Exhortación de Francisco “Gaudete et Exsultate” en 20 frases
6:00 p m| 17 abr 18 (VN/LN/BV).- El papa Francisco quiere cristianos que busquen la santidad de forma activa, cada uno en su ámbito y en comunidad, sin miedo por conseguir un objetivo que puede parecer inalcanzable y “obsesionados” por vivir las obras de misericordia. Así lo expone en su nueva exhortación apostólica “Gaudete et exsultate”: “El Señor lo pide todo, y lo que ofrece es la verdadera vida, la felicidad… Él nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada”.
La exhortación “Gaudete et exsultate” fue publicada el 9 de abril y lleva como subtítulo “Sobre la llamada a la santidad en el mundo actual”. El mensaje está modulado a la situación contemporánea, “con sus riesgos, desafíos y oportunidades”, por lo que no se trata de una llamada para pocos, sino una vía para todos, que se debe vivir día a día. Recogemos las citas más importantes que resalta la revista Vida Nueva, así como reflexiones de diversos especialistas.
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1. Santos “de clase media”
“Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad ‘de la puerta de al lado’, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, la clase media de la santidad”.
2. La santidad tiene nombre de mujer “desconocida”
“Dentro de las formas variadas, quiero destacar que el ‘genio femenino’ también se manifiesta en estilos femeninos de santidad, indispensables para reflejar la santidad de Dios en este mundo. Precisamente, aun en épocas en que las mujeres fueron más relegadas, el Espíritu Santo suscitó santas cuya fascinación provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia (…) Pero me interesa recordar a tantas mujeres desconocidas u olvidadas quienes, cada una a su modo, han sostenido y transformado familias y comunidades con la potencia de su testimonio”.
3. ¿Estás casado? Sé santo
“Para ser santos no es necesario ser obispos, sacerdotes, religiosas o religiosos. Muchas veces tenemos la tentación de pensar que la santidad está reservada solo a quienes tienen la posibilidad de tomar distancia de las ocupaciones ordinarias, para dedicar mucho tiempo a la oración. No es así. Todos estamos llamados a ser santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones de cada día, allí donde cada uno se encuentra.
¿Eres consagrada o consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”.
4. La santidad de los pequeños gestos
“Esta santidad a la que el Señor te llama irá creciendo con pequeños gestos. Por ejemplo: una señora va al mercado a hacer las compras, encuentra a una vecina y comienza a hablar, y vienen las críticas. Pero esta mujer dice en su interior: ‘No, no hablaré mal de nadie’. Este es un paso en la santidad.
Luego, en casa, su hijo le pide conversar acerca de sus fantasías, y aunque esté cansada se sienta a su lado y escucha con paciencia y afecto. Esa es otra ofrenda que santifica. Luego vive un momento de angustia, pero recuerda el amor de la Virgen María, toma el rosario y reza con fe. Ese es otro camino de santidad. Luego va por la calle, encuentra a un pobre y se detiene a conversar con él con cariño. Ese es otro paso”.
5. Los santos no son perfectos
“Para reconocer cuál es esa palabra que el Señor quiere decir a través de un santo, no conviene entretenerse en los detalles, porque allí también puede haber errores y caídas. No todo lo que dice un santo es plenamente fiel al Evangelio, no todo lo que hace es auténtico o perfecto. Lo que hay que contemplar es el conjunto de su vida, su camino entero de santificación, esa figura que refleja algo de Jesucristo y que resulta cuando uno logra componer el sentido de la totalidad de su persona”.
6. Los escalones de la oración y la misión
“Nos hace falta un espíritu de santidad que impregne tanto la soledad como el servicio, tanto la intimidad como la tarea evangelizadora, de manera que cada instante sea expresión de amor entregado bajo la mirada del Señor. De este modo, todos los momentos serán escalones en nuestro camino de santificación”.
