*Hildegard Willer
Texto publicado originalmente en la Revista IDEELE Nº 199/2010.
Recomiendo su lectura. Nos acerca de manera sencilla la crisis europea.
La crisis presupuestal de Grecia se ha convertido en un problema de toda la zona del euro, lo que ha puesto en evidencia que, a pesar de la moneda única, las concepciones culturales y económicas en Europa no son aún nada homogéneas.
Según la mitología griega, Europa fue una princesa fenicia secuestrada por Zeus y llevada hacia Creta. En la actual crisis, ya pocos europeos se quieren acordar de que Grecia fue alguna vez, aunque hace mucho mucho tiempo, la cuna de la civilización europea. Hoy, Grecia es el detonador para lo que algunos analistas han llamado la peor crisis europea desde la Guerra Mundial. Grecia se ha convertido en el Lehman Brothers de la Eurozona.
¿Qué pasó? A inicios de febrero se confirmó que Grecia no podía cumplir con el pago de su deuda. Como este país no solo es miembro de la Unión Europea sino también de la unión monetaria del euro, su inminente bancarrota dejó de ser un problema de una nación de 11 millones de habitantes al extremo sur del continente europeo para ocupar las agendas de todos los políticos y ciudadanos del Viejo Continente.
Especialmente los 16 países de la Unión Europea que comparten la misma moneda, la llamada Eurozona, tenían que decidir si —y cómo— iban a socorrer a Grecia. En aquel momento los europeos reconocieron dolorosamente que la moneda común no significaba solamente ya no tener que cambiar pesetas, liras y drachmes para pasar las vacaciones en el Mediterráneo, sino que el euro los unía en una suerte común antes no imaginada. Que eran 16 países que compartían la misma moneda, pero que tienen concepciones muy distintas de cómo manejar la economía.
¿De quién es la culpa?
Los dos grandes poderes de la Eurozona son Francia y Alemania. Monsieur Sarkozy y Frau Merkel tenían que ponerse de acuerdo. Como bien señaló un artículo del New York Times, la crisis del euro hace evidentes los choques culturales que existen entre los dos países. Angela Merkel tiene como ideal al “ama de casa de Suabia”, a la que ella suele recurrir cuando da lecciones de economía a los alemanes. Suabia es una región conocida por su parsimonia y su capacidad de ahorro. Los alemanes son para Europa lo que los chinos para los Estados Unidos: producen para que los otros consuman. El otro lado de la moneda de que Alemania sigue siendo el segundo mayor poder exportador del mundo después de China —conseguido gracias a la liberalización laboral y la baja constante de los sueldos alemanes— es el endeudamiento de los países europeos que compran sus productos. El consumo interno de los países del sur de Europa (España, Portugal, Grecia) ha ido aumentando a base de créditos, mientras que los alemanes no gastan sus ahorros.
Cuando estalló la crisis griega, las lecturas de quiénes eran los culpables fueron distintas según el país: Francia, con su tradición de una política económica dirigida por un Estado centralista, culpó al mercado financiero internacional —dizque los especuladores— que habían apostado sobre la derrota de Grecia. Mientras que los germanos empezaron a culpar a Grecia por haber vivido por encima de sus posibilidades.
De la noche a la mañana, la palabra fakelaki se convirtió en la palabra griega más conocida en Alemania: un fakelaki es un sobre con una coima, indispensable en Grecia para conseguir algún servicio público, desde una licencia para conducir hasta una operación médica. Cuando, además, se supo que los griegos habían falsificado sus cifras para poder entrar en la Eurozona y que los subsidios europeos habían servido para inflar el número de los empleados públicos griegos, los alemanes, guiados por su prensa amarilla que pintaba a los griegos como los ladrones europeos, se olvidaron pronto de su solidaridad. (Por supuesto, los tabloides alemanes no mencionaron que los subsidios europeos también sirvieron para comprar maquinaria y armamento a las empresas alemanas.) “Ni un cent nuestro para Grecia”, fueron las primeras palabras de Angela Merkel.
