El diálogo judeo-cristiano a cincuenta años de “Nostra Aetate”
11.00 p m| 04 ago 15 (THE TABLET/BV).- La relación una vez tóxica entre cristianos y judíos se ha beneficiado de 50 años de diálogo, desde la aparición del innovador documento Nostra Aetate, del Concilio Vaticano II. El mes pasado, estudiosos de ambas religiones se reunieron para explorar los avances de la alianza que las dos religiones han forjado. Más de 250 judíos y cristianos de todo el mundo, activos en el diálogo y la reconciliación, viajaron a Roma para celebrar el quincuagésimo aniversario del mencionado documento. La reunión de tres días fue organizada por el Consejo Internacional de Cristianos y Judíos (ICCJ). Relato de Edward Kessler, fundador del Instituto Woolf, dedicado a la investigación, enseñanza y diálogo interreligioso.
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Hace casi 50 años, el 28 de octubre de 1965, la publicación de Nostra Aetate revolucionó las relaciones entre católicos y judíos. Eliminó de un solo golpe una enseñanza milenaria de desprecio hacia los judíos y el judaísmo, y reconoció en forma inequívoca lo que la Iglesia le debe a la herencia judía. Esto se puede ver en frases tales como “Los judíos siguen siendo muy amados por Dios” y “respeto y entendimiento mutuo”. Sin embargo, las posibilidades que ofrecía el documento eran una cosa, y su éxito otra, y este último dependía de cosas “aún por resolver”.
En la reunión de fines de junio, quedó claro que 50 años después, los cristianos, instigadores de actitudes negativas hacia los judíos, han redescubierto un respeto y admiración por el judaísmo. Para los judíos, la visión tradicional de que el cristianismo era hostil ha sido reemplazada por una comprensión de que el diálogo, incluso una alianza, es posible.
Esta transformación fue ilustrada en un taller sobre el teólogo judío Martin Buber, conocido por su exposición de la relación Ich and Du (Yo y Tú), y pionero del diálogo judeo-cristiano moderno. Para Buber, una auténtica conversación religiosa requiere un encuentro físico y espiritual que implica un respeto y seriedad de cada una de las partes (el respeto y seriedad que espera uno del otro). Esta no es una tarea fácil y se remarca la necesidad de la presencia, maravillosamente ilustrada por Buber en una primera edición de su libro “Yo y Tú” y presentado al Papa Francisco en una audiencia papal. Buber había escrito, “solamente pasando tiempo juntos podremos enfrentar los desafíos de nuestro tiempo”.
Ese escenario pareció viable, en parte porque Francisco se tomó el tiempo para saludar a cada participante de forma individual, y también porque dijo que, “Ya no somos extraños, sino amigos y hermanos… todos los cristianos tenemos raíces judías”. Las palabras finales de su discurso fueron emotivas, no solo porque nos bendijo con la bendición sacerdotal de Números (6: 24-26) – “El Señor te bendiga y te guarde; el Señor te muestre su rostro radiante y tenga piedad de tí; el Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”- sino porque nos pidió a todos que oremos por él.
Después de eso, parecía que nuestro diálogo en Roma reconocía una multiplicidad de relaciones y trató de discernir el significado, sentido y propósito. El mensaje de Nostra Aetate y los diálogos posteriores es que a pesar de nuestras diferencias, cada uno tiene integridad y dignidad en el pensamiento de Dios. Uno de los mensajes que Dios nos dirige, según entiendo, es que tenemos que aprender a vivir juntos, haciendo espacio para los otros. El encuentro judeo-cristiano de hoy es un recordatorio de que más allá de las verdades que definen la situación humana, todas las relaciones entre Dios y la humanidad apuntan a una alianza. Ninguna excluye a otros. Dios puede estar con nosotros, pero también con los que no son como nosotros.
Uno de los temas sobre el que los participantes cristianos reflexionaron fue la negativa de aceptar a Jesús como judío. Si bien se ha dado un cambio rotundo en la lectura cristiana del Nuevo Testamento -que ahora reconoce que Jesús nació, vivió y murió judío, y que los primeros cristianos eran judíos- muy pocos reflexionan sobre el hecho de que su madre era judía, o que las duras críticas a los fariseos en los Evangelios tiene que ver, tanto con la cercanía y la rivalidad entre las comunidades en las que los textos fueron escritos, como con cualquier cosa que sucedió durante la vida de Jesús.
