Archivo por meses: mayo 2016

Pautas para formar hijos moralmente sanos

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Cuando el niño se enfrenta con las leyes del grupo, de la sociedad o de la escuela, no se entrometa usted calificando positiva o negativamente lo que ha sucedido. Y ante una infracción, no se salte nunca el reglamento. ¡No lo haga nunca! Así es como ayudará a un niño a introyectar la instancia paternal. Las modificaciones de los reglamentos se deben anunciar a medida que el niño crezca. Es necesario decretar estas reducciones de los castigos, pero no cuando no se ha cometido una infracción.

(…)

En el estado de cosas actual, lo que los padres pueden dar sobre todo es el ejemplo de tener amigos de su edad, de tener intereses fuera del hogar, de conciliar los intereses de su grupo social y los de la vida personal del hogar, de intercambiar su creatividad con el prójimo. Eso es lo que producirá un niño sano socialmente y le permitirá mantenerse apegado a su célula familiar, al mismo tiempo que sentirse llamado hacia los grupos de jóvenes y las pandillas de una manera que no será delictiva en modo alguno.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 19, 20.

Nota: los resaltados son míos.

El ejemplo de la educación escolar en Finlandia

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Hace poco puse aquí una entrada llamada “¿A qué edad empezar la educación inicial de los hijos?”. Básicamente lo que decía era que no es necesario apurar el inicio de los estudios de los niños. Con tal de que cumplan 6 o 7 años en primero de primaria, habiendo cursado un máximo de 2 años en educación inicial, todo tendría que funcionar bien.

Pues bien, a propósito de este asunto, me encontré con una entrevista publicada el año pasado en La Vanguardia en que se ilustra claramente lo innecesario de adelantar fases. La nota se titula “Jari Lavonen: Un niño de cuatro años necesita jugar, no ir a la escuela”. Se trata de una entrevista al decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Helsinki, Jari Lavonen.

La entrevista comienza con una breve introducción en la que Maite Gutiérrez, autora de la nota, escribe: <<Sus alumnos son los que empiezan la escuela más tarde (a los siete años), los que menos horas de clase tienen, de los que menos deberes hacen… Y aún así, sus resultados escolares están entre los mejores del mundo.>>

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Datos del año 2006. La educación en Finlandia mantiene su calidad hasta el presente.

Más adelante, Gutiérrez pregunta a Lavonen: <<La educación en Finlandia empieza a los siete años. ¿Por qué tan tarde?>> A lo que Lavonen responde: <<¿Y por qué antes? La niñez es para jugar, para hacer cosas con otros, para colaborar, no para se (sic) educado de una forma reglada y pesada. Un niño de cuatro años tiene que jugar, no estar en una escuela con una educación reglada.>>

Claro, Lavonen después aclara que en Finlandia disponen de un sistema de guarderías y que también los gobiernos locales pagan a las mamás para cuidar a varios niños de su comunidad. Esto para hacer posible que los padres trabajen y no se dediquen solo al cuidado de los niños durante 7 años. Evidentemente es otro sistema, muy distinto al nuestro.

Ahora, ojo, no trato de decir que hay que imitar esto individualmente y que si queremos enviemos a nuestros hijos a estudiar recién a los 7 años, no; a lo que voy con todo esto es a que una buena educación no requiere apurar las fases de desarrollo de los niños y que el sistema educativo finlandés es un claro ejemplo de ello.

Dejo nuevamente el link de esta entrevista para los que quieran leerla:

Jari Lavonen: “Un niño de cuatro años necesita jugar, no ir a la escuela”

Pregunta clave: ¿valía la pena?