Muy pronto tuvo que retractarse. El 25 de marzo, la Unión Europea, junto con el Fondo Monetario Internacional, decidió su primer paquete de ayuda para Grecia en el caso de que declarara su insolvencia. Cuando, poco después, el presidente griego Papandreu dio a conocer las nuevas cifras corregidas del déficit de su país (que resultó peor que el esperado), y las agencias del rating bajaron la calificación para Grecia, la cosa se volvió seria. Los países de la Eurozona y el FMI se comprometieron a ayudar a Grecia y a otros países de la Unión con 750 mil millones de euros. A cambio, Grecia tiene que aplicar un programa de medidas económicas supervisado por el FMI, que cambiará drásticamente la vida de sus habitantes.
Protestas contra el FMI
Hasta hace poco, los europeos que salían a protestar contra las medidas económicas del FMI lo hacían en solidaridad con países afectados que solían estar al otro lado del planeta: México, Argentina, Brasil, Perú, Indonesia…, países del otrora tercer mundo. Los manifestantes griegos que salieron a la calle hace dos semanas lo hicieron en defensa de sí mismos. Tres empleados bancarios murieron en las protestas, y las fotos que dieron la vuelta al mundo mostraron escenas antes solo conocidas en países del sur amenazados por las drásticas medidas del FMI. Ahora les toca a los griegos, españoles y portugueses aplicar un programa de ahorro tan drástico que no pocos creen que solo llevará al estrangulamiento de cualquier recuperación económica. Los más afectados por las medidas son los jóvenes profesionales que serán los primeros en ser despedidos: se prevé un gran éxodo de jóvenes migrantes griegos hacia Asia y los países árabes. La crisis de la deuda ya no es de otros: ha llegado al corazón de Europa.
¿Quién domestica a los mercados financieros?
El 13 de mayo, Joseph Ackermann, el jefe del poderoso Banco Alemán, expresó en una entrevista televisiva sus dudas acerca de si Grecia iba a poder devolver sus préstamos, no obstante las drásticas medidas económicas y a pesar del apoyo financiero de los otros países de la zona del euro. Los políticos europeos pusieron el grito en el cielo, pero en vano. El euro volvió a bajar en los mercados financieros: el paquete de apoyo de 750 mil millones de euros no había conseguido la confianza de los mercados. Tampoco, desanimar a los especuladores que siguen apostando con sus instrumentos. La suerte del euro parece incierta.
Hay voces que pronostican el quiebre de la moneda común. Otras flirtean con la idea de sacar a países de la Eurozona que no cumplen con sus criterios de estabilidad. Los dos escenarios son desastrosos y terminarían con una Europa unida. Por ende, no son realistas. “There is no alternative” —TINA—: esta frase, que Maggie Thatcher solía repetir cual mantra de su credo neoliberal, parece ahora también regir a los políticos europeos: no hay otra alternativa que enfrentar esta crisis juntos. Esto significará, a la larga, que los Estados miembros de la Eurozona cederán competencias presupuestales a la Unión Europea; solo forjando una política económica común, la Eurozona está en condiciones de sobrevivir a los malos tiempos. Los alemanes tendrán que gastar más y exportar menos; los españoles, portugueses y griegos deberán bajar su consumo.
A veces la crisis despierta fuerzas antes impensables: los ministros de Finanzas de la Eurozona quieren ahora pro poner una tasa a las transacciones financieras y prohibir instrumentos financieros especulativos, a pesar de la resistencia de los bancos y su plaza financiera, Londres.
Actualmente nadie duda de que los malos tiempos durarán un buen rato en Europa. El mandato del ajuste de cinturones rige en todos los países, con o sin euro; demasiado altas son las deudas acumuladas. Tal vez deberían pedir consejo a los países del ya extinto “tercer mundo” —hoy emergentes— sobre cómo sobrevivir a una crisis de deuda.
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