Educación católica: Diálogo y testimonio en la universidad
3:00 p m| 6 may 16 (AMERICA/BV).- Un adecuado balance, un equilibrio óptimo entre pensar la universidad como un lugar para el testimonio y un lugar para el diálogo es una reflexión que propone Joan Cavadini, teólogo y profesor de la U. Notre Dame, a partir de lo establecido en Ex Corde Ecclesiae, constitución apostólica de Juan Pablo II sobre las Universidades Católicas. Según Cavadini, este equilibrio resulta también un factor importante al crear un ambiente favorable para que las universidades puedan encaminar su misión de promover el diálogo entre la fe y la razón.
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Las políticas de campus modernas crean “alianzas” inesperadas. En los últimos años, tanto la Cardinal Newman Society como el Mount Holyoke College en Massachusetts han tratado de cancelar, por diferentes razones, la puesta en escena de “Los monólogos de la vagina”, una obra disponible en cartelera con regularidad en las universidades de todo el país.
La controversia sobre esta obra es solo un ejemplo de cómo las instituciones se debaten entre apoyar la libertad de expresión por un lado, y, por el otro, crear “espacios seguros”, en los que se defiendan ciertos valores, para los estudiantes. Al ver que esto ocurre el 2015, 25 años después de la publicación de “Ex Corde Ecclesiae”, la constitución apostólica de Juan Pablo II sobre las Universidades Católicas me sorprendió que el texto no solo resultara relevante para los debates contemporáneos, sino, tal vez, incluso vanguardista. Uno de los legados de “Ex Corde” ha sido proporcionar un marco para pensar sobre de los bienes de la educación y la identidad de las universidades.
De los diferentes debates generados por el documento, surgieron dos maneras de discutir sobre la identidad de una universidad (especialmente, y no solo, de una universidad católica). La primera es pensar en la universidad como un lugar de testimonio; la segunda es pensarla como un lugar neutro concebido para facilitar el diálogo.
La primera forma de pensar se refiere al papel fundamental de la universidad como testimonio de los más altos valores, verdades y creencias, sobre los que se basan no solo la universidad sino los individuos . La segunda forma considera a la universidad como un lugar que, más que dar testimonio de cualquier valor o verdad en particular, es un espacio neutral en el que se produce el debate o discusión académica que permite aclarar ideas. Como resultado, las personas son libres de elegir y mantener sus propios valores y creencias, mientras que la universidad simplemente se encarga de propiciar el diálogo, sin asumir ninguno de los valores discutidos.
Sin embargo, siempre quedó claro que ninguna universidad podía mantener consistentemente solo uno de estos modos de manera absoluta. Una universidad que es solo un lugar de testimonio, sin espacio para el diálogo, perderá su credibilidad como una universidad y, como consecuencia, la credibilidad de su testimonio. La gente sentirá que solo los dados están cargados, que sus opiniones no son escuchadas, que solo existe la línea correcta.
Por otra parte, ¿puede una universidad ser un espacio totalmente neutral, en el que el único valor sea el diálogo en sí? ¿Existe una universidad, incluso contando las más seculares, que afirme que no respalda ningún valor, ni siquiera la “verdad” o la “justicia”? Mientras más absoluta sea la neutralidad proclamada, es más probable que sea una ilusión o, incluso, un engaño, y es más probable que se afecte verdades y valores fundamentales
Después de todo, entonces, parece que, en la práctica, una universidad debe ser simultáneamente un lugar de testimonio y de diálogo por mínimo que sea el testimonio ofrecido, por una parte, o por mucho que el diálogo pueda ser restringido, por la otra. Una universidad seria, y especialmente una católica, encara al mismo tiempo consideraciones teóricas y de prudencia en relación con el balance entre diálogo y testimonio. Una Universidad católica puede ser pensada como un intento de equilibrar ambos de una manera única, y, desde la perspectiva que ofrecen 25 años de puesta en práctica y de debate, parece evidente que “Ex Corde Ecclesiae” presenta el proyecto de una universidad católica precisamente de esa manera.
Comunidad de investigación
Es justo decir que “Ex Corde Ecclesiae” presenta la idea del diálogo de manera muy prominente. “Diálogo” fue una de las palabras emblemáticas de Juan Pablo II y tiene una presencia vigorosa en todo el texto del documento, incluyendo la introducción:
—La Universidad católica, por el encuentro que establece entre la insondable riqueza del mensaje salvífico del Evangelio y la pluralidad e infinidad de campos del saber en los que la encarna, permite a la Iglesia establecer un diálogo de fecundidad incomparable con todos los hombres de cualquier cultura (N° 6).
Aquí, el diálogo que una institución católica puede fomentar fluye desde una idea de la universidad como catalizadora del “encuentro” entre la revelación −tan rica que nunca es capaz de ser plenamente comprendida− y las diversas disciplinas de investigación académica con las que la universidad, en mayor o menor medida, es capaz de encarnar esa riqueza de alguna manera apropiada. La Universidad católica es una especie de encarnación de ese encuentro que realiza en y como comunidad de investigación, podríamos decir, en el “modo” de investigación.
