviene, puede incluso acabar deseando autodestruirse o directamente hacerlo a través de múltiples acciones (drogas, enfermedades, negligencia en general).

¿Qué les toca a los papás?

Ahora bien, si sabemos que la autoestima de los adolescentes y de muchos adultos jóvenes tiene relación con cómo ellos perciben sus relaciones con sus padres, estos podrían empezar preguntándose desde ahora cómo es que se da esto en sus propios hijos. Parece buena idea pensar, evaluar, analizar, cómo nuestros hijos sienten sus relaciones con nosotros como padres y si ellos sienten que nosotros los comprendemos.

En parte puede ser sencillo ver esto en la propia familia. Es cuestión de preguntarse cómo nos relacionamos a diario con nuestros hijos, cuánto contacto tenemos con ellos en el día a día, cuán enterados estamos de sus preocupaciones o del estado de sus asuntos, qué proporción del tiempo en el que nos relacionamos con ellos está marcado por discusiones, peleas o situaciones tensas. ¿Acaso ellos nos han dicho recientemente cosas como “es que tú no me entiendes”, “no te cuento porque no te tengo confianza”, “no te cuento porque luego me gritas”, “no te cuento porque luego me castigas”, “no te cuento porque luego me criticas” o alguna cosa parecida?

Hay que preguntarse también si ellos nos respetan, si ellos no nos respetan o si ellos nos tienen miedo. A veces, por más extraño que pueda sonar, el papá o la mamá creen que se lleva de maravillas con su hijo o hija, y cuando se le pregunta al adolescente, él o ella termina diciendo que siente todo lo contrario y que la relación es mala. A veces los chicos ocultan sus sentimientos a alguno de sus padres por miedo o por falta de confianza.

Si se detecta algún problema de este tipo con el adolescente lo correcto sería apuntar acciones para revertir la situación o conseguir un escenario de mayor armonía entre hijos y padres. Hay que recordar que no se trata de medidas aisladas, como pasar un buen fin de semana para luego volver a lo mismo de siempre. Tampoco se trata de dinero o regalos, ni tampoco se trata de que el padre o la madre caigan en disfuerzos para parecer más jóvenes ante sus hijos en un intento de ganar su confianza.

De lo que se trata es de conseguir que los chicos sientan que la relación con sus papás es buena y que se sienten comprendidos por ellos, y la única forma de alcanzar esto es a través de hechos mantenidos en el tiempo, de dedicarle tiempo a los hijos, de pasar regularmente buenos momentos con ellos, de no caer en el extremo del autoritarismo ni en el extremo de la irresponsabilidad, de conversar con ellos y de saber escucharlos.

Finalmente, si la situación se siente inmanejable, no hay que tener miedo o reparos en acudir con un especialista para consultar el tema. No es necesario esperar a que las cosas se agraven con el tiempo.

Referencia

Facio, Alicia; Micocci, Fabiana; Boggia, Paula; y Rasch, Laura (2009). Relación con los padres y trayectorias de autoestima global desde la adolescencia hasta la adultez emergente. Investigaciones en Psicología. Año 14, número 3, 21-34.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“La autoestima de los adolescentes y su relación con los papás” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Un día de descanso, un día invalorable

Ilustración: Lucía Fernández

Hace poco vi un anuncio publicitario en un periódico que me chocó de primera instancia. Se anunciaba un modelo de camioneta “para cubrir todas las necesidades de tu empresa”. El anuncio ponía arriba, muy visiblemente lo siguiente:

“UN DÍA DE DESCANSO, ES UN DÍA PERDIDO”

Debajo de semejante sentencia aparecían dos de las camionetas y al costado un modelo haciéndola de empresario de saco y corbata mirando al lector con rostro solemne.

Lo poco que sé de publicidad me recuerda que los anuncios nos presentan un mundo deseado pero que no es real. Por ejemplo, un detergente que hace magia o un desodorante para hombres que hace que supermodelos caigan a los pies de quien lo usa. La publicidad utiliza esas ilusiones para recordarnos nuestros deseos y necesidades y vendernos u ofrecernos sus productos o servicios.

Ahora bien, para un mundo empresarial puede ser verdad que se desea el máximo de productividad, la máxima ganancia, el día de 36 horas y la semana de 8 días. En parte, por ahí se puede entender la sentencia “un día de descanso, es un día perdido”; no es nada grave, es como decir que si un hombre destapa un par de cervezas aparecerán dos chicas a cada lado. Lo grave se puede dar cuando efectivamente, queriéndolo o no, funciona esta idea, fuera del anuncio, en la vida real y cotidiana de muchos hombres y mujeres. Veamos algunas áreas que pueden verse afectadas por esto.

El encuentro con uno mismo

El no tener un día, un tiempo, un espacio para uno mismo, puede traer muchas consecuencias; una de ellas es que la persona se desconecta de sí misma, no tiene tiempo para pensar en ella, en su vida, en sus deseos, en sus fantasías, en sus placeres y en aquello que lo hace sentir mal o le preocupa. Es así que si hay algún problema personal o dificultad, la persona no podrá resolverlo, pues no tendrá un momento para darle la atención necesaria, trayendo como consecuencia que la dificultad se perpetúe, evolucione o, en el peor de los casos, se agrave.

