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La coherencia de los papás en la crianza

En una argumentación (ojo, solo en la argumentación) entre adultos no importa en realidad lo que uno haga o haya hecho, lo que vale es el argumento.

Por ejemplo, imaginemos que hay dos amigos, el amigo A y el amigo B. El amigo A realiza movimientos irregulares con el dinero de la empresa en la que trabaja. Entonces el amigo B le dice:

– No me parece que esté bueno que estés haciendo esas cosas. Además de incorrecto, no te conviene, porque por unos pocos billetes malhabidos estás jugándote toda tu carrera.

Entonces el amigo A, seguramente sintiéndose criticado, recuerda que el amigo B hizo lo mismo anteriormente, y le responde:

– ¿Qué me hablas tú de esas cosas, si yo sé por tu propia boca que tú hacías lo mismo en la última empresa en la que estuviste?

La respuesta del amigo A, aunque les parezca extraño a muchos, es incorrecta. Se trata de un error de argumentación conocido como “falacia ad hominem”, un tipo de argumentación inválida en la que se pretende refutar un argumento mediante la desautorización de la persona que lo ha dicho, cuando en verdad eso no tiene nada que ver. Lo máximo que logra la persona que hace esta falacia es distraer la atención, el argumento no queda refutado. La única forma de refutar un argumento es con otro argumento.

En la crianza sí importa que lo que digan los padres sea congruente con sus acciones

Pues bien, todo esto que he puesto se aplica en la lógica adulta. Por tanto hay una situación en la que esto no funciona, y es en la crianza. Por ejemplo:

– Padre: hijo, no está bien que te acuestes con el teléfono ahí, jugando o chateando. Eso no te hace bien, no quiero que lo hagas.

– Hijo: ¿qué? ¡Pero si tú haces eso mismo todas las noches!

Sería ridículo que en una situación como esta el padre responda:

– No, hijo, no puedes contradecir mi argumento atacando a quien lo dice. Tienes que atacar al argumento, no a la persona.

Absolutamente fuera de lugar, ¿verdad? Aquí el hijo tiene razón, tal vez no en el sentido de la lógica o de la argumentación, sino en el sentido de que este padre pretende instaurar una norma que él mismo no cumple. El niño o el adolescente no es un adulto, no va a entender tan fácil cómo es que, independientemente de lo que haga su padre, a él le conviene hacer caso a lo que le ha dicho. Incluso a los adultos nos cuesta aceptar que se nos haga esto, y esperamos que, si se nos va a imponer una limitación, por más bien que nos haga, se imponga a todos de forma equitativa y justa.

Hay que ser coherentes, enseñar con el ejemplo

Por eso, papás, hay que ser coherentes. Si vamos a criticar o a imponer normas a nuestros hijos, hay que asegurarnos de que nosotros también nos estamos rigiendo bajo los mismos criterios.

Ilustración: Pedro Meca

Por eso es que no conviene decir cosas como “¡todo el día estás pegado a la pantalla de esa computadora! ¿No tienes otra cosa qué hacer?”, cuando el papá que dice esto está pegado todo el tiempo a la pantalla del teléfono. O, de repente, decirle “¡todo el día estás con esos muchachos en la calle! ¡Tú tienes una casa!”, cuando el papá que dice esto se la pasa de jueves a sábado de juerga en juerga, o todos las noches con los amigos o la pareja, o trabajando en exceso fuera de casa.

O de repente: “¡oye contrólate! ¿Qué es eso de jugar con esa consola seis horas al día? ¿No sabes controlarte?”, cuando todos los fines de semana este papá se excede con el alcohol. También está el clásico “¡no digas lisuras, no grites, no alces la voz!”, cuando el papá mismo que ordena esto es el primero que habla groserías y grita.

Es difícil, pero es que es lo mejor que los papás prediquemos con el ejemplo. Si no lo hacemos, no podemos quejarnos luego de que nuestros hijos no nos hagan caso o nos den problemas.

¿Y qué pasa cuando es el pasado el que nos desautoriza?

Todo lo dicho valdría para el presente, pero a veces es el pasado el que nos traiciona. Por ejemplo cuando el papá le exige a su hijo ser un alumno excelente y le hace un escándalo cuando desaprueba un examen, cuando la libreta de calificaciones de ese mismo papá estaba, en sus tiempos, llena de desaprobados. Aquí, cuando el hijo le pregunte a su papá qué clase de estudiante era él, dicho papá, o le tendría que mentir (lo que no recomiendo para nada) o decirle la verdad, quedando desautorizado.