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“Creo que se debe poner al corriente de las verdaderas leyes muy pronto a los niños. Aunque sea cómodo para la madre, no hay que decir a un niño que es obligatorio ir a la escuela a los cuatro años. Cuando establezcamos una ley para los niños, hemos de prestar mucha atención a que se trate de una verdadera ley, de una ley suprafamiliar que gobierne a los seres humanos del grupo de personas del que se forma parte (…). Si el niño ha transgredido una ley, se siente culpable y ese sentimiento se aplaca por un castigo, pero ha de ser un castigo que el niño conozca de antemano. Las infracciones de las leyes se pagan. Se debe preguntar al niño: <<¿Valía la pena arriesgarse al castigo?>>. <<¿Sí? ¡Entonces tenías razón al hacerlo!>> La educación del niño hacia la autonomía es eso. Cuando los niños están constantemente castigados en la escuela, los padres se ponen furiosos. El niño dice: <<Me importa un bledo>>, lo que no es verdad, como bien muestra su semblante. Lo único que ocurre es que está contento de dar la lata a sus padres. A partir del momento en que se le pregunta: <<¿Valía la pena? ¿Qué has hecho para merecer este castigo?>>. <<Estuve hablando cinco minutos.>> <<¿Valía la pena?>> <<¡Oh, no!>> <<¿Ves? Es como si compraras el derecho a hablar en clase. Te ha salido demasiado caro.>> La próxima vez, el niño hará él solo este razonamiento.”

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Página 19.

Mi hijo sufre bullying. ¿Estará bien cambiarlo de colegio?

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Lo ideal es que los chicos que son víctimas de bullying superen el acoso potenciando sus propios recursos para vencerlo, con apoyo profesional, con intervención coordinada del colegio como institución y con el apoyo de los papás.

No es muy buena idea cambiar al alumno de colegio sin haber hecho nada para enfrentar y solucionar el problema. El cambio de colegio no tendría que ser la primera solución al acoso escolar. Hacerlo la primera solución es huir de las dificultades, sobreproteger al hijo y arriesgarse que allá a donde vaya vuelva a sufrir lo mismo, de una u otra forma.

Sin embargo, si nuestro hijo está sufriendo demasiado y no hay una respuesta oportuna o eficaz por parte del colegio, también sería cruel mantenerlo en un ambiente patológico que lo daña diariamente sin necesidad. En estos casos, el cambio de colegio no tiene por qué descartarse.

¿Qué colegio elegir?

Si se decide cambiar de centro educativo, es recomendable buscar un colegio cuya comunidad sea saludable, donde no haya situaciones de acoso. Estas escuelas existen y suelen ser, al menos en mi experiencia, medianas o pequeñas, con un número menor de alumnos por aula.

Es recomendable priorizar esto a otros factores, como por ejemplo el nivel socioeconómico del colegio. Más importante es que nuestro hijo asista a una comunidad sana que a una comunidad social o económicamente acomodada que no es tan saludable.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Mi hijo sufre bullying. ¿Estará bien cambiarlo de colegio?” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.

La fórmula de Françoise Dolto para criar bien a los hijos

«En la infancia hay dos períodos difíciles: el del destete y el de tocarlo todo. Cuando han transcurrido bien, ningún acontecimiento tendrá ya repercusiones graves en la vida del adulto.»

El destete

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«El destete, que es un destete del cuerpo a cuerpo con la madre, en el olor de la madre, se debe acompañar de una mayor cantidad de palabras e intercambios gestuales. Si este período se vive bien, el niño prosigue su desarrollo hacia la motricidad acrobática, que debe tener lugar antes de la educación de los esfínteres. Pero si la edad acrobática se acompaña de la educación esfinteriana, es decir, de la culpa por ensuciarse, el niño no puede estar “al caldo y a las tajadas”. No puede controlar sus esfínteres y adquirir habilidad con las manos. En cambio, cuando el niño es capaz de subir y bajar solo de una escalera casera, obtiene en veinticuatro horas la limpieza, que deseaba ya desde hace tres meses. Dicho de otra manera, cuando se trae a un niño al mundo, hay que saber que habrá que lavar pañales durante veintiséis meses.»