7. El gnosticismo como enemigo de la santidad
“Cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino y es posible que sea un falso profeta, que usa la religión en beneficio propio, al servicio de sus elucubraciones psicológicas y mentales (…) Con frecuencia se produce una peligrosa confusión: creer que porque sabemos algo o podemos explicarlo con una determinada lógica, ya somos santos, perfectos, mejores que la masa ignorante”.
8. La tentación del pelagianismo
“Muchas veces, en contra del impulso del Espíritu, la vida de la Iglesia se convierte en una pieza de museo o en una posesión de pocos. Esto ocurre cuando algunos grupos cristianos dan excesiva importancia al cumplimiento de determinadas normas propias, costumbres o estilos.
De esa manera, se suele reducir y encorsetar el Evangelio, quitándole su sencillez cautivante y su sal. Es quizás una forma sutil de pelagianismo, porque parece someter la vida de la gracia a unas estructuras humanas”.
9. Las bienaventuranzas, el carnet del cristiano
“Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas (cf. Mt 5,3-12; Lc 6,20-23). Son como el carnet de identidad del cristiano. Así, si alguno de nosotros se plantea la pregunta: ‘¿Cómo se hace para llegar a ser un buen cristiano?’, la respuesta es sencilla: es necesario hacer, cada uno a su modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas”.
10. Reconocer la dignidad del otro
“Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie, en una noche fría, puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un delincuente ocioso, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos, y quizá hasta una basura que ensucia el espacio público. O puedo reaccionar desde la fe y la caridad, y reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad, a una creatura infinitamente amada por el Padre, a una imagen de Dios, a un hermano redimido por Jesucristo. ¡Eso es ser cristianos! ¿O acaso puede entenderse la santidad al margen de este reconocimiento vivo de la dignidad de todo ser humano?”.
11. El concepto de defensa de la vida
“Suele escucharse que, frente al relativismo y a los límites del mundo actual, sería un asunto menor la situación de los migrantes, por ejemplo. Algunos católicos afirman que es un tema secundario al lado de los temas ‘serios’ de la bioética. Que diga algo así un político preocupado por sus éxitos se puede comprender; pero no un cristiano, a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos”.
12. El culto que más agrada
“La oración es preciosa si alimenta una entrega cotidiana de amor. Nuestro culto agrada a Dios cuando allí llevamos los intentos de vivir con generosidad y cuando dejamos que el don de Dios que recibimos en él se manifieste en la entrega a los hermanos”.
13. No difamarás en redes sociales
“Los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena.
Así se produce un peligroso dualismo, porque en estas redes se dicen cosas que no serían tolerables en la vida pública, y se busca compensar las propias insatisfacciones descargando con furia los deseos de venganza”.
14. Evitar la violencia verbal
“El santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata, porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera como superiores a uno mismo”.
15. La humildad como camino
“La humildad solamente puede arraigarse en el corazón a través de las humillaciones. Sin ellas no hay humildad ni santidad (…) No digo que la humillación sea algo agradable, porque eso sería masoquismo, sino que se trata de un camino para imitar a Jesús y crecer en la unión con él”.
16. El buen humor, imprescindible
“El santo es capaz de vivir con alegría y sentido del humor. Sin perder el realismo, ilumina a los demás con un espíritu positivo y esperanzado. Ser cristianos es ‘gozo en el Espíritu Santo’ (…) El mal humor no es signo de santidad”.
17. Llamada a la audacia
“Dios siempre es novedad, que nos empuja a partir una y otra vez y a desplazarnos para ir más allá de lo conocido, hacia las periferias y las fronteras. Nos lleva allí donde está la humanidad más herida y donde los seres humanos, por debajo de la apariencia de la superficialidad y el conformismo, siguen buscando la respuesta a la pregunta por el sentido de la vida.
¡Dios no tiene miedo! ¡No tiene miedo! Él va siempre más allá de nuestros esquemas y no le teme a las periferias. Él mismo se hizo periferia (…) La Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados, devorados por el entusiasmo de comunicar la verdadera vida. Los santos sorprenden, desinstalan, porque sus vidas nos invitan a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante”.