Otro ejemplo bastante común es el de aquellos papás que les exigen a sus hijos estudiantes técnicos o universitarios que no fracasen en sus carreras, cuando ellos mismos, o bien fracasaron o bien ni siquiera empezaron estudios superiores.

Estos casos son un poco diferentes porque son cosas que ya sucedieron y que, por tanto, ya no se pueden cambiar. Aquí lo adecuado sería aflojar un poco las exigencias, ya que nos encontramos comprometidos por nuestra propia biografía. Aquí, en vez de exigir o ser autoritarios, valdría más la pena conversar y entender con los chicos que quizás es mejor que ellos intenten hacer lo que más les conviene, independientemente de los fracasos, dificultades o cómo haya sido la vida de sus papás.

Referencia

Baltazar Ramos, Ana María & Palacios Suárez, Celia (2011). Consejos prácticos para la educación de los hijos. México D. F., México, Editorial Trillas. Páginas 54, 55.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495

diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“La coherencia de los papás en la crianza” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?

Los adolescentes a veces sorprenden a sus papás con cambios repentinos en su apariencia que pretenden ser chocantes, como adoptar un estilo de vestir, teñirse el cabello, cortárselo o peinárselo de cierta forma, o pintarse las uñas o maquillarse de determinada manera o con determinados colores.

Algunos adolescentes, los menos rebeldes o atrevidos, lo proponen verbalmente o buscan que se les dé permiso antes de hacerlo, mientras que los más rebeldes, atrevidos o impetuosos pueden sorprender de pronto con un cambio significativo ya realizado.

Los papás pueden tender a oponerse de inmediato a estas cosas, prohibir el pedido, exigir deshacer el cambio, castigar al adolescente o decirle cosas hirientes para hacerlo desistir (“¡pareces un maricón!” o “¡no se sabe si eres hombre o mujer!”, por ejemplo, lo que por supuesto está absolutamente desaconsejado).

El problema puede presentarse cuando luego tengan que, necesariamente, oponerse a cosas como el consumo de alcohol o drogas o a situaciones de riesgo o a cambios permanentes en el cuerpo, como tatuajes o piercings a temprana edad, porque entonces se acumulan las objeciones de los padres, generando la sensación de que ellos se oponen a todo, pudiendo así perturbar la relación con sus hijos.

Para evitar este riesgo podría ser buena idea sacrificar algunas cosas que no nos gusten y abstenernos de manifestar objeciones. Para no equivocarnos y acabar permitiendo algo verdaderamente perjudicial, es importante preguntarnos si el cambio que está proponiendo o mostrando nuestro hijo en su cuerpo o apariencia es permanente y/o si es directamente peligroso o nocivo. Por ejemplo, un par de prendas estrafalarias no representan un cambio permanente en su apariencia; más bien es algo reversible; ¡basta con ponerse otra ropa!

De esta forma los papás reservan sus objeciones para poder oponerse firmemente a cosas irreversibles o verdaderamente peligrosas, sin generar la sensación de que en todo están en desacuerdo o que todo prohíben.

Ahora bien, el no mostrar objeción no significa mostrar falta de interés. Los papás pueden:

  1. Preguntarle a su hijo para qué adopta ese cambio en su apariencia (buscar entender qué desea el adolescente, qué hay detrás de sus acciones, con genuina curiosidad, sin prejuicio).
  2. En momentos que no sean tan forzados, mostrar interés en cómo se está sintiendo o en cómo le está yendo en sus asuntos.
  3. De ser necesario, se le puede mencionar qué consecuencias puede traer su apariencia, para que tome una decisión informada. Por ejemplo, el peinarse o vestirse de forma muy llamativa o demasiado diferente (sin que eso signifique que “está mal”), puede atraer muchas miradas en lugares públicos, gestos de sorpresa, de burla o incluso podrían personas inadecuadas e impertinentes decirle cosas que tal vez no le agraden o le hagan sentir incómodo.