La edad de tocarlo todo

«La edad de tocarlo todo es muy importante. El niño de catorce a dieciocho meses aprende a conocer las cosas entonces, ayudado por su madre (y ¡Dios sabe lo fatigoso que es, sobre todo cuando ella está embarazada del siguiente!). En ese momento, no hay que hacer que el niño se sienta en un mundo en el que “el-padre-está-en-todos-los-muebles”. En efecto, el padre representa para el niño la ley a la que se enfrentan sus deseos. Es la persona que aparta a mamá, es decir, la seguridad del contacto consigo mismo. Si el niño pone el dedo en el enchufe y le da la corriente, dirá: ¿Papá está ahí?”, “Papá-va-a-dar-corriente”. Porque la instancia paternal está asociada a la discontinuidad de las experiencias de seguridad. Cuando esa seguridad se rompe, es que el otro está ahí para llevársela él. Así, si la madre o una persona que la sustituye está presente y verbaliza constantemente las experiencias del niño (por ejemplo: Hay que coger así una tetera caliente o una plancha para no quemarse”), si para todas las tareas peligrosas se le acompaña por la palabra y el gesto, se advertirá que el niño se hace sumamente prudente, muy industrioso en familia y casi no sufre accidentes. Puesto que nuestra educación tiene como fin la autonomía de la persona, el niño debe saber que, si le pasa algo malo, no lo regañarán por eso, puesto que la causa es una mala ejecución, y el adulto también podría haber ejecutado mal ese movimiento. Lo importante es que el niño se sienta del mismo lado que los otros seres humanos ante los elementos, las cosas, los animales, las personas, las leyes… Y no él a un lado de la barrera y los adultos en el lado de la perfección, es decir de la instancia paternal suprema.

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La edad de tocarlo todo dura un mes o un mes y medio, dos meses en los niños que tienen necesidad de muchas experiencias para comprender la ley que estipula el comportamiento con respecto a tal o cual cosa. Después de esa edad, ¿qué es lo que se prohíbe? Dentro de la familia no está prohibido casi nada, pero hay una prohibición inexorable, al menos pasajeramente, ya que se dirá al niño: Eso está prohibido hasta que seas mayor y sepas hacerlo”. Una madre puede dedicar todos los días una hora de su tiempo para permitir al niño la exploración de la casa. Se escoge una habitación y se permite al niño tocarlo todo, absolutamente todo, bajo ciertas condiciones que, si no se respetan, provocarán una catástrofe también para el adulto. Si se procede así, se puede estar tranquilo: a los tres años el niño casi no desobedecerá. ¿Por qué? Porque un niño al que le pasa algo malo cada vez que trata de identificarse con el comportamiento de los adultos, comienza a angustiarse, a sentirse culpable y a provocar un castigo para aplacar su sentimiento de culpabilidad. Así es como hacemos desobedientes a los niños, por no haberlos formado, en la edad de tocarlo todo, en el conocimiento de la medida de sus posibilidades de “pequeños que están creciendo”, de seres de la misma especie que nosotros.»

Dolto, Françoise (1998). El niño y la familia. Desarrollo emocional y entorno familiar. Barcelona, España: Ediciones Paidós Ibérica. Páginas 17, 18.

Evitar comparar a los hijos

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Ilustración: Lucía Fernández

Hay un dicho que reza “toda comparación es odiosa”. En parte tiene razón, aunque, de otro lado, tal vez se trate de una exageración. Sin embargo, cuando se trata de la crianza de niños y adolescentes este dicho adquiere un peso enorme, a tal punto que, en el momento en que escribo esto, no se me ocurre una comparación que no lo sea.

Las comparaciones negativas hechas por padres desesperados

A veces el comportamiento del hijo es tan repetitivo, tan constante y tan aparentemente invencible, que los padres caen en la desesperación.

Cuando los papás se desesperan tienden a realizar acciones típicas, como golpear, gritar, poner castigos exagerados que después retrucan o, lo que nos toca ahora, comparar. Los papás le acaban diciendo a su hijo cosas como “mira a tu hermano como hace” o “mira a tu amigo fulano como se porta”. Algunas veces la comparación es más dolorosa: “mira como es tu hermano” o “mira a tu amigo fulanito como es. Esto es más ofensivo porque va directo a lo que es la otra persona, que es mejor que yo para mis papás, que yo soy malo y que mis papás me preferirían si fuera como es mi amigo o mi hermano.

Estas comparaciones negativas bombardean la autoestima del hijo porque enuncian directamente que la forma de ser de las otras personas es mejor o que lisa y llanamente los demás son mejores y lo que es el hijo no está bien y no es deseado.