18. En comunidad
“La comunidad que preserva los pequeños detalles del amor, donde los miembros se cuidan unos a otros y constituyen un espacio abierto y evangelizador, es lugar de la presencia del Resucitado que la va santificando según el proyecto del Padre”.
19. Combate contra “el Malo”
“La vida cristiana es un combate permanente. Se requieren fuerza y valentía para resistir las tentaciones del diablo y anunciar el Evangelio. Esta lucha es muy bella, porque nos permite celebrar cada vez que el Señor vence en nuestra vida”.
20. El discernimiento como vía
“Cuando escrutamos ante Dios los caminos de la vida, no hay espacios que queden excluidos (…) El discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos”.
Comunicación, santidad y los excesos de los medios (incluso católicos)
Por Andrea Tornielli
En la exhortación apostólica “Gaudete et exsultate” del Papa Francisco también se encuentran indicaciones para los que comunican y pueden revelarse un útil antídoto contra la hipertrofia del “yo”, del egocentrismo, de la violencia verbal, de la burla, de la incapacidad de ensimismarse en las razones de los demás y en el dolor ajeno: la incapacidad de ser autocríticos.
Comentando esta frase de las bienaventuranzas anunciadas por Jesús, “Felices los mansos, porque heredarán la tierra”, Francisco escribe: “Es una expresión fuerte, en este mundo que desde el inicio es un lugar de enemistad, donde se riñe por doquier, donde por todos lados hay odio, donde constantemente clasificamos a los demás” (71).
La indicación es la de ser mansos: “Sin embargo, aunque parezca imposible, Jesús propone otro estilo: la mansedumbre”. Si vivimos “tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles”, sugiere el Papa Bergoglio.
Otra de las bienaventuranzas se relaciona con la capacidad de compartir el sufrimiento y el dolor. “La persona que ve las cosas como son realmente, se deja traspasar por el dolor y llora en su corazón, es capaz de tocar las profundidades de la vida y de ser auténticamente feliz” (76). El Papa recuerda que la vida “tiene sentido socorriendo al otro en su dolor, comprendiendo la angustia ajena, aliviando a los demás. Esa persona siente que el otro es carne de su carne, no teme acercarse hasta tocar su herida, se compadece hasta experimentar que las distancias se borran”. También estas palabras deberían cimbrar a quienes se ocupan de la comunicación.
En otro de los párrafos de la exhortación, al describir algunas de las características esenciales de la vida santa, como la “soportación”, la “paciencia” y la “mansedumbre”, Francisco escribe: “Hace falta luchar y estar atentos frente a nuestras propias inclinaciones agresivas y egocéntricas para no permitir que se arraiguen” (117). El egocentrismo, la tendencia a destacar, a creerse mejores que los demás, a ser los primeros, a subirse a los pedestales es mero carrerismo y se puede encontrar muchas veces en el mundo de los medios de comunicación y, más ampliamente, en la galaxia de internet.
Francisco no usa medias tintas y escribe que “también los cristianos pueden formar parte de redes de violencia verbal a través de internet y de los diversos foros o espacios de intercambio digital. Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, y parece quedar fuera toda ética y respeto por la fama ajena. Así se produce un peligroso dualismo, porque en estas redes se dicen cosas que no serían tolerables en la vida pública, y se busca compensar las propias insatisfacciones descargando con furia los deseos de venganza. Es llamativo que a veces, pretendiendo defender otros mandamientos, se pasa por alto completamente el octavo: “No levantar falso testimonio ni mentir”, y se destroza la imagen ajena sin piedad” (115).
No hay que ser expertos del sector para darse cuenta de toda la violencia verbal, la burla, la calumnia y la difamación que hay en internet, en sitios, blogs y redes sociales en los que los protagonistas son los católicos. El abuso de fuentes anónimas para transmitir los juicios más deplorables, los ataques cotidianos contra otros cristianos “culpables” de no pensar de la misma manera.