Es posible (solo posible, ojo) que el adolescente, al sentirse incómodo, regule lo chocante de su apariencia o inclusive desista de su cambio, cuando sus papás han sido tolerantes. Más bien cuando los padres se ponen intransigentes y generan esta sensación de que todo lo castigan y todo lo censuran, el adolescente se puede aferrar a sus acciones por pura necesidad de llevarles la contra.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

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“Cambios de apariencia en adolescentes. ¿Vale la pena oponerse?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

¿Cómo hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed?

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Este asunto, que parece que tiene que ver solamente con el aspecto físico de la crianza (específicamente con el tema de la hidratación), resulta que tiene (al menos) un componente psicológico muy importante.

Se sabe que los padres, entre muchas cosas, deben cuidar que sus hijos estén bien hidratados, de acuerdo a su edad. Ahora bien, la mejor bebida, en todo sentido, para cubrir esta necesidad básica, es el agua pura, pero lamentablemente no es necesariamente la más deseada por los niños, que pueden llegar a desear exclusivamente bebidas dulces o incluso gaseosas y pedirlas constantemente a sus papás, generando un problema de alimentación, ya que el exceso de calorías que proveen las bebidas dulces, y más todavía las envasadas, tienen efectos perjudiciales para la salud de los niños.

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¿Cómo evitar que los niños solo deseen bebidas dulces?

La mejor forma de combatir este problema es adelantándose a él y contrarrestarlo antes de que aparezca. Recordemos que el azúcar es una sustancia adictiva, por tanto, una vez instalado un exceso en el consumo es difícil volver atrás. Veamos cómo se puede hacer para adelantarse a la aparición de esta dificultad:

Para los niños, los papás son el primer referente adulto, son su ejemplo y su modelo a seguir. Si los papás desean que sus hijos adquieran hábitos saludables, la mejor forma es practicarlos ellos mismos antes. Por tanto, la mejor manera de que los niños busquen agua para hidratarse, es dándoles el ejemplo desde que son muy pequeñitos, desde el comienzo de sus vidas.

Visto desde el ángulo contrario, si los papás se dedican a consumir gaseosas y bebidas envasadas en exceso, no pueden esperar que sus hijos busquen alternativas saludables para su hidratación.

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Si desean que sus hijos puedan ser capaces de beber agua y mantenerse saludables en este aspecto, háganlo ustedes mismos con sus propios cuerpos antes. Sus hijos crecerán con ese ejemplo y ese modelo, y será más fácil que opten o toleren bien las opciones más saludables.

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Los papás son los modelos

Este asunto aparentemente tan simple y tan sencillo, en realidad encierra una especie de llave maestra para la crianza de todo niño. Esta forma de prevenir la dependencia de bebidas dulces, en realidad puede aplicarse a una enorme cantidad de problemas, desde la alimentación, hasta las adicciones, las relaciones de pareja o el éxito profesional.

Hay que recordar que nuestras propias vidas están siendo vistas atentamente por nuestros hijos, y que ellos las ven como el modelo o la forma de ser adulto en el mundo.

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Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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“¿Cómo hacer para que los hijos no pidan solo gaseosas o bebidas dulces para calmar su sed?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

Si se siembra confianza en la niñez se cosecha confianza en la adolescencia

La confianza que los hijos le tienen a sus padres es un elemento importantísimo, tanto así que lo podemos ver como factor protector de un montón de amenazas contra la salud de las personas, a saber, acoso escolar, adicciones, delincuencia, enfermedades de transmisión sexual, embarazo adolescente, abuso sexual, etcétera, etcétera.

A los hijos, desde que son niños, hay que dedicarles tiempo, más allá de los cuidados básicos (alimentación, vestido, educación, vivienda, salud). Hay que darse tiempo para jugar con ellos, para conversar, para salir y hacer cosas juntos. Si un niño desea conversar o decir algo, no cortarlo aduciendo falta de tiempo. En todo caso, si uno está ocupado o apurado y lo que quiere el niño no es urgente, definir juntos un momento posterior para conversar, no simplemente decir “ahora no” y luego olvidarse de que el niño quería conversar. De esta manera los hijos crecerán con la experiencia de que sus papás estaban ahí y se podía confiar en ellos.

Si uno no les da tiempo, no juega con ellos, no los escucha ni conversa con ellos, más adelante, en la adolescencia buscarán mitigar la soledad y llenar el vacío y la falta de apoyo en el grupo de pares o en otras personas (adultos idealizados, por ejemplo) u objetos (redes sociales, videojuegos, drogas), donde estarán expuestos a una serie de riesgos.