Por supuesto, lejos de remediar las cosas, estas comparaciones fácilmente pueden arruinarlas más. De hecho, no he visto caso alguno en que esto haya funcionado.

La comparación del padre que vive haciéndolo

Hay papás que no necesitan entrar en desesperación para comparar negativamente a sus hijos. Es más, viven comparándolos con la mayor tranquilidad. Es como si la comparación fuera una estrategia de crianza establecida y validada en la cotidianeidad.

“No, hijo, tienes que llevar el balón como lo hace tu hermano”, “aprende a tomar el cubierto, mira a tu primo”, “acaba la tarea, mira como tu amigo ya la hizo y está afuera jugando”. Todo el tiempo, o cada tanto, estos papás comparan y comparan y no paran de hacerlo.

Aquí el problema radica en el énfasis en la imitación, en el vivir mirando afuera, como si uno no pudiera nunca aprender la acción misma, como si siempre necesitara modelos que imitar.

De otro lado, dependiendo de cómo se haga, también fácilmente la autoestima del hijo puede acabar dañada, dependiendo de qué palabras y qué tonos de voz se usen, dependiendo de cómo es la relación entre este papá y este hijo, y dependiendo de cuánto se lo compara con hermanos o amigos de su misma edad (pueden ser más factible tomar como modelos a gente mayor; con los de su misma edad el niño se puede sentir fácilmente disminuido o atrasado).

En este caso es mejor enseñarle directamente cómo se lleva el balón, cómo se toman los cubiertos, o enseñarle lo conveniente de hacer la tarea antes; las comparaciones son innecesarias.

Las comparaciones positivas

Cuando arriba dije que no se me ocurría alguna comparación buena para los hijos, por supuesto que también pensaba en las comparaciones positivas. Cosas como “tú eres mejor que él” son muy nocivas y más aún cuando se denigra a uno de los hermanos.

La comparación positiva, al contrario que las anteriores descritas, no denigran al hijo, sino a otra persona, un amigo, un hermano, un primo, o un grupo de personas (“tú eres el mejor de tu clase”), y pretende enaltecer al hijo por sobre estas otras personas.

Este comportamiento de los papás es peligroso por muchas razones, por ejemplo, estimula una competitividad a rajatabla, una competitividad negativa en desmedro del propio desempeño (no se valora lo bien que lo hizo sino que es mejor que el otro) y en desmedro del trabajo para el grupo (el hijo aprende a dar lo mejor para vencer él y no para otro fin más útil a su sociedad o comunidad).

Cuando el denigrado es un hermano, la acción de comparar positivamente es doblemente dañina, porque instaura una alianza diferencial entre el padre y el hijo triunfador. Los hermanos de por sí tienden a competir por el amor a los papás, y ellos tienen más bien la tarea de neutralizar la fantasía de que van a ser los preferidos por sobre el otro. Con este tipo de comparaciones, los papás no hacen lo que les toca, sino que mas bien refuerzan esa competitividad individualista en la misma familia, creando un caldo de cultivo ideal para la formación de conflictos familiares y resentimientos.

En este caso es mejor valorar el desempeño del hijo y no el puesto en el que quedó o a quienes superó.

Conclusión

En la crianza de niños y adolescentes el dicho “toda comparación es odiosa” vendría a ser bastante oportuno. Sigue sin ocurrírseme alguna comparación que sirva con los hijos. Tal vez haya alguna. En todo caso las comparaciones que sean útiles y buenas no parece que sean mayoría ni mucho menos. En honor a la lógica podríamos decir “en la crianza de niños y adolescentes, casi toda comparación es odiosa”. Es mejor evitar hacerlo.

 

Diego Fernández Castillo
Psicólogo – psicoterapeuta
Colegio de Psicólogos del Perú 19495
diego.fernandezc@pucp.edu.pe

 

Licencia Creative Commons
“Evitar comparar a los hijos” por Diego Fernández Castillo se distribuye bajo una Licencia Creative Commons Atribución – No Comercial – Sin Derivar 4.0 Internacional.