Las dificultades de los indígenas en la ciudad y el apoyo de la Iglesia

10:00 a m| 14 dic 18 (RD).- Vivimos en sociedad dominada por estereotipos. Para muchos, pensar en indígenas es hacerlo en alguien que vive en medio de la selva, lejos de cualquier contacto con el mundo exterior. En ese sentido, el Documento Preparatorio del Sínodo para la Amazonía reconoce que “en los últimos tiempos, aparece una nueva categoría constituida por los indígenas que viven en el tejido urbano”.

Sigue el documento: “Algunos son reconocidos como tales y otros desaparecen en ese contexto y por ello son llamados invisibles”. Muchos son indocumentados, refugiados o pertenecen a otras categorías de personas vulnerables. Artículo de Luis Miguel Modino, que además observa el caso de organizaciones católicas en Brasil que han asumido una postura activa de apoyo a esta población.

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El mismo Documento Preparatorio recoge que “los movimientos migratorios más recientes correspondientes a la región amazónica están caracterizados, sobre todo, por la movilización de indígenas de sus territorios originarios a las ciudades. Actualmente entre 70% y 80% de la población de la Panamazonía reside en las ciudades. Muchos de esos indígenas son indocumentados o irregulares, refugiados, ribereños, o pertenecen a otras categorías de personas vulnerables”.

“En consecuencia, crece en toda la Amazonía una actitud de xenofobia y de criminalización de los migrantes y desplazados. Esto, asimismo, da lugar a la explotación de las poblaciones de la Amazonía, víctimas del cambio de valores de la economía mundial, para la cual el valor lucrativo es mayor que la dignidad humana”.

Puede servir como ejemplo Manaos, actualmente la ciudad más grande de la Amazonía con casi 2.150.000 habitantes, pero que en 1960, sólo tenía ciento 75.000. De esos, unos 35.000 se declaran indígenas, según datos de la Coordinación de Pueblos Indígenas de Manaos y Entorno – COPIME. Recogiendo palabras del Documento Preparatorio del Sínodo, podemos decir que “cada uno de estos pueblos representa una identidad cultural particular, una riqueza histórica específica, y un modo particular de ver el mundo y el entorno, y de relacionarse con éste desde una propia cosmovisión y territorialidad específicas”.

Sin embargo, a pesar de las riquezas que encierran, los indígenas en las ciudades son víctimas de discriminación y explotación en la mayoría de los casos. La gran mayoría vive en las periferias de las ciudades, donde enfrentan situaciones de desigualdad y muchas dificultades para preservar su cultura, lengua y tradiciones, lo que pone de manifiesto que la vida de los indígenas en la ciudad nunca fue fácil. No son pocos los que reconocen que han pasado hambre, algo que no sucedía cuando vivían en sus comunidades de origen, pues la solidaridad y el cuidado mutuo siempre han sido elementos presentes en las comunidades indígenas.

Hay varias comunidades en la periferia de Manaos, como la Comunidad Sol Naciente, donde conviven indígenas de trece pueblos diferentes, o la Comunidad Indígena Tikuna Wotchimaücü, que pertenece al pueblo indígena más numeroso de Brasil, habitantes tradicionales de la región fronteriza entre Perú, Colombia y Brasil, que nunca han querido saber de fronteras nacionales.

De la misma región, buscando mejores condiciones de vida, sobretodo en el campo de la educación y de la sanidad, llegaron miembros del pueblo kambeba, que durante algún tiempo deambularon por Manaos, pero a quienes la falta de trabajo y medios de sobrevivencia les llevó a instalarse a unos 50 kilómetros de la ciudad, en la que hoy es conocida como Aldea Tururukariuka, situada en el municipio de Manacapuru.