Lo dicho anteriormente no se limita al plano psicológico; también alcanza a la salud física. Esto lo podemos entender desde el momento en que utilizamos la palabra “descanso”, donde el cansancio se entiende, en un primer momento, como un fenómeno físico. Si no paramos un momento, si no nos damos un tiempo regularmente, más allá de las horas de sueño, nuestra salud física se verá deteriorada y tendremos más probabilidades de que tarde o temprano aparezcan enfermedades o afecciones dolorosas y lamentables.

El encuentro con nuestros seres queridos

No parar más que para dormir lo básico también nos deja solos. Nos quedamos sin amigos, sólo con contactos, sombras de viejas amistades. Nos quedamos sin la familia extensa, a la que no tenemos tiempo de ver más que en los compromisos. Se pierde toda posibilidad de hacer algo sorpresivo y refrescante, aquello que une más a las personas, un sorpresivo fin de semana fuera de la ciudad, una noche de diversión, una inesperada salida al cine, al bar, al teatro, al concierto o al club.

El combustible para la pareja

La pareja hundida en la rutina laboral y doméstica también puede verse afectada. Se pierde la sensación de complicidad de los años previos a la convivencia, se pierde la pasión que se alimenta de lo inesperado (muchas mujeres sabrían de esto, especialmente a aquellas que les gustan los “detalles”). Esto se agrava si hay conflictos domésticos sin resolver. La relación se vuelve, más que una vida de pareja, una sociedad conyugal fría en constante tensión.

Preguntémonos cuán placentero sería darse un tiempo a solas con la pareja, como aquellos momentos de pareja que disfrutan los jóvenes despreocupados. Ahora preguntémonos cuántas veces se dan casos de infidelidad por asuntos como “no me prestaba atención”, “me sentía sola”, “¡siempre llegaba tan tarde!”, “siempre estaba trabajando”, “no quería que la tocara”, “siempre le dolía la cabeza”, “siempre estaba preocupada”, “ya casi no nos veíamos”, y demás.

Unos hijos con padres que existen

Tener a papá y/o a mamá trabajando siempre y durmiendo cuando están en casa tiene un nombre: se llama tener un papá o mamá ausente. Como diría la canción de Franco de Vita, “no basta” con la manutención para ser padres efectivos. Los niños necesitan jugar con sus papás, necesitan divertirse con ellos, ser sorprendidos por ellos, tener oportunidad de admirarlos y de aprender de ellos, y eso sólo se logra en los tiempos de descanso de los padres. Creo que ningún papá podría hacer nada de esto con sus hijos mientras trabaja, y si lo hiciese me sonaría a falsificación o, en todo caso, a aprendizaje de oficio de los niños más que de disfrutar de ocio con los papás; y esto los niños lo sienten y lo resienten.

Más allá del déficit que trae el hecho de tener papás ausentes, se puede hablar también de riesgos más concretos. Si papá y/o mamá no tienen tiempo para ociosear con sus hijos, estos quedarán expuestos más fácilmente a una serie de situaciones que van desde el acoso escolar no comunicado por falta de confianza, hasta el abuso sexual de personas que se aprovechan de la ausencia de los padres, pasando por un sinnúmero de situaciones peligrosas, como exposición a drogas, “malas amistades”, delincuencia, accidentes, crianza cuestionable de terceros, maltrato físico y psicológico, y un extenso etcétera. La ausencia de los papás puede derivar incluso en la muerte de su hijo o hija, sea accidental, provocada o autoprovocada, como se da en los casos de suicidio de menores.

Ilustración: Lucía Fernández

El ocio con los niños o adolescentes permite alimentar la confianza, el diálogo, puede permitir al padre o madre darse cuenta del estado de ánimo de su hijo o hija, puede permitir que ellos les cuenten a sus padres aquello que les preocupa o que les hace sentir mal, detectando así amenazas, muchas veces antes de que estas se realicen. Y lo más importante, permite disfrutar con ellos.

El invalorable día de descanso

¿De verdad un día de descanso es un día perdido? No lo creo. Es posiblemente el día más valioso de la semana, es el día en que podemos saborear el fruto de lo que hemos trabajado el resto de días, es el día que nos salva del “vivir para trabajar” y que nos permite “trabajar para vivir”. Es verdad, lamentablemente, que muchas veces la situación real de las personas adultas hace que el descanso sea casi una utopía, pero es importante intentarlo, hacer lo posible para atender esas otras áreas de nuestras vidas que pueden sentirse tan abandonadas.

Para los que tienen la suerte de poder descansar, háganlo, sin culpas, pensando que es una necesidad básica. Si hay hijos, es necesario luchar para organizarse y darse también momentos en pareja o para uno y sus otros seres queridos (amigos, familia). Hay que intentar no exponer a los niños a tener unos padres que se sienten obligados a sólo descansar para sus hijos. Los niños se dan cuenta de esto y pueden sentirse culpables o pueden sentir que tienen el control de los papás, lo que no es lo más saludable. En fin, pensemos que hasta Dios, en la tradición judeocristiana, descansó el séptimo día, y no sólo descansó sino que “lo bendijo y lo hizo santo”.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Un día de descanso, un día invalorable” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.