Pentecostés: Muchas partes, un cuerpo

Pentecostés

10.00 p m| 26 may 15 (NCR/BV).- “Pentecostés es la fiesta de un corazón y una mente siempre en expansión. Es la celebración que nos invita a mirar a la impresionante variedad en el cuerpo de Cristo y a creer que somos don de Dios los unos para los otros”, así nos invita a reflexionar Mary McGlone, religiosa y escritora, quien inspirada en su convivencia con una comunidad Aymara en el Perú, vinculó la llegada del Espíritu Santo a los discípulos con su misión: alcanzar cada pueblo considerando la diversidad como fundamento de una expresión genuina y única, “el Espíritu de Dios no puede limitarse a una sola cultura o tiempo determinado”.

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Hace años tuve el privilegio de vivir en una comunidad Aymara del Perú. Surgida en un territorio conquistado por los Incas y siglos después por los españoles, esta comunidad fuertemente arraigada ha conservado su propia lengua y cultura, a pesar de todos los intentos de imponerles una educación y un idioma ajenos a ellos. Siempre los he admirado por su fidelidad a la verdad de lo que son.

Los Aymaras saben que hay cosas que sólo se pueden decir en su lengua materna. Las ideas pueden ser traducidas al Latín, Español o Griego, pero estas no expresan la sensación o la profundidad de la verdad transmitida por las palabras originales y la forma en que se hacen eco en su contexto. Si se desea comunicar algo profundo, se dice mejor en su propia lengua.

La fiesta de Pentecostés trajo el pueblo Aymara a mi mente. Al leer el relato de Lucas de los efectos del Espíritu sobre los discípulos, me llamó la atención el hecho de que su don de la palabra evangélica no resultó en el dominio de un “Esperanto carismático” -un idioma que pueda resolver todas las complicaciones de la diversidad en el vocabulario y la cultura. De hecho, los estudios no apuntan a esa clase de insulsa armonía, sino que rescatan el disfrute de la algarabía y el misterio de múltiples lenguas.

Lucas es cuidadoso al señalar que los discípulos llenos del Espíritu se dirigieron a la multitud en los idiomas hablados por cada grupo. Eso significa que el mensaje que compartían podría ser -de hecho, tuvo que ser- comunicado en cada uno de los idiomas.

Si desean una representación visual de lo que eso significa, observemos por ejemplo la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe. Tenemos a la Virgen María, la Madre de Dios, no como una doncella judía o una santa renacentista, sino morena, una belleza mestiza vