Phil Bennett*

ENTREVISTA DIGITAL (17-06-2010)
Periodista y ex director adjunto de ‘The Washington Post’.

En: Diario Español “El País”

Tras recorrer España en las últimas semanas, el periodista estadounidense Phil Bennett ofrece su retrato de la crisis. El relato incluye entrevistas a Salgado, Rajoy y Rato, pero también a empresarios, trabajadores y parados. Esta es la visión de España del ex director adjunto del ‘The Washington Post’

La crisis económica de España no tiene una zona cero. El visitante tiene la impresión de que todos en el país parecen narrar una parte distinta de un drama nacional, una poderosa mezcla de dificultades y obsesiones universales. Pero si hubiera que empezar la historia en un lugar en el que los orígenes y las consecuencias del desastre estén más claros, una buena opción es el pueblo de Villacañas.

Pregunté a Salgado sobre obstáculos al crecimiento. Empezó a hablar del desconocimiento internacional.

Rajoy apartó su cigarro y me explicó su plan económico. En el fondo, consiste en apartar a Zapatero del poder.

En 2007, la firma Visel tenía 830 empleados en Villacañas. Hoy cuenta con 320 y funciona cuatro días por semana.

Rato: “No sólo hay falta de confianza en España, sino en el sistema del euro y en su capacidad de resolver sus problemas”

Hay obsesión por restaurar la confianza de los extranjeros. Pero la falta de confianza de los españoles impresiona más.

En España no existe un Arizona. No hay indignación nacional sobre los extranjeros con derecho a estar
Los jóvenes pertenecen a una generación perdida o a una generación estrella: preparados y abiertos al mundo.

Hasta hace unos años, el rasgo más característico de Villacañas eran sus silos. Generaciones de agricultores pobres vivían en unos búnkeres subterráneos, en muchos casos excavados con herramientas de mano en el suelo calcáreo de La Mancha. Los silos eran baratos y ofrecían calor en invierno y fresco en verano. En los años cincuenta del siglo pasado seguía habiendo centenares en uso, pero hoy existen pocos visibles. El motivo es que, de la noche a la mañana, Villacañas se enriqueció de manera asombrosa. La gente se compró pisos en Madrid, casas en la playa, y construyó nuevas viviendas sobre las cuevas de sus antepasados.

La opulencia llegó a través de una industria cuya audacia y simplicidad estaba a la altura de los silos: Villacañas fabrica puertas. No unas cuantas, sino 11 millones de puertas en 2006, más del 60% del mercado nacional en pleno apogeo de la construcción. Las ventas aportaban a este pueblo de 10.000 habitantes ingresos de más de 600 millones de euros al año. El sector proporcionaba 5.000 puestos de trabajo bien remunerados, daba empleo a familias enteras en turnos que cubrían los siete días de la semana e hizo que chicos de 16 años abandonaran el colegio, deseosos de poder comprarse un Audi nuevo para cruzar a toda velocidad el primer y único semáforo de Villacañas.

Como es natural, la crisis amenaza con dejar todo esto en chatarra. En una mañana reciente de domingo, Raimundo García caminaba por la nave silenciosa de la fábrica de Puertas Visel, de la que es director general. Hijo de un carnicero local, estudió Económicas en la Universidad de Chicago y luego regresó para convertir Visel en una empresa de enormes beneficios. En 2007, la empresa fabricó casi un millón de puertas y tenía 830 empleados. Hoy, la fábrica cuenta con 320 trabajadores y sólo funciona cuatro días a la semana. Como casi la mitad de las 10 empresas de puertas que sobreviven en la región, está en suspensión de pagos y corre peligro de desaparecer. “Mi gran pena es que no nos reorganizáramos antes de la crisis”, dice García. “Ahora podríamos tirar todo esto a la basura”.

Villacañas quizá tenga que soportar ya siempre la etiqueta de Ícaro -voló demasiado alto, sus alas se fundieron y cayó-, si no fuera porque lo que sucede aquí hoy parece tan significativo como su edad de oro. Como en otros lugares de España, los habitantes de Villacañas se hacen preguntas fundamentales sobre su comunidad y su país, a menudo con angustia, ira y frustración: ¿qué nos ha pasado?, ¿quién tiene la culpa?, ¿qué va a ocurrir ahora?, ¿cómo va a ser nuestro futuro y cuánto podemos controlar?

Llegué a España a finales de mayo, procedente de Estados Unidos, con preguntas similares. En Estados Unidos, la crisis económica ha suscitado un debate sobre el papel del Estado, sobre la justicia y la responsabilidad, sobre los valores sociales y la identidad. ¿En qué está cambiando España por culpa de la crisis económica más compleja desde su transición a la democracia? ¿Por qué un 20% de desempleo no ha desencadenado un conflicto social? ¿Cómo están preparando los líderes del país la salida?

Sea justo o no, los mercados mundiales y los medios de comunicación tienden a dividir el mundo en dos categorías: los países que tienen problemas y los que son problemas. Y hoy consideran que España es un problema.

Una consecuencia de ello es que los titulares nacionales desatan temblores por todo el sistema, como ocurre casi a diario desde principios de mayo. Otra, quizá más útil, es que empuja a ver cada parte concreta de la crisis como un elemento relacionado con los demás.

En un análisis publicado al día siguiente de mi llegada, uno de esos titulares que sacuden el sistema: el Fondo Monetario Internacional lo hacía con este breve párrafo: “La economía de España necesita reformas exhaustivas y de largo alcance. Los retos son graves: un mercado de trabajo disfuncional, el estallido de la burbuja inmobiliaria, un gran déficit fiscal, un sector privado y una deuda externa que pesan mucho, un crecimiento de la productividad anémico, una competitividad débil y un sector bancario con bolsas de debilidad”. El país necesita una “estrategia integral”, decía, y “hay que hacerlo cuanto antes”.

No he hablado con una sola persona, dentro o fuera del Gobierno, que esté fundamentalmente en desacuerdo con este análisis. Es un caso poco frecuente de consenso. En casi todo lo demás, España ofrece la imagen de unos responsables políticos profundamente divididos. Existe la obsesión de restaurar la confianza de los extranjeros en el país. Pero impresiona todavía más la falta de confianza de los propios españoles en sus dirigentes y sus instituciones.

Es lo que sucede en Villacañas. El joven alcalde del pueblo, Santiago García Aranda, me recibió en su despacho, que da a la modesta plaza de España, con ocho sucursales de bancos herencia de la época de apogeo y filas de parados cada mañana ante la oficina de empleo. García Aranda, del PSOE, observa el debate político actual con abierto desprecio.

“La intensidad de la crisis que estamos viviendo no es de hoy. La estamos viviendo de forma brutal desde 2008. Este pueblo habla de la crisis desde 2008. El país, no”, dice. “Todos, incluyendo la prensa, están obsesionados con las elecciones y no con el futuro del país. No es sólo Zapatero quien no está comunicando bien. Las universidades, los medios de comunicación, también nos han fallado”.

Los costes humanos de la crisis ya son graves, dice. Durante el boom, Villacañas tenía una de las mayores tasas de abandono escolar del país. “Hay en Villacañas personas de 40 años que habían trabajado desde los 16”, explica García Aranda. “Y ahora ya no trabajan y carecen por completo de las cualificaciones profesionales y humanas y de los instrumentos de adaptación para salir adelante”.
El alcalde, cuya madre tenía un puesto de periódicos en el pueblo, y que trabajó a tiempo parcial en el sector de las puertas cuando era estudiante, dice que también se daba el fenómeno opuesto: por primera vez, muchos padres de Villacañas habían podido enviar a sus hijos a estudiar, como él, a obtener títulos universitarios. Y me contó esta historia:

“Hace dos semanas tuve a un padre exactamente donde tú estás sentado. Su esposa y él están en paro. Sus dos hijos están estudiando en la universidad: la hija, ciencias veterinarias, y el hijo, aeronáutica. Y el padre tenía que decidir a cuál de sus dos hijos le debe permitir continuar sus estudios. Y se decidió por su hija porque le faltaba solo su último año. Así que sacó a su hijo”. Al alcalde se le empañaban los ojos. “Ojalá pudiera poner a los que toman las decisiones en el pellejo de ese padre”, dijo.

Durante el periodo de prosperidad -parte de una transformación general que el embajador de España en Estados Unidos llamó hace poco “los mejores años de nuestra historia colectiva de los últimos cinco siglos”-, lo extraordinario se convirtió en corriente. Como consecuencia, hoy es normal oír a la gente sorprenderse e indignarse por la crisis económica actual, algo que ha sucedido muchas veces en muchos países, y, en cambio, calificar el asombroso ciclo de cambios anterior como completamente normal.
Economistas de todo el espectro político dicen que los dos periodos están unidos.

La historia se resume así: más de 10 años de préstamos baratos de Europa ayudaron a alimentar un fantástico aumento del gasto y las inversiones. España construyó un ferrocarril y unas carreteras de primera categoría y llevó a cabo proyectos turísticos. Construyó más viviendas nuevas que Alemania, Francia e Italia juntas… y vio cómo se duplicaban los precios de las casas. El gasto de consumo se incrementó dos veces más que la media europea durante esa década, y los salarios subieron un 30%. Cinco millones de inmigrantes nuevos se incorporaron al mercado laboral. En una especie de maquinaria en movimiento perpetuo, se necesitaba a los inmigrantes para que construyeran casas para sí mismos.

“Cuando la economía va bien, España crea más empleo que ningún otro país”, dice Joaquín Arango, director del programa de Migraciones Internacionales y Ciudadanía en el Instituto Universitario Ortega y Gasset. “Cuando la economía va mal, España destruye más empleo que ningún otro”.

A finales de 2009, la deuda exterior total de España era de 1,735 billones de euros, equivalente al 170% del PIB. La banca privada, que evitó los peores excesos de la crisis financiera de 2008, posee en la actualidad aproximadamente la mitad de las viviendas vacías españolas. El Gobierno, mientras tanto, aumentó el gasto público un 7,7% anual a partir de 2005. Esto, unido al descenso de los ingresos, convirtió el superávit presupuestario de 2007 en un déficit del 11%. Más de cuatro millones de trabajadores perdieron su empleo; la tasa de paro española, del 20%, es más del doble de la tasa media en Europa. Las prestaciones de desempleo, las más generosas de Europa, cuestan al Estado otros 32.000 millones de euros al año.

Cuando estalló la crisis crediticia griega en abril, las preocupantes cifras de España se volvieron tan imposibles de ocultar como los bosques petrificados de grúas que vigilan las entradas a tantas ciudades.
Los economistas en España suelen destacar los factores internos para describir la anatomía de la crisis y justificar los cambios estructurales que dicen que son necesarios. “La hora de la verdad llegará cuando nos demos cuenta de que las principales causas de la crisis son internas”, dice César Molinas, director de la consultora Multa Paucis, que ha ocupado varios cargos económicos en el Gobierno español.
Las autoridades y otros políticos, por el contrario, tienden a prestar más atención a las raíces internacionales. Para el Gobierno de Zapatero, esa respuesta parece ser casi un reflejo. Cuando le pregunté a Elena Salgado, la animosa y elegante vicepresidenta económica, sobre los obstáculos al crecimiento de la economía, lo primero que dijo fue: “A nosotros nos está penalizando el desconocimiento internacional de dos cuestiones importantes…”, y emprendió una explicación del estado constitucional de las comunidades autónomas y la solidez de las cajas de ahorro. Al final acabó diciendo que, cuando se completen la reestructuración de las cajas y la reforma del mercado laboral, “habremos puesto las bases para recuperar nuestro crecimiento potencial, que en España es alto”.

La decisión entre buscar las claves de la recuperación económica dentro o buscarlas fuera puede reflejar las diferencias sobre la urgencia y la dimensión de las reformas estructurales necesarias para conseguirlo. En cualquiera de los dos casos, muchos economistas se han vuelto pesimistas sobre las perspectivas de crecimiento. Después de contraerse un 3,9% en 2009, la economía española será la única del G-20 que no va a crecer en 2010. El Gobierno ha reducido sus proyecciones de crecimiento para 2011 al 1,8%; la agencia de calificaciones Fitch las sitúa a un nivel aún más bajo. Molinas y otros creen que la recuperación será en “L”, más parecida a la de Japón en los últimos 20 años que a la de Estados Unidos.

“El mayor riesgo es que en 2013-2015 la renta per cápita vuelva a ser la que era hace 10 años”, dice Emilio Ontiveros, presidente de Analistas Financieros Internacionales. “Va a ser una economía más delgada con peligro de anorexia”.

Fernando Ballabriga, director del departamento de economía en la Escuela de Negocios ESADE, también ve un “horizonte de estancamiento”. “Lo que es más preocupante no es la crisis inmediata, sino el estancamiento a largo plazo”, asegura. “Es muy importante que la solución sea un paquete. Yo estoy convencido de que hay que hacer todo a la vez. Que la política esté o no preparada para eso, es la gran pregunta”.

“Todo a la vez” significa llevar a cabo reformas estructurales, además de medidas de austeridad. Incluye una reforma laboral que cree flexibilidad salarial y más igualdad para el 30% de trabajadores con contratos temporales; la reforma de las cajas de ahorros, que albergan el 50% de los depósitos, consolidar su número y proporcionar los medios para la recapitalización; crear una financiación pública sostenible; ocuparse de una población mayor cada vez más numerosa; impulsar la productividad, que se redujo bruscamente durante los últimos 10 años.

Rodrigo Rato, ex ministro de Economía y ex director del FMI, que este año ha sido nombrado presidente de Caja Madrid, me dijo que “lo que tiene que hacer España es tomar decisiones sobre su política tanto macroeconómica como microeconómica, y explicarlas a la gente. Esas decisiones son difíciles. Lo importante es que las decisiones no sólo resuelvan nuestros problemas inmediatos, sino que introduzcan correcciones en la forma de abordar nuestros problemas a largo plazo”.
Rato confía en que la reforma de las cajas va a seguir adelante. “Estoy seguro de que de aquí a dos o tres años tendremos menos cajas en activo, mayores y más capitalizadas”.

Pero ninguna medida es por sí sola una contraseña mágica para salir de la crisis. La reforma del mercado laboral, por ejemplo, no es un medio para crear nuevos puestos de trabajo. Y algunos de los mecanismos que los Gobiernos utilizaban en el pasado para restablecer la competitividad -como las seis devaluaciones de la peseta entre 1977 y 1997- desaparecieron con la creación de la eurozona, lo cual supone una presión añadida para la unión monetaria y España.

Javier Vallés, principal asesor económico de Zapatero, dice que en estas circunstancias no existen buenos modelos que España pueda imitar. “Entre los economistas suelen hacer papers con economías de laboratorio”, explica. “España es un ejemplo real de una economía que va a ser estudiada en los próximos cinco años. Ahora es el momento de la consolidación fiscal y un ajuste que marque el crecimiento de la próxima década. Las decisiones que estamos tomando ahora tendrán impacto en los próximos 10 o 20 años”.

Para Salgado, la eurozona realza la “dicotomía” entre austeridad y crecimiento. “El problema es que nosotros tenemos que financiar nuestro déficit en los mercados y no estamos en la situación de Estados Unidos ni estamos en la situación de los países de fuera del euro, que, aunque no hagan una devaluación, pueden ver cómo su moneda se deprecia, en términos relativos, y eso les origina una ventaja competitiva”, dice. “Nosotros estamos en una zona económica que está ligada a una moneda y, por tanto, las herramientas que tuvimos en los años noventa ya no las tenemos. Entonces, claro, siendo verdad que debiéramos hacer más por el crecimiento, lo cierto es que, día a día… los mercados en este momento están primando más la austeridad en el gasto”.

“Es cierto que la confianza es muy difícil de construir y muy fácil de perder. Así que vamos a pagar un precio por la pérdida de confianza”, dice Rato. “Algunos de nuestros problemas deben resolverse al nivel del euro. Seamos francos: no sólo hay falta de confianza en España, sino falta de confianza en el sistema del euro y en su capacidad de resolver sus propios problemas. Y ahí creo que necesitamos una definición clara de lo que debe ser una política fiscal del euro. Algo que en estos momentos está faltando”.

En España es frecuente comparar a los políticos, y de forma desfavorable, con el sector empresarial del país. España posee un plantel de grandes compañías de categoría internacional: Banco Santander, BBVA, Telefónica, Ferrovial, Iberdrola, FCC, ACS y otras. Cuenta con tres de las mejores escuelas de negocios del mundo. La inversión en energías renovables le ha dado fama internacional por parques eólicos como el que está cerca de la universidad de mi hija en Pensilvania, operado por Gamesa, que ha obtenido millones de dólares de los fondos de estímulo en Estados Unidos.

Por el contrario, los dirigentes políticos españoles son objeto de críticas feroces por parte de la opinión pública. Las informaciones constantes sobre la corrupción política, la incomprensible alergia -curada hace muy poco- del Gobierno de Zapatero a la palabra “crisis”, el ferviente empeño de la oposición en buscar ventajas electorales a costa del consenso, han acabado con la fe en que las autoridades puedan conducir al país hacia la recuperación.

“Las soluciones requieren o un gran consenso o un Gobierno fuerte. Y no tenemos ninguno de los dos”, dice Fernando Fernández, profesor de economía en la IE Business School. Añade: “Que tenemos un problema de competencia profesional en la clase política, es objetivamente cierto… Nunca hemos tenido un Gobierno más débil, nunca en la historia de España”.

Gran parte del problema de credibilidad del Gobierno al hablar de economía tiene que ver con que todavía hoy no ha ofrecido una visión clara y global del camino que tiene España por delante. Y la montaña rusa del último mes no ha ayudado. Zapatero no ha explicado del todo por qué declaró el 5 de mayo que la economía no necesitaba un ajuste “drástico” y a continuación anunció ajustes drásticos e “imprescindibles” una semana después.

De hecho, los miembros del Gobierno siguen dando la impresión de que su fe en la austeridad es resultado de una conversión obligada. Salgado dice que el Gobierno cree, como proclamó Zapatero el año pasado, que la salida de la crisis “será social, o no será”. Al preguntarle si el gasto social actual es sostenible, contesta, con brevedad, que “es sostenible porque según nuestras prioridades lo hemos puesto en el máximo lugar”.

“Nosotros estamos resistiendo lo máximo posible antes de afectar a ninguna partida del gasto social. Ahora hemos tenido que afectar mínimamente a un 0,5% del gasto social, pero queremos quedarnos ahí”, añade.

La endeble convicción del Gobierno parece corresponderse con el celoso oportunismo de la oposición. Me entrevisté con Mariano Rajoy en su despacho de la planta alta de la sede del Partido Popular en la calle de Génova. Con amabilidad y después de apartar su cigarro, Rajoy se lanzó a enumerar las diferencias entre su estrategia para la economía y la de Zapatero con el fervor de un fiscal que sabe que él también está siendo sometido a juicio.

En el fondo, dice Rajoy, “el problema del Gobierno no es su posición, sino su inacción”. Y en el fondo, cada vez más, parece que el plan económico de Rajoy consiste en apartar a Zapatero del poder.
“Nosotros pensamos que el principal factor de desconfianza que hay en este momento en la economía española es el Gobierno”, dice. “El principal, por encima de cualquier dato objetivo o económico”.
Rajoy explica por qué votó en el Parlamento contra las medidas de austeridad del Gobierno no sólo por las medidas en sí, sino como parte de una estrategia para obligar a que se presente una moción de confianza. Las encuestas dan al Partido Popular suficiente apoyo para lograr la mayoría absoluta. Algunos analistas políticos dicen que una gran derrota del PSOE en las elecciones catalanas de otoño pondría en peligro los dos años que le quedan a Zapatero en su puesto.

