Viaje al renacer cristiano en Siberia

5:00 p m| 01 set 17 (VI).- La Federación Rusa, vasto país que se extiende por más de 10 mil kilómetros, desde San Petersburgo hasta Vladivostok, después de 70 años de infierno soviético, no puede más que volver a comenzar a partir de dos certezas: los 23 millones de muertos de la Segunda Guerra Mundial y la Iglesia ortodoxa rusa.

Pero el objetivo soviético -a lo largo del arco temporal interminable de 70 años- de arrancar la fe de la vida de los rusos, obligó a la Iglesia a renacer “saliendo de sus catacumbas” y partiendo de la misma reconstrucción de los lugares de culto.

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Las reconstrucciones se tenían que empezar de la nada o restaurándolos completamente después de increíbles profanaciones. A menudo solicitan y se ocupan de la restauración los mismos fieles, como en Khabarovsk; otras veces, la fortuna ha querido que inestimables obras de arte sobrevivieran sin un rasguño, como en el monasterio de Novo Tikhvinsky en Ekaterinburg, donde se salvaron estupendos ejemplos de arte bizantino y a cuyo parque Stalin mandó en exilio al general Zukov, culpable de haberse vuelto demasiado popular después de la guerra mundial.

Pero la restauración no se lleva a cabo solo en los lugares, sino también en los valores, en los modelos de vida de muchos. “El cristianismo vuelve a nuestra vida, por ejemplo con la fiesta de la familia, mediante los santos laicos Pedro y Fevroniya; pero la epopeya de su amor, que los llevó a vivir siempre juntos hasta que murieron uno inmediatamente después de la otra, en la narración actual no dice que su unión se habría visto obstaculizada por los cálculos de la familia de él, que consideraba los humildes orígenes de Fevroniya. Pero el cristianismo no es una moda, sin embargo en la urgencia de volver a comenzar hay algunas esquematizaciones”, dijo una estudiante de Novosibirsk.

Volver a comenzar… En muchas ciudades rusas, precisamente la Iglesia y el memorial del conflicto constituyen de alguna manera el nuevo centro urbano, con respecto a la vieja plaza central, por doquier todavía marcada por la estatua de Lenin. Una permanencia que indica un problema, el de definirse. Los rusos, que durante tantos años, se han debido llamar entre sí “tovarish”, es decir compañero, ahora deberían llamarse “gaspadin”, es decir “señor”, pero el viejo término pre-revolucionario tendría más el sabor de “señorito” más que de “señor”, por lo que, teniendo que dirigirse a un desconocido o a una desconocida en la cotidianidad acabarían llamándose con frases como “escuche, hombre” o “escuche, mujer”.

Mi viaje en busca de signos perceptibles desde el exterior en este renacer cristiano, después de una etapa en Moscú, comenzó en Ekaterinunburg, ciudad en donde los bolcheviques mataron al último de los Romanov, que se habían refugiado allí en un monasterio. Ekaterinburg custodia auténticas gemas, el monasterio en el que los Romanov encontraron reparo es en el que el arte bizantino se manifestó en su máxima expresión. Y ahora vuelve a vivir. Pero las imágenes de la ejecución de los Romanov, Nicolás, Alejandra y sus cinco hijos, se encuentran en muchos otros lugares, incluso lejos de Ekaterinburg.

En Ekaterinburg, que en la época soviética fue bautizada como Sverdlovsk, en honor del bolchevique que ordenó la ejecución de los Romanov, y cuya estatua se encuentra en el centro de la ciudad, se inauguró hace años la Catedral de la Sangre Derramada, dedicada no solo a los Romanov sino a todas las víctimas de las persecuciones anti-cristianas. En esta catedral, construida en el lugar en el que los Romanov fueron asesinados, el año pasado, durante el aniversario de la ejecución, llegaron en peregrinaje más de 100 mil personas. La importancia que la Iglesia y los rusos dan a este lugar se aprecia al tener en cuenta que el adyacente museo es también la residencia del Patriarca de Moscú.

Entonces, reconstruir los valores en el territorio asiático, en Siberia, es particularmente importante. Lo explica muy bien el museo ferroviario de Novosibirsk, capital de la Siberia occidental, uno de los pocos en donde todavía se puede ver un vagón blindado con los que eran deportados los disidentes a Siberia durante la época soviética.

Tierra de deportación por siglos, en Siberia se ha preferido casi por todas partes perder la memoria. Más allá del museo dedicado a los decembristas, los autores de la abolición de la servidumbre de la gleba que en el siglo XIX fueron deportados precisamente a esta región rusa, la preferencia acordada por el olvido deja cierta perplejidad, sobre todo si se tiene en cuenta la difusión de las narraciones de destrucciones de iglesias y catedrales, hechas saltar por los aires con dinamita.

“Los mismos decembristas, o muchos de ellos, tratando de difundir una cultura de gobierno expresión del pueblo, cedieron a menudo al atajo de la asimilación de todos en una sola ‘nación’, obviamente rusa. También por ello es importante afrontar el propio pasado”, me dijo un estudiante de doctorado en historia cuando me acompañó al Museo etnográfico de Irkutsk, precioso porque no oculta la obra de colonización de los cosacos, que usaron los acostumbrados métodos para colonizar a los pueblos indígenas. Llegaban usando los cauces de los ríos, convertían con la espada y contaban con el apoyo eclesial para la educación de los hijos de los conversos y de los colonos.

Así, la buena relación hoy extendida con las minorías religiosas, particularmente el budismo y el chamanismo, se convirtió en un valor y no solo en una constatación. Pero en la carrera para reconstruir un tejido social y una teología adecuada para los desafíos de la actualidad no es de gran ayuda, después de muchas décadas de dificultades y de un breve “boom”, la crisis económica.

“La calidad del nuevo clero todavía no es adecuada para el desafío de los tiempos. Por un comprensible reflejo histórico y psicológico, exhiben los signos de su estatus, pero esto hace que la cercanía sea difícil. Hay un sentido antiguo de separación. En nuestros periódicos, como imaginará, se habla poco sobre la Iglesia católica, sobre el Papa Francisco, pero lo que me ha sorprendido es que entre las pocas cosas que sabemos es que él cuenta con un perfil en Twitter y una página en Facebook. Y a menudo se alude a ello con una disgustada sorpresa, como si fuera frívolo, aunque muchísimos fieles usen Twitter y Facebook. En cambio, a mí me gusta, lo siento cerca”.

La opinión del estudiante de Vladivostok es sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta lo que sigue: “En este país, obsesionado por la visión asiática del poder, que se ha relacionado con los zares, los comunistas y en la actualidad con amplios sectores del poder, necesitaríamos una Iglesia pobre y para los pobres, puesto que los salarios, en promedio, son de menos de 500 euros al mes, las universidades gratuitas de calidad para los estudiantes han casi desaparecido y el transporte cuesta cada vez más, por lo que desplazarse a veces es problemático. La televisión trata de calmarnos, diciendo que viajar es peligroso. Pero a la gente esto le basta cada vez menos. Para comprenderlo se necesita que nuestra Iglesia se libere de comprensbiles fantasmas del pasado y que crezca en la comprensión del orden actual de los problemas”.

Él es un agente social, asiste a los niños abandonados, principalmente por padres alcohólicos. Y, como creyente, lamenta la falta de atención por esta tragedia. Una falta de atención que en su opinión viene del pasado, que trató de cancelar incluso a la familia.


Fuente:

Vatican Insider

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