El Papa recuerda que “el santo no gasta sus energías lamentando los errores ajenos, es capaz de hacer silencio ante los defectos de sus hermanos y evita la violencia verbal que arrasa y maltrata, porque no se cree digno de ser duro con los demás, sino que los considera como superiores a uno mismo” (116). Y añade que “no nos hace bien mirar desde arriba, colocarnos en el lugar de jueces sin piedad, considerar a los otros como indignos y pretender dar lecciones permanentemente. Esa es una sutil forma de violencia” (117).
Son sugerencias que se suman a otras, clarísimas y bien conocidas desde hace siglos, que el patrón de los periodistas, el obispo San Francisco de Sales, estableció al principio del siglo XVII en su “Filotea”. El santo escribió: “Cuando hablo del prójimo, mi boca, al servirse de la lengua, debe ser comparada con el cirujano que maneja bisturíes en una operación delicada entre nervios y tendones: el golpe que vibro debe ser exacto al no expresar ni más ni menos que la verdad”. Y añadió: “tu manera de hablar debe ser calmada, franca, sincera, sin giros de palabras, simple y verdadero. Mantente alejado de la astucia y de las ficciones Es cierto que no todas las verdades siempre deben ser dichas; pero por ningún motivo es lícito ir contra la verdad”.
Francisco de Sales sugería también un criterio particularmente importante: “Hay que seguir la interpretación más benévola del hecho. Hay que actuar siempre de esta manera, Filotea, interpretando siempre a favor del prójimo; y, si una acción tuviese cien aspectos, tú posa tu atención en el más bello…”.
El santo de los comunicadores concluía: “El hombre justo, cuando no puede excusar ni el hecho ni la intensión de quien sabe, por otras vías, que es un hombre de bien, se niega a juzgar, se lo quita del espíritu, deja solamente a Dios la sentencia… Cuando no es posible excusar el pecado, hagámoslo por lo menos digno de compasión, atribuyendo a la causa más comprensible que se pueda imaginar, como la ignorancia o la debilidad”.
De Donatis sobre “Gaudete et exsultate”: “La santidad es vivir lo ordinario de modo extraordinario”
“La santidad es vivir lo ordinario de modo extraordinario”. Palabra del arzobispo Angelo De Donatis, vicario general del Papa para la diócesis de Roma y encargado de presentar la tercera exhortación apostólica de Francisco. “La palabra santidad está considerada como anticuada por el mundo contemporáneo al que precisamente va dedicado el texto. ¿Quién expresaría con ella a lo que aspira su corazón? Estas consideraciones nos dicen cuál es el desafío que afronta la exhortación: mostrar la actualidad perenne de la santidad en el mundo”, comentó el prelado italiano.
De Donatis destacó en su intervención que “lo contrario” a la santidad no es sumergirse en el pecado, sino algo mucho más habitual: acomodarse a una existencia “mediocre, aguada” y renunciar así al “don” de disfrutar de “una vida plena, llena de gusto, un camino más humano”. Con ‘Gaudete et exsultate’ el Pontífice trata de que los fieles refresquen esa aspiración para “no caer en la tentación de reducir la perspectiva o perder el horizonte”. También lo debe hacer la Iglesia como institución: ha de tener una trayectoria “bien derecha” y no alejarse del camino que lleva a la búsqueda de Dios.
La santidad “de la puerta de al lado”
Con su exhortación apostólica, Jorge Mario Bergoglio aclara que la santidad “no es otra cosa que la vida que hacemos todos los días”, subrayó el vicario general para la diócesis de Roma. “Es nuestra misma existencia ordinaria vivida en manera extraordinaria, porque ha sido hecha hermosa por la gracia de Dios”. Por eso es algo accesible para todo el mundo y en cualquier circunstancia, que no lleva a pasarse todo el día centrado solo en la oración o en una labor particular. Francisco habla de la santidad “de la puerta de al lado”, como son los padres y madres trabajadores que se esfuerzan cotidianamente por llevar el pan a su casa y criar con amor a sus hijos.