¿Qué quiere decir esto? ¿Quiere decir, por ejemplo, que hay una biología católica y una química orgánica católica? No, claro que no; pero significa que el estudio de la biología en una universidad católica debe de alguna manera presentar la oportunidad de experimentar el encuentro fundamental con la riqueza del Evangelio, encarnado en el modo de investigación. Como mínimo, esto sucederá porque estos estudios, sin apartarse de su propia metodología científica, se llevan a cabo en una comunidad intelectual, donde, en otro ámbito, la doctrina de la creación se enseña y se explica de una manera que resiste el reduccionismo y da permiso para que las maravillas que la ciencia descubre sean ocasión para alabanza genuina del creador.
O, como máximo, ya que creyentes participan de la investigación científica, los estudiantes son conscientes de que la fe y el estudio científico pueden ser combinados. Tampoco hay que olvidar la materialización de la riqueza del Evangelio, que se produce cuando la investigación científica se lleva a cabo de una manera que se niega a violar la dignidad de la persona humana y, de hecho, busca promoverla.
La encarnación característica de la Universidad católica se da, por tanto, según “Ex Corde”, en forma implícita, tanto en diálogo como en testimonio. Esto se debe a que la “encarnación” de la riqueza de la revelación en el modo de investigación, explícitamente formulada, no es otra cosa que el diálogo entre la fe y la razón, y, de hecho, “Ex Corde” señala que “una parte específica de la misión de la Universidad católica es promover el diálogo entre la fe y la razón” (N ° 17).
Verdad evangelizadora
Avanzando más en el documento, nos encontramos con que el objetivo de este diálogo es mostrar “más profundamente cómo la fe y la razón dan armonioso testimonio de la unidad de toda verdad”. El encuentro con la “encarnación” de la riqueza de la revelación en el modo de investigación significa encontrarse simultáneamente con el diálogo y el testimonio, porque el diálogo mismo da testimonio, en este caso, de la unidad de la verdad:
—Aunque cada disciplina académica conserve su propia integridad y métodos, este diálogo pone en evidencia que la “investigación metódica en todos los campos del saber, si se realiza de una forma auténticamente científica y conforme a las leyes morales, nunca entrará verdaderamente en conflicto con a la fe” ( “Ex Corde”, N ° 17, citando “Gaudium et Spes”, N ° 36).
Juan Pablo II claramente creyó en el diálogo. Y sin embargo, este diálogo no se lleva a cabo en un espacio neutro o con fines neutros. La universidad católica no es un “lugar neutral”, sino “un lugar primordial y privilegiado para un diálogo fructífero entre el Evangelio y la cultura” (N ° 43). El fin del diálogo es aclarar el significado de la persona humana a la luz de la revelación, para que la gente pueda “alcanzar la medida plena de su humanidad, creada a imagen y semejanza de Dios, renovada más admirablemente todavía, después del pecado, en Cristo, y llamada a brillar en la luz del Espíritu” (N ° 5). Como resultado del diálogo surge el testimonio del mensaje liberador de la iglesia
El texto más adelante afirma que una prioridad específica de la Universidad católica en su contexto moderno es “comunicar a la sociedad de hoy aquellos principios éticos y religiosos que dan pleno significado a la vida humana” (n 33). Así:
—Según su propia naturaleza, cada Universidad católica presta una importante ayuda a la Iglesia en su misión evangelizadora. Un testimonio vital e institucional de Cristo y de su mensaje, tan necesario e importante para las culturas impregnadas por el secularismo (Nº 49).
En suma, no hay respaldo para una universidad que no es más que lugar neutral para el diálogo, sino para una universidad comprometida con la fe en la dignidad y la trascendencia de la persona humana, dispuesta a aclarar y dar testimonio de esos compromisos, y a comprenderlos mejor a través del diálogo. Si para una universidad católica la idea de concebirse como parte de la misión evangelizadora de la Iglesia se vuelve incómoda y deja de entenderse a sí misma como testigo institucional, entonces perderá también el sentido de sí misma como lugar de diálogo, al menos en la forma en que San Juan Pablo II la concebía.
Acto de equilibrio
Reivindicando una trayectoria que se remonta hasta la”Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual” del Concilio Vaticano II, “Ex Corde Ecclesiae” afectó sin duda la forma en que tanto el Papa Benedicto XVI como Francisco llegaron a articular la Universidad Católica, precisamente, como un lugar de equilibrio entre testimonio y diálogo. El discurso del Papa Benedicto a los educadores católicos durante su visita a la Universidad Católica de América en 2008 ofrece un buen ejemplo: “A todos ustedes les digo: sean testigos de la esperanza. Nutran su testimonio con la oración”. Un llamado de atención fuerte y claro para que la universidad sea un lugar de testimonio, que se repitió a lo largo del discurso: “La identidad de una universidad o escuela católica no es simplemente cuestión de cantidad de estudiantes católicos. Es una cuestión de convicción: ¿creemos realmente que solo en el misterio de la Palabra hecha carne queda clarificado el misterio del ser humano?”.
