Coronavirus: Una reflexión sobre la persona

8:00 p.m. | 27 feb 20 (CIJ/VTN).- Felipe García, médico y miembro del centro de estudios “Cristianismo y Justicia”, evita el comentario técnico sobre el brote epidémico del coronavirus, y más bien analiza el efecto que tiene sobre nuestra sensibilidad, que se expresa, por ejemplo, en el pánico colectivo que puede surgir. Cita al Director General de la OMS como corolario: “los brotes pueden sacar lo mejor y lo peor de las personas”. ¿Cuál es el camino? centrar nuestros esfuerzos en la solidaridad, el conocimiento científico, y la información precisa, como “tratamiento” contra el miedo y el estigma.

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En diciembre de 2019 China alertó de la aparición de tipo de neumonía del que no se sabía la causa infecciosa. En pocos días se aisló el agente causante de este proceso, el coronavirus SARS-CoV-2. Este es el tercer brote epidémico de coronavirus desde el año 2000, después de las epidemias provocadas por el SARS-CoV (síndrome respiratorio agudo y grave) y el MERS-CoV (síndrome respiratorio de Oriente Medio).

Desde la detección del nuevo brote hasta esta semana se han contabilizado cerca de 3 mil muertos y 90 mil infectados en todo el mundo. Un 97% han ocurrido en China y el resto en 56 países, con brotes más destacados en Corea del Sur, Irán e Italia. La situación es muy inestable en estos días, por lo que el riesgo de una pandemia global es una posibilidad ante la que deberíamos estar preparados.

El paso de microorganismos de animales a humanos (lo que se denomina zoonosis) y las epidemias han ocurrido con frecuencia desde el neolítico, cuando comenzó la convivencia con animales domésticos y la vida en comunidades extensas. A veces, han supuesto no solo un problema sanitario, sino que han provocado cambios en las estructuras socioeconómicas. Solo hay que recordar la peste bubónica que asoló Europa en la Edad Media, o más recientemente, las epidemias de gripe española o de sida a principio y finales del siglo XX.

No es el objetivo de este artículo hacer un comentario técnico sobre esta epidemia. Tampoco quiero hacer una crítica o dar una opinión más como las que continuamente aparecen en redes sociales o distintos medios de comunicación por “expertos”. Normalmente crean confusión y perjudican más que ayudan a conseguir el objetivo final, que no es aumentar nuestros egos, sino intentar acabar con este brote. Sí me gustaría hacer una reflexión sobre el miedo/pánico que ha provocado y como afecta a nuestras prioridades.

A modo de ejercicio, y con limitaciones, podríamos comparar una epidemia con la aparición de una infección grave en una persona. Cuando ocurre de forma brusca en alguien previamente sano, la enfermedad nos pone frente a un espejo. Surge nuestra vulnerabilidad, fragilidad, miedo y algunas reacciones mágicas incluso en aquellos que son puramente racionales. Esto suele cambiar nuestras prioridades, aunque sea de forma temporal o ni siquiera lo reconozcamos. De seres autónomos e independientes, pasamos a ser “cuidados” por otras personas y ponemos nuestra vida en sus manos incluso sin conocerlas. En fin, aparece la muerte como un hecho ineludible del que huimos toda nuestra vida.

Nuestra reacción como sociedad ante un brote epidémico como el del coronavirus SARS-CoV-2, se parece a esta reacción individual. De pronto, todo lo que el capitalismo salvaje nos propone como modelo de vida se derrumba. La paradoja de que algo tan pequeño como un virus pueda afectar de forma tan profunda a “verdades irrefutables” como la preeminencia del mercado sobre las personas es una metáfora que deberíamos meditar como sociedad.

En una rueda de prensa (12-2-2020) sobre el brote de SARS-CoV-2, el Director General de la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo que los brotes pueden sacar lo mejor y lo peor de las personas. Insistió en que estigmatizar a personas o a países enteros lo único que hace es perjudicar la respuesta y que debemos centrar nuestros esfuerzos en la solidaridad y el conocimiento científico.

Si lo pensamos bien, lo que acaba con las epidemias es el trabajo silencioso, no reconocido y arriesgado que realizan aquellas personas que cuidan de los enfermos en el sentido más amplio del término. Este trabajo no sería suficiente sin la solidaridad económica y sin los avances en el conocimiento de la enfermedad realizados mediante el método científico. Los estudios sobre cómo se transmite, la tasa de transmisión, el periodo de incubación, los medios diagnósticos, la prevención, los tratamientos, las vacunas y cómo abordar la infodemia son de hecho la mejor ayuda que se puede prestar a los que están en primera línea y el mejor “tratamiento” contra el miedo, la desinformación y el estigma.

Por otro lado, agravan el problema y ayudan a extender la epidemia las actitudes individualistas, la corrupción, utilizar el dinero como un fin en vez de como un medio, la prensa sensacionalista, las curas milagrosas (plantas medicinales, el clorito sódico), el miedo y el estigma.