Por eso es necesario recordar que a los hijos, desde muy pequeños, hay que dedicarles esas horas de juego, de disfrute y de relación cara a cara, para luego cosechar esa confianza en los años críticos de la adolescencia, donde la confianza en los papás es tan importante como factor protector y como ventaja frente a la vida en general.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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¿Teléfonos celulares y tablets antes de los 14?

Los teléfonos celulares, las computadoras portátiles y las tablets han sido creadas para uso adulto. Esto no es ninguna novedad. Este tipo de dispositivos nació con la idea de mejorar aspectos de la vida laboral de las personas, y es sabido también que los niños y adolescentes no trabajan (o no deberían trabajar), y si trabajan, es raro que necesiten para ello un dispositivo electrónico.

Los dispositivos portátiles que sí han sido concebidos (también) para menores han sido las consolas de videojuegos, pensadas y hechas principalmente para jugar, puesto que, a diferencia del trabajo, menores y mayores sí juegan (o deberían jugar).

Si no es con fines laborales, ¿para qué quieren o para qué se les da teléfonos celulares y tablets a los niños?

Los niños y adolescentes piden a sus padres este tipo de dispositivos electrónicos, o estos se los dan de forma espontánea, básicamente para 4 cosas:

1. Para jugar o entretenerse: papel que también siempre han cumplido las consolas de videojuegos.

2. Por monería, por moda, por lucimiento, de tal forma que más valiosa es la marca y el modelo del dispositivo que el dispositivo mismo: aquí sí las consolas de videojuegos no pueden cumplir este rol. Es imposible que se haga la caricatura, hasta cierto punto ridícula, de ver a un niño de 8 años haciéndola de ejecutivo con un iphone pegado a la oreja, con una consola Nintendo DS.

3. Para mantener ocupado y lejos a su hijo: este objetivo también es compartido con las videoconsolas, con la diferencia de que el uso intensivo de internet que se hace a través de las tablets y teléfonos celulares hace que el menor esté expuesto a más factores nocivos, en comparación con los riesgos que conlleva el uso de las videoconsolas, que ya es bastante (con las videoconsolas los riesgos tienen que ver esencialmente con las adicciones; con los teléfonos y tablets, estos riesgos se multiplican y llegan hasta niveles físicos – por ejemplo, ondas electromagnéticas provenientes de las señales telefónicas y wi-fi y su posible asociación con enfermedades físicas como el cáncer).

4. Para mantenerse en contacto con el menor: esta básicamente es una necesidad de protección (o de sobreprotección según sea el caso) y se aplica básicamente a teléfonos celulares. Lo interesante de esta razón es que para cubrir esta necesidad o deseo, no es necesario un dispositivo muy sofisticado.

Una recomendación interesante al respecto

La Asociación Protegeles, institución española de protección a la infancia, ha hecho una recomendación que me ha parecido muy interesante. Protegeles recomienda primero algo que ya se ha dicho muchas veces: no comprar dispositivos electrónicos como tablets o celulares a menores de 14 años si los padres no van a supervisar directamente su uso.

En otras palabras: si usted trabaja demasiado y no está en casa con sus hijos lo suficiente (esos papás que llegan a casa en la noche todos los días) o si no puede o no desea dedicarle demasiado tiempo a sus hijos, por favor, no le compre tablet o celular a su hijo menor de 14 años. Básicamente ése es el mensaje.

Lo interesante viene en este punto: Protegeles recomienda que si los papás están dispuestos a involucrarse en serio en la supervisión del uso de estos dispositivos, es bueno iniciar a sus hijos en el uso de los dispositivos antes de la adolescencia (por ejemplo, a los 9 o 10 años). ¿Por qué? Porque a esta edad, a diferencia de la pubertad y de la adolescencia, los chicos son más receptivos a las indicaciones y a la supervisión de sus papás y también son más abiertos; por ejemplo, podrían incluso desear compartir abiertamente sus fotos o sus conversaciones con sus papás. De esta forma se hace más sencilla y llevadera la necesaria supervisión parental.