Lo mismo se puede decir de los moradores de la Aldea Sipiá, donde viven indígenas del pueblo desano y tuyuka, originarios de la región del Río Tiquié, en la frontera entre Brasil y Colombia, que pasaron por situaciones similares a los otros indígenas y que también dejaron la ciudad por falta de oportunidades, para instalarse en una isla del Río Negro, a una hora de Manaos, donde viven de la escenificación de danzas indígenas para los turistas y de la venta de artesanía, algo que es llevado a cabo por varias comunidades.

En todos los casos, lo que ellos piden a las autoridades es que reconozcan que hay indígenas en la ciudad y que como tales sean amparados por las leyes brasileñas, que garantizan educación y sanidad diferenciada para los pueblos indígenas, independientemente de donde éstos vivan. Al mismo tiempo, que después de años viviendo en terrenos invadidos, práctica común en la mayoría de las ciudades brasileñas por la población más pobre, sea reconocido como propio el local en el que viven. Esto es especialmente grave en algunos casos, como denuncian los propios indígenas, pues llegan a ser expulsados de sus casas por traficantes que les amenazan, sabiendo que no serán denunciados por quien no tiene un documento que demuestre que la casa donde vive es suya.

Los propios indígenas que viven en Manaos cuentan que muchas veces, inclusive en los organismos públicos, cuando ellos van a reclamar sus derechos, escuchan palabras duras, gente que les recrimina que hayan ido para la ciudad a llorar por un pedazo de tierra si ellos ya tenían su lugar en las áreas indígenas del interior. Junto con eso, estos indígenas son víctimas de continuos engaños y falsas promesas de políticos sin escrúpulos.

Estos prejuicios hacen que hoy en día haya jóvenes y niños que viven en ambientes urbanos y no quieren ser indígenas, diciendo que sus padres son indígenas, pero ellos no, fruto de esas actitudes en las que se sienten rechazados por el ambiente que les rodea.

En ese sentido, es importante el trabajo de apoyo que la Iglesia católica está llevando a cabo en relación a los indígenas, una actitud que es reconocida y agradecida por estos pueblos, como señala el cacique de la Comunidad Indígena Tikuna Wotchimaücü, quien afirma que “gracias a estos colaboradores, hoy estamos aquí. Ellos nos pasaron las informaciones para ser indígenas en la ciudad”.

Cuando habla de colaboradores se refiere a Caritas Archidiocesana de Manaos, a la Pastoral Indigenista de la Archidiócesis de Manaos – PIAMA, que trabaja junto con la COPIME, o al Servicio Amazónico de Acción, Reflexión y Educación Socio Ambiental, de la Compañía de Jesús. Son ellos quienes les acompañan en sus reclamaciones ante los organismos públicos, para así poder resistir en medio de la selva de hormigón en la que viven, con peligros mucho mayores que los que encontraban en la selva de sus orígenes.

Caritas, a través del diácono Alfonso Oliveira, miembro del directorio de la entidad, reconoce que “quiere hacerse presente en medio de los pueblos, de las comunidades que están siendo amenazadas, destacando la importancia de ese proceso histórico de resistencia de los pueblos indígenas, a pesar de estar lejos de su local original”.

Según Marcivania Sateré Mawé, Presidenta de la COPIME y que forma parte de la PIAMA, ellos apoyan “las luchas por los los derechos de los pueblos indígenas, que es la lucha por la tierra, el derecho de vivir en estas tierras, la lucha por una educación diferenciada que contemple, valorice y reconozca la importancia de los conocimientos tradicionales, de la medicina tradicional, del chamán, de la partera, que valore las culturas y lenguas indígenas dentro de la enseñanza regular de las escuelas”.

El Sínodo para la Amazonía, a partir de las reflexiones que presenta en el Documento Preparatorio y de la realidad de los pueblos indígenas que va apareciendo en este tiempo de escucha sinodal, puede ser sin duda un elemento fundamental que ayude a hacer más presentes a quienes hoy son invisibles en las selvas de hormigón.

 

Antecedentes en Buena Voz:

 

Fuente:

Religión Digital

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