De Donatis estuvo acompañado en la presentación de “Gaudete et exsultate” en el Vaticano por el periodista Gianni Valente, que centró su intervención en el segundo capítulo del texto, que con el título “Dos sutiles enemigos de la santidad” habla sobre los peligros que plantean el gnosticismo y el pelagianismo. La exhortación apostólica advierte sobre el riesgo que se vive en la Iglesia cuando “se pretende prescindir de los hechos concretos y gratuitos con los que actúa la gracia” y se opta por tomar el “camino de la abstracción que lleva a desencarnar el Misterio”. “Si el cristianismo viene reducido a una serie de mensajes olvidando sus obras reales -advirtió Valente-, inevitablemente la misión de la Iglesia se reduce a una propaganda” destinada solo a difundir una ideas y buscar quién las apoye.
La tercera ponente en la presentación de “Gaudete et exsultate” fue Paola Bignardi. La expresidenta de Acción Católica destacó la explicación que la exhortación apostólica ofrece sobre la misericordia con un ejemplo concreto: cómo se reacciona al toparse con una persona que duerme en la calle en una noche fría. “Puede ser considerado como un fastidioso imprevisto o reconocer en él a un ser humano con mi misma dignidad”. Para Bignardi la forma de responder ante esta situación que plantea Francisco en su texto magisterial deja claro lo que significa ser de verdad cristiano.
¿Cuál es la novedad de “Gaudete et exsultate”?
Por Mateo González Alonso (Vida Nueva)
Ha pasado una semana desde que viese la luz la última exhortación apostólica firmada por el papa Francisco: “Gaudete et exsultate”. Un documento de 42 páginas, organizado en 177 puntos distribuidos en cinco capítulos. El tema: la actualidad de la llamada a la santidad. Hasta aquí no se encuentra ningún elemento disonante. No es una exhortación que parezca levantar las suspicacias de canonistas o moralistas por sus innovaciones.
Sin embargo, las críticas desde el fuego amigo no se han hecho esperar desde el primer día –aunque puede que sin la virulencia de las que recibió “Amoris Laetitia”–. Es incuestionable que el tema abordado por el pontífice es del todo legítimo y pertinente. La santidad es uno de los temas clásicos de la historia de la Iglesia. Para quienes acusan a Bergoglio de echarse en brazos de Lutero, la santidad como objetivo de la vida cristiana está totalmente dentro de las insistencias católicas.
Frente a los que sospechan del inmanentismo o el uso de los esquemas del materialismo histórico que calaron en la teología de la liberación por parte del Papa argentino, la llamada a la perfección como elemento constituyente de la vocación cristiana nos sitúa desde el principio en un claro horizonte de trascendencia.
Los escépticos
A pesar de que el tema está dentro de la doctrina clásica y el enfoque seguido por el documento profundiza en el aggiornamento del Vaticano II, hay también quien parece rechazar la exhortación por la ausencia de novedad de lo expuesto. Minusvalorando la presentación del documento en la Oficina de Prensa del Vaticano sin ningún capelo cardenalicio a la vista, establecen listas de escritos del pontífice –incluso en su época bonaerense– o de homilías de San Marta para presentar el documento como un refrito de textos previos que se presentan en un compendio carente de toda originalidad.
Sin entrar en el contenido propiamente dicho, hay quien se queda elementos que no llegan a ser periféricos como la ausencia de nombramiento de los escritos de san Josemaría Escrivá o el hecho de que cite a Xavier Zubiri, cuya propuesta teológica sería demasiado compleja para un Papa tan divulgador y que habla del “vecino de la puerta de al lado”.
El análisis de las herejías contemporáneas contra las que advierte el Papa, como el “pelagianismo” o el “gnosticismo” que pueden estar muy presentes en la vida de muchos católicos, es una de las partes favoritas de quienes se congratulan de las declaraciones de eclesiásticos que tildan a Francisco de hereje. Como si de una infantil rabieta se tratara, se acercan a la exhortación apostólica como si esta fue un material arrojadizo con el que saldar cuentas pendientes o vendettas personales con los críticos de siempre.