Los cristianos pueden aprender que Jesús estaba más cerca de los fariseos que de cualquier otro grupo judío en el primer siglo, pero pocos aplican esto a las discusiones entre ellos. Mientras que el Nuevo Testamento da testimonio de debates serios, vigorosos y, a menudo amargos, lo que se olvida es que los argumentos eran principalmente entre judíos, sobre un judío o sobre temas judíos (incluso cuando se trata de gentiles conversos). El problema se magnifica cuando se interpretan estos pasajes bíblicos como si fueran argumentos “cristianos” contra los judíos. Esta mala interpretación ignora el contexto del ministerio del Jesús terrenal: un judaísmo palestino del primer siglo.
Hay señales de un cambio en el pensamiento católico, ilustrado por la declaración de la Pontificia Comisión Bíblica que “la expectativa mesiánica judía no es en vano”. Enseña que los judíos, junto con los cristianos, tienen el encargo de mantener viva la esperanza mesiánica. La diferencia es que para los cristianos “el que ha de venir tendrá los rasgos del Jesús que ya estuvo aquí, y que está presente y activo entre nosotros”.
Este punto de vista se basa en el trabajo de un grupo reducido de estudiosos cristianos, como el profesor John Pawlikowski de la Unión Teológica Católica de Chicago, que rescata el valor del “No” judío (Jesús NO es el Mesías como lo es para los cristianos). Para los cristianos, la importancia del “No” judío, es que ellos deberían posponer la cuestión de quién será revelado como el Mesías hasta el final de los tiempos, y aprender de los judíos lo que significa vivir en el presente en un mundo no redimido.
El profesor Phil Cunningham, quien preside el ICCJ, sugirió que los cristianos deben reflexionar sobre la posibilidad de que el “No” judío está de acuerdo con la voluntad de Dios. Al asociar las expectativas judías de la venida del Mesías con la segunda venida de Jesús, argumentó, ambos judíos y cristianos comparten esta anticipación y puede -al menos en teoría- ser vista como correcta.
Del mismo modo, el Papa Francisco (reiterando la perspectiva de San Pablo) ha escrito no sólo que “el pacto nunca ha sido revocado”, sino que “Dios sigue trabajando en el pueblo de la Antigua Alianza”. Y, “Dios nunca ha descuidado su fidelidad al pacto con Israel y que a pesar de las terribles dificultades de estos últimos siglos, los judíos han conservado su fe en Dios. Y por eso, nosotros, la Iglesia, y toda la familia humana nunca podremos agradecerles lo suficiente”.
Desde la perspectiva judía, una conversación en alianza puede resolver la aparente contradicción de que ambos judíos y cristianos afirman exclusivamente ser el verdadero Israel. Para los judíos, todas las relaciones entre Dios y la humanidad son de pacto. Ninguno excluye al otro. Es por eso que la Torá ordena (en 36 ocasiones) a amar al extranjero.
En mis conversaciones con cristianos, me gusta citar al filósofo judío de principios del siglo XX, Franz Rosenzweig, quien sostiene que ambos, judíos y cristianos participan en la revelación de Dios, y ambos son, en diferentes formas, destinados por Dios. Solo para Dios la verdad es una; la verdad terrenal permanece dividida. Esto, sugiero, implica que otras religiones, especialmente el cristianismo (y el Islam), pueden tener sus propios pactos con Dios y están llamados a celebrar su dignidad y particularidad. Yo llamo a esto “el pluralismo de pacto judío”.
Lo que las conversaciones entre judíos y cristianos compartieron el mes pasado en Roma era una afirmación de la alianza de Dios con el pueblo judío y con la Iglesia. Para los cristianos, el futuro de las relaciones judeo-cristianas se encuentra en la construcción de una nueva y positiva teología de la Iglesia y el pueblo judío, una tremenda promesa, porque implica una revisión fundamental de la teología cristiana.
La cuestión teológica es si el cristianismo puede diferenciarse del judaísmo sin afirmarse como su opuesto o sustitución. El término “pacto no revocado” es el punto de partida, no el punto final, de una teología cristiana renovada sobre el judaísmo.
En cuanto a los judíos, “el pluralismo de pacto” crea el espacio teológico en el que se convive con el cristianismo y establece una relación que no se basa en la falta de hostilidad, sino en valores comunes; no en la falta de sospecha, sino en la creación de confianza; una relación basada en una misión compartida, solidaridad crítica y afirmación mutua.
Otros enlaces de interés:
– Católicos y judíos: Dónde hemos estado, a dónde tenemos que ir (Conferencia Episcopal de los EE.UU.)
– A cincuenta años de Nostra Aetate (ICCJ)
– Hacia una teología renovada del vínculo del cristianismo con el judaísmo (ICCJ)
– The Genesis of Nostra Aetate (America Magazine)
Fuente:
The Tablet