Pero las cifras de la opinión pública también contienen trampas para la oposición. Los votantes han perdido la confianza en todos los líderes. Y, como prueba del ansia de soluciones que tienen, una gran mayoría insta a la oposición a apoyar las medidas económicas del Gobierno, aunque dichas medidas sean impopulares. Rajoy se ha negado.

Algunos teóricos alegan que, como ocurre en la economía, la política española sufre unos profundos desequilibrios estructurales, que van desde la promoción interna en los partidos hasta la relación entre el Gobierno central y las comunidades autónomas. Las comunidades representan el 57% del gasto público. Más de la mitad de los casi tres millones de funcionarios públicos trabaja para los Gobiernos regionales, muchos en una red burocrática opaca (685 entidades autónomas solo en Cataluña). Los intereses políticos regionales desempeñan un papel crucial en las cajas de ahorros.
“La crisis deja al descubierto los límites de las relaciones entre el Gobierno central y las autonomías”, dice Joan Subirats, catedrático de ciencia política en la Universidad Autónoma de Barcelona. “No hay entrenamiento para gobernar el país colectivamente”. Menciona, como un ejemplo positivo, la cooperación entre las autoridades centrales y regionales en el asunto de la gripe porcina. La situación económica requiere algo más.

“Esta no es una crisis, es un cambio trascendental”, dice. “El país no puede ser el mismo”.
Es de destacar que el electorado no está tan polarizado como los políticos, dice Jordi Capo, politólogo y especialista en votaciones en la Universitat de Barcelona. Ese puede ser un factor que contribuye a la paz social pese a la escasez de recursos, la incertidumbre sobre el futuro y las frustraciones de la vida cotidiana. Quizá llegue el estallido social -algunos afirman que la tardanza del Gobierno en abordar la crisis puede hacer que el estallido sea todavía más explosivo-, pero, por ahora, cualquier agitación está soterrada.

Para un estadounidense, sobre todo, el caso de los inmigrantes parece especialmente revelador. Los inmigrantes constituyen más o menos el mismo porcentaje de la población en España y en Estados Unidos. En España, que ha tenido una mayor entrada de extranjeros que ningún otro país europeo salvo Irlanda, donde se calcula que el 20% de todos los recién nacidos son de madre extranjera y el desempleo entre los inmigrantes es al menos un 30% superior al de los españoles, no hay un Arizona, no hay indignación nacional sobre quién tiene derecho y quién no tiene derecho a estar.

“En España, a pesar de todo, no ha habido rechazo y hostilidad, no ha habido partidos xenófobos”, dice Joaquín Arango. Ahora bien, añade, el país tendrá que reabsorber a un millón de inmigrantes desempleados en la economía, sobre todo porque la mayoría parece dispuesta a quedarse. Y, a largo plazo, debe resolver cómo seguir atrayendo a nuevos inmigrantes.

“Hay que reflexionar sobre el futuro. No va a ser igual”, dice. “La economía tiene que cambiar y volverse más productiva. Va a necesitar un nuevo tipo de inmigrante”.

El 29 de abril -13 días antes de que Zapatero anunciara el primer gran paquete de austeridad del Gobierno-, Raimundo García habló en una nave de su fábrica de Villacañas y anunció un último esfuerzo para salvar Puertas Visel. Trescientos empleados, incluido él, votaron a favor de reducirse el salario a un máximo de 900 euros al mes y prestar el resto a la empresa durante los próximos ocho años para que pueda pagar su deuda, además de ganar tiempo para elaborar una estrategia a largo plazo que le permita sobrevivir.

“En cierto modo, están votando conservar sus puestos de trabajo”, dijo García más tarde. “Mi preocupación es que no se cierren las fábricas para no perder nuestro tejido industrial”.