Y, sin embargo, también hay una conciencia de que la universidad no será capaz de formar a alguien en estos valores a menos que se apele, como dice el Papa Benedicto, a su “voluntad”. “Tal vez hemos descuidado la voluntad”, señala, añadiendo que es responsabilidad de los maestros…
…suscitar entre los jóvenes el deseo del acto de fe, animándoles a comprometerse en la vida eclesial que nace de esta creencia. Es aquí que la libertad alcanza la certeza de la verdad. En la elección de vivir por la verdad, abrazamos la plenitud de la vida de fe.
Aquí, el énfasis en la libertad, en la persuasión, en la elección y en la inspiración implica también el énfasis en el diálogo, la conversación y el intercambio, que es tan evidente en otros escritos del Papa Benedicto. Nadie es persuadido, su voluntad es movilizada, y no se toman decisiones libres a menos que haya oportunidad para la discusión, el debate, el intercambio y la conversación. La palabra diálogo no se utiliza aquí, pero está implícita. Uno puede reconocer en estas observaciones el equilibrio entre testimonio y diálogo que Juan Pablo II intentó articular en “Ex Corde”, aunque tal vez se puede ver un cierto énfasis en el testimonio.
El poder de atracción
Francisco, a su vez, hasta el momento, en sus palabras sobre la educación católica, hace explotar la idea de que para que una universidad acoja un paradigma de diálogo debe convertirse en un espacio neutral, cuyo único propósito es fomentar el diálogo, sin ningún testimonio explícito sobre valores fundamentales. Al comentar sobre la universidad específicamente como un lugar de diálogo, dice que las escuelas y universidades católicas −incluso, y quizá más, cuando tiene una buena proporción de no cristianos o no creyentes− están llamadas a…
…ofrecer, con pleno respeto por la libertad de cada persona y usando los métodos apropiados para el entorno escolar, la creencia cristiana, es decir, presentar a Jesucristo como el sentido de la vida, el cosmos y la historia.
Esto, dice Francisco, es llevar la creencia al diálogo, no como una posición entre muchas, sino como una creencia con la que la universidad se encuentra comprometida, convencida de que puede hablar al espíritu de las personas sin importar fronteras raciales, culturales e incluso religiosas. Jesús, nos recuerda Francisco, proclamó la buena nueva en la “Galilea de las gentes, diversas en términos de raza, cultura y religión”.
Por supuesto, Jesús no predicaba en una universidad, y Francisco habla de “métodos apropiados para el entorno escolar”. Una cultura universitaria de “fidelidad entusiasta e innovadora que permite que la identidad católica se encuentre con los distintos ‘espíritus’ de la sociedad multicultural” no pretende convertir la cultura universitaria en una de proselitismo, de presión para la conversión al catolicismo. Eso sería difícilmente ” respeto pleno a la libertad de las personas” ni sería un auténtico testimonio del Evangelio, que tiene un atractivo intrínseco, si confiamos en él y entramos en el diálogo con esa confianza. Y, aun así, a pesar de que no es proselitismo, lo que los católicos llevan al diálogo debe ser verdaderamente la convicción de que Jesucristo es el significado del cosmos y no simplemente un mensaje de justicia y paz, que estaría cómodo en cualquier buena universidad (aunque ese mensaje también es, obviamente, importante).
Se puede ver aquí una iteración renovada de la idea de Juan Pablo II en “Ex Corde” sobre lo que es la Universidad Católica, como tal, la encarnación de un encuentro entre la fe y la razón, entre la riqueza del Evangelio y los diversos modos de investigación. Su testimonio, por lo tanto, depende y se ejecuta en diálogo. A pesar de que los contrastes entre el Papa Benedicto y Francisco son a menudo exagerados, tal vez podemos ver aquí un énfasis en el polo del diálogo.
Pero en continuidad e interpretando el legado de Juan Pablo II, Francisco nos pide ir más allá de las dicotomías heredadas entre diálogo y testimonio. Él apuesta que si lo hacemos, encontraremos energía para animar la cultura académica, llenándola con el atractivo para la imaginación que es el material del liderazgo, la innovación, el interés, la urgencia y la vida, una “expresión de la presencia viva del Evangelio en los campos de la educación, la ciencia y la cultura” que expone el mito del conflicto entre ciencia y religión, o entre religión y cultura, como solo eso, un mito. Esto, me parece, vale la pena incorporarlo, una poderosa forma de testimonio capaz de generar todo tipo de nuevas y diversas formas de diálogo “Ex Corde Ecclesiae”, desde el corazón de la iglesia.
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Fuente:
America Magazine