Piketty en su libro Capital e ideología habla de que las desigualdades sociales no son un hecho inamovible propio de la condición humana, sino que es una alternativa ideológica que se puede paliar con éxito mediante cambios en las estructuras. Si seguimos este argumento, si una enfermedad grave que nadie desea puede hacernos mejores personas, una epidemia puede servir para repensarnos y convertirnos en una sociedad más humana. Las medidas que son importantes para el control de la epidemia nos enseñan qué cosas pueden “curar” y cuáles “agravar” al enfermo.

Como indica una reciente editorial de la revista Nature (13-2-2020), si la epidemia alcanza África, la fragilidad de los sistemas sanitarios hace que la posibilidad de control sea remota. Debemos aprovechar esta oportunidad para fortalecer los sistemas sanitarios de estos países a largo plazo y, como propone la editorial, se deberían tomar medidas a largo plazo como “por ejemplo, se podría asegurar que el personal sanitario entrenado para cuidar pacientes sospechosos de tener el coronavirus continúe en sus empleos cinco años después”.

La mejor forma de responder a la próxima pandemia es ahora y no prestar atención a las epidemias solo cuando una infección está a las puertas. Por el contrario, siempre existe el peligro de que algunos puedan utilizar la crisis para profundizar en el libre mercado (escuela de Chicago) y el “paciente” se muera.

No querría terminar sin recordar a las otras grandes epidemias del siglo XXI, la pobreza extrema, la desigualdad, la falta de acceso a la vivienda, la crisis migratoria, el sexismo y el daño medioambiental. Como buenas enfermedades crónicas (como la diabetes, hipertensión, malaria, tuberculosis y sida), hemos aprendidos a convivir con ellas. Ya no reaccionamos porque no nos dan miedo y han descendido de forma alarmante en nuestras prioridades. ¿Cómo pueden ser más importantes que el resultado del último partido del Barça o el Madrid?

Por último, como cristiano, mi última palabra tiene que ser de esperanza y petición a Aquel que nos envuelve con su gracia. Si una enfermedad grave puede cambiarle a alguien la vida para bien o para mal, intentemos que la epidemia de coronavirus nos cambie la sociedad para bien.

*Felipe García es médico internista del Servicio de Infecciones del Hospital Clínic de Barcelona, profesor de Medicina en la Universidad de Barcelona y miembro del área social de Cristianisme i Justícia.

Coronavirus. Obispo Delpini: No comparto el alarmismo, pero lo entiendo

Monseñor Mario Delpini, arzobispo de la capital lombarda, cuenta cómo está viviendo, como ciudadano y guía pastoral, la contingencia vinculada a la difusión del CoV-2:

Con cierta serenidad, confiando en las instituciones encargadas y declarando nuestra disponibilidad de llevar a cabo las indicaciones cautelares para contener la propagación de este virus. No comparto este alarmismo generalizado, este contagio de miedo, que ha llevado a algunas formas exageradas, pero también entiendo que este aspecto psicológico, dado el énfasis puesto por tantos medios de comunicación y el espacio que se le da a todas estas noticias. También entiendo que la gente acumule víveres, que la gente se ponga en dificultad en las actividades más ordinarias. Creo que siguiendo las indicaciones de las autoridades competentes, damos la suficiente serenidad para hacer lo que se puede hacer.

A nivel de celebraciones litúrgicas, especialmente en vista de las que abren el tiempo de Cuaresma, ¿cómo se comportarán, cuáles son las indicaciones?

Las indicaciones son las de la Región, de evitar las reuniones. En la diócesis de Milán las celebraciones son en gran parte de rito ambrosiano y por lo tanto el miércoles de ceniza no se celebra. Pero en mi opinión la línea general de evitar las reuniones es válida. Se encontrará otra forma de introducirse en la Cuaresma.

¿Cuál podría ser la alternativa?

La alternativa podría ser dedicarse más personalmente a la oración y la penitencia, a la meditación del Evangelio, y luego, quizás, realizar un rito significativo más adelante en la Cuaresma. De acuerdo con lo que sucederá. No parece, por ahora, que necesitemos anticiparnos demasiado porque las medidas restrictivas, al menos aquí en la Región, conciernen a los próximos siete días.

En un nivel más espiritual, ¿qué podemos aprender de esta contingencia?

Podemos aprender mucho, por ejemplo, podemos aprender cómo una cierta comunicación produce alarmismo, cómo una cierta comunicación nos ayuda a ser sabios y prudentes y que la buena comunicación es el tema determinante. Desde el punto de vista científico, este episodio, al menos para mí, ha dado lugar a muchos interrogantes sobre las inversiones que se hacen en la investigación. En muchas partes se invierte mucho en la investigación relativa al tratamiento de personas que pueden pagar, digamos, en las enfermedades de los ricos.

En los países de los que proceden algunas enfermedades que se convierten en epidemias, me parece que no hay tanto cuidado para elevar el nivel de vida, el nivel de higiene, el nivel de prevención. Esto también da lugar al deseo de expresar la solidaridad con los contagiados, con los países que están sujetos a restricciones muy estrictas. Que el Señor bendiga a los científicos. Que el Señor bendiga a todos, para que nos volvamos tal vez menos presuntuosos y busquemos soluciones juntos. Que bendiga a las instituciones, para que sean sabias al actuar.

Información relacionada:
Fuentes:

Cristianisme i Justícia / Vatican News / Foto: FR24 News

 

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