La industria de las puertas en Villacañas tiene un padre fundador -Abilio Cuesta, un carpintero que abrió el primer taller en los años setenta- y un momento en el que los residentes dicen que vieron el principio del fin: el 5 de enero de 2008, cuando circularon las noticias de los primeros despidos. A lo largo de los dos años siguientes se evaporaron 3.000 de los 5.000 puestos de trabajo locales. Fue un derrumbe monumental. Desaparecieron los sueldos iniciales de hasta 40.000 euros anuales y los puestos de director comercial que llevaban a casa hasta 300.000. En otra época, Puertas Mavisa patrocinaba a un equipo en la Vuelta a España. Hoy, en la puerta de su fábrica cuelga un cartel: “Liquidación de maquinarias por cierre”.

A pesar de su éxito, García dice que la industria local no supo adaptarse. Algunas empresas llevaron a cabo transacciones con dinero negro. No supieron modificar su estilo de puertas para responder a nuevas demandas. Y el 95% de sus ventas se hacían en el mercado interior. Dice que el Gobierno ahora debería ayudar al sector a consolidarse. “Lo que están haciendo con las cajas de ahorros tienen que hacerlo con nosotros”, afirma. “Pero predico en el desierto”.

Era inevitable que la velocidad de transformación de Villacañas tuviera consecuencias positivas y negativas. Creó riqueza y oportunidades de mejorar. También atrajo las drogas y provocó un elevado índice de abandono escolar. Desechó una cultura conservadora y rural para adoptar otra más moderna, urbana y materialista. García dice, riéndose, que ha visto cómo el pueblo pasaba de ser un lugar en el que “se iba a la iglesia” a otro en el que “se va al banco, también para confesar”.

Desde su elección en 2007, el alcalde García Aranda ha contratado a asesores económicos y ha obtenido una subvención del Fondo Europeo de Ajuste a la Globalización. Sin embargo, dice, “la responsabilidad de la autoridad es anticipar lo que puede venir. La crisis era impensable, pero todo el mundo decía que esto no era sostenible. Debimos haber actuado en 2004”.

La matriculación en educación de adultos se ha triplicado en Villacañas. Antes, los residentes despreciaban el empleo en el sector público porque estaba mal pagado; cuando el pueblo anunció hace poco una bolsa de trabajo para funcionarios, hubo 170 solicitantes. También han aumentado ligeramente, dice el alcalde, los casos de violencia doméstica, así como la demanda de atención psicológica.

El alcalde cuenta, entre risas, que un psicólogo le había dicho de su paciente que “me dijo que el diagnóstico de este señor era clarísimo, y la medicina para curarlo, también: un trabajo y 1.200 euros al mes”.

La gente menciona varios factores familiares que mantienen unida la comunidad: generosas prestaciones de desempleo, que a menudo se complementan con los ahorros o alguna chapuza; una red familiar y social que sigue siendo fuerte, aunque se haya debilitado; la contribución de la sociedad civil, y por último, una resignación pasmada pero persistente, que algún día se disipará.

Rufino López, de 39 años, que invirtió lo que había ganado en la fábrica para establecerse como carpintero independiente, está sin trabajo, como su mujer. Y ya no cobra el paro. Sobreviven gracias a sus ahorros, pero tienen que pagar los 400 euros de hipoteca para no perder la casa. Han vendido el coche y han aplazado tener un segundo hijo.

“Yo veo que la gente pone el grito en el cielo”, dice. “Pueden y deben surgir conflictos. Es la única manera de ver la gravedad de la situación”.

Cuando le pregunté a Elena Salgado lo que el Gobierno podía ofrecer a Villacañas, contestó: “Primero, una cierta dosis de realismo: la actividad de la construcción no va a volver a ser lo que era”. Y concluyó: “Yo creo que se trata, primero, de ganar en productividad y tecnología, y después, encontrar los nichos de mercado… pero con una posición realista de incrementar la formación para tener la capacidad de encontrar empleo en otros sectores”.

Según el alcalde García Aranda, las soluciones deben ir más allá de la creación de empleo. Ahora es el momento de convertir la comunidad en algo mejor, algo duradero.

“En tiempos de crisis, uno ve las cosas más grandes y duras de la condición humana”, dice. “Lo que está pasando aquí no se resuelve solamente con volver a crecer. Si se hace eso, sería perder una oportunidad de reflexionar sobre aspectos de la cultura social y sobre el papel que debe desempeñar la ciudadanía”.