Referencia

“Diez consejos para que controles la tablet o el móvil de tu hijo”. Online: Abc.es

 

Diego Fernández Castillo
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Tercera edad: actividad versus inactividad

A medida que avanza la edad, la sabiduría de las personas se enriquece, por la cantidad de años de sucesos vividos y por la capacidad de razonar las decisiones que otorga la misma experiencia y el hecho de que uno ya no es joven y no siente las mismas ansias ni la misma urgencia por lograr ciertos objetivos. Esto da un adicional de calma, de tranquilidad, de objetividad y de distancia para pensar y tomar decisiones más razonadas. Por ello, entre otras cosas, las personas tendemos a buscar el consejo de una persona mayor.

Pero el avance de la edad también tiene sus contrapartes. Una de ellas es el deterioro del sistema nervioso y, específicamente, el deterioro de las funciones del cerebro, como la memoria de sucesos recientes, la formación de nuevos aprendizajes o la ejecución de los mismos. De esta forma, el envejecimiento afecta al sistema nervioso, hay muerte neuronal acumulada por el paso del tiempo y el cerebro ve disminuido su peso y su volumen.

Mantener la actividad

La mejor manera de contrarrestar el deterioro cognitivo propio del avance de la edad es mantener la actividad mental. Esto sigue la lógica de la neuroplasticidad; si se mantienen las funciones activas, los mecanismos para poner en marcha dichas funciones no sólo serán mantenidos por nuestro sistema nervioso, sino que probablemente se fortalecerán. En adultos mayores, la actividad mental sirve para retrasar o incluso detener el deterioro de las funciones cognitivas.

¿Cómo mantener la actividad mental?

– Ponerse objetivos y cumplirlos.

– Tener pasatiempos constructivos, que impliquen cierta actividad, y cultivarlos. Y al decir “pasatiempos constructivos” no estamos hablando de sentarse a ver televisión todo el día, por ejemplo, ni tampoco de actividades adictivas, como asistir sistemáticamente a casinos o a casas de juegos de azar).

– Desarrollar, en lo posible, cierta actividad laboral o académica; enseñar o estudiar algo nuevo.

– Aprender a hacer cosas nuevas, más allá de lo académico (nuevos juegos de mesa o de otro tipo, nuevas recetas de cocina, nuevos pasatiempos en general).

– Las novedades son excelentes, salir de la rutina, no estancarse en ella.

– Mantener la actividad física, ya que tener el cuerpo en actividad garantiza que también nuestro sistema nervioso se mantenga activo y funcionando. Por supuesto, la actividad física debe realizarse con todas las precauciones del caso, y esto es necesario para todas las edades. Si es necesario debería consultarse con el médico o profesional a cargo.

– Mantener el contacto con otras personas; mejor si se comparte con ellas una actividad con objetivos. Y cuando hablamos de contactos, hablamos más de calidad que de cantidad.

Evitar la inactividad

Las personas mayores tienden mucho a deprimirse, debido a muchos factores que se relacionan con la edad. Lo que hace la depresión o los síntomas depresivos, entre otras cosas, es, justamente, reducir la voluntad de las personas de mantenerse activas:

– Hay exceso de sueño o, por el contrario, falta de descanso, lo que genera, en ambos casos, fatiga y desgano.

– El apetito se puede alterar, lo que implica una nutrición inadecuada, lo que a su vez puede afectar la disposición de la persona a mantenerse activa.

– Se puede presentar un ánimo triste, melancólico, aburrido, intolerante, irritable, lo que aleja a las personas del contacto con los demás.

Si el mejor aliado para permanecer lúcidos, memoriosos y hábiles es el mantener la actividad mental y física, el peor enemigo sería la inactividad. El quedarse postrado, la soledad innecesaria, la rutina, las actividades repetidas una y otra vez, el sedentarismo, la pasividad de escuchar todo el día la radio o de ver todo el día la televisión, o, peor aun, de quedarse en cama sin tener indicado un descanso médico, todo ello afecta negativamente y ayuda a que el sistema nervioso del adulto mayor se deteriore de forma más veloz.

Esta es una de las razones por las que es importante enfrentar la depresión, ya que esta puede impedir que la persona se mantenga activa, por más que lo desee. Si no hay depresión, por más dificultades que existan, se podría intentar desplegar un cierto nivel de actividad.

Si la persona o sus allegados creen que está deprimida, es mejor consultar cuanto antes con un profesional de salud mental y hacerle frente al problema. Poco a poco, con un tratamiento adecuado, podrá animarse a realizar más actividades placenteras.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
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