¡Pues menos mal que el documento invita a la santidad de vida! Parece un claro ejemplo del pasaje evangélico de la “paja en el ojo ajeno”.
La mirada limpia
Sin embargo, la mayoría de los católicos –y de los medios– se han acercado a la exhortación y han descubierto un texto estimulante, que ayuda a vencer resistencias personales e institucionales, que conecta la fuerza de la misericordia con la vida según las bienaventuranzas, que transforma la apologética impositiva que dominó un periodo en una renovada propuesta de las virtudes que necesita el mundo actual, que invita a la alegría y el buen humor de quien ha tenido una auténtica experiencia de fe y aspira a ser cada día un poco mejor.
La oración, la vida en comunidad, la liturgia, el contacto con el Evangelio, la fuerza de la cruz ante quienes rechazan la fe son, hoy como ayer, los medios de santificación ordinaria. ‘Gaudete et Exultate’ intenta insuflar el espíritu necesario para seguir la senda de la santidad.
Una cita para acabar: “mirar y actuar con misericordia, esto es santidad” (núm. 82). Incluso con los más críticos y escépticos entre las filas eclesiales.
¿Es importante eso de la santidad?
La santidad es una meta apasionante que implica a todo el cristiano. Su moral, su vivencia de los sacramentos, su relación con Dios, su compromiso con el mundo, su implicación en la comunidad eclesial… dependen de que nos tomemos en serio este reto que Jesús nos lanza.
El Concilio
El gran incremento de beatificaciones y canonizaciones de las últimas décadas es, al menos en parte, fruto de una visión renovada de la santidad que se fraguó en los tiempos del Vaticano II. El exponente más claro es el capítulo quinto de la constitución “Lumen Gentium” dedicado a la “universal vocación a la santidad en la Iglesia”. Situado a tras el capítulo que presenta una nueva teología del laicado, los cuatro puntos que componen el apartado, presenta un modelo de santidad que va más allá de las figuras de altar. Una santidad que compromete a todos: presbíteros, diáconos, esposos y padres, los enfermos o los que sufren, y “todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida” (núm. 41). Una santidad basada en el seguimiento de Jesús y en la puesta en práctica de los mandatos evangélicos.
Precisamente, para Pablo VI, esta propuesta de la santidad como meta para todos fue “la característica más peculiar y la finalidad última del magisterio conciliar”, como señaló en el Motu proprio “Sanctitas clarior”, en 1969. Para Juan Pablo II, la santidad es el auténtico programa de acción de la Iglesia para el tercer milenio. El papa polaco reconoce también esta emergencia de la santidad a partir del Vaticano II: “el Concilio Vaticano II ha dedicado palabras luminosas a la llamada universal a la santidad. Bien puede decirse que es ésta la consigna primaria entregada a la Iglesia por un Concilio celebrado para fomentar la renovación evangélica de la vida cristiana”, escribió en la Exhortación apostólica “Christifideles laici” de 1988.
También la cuestión ha sido una idea recurrente para Benedicto XVI que incluso dedicó un ciclo de catequesis, durante dos años, a algunas figuras de santos y santas. En su última audiencia al respecto, la del 13 de abril de 2011, trató de ofrecer su idea de santidad. Para el papa emérito, “Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del Resucitado; han dejado que Cristo aferrara tan plenamente su vida”. Y se preguntaba: “¿Cuál es el alma de la santidad?”. Y respondía: “la caridad plenamente vivida”.
“El don principal y más necesario es el amor con el que amamos a Dios sobre todas las cosas y al prójimo a causa de él. Ahora bien, para que el amor pueda crecer y dar fruto en el alma como una semilla buena, cada cristiano debe escuchar de buena gana la Palabra de Dios y cumplir su voluntad con la ayuda de su gracia, participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Eucaristía, y en la sagrada liturgia, y dedicarse constantemente a la oración, a la renuncia de sí mismo, a servir activamente a los hermanos y a la práctica de todas las virtudes”, explicitaba.
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Fuentes:
Vida Nueva / La Nación