España no ha producido todavía una literatura de la crisis como la que ha dominado las listas de libros más vendidos en Estados Unidos. A medida que vayan surgiendo títulos, uno que debe estar incluido es Jóvenes en tierra de nadie. Se trata de una tesis doctoral recién terminada por Cecilia Eseverri, una estudiante de posgrado en la Universidad Complutense.

Los jóvenes de los que habla son hijos de inmigrantes que viven en el barrio madrileño de San Cristóbal de los Ángeles, un dominó de bloques de pisos densamente poblados que cuenta con 17.000 residentes y el mayor porcentaje de inmigrantes de toda la ciudad. Eseverri comenzó sus investigaciones en él en 2005; fue maestra en el colegio local y vio cómo el barrio tenía que enfrentarse a dos pruebas, “la de la inseguridad económica y la de la transformación demográfica”.

La “tierra de nadie” que describe Eseverri es, más que un lugar, una etapa de lo que significa hacerse mayor en la España actual. Los jóvenes inmigrantes a los que estudió y sobre los que ha escrito se alejan de un futuro productivo, abandonan la escuela y pierden el empleo, y luego vuelven gracias a su sólida identificación con el barrio y la red de apoyos con que cuentan.

“Con los jóvenes hay este tiempo muerto y después su reenganche, pero han dejado pasar mucho tiempo para encontrar un trabajo”, explica. “La creación de asociaciones es una enseñanza política muy importante; es una forma de apoyo social bastante barata y una inversión que crea un contagio”.
Los frentes de batalla de la crisis económica de España están llenos de jóvenes. Me dicen que pertenecen o a una generación perdida -excluidos de escuelas y carreras, y buscándose como pueden algún trabajito- o a una generación estrella: muy preparados, productos de la vitalidad de estos años de cambio, comprometidos con Europa y abiertos al mundo.

De cómo sorteen estos dos grupos la escasez de oportunidades dependerá cómo sale España de la crisis. ¿Qué les ofrecerá el país? ¿Se arriesgarán como lo hizo, por ejemplo, un inmigrante dominicano de 21 años llamado Dailán Santana al inscribirse en un curso de ordenadores en San Cristóbal? ¿O Cecilia Eseverri cuando optó por seguir adelante con su carrera académica pese a que hay plazas de profesor disponibles en la universidad?

También está el caso de Manuel Huete, un joven de 26 años que reconoce con timidez que “tengo que decir que la crisis ha sido buena para mí”.

Huete creció en Villacañas. La industria de las puertas colocó a su familia en una situación acomodada. “Toda la familia trabajaba en las puertas: mi padre, mi hermana, mi cuñado, mi tío”, dice. “Teníamos que diversificar un poco”.

Pese a las objeciones familiares, estudió Empresariales en la Universidad Complutense en Aranjuez y Economía en la Carlos III. Cuando se graduó, el verano pasado, y no consiguió trabajo, se fue al Reino Unido a aprender inglés y le contrató Luis Garicano, un economista español que trabaja en la London School of Economics. Hoy, Huete trabaja en el Banco de España, en un proyecto de tecnología de la información para el Banco Central Europeo.

“Si no hubiera sido por la crisis, quizá estaría haciendo puertas”, dice. Ahora “quiero ser economista. Es una ciencia muy noble. Intentamos resolver los problemas de las necesidades, en especial las necesidades más básicas”.

¿Y cómo ve el futuro de Villacañas?

“Yo espero que Villacañas tenga futuro”, responde. “Es un pueblo que se ha arriesgado y ha sido fértil. Durante unos años no va a vivir de las puertas. Dará pasos atrás. Pero no regresará a los silos”.

Phil Bennett fue director adjunto de “The Washington Post” entre 2005 y 2009 y antes había sido redactor jefe de Internacional entre 1999 y 2005. Durante ese tiempo el diario ganó dos Pulitzer. Actualmente enseña Periodismo en la Universidad Duke, en Carolina del Norte. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

Puntuación: 5.00 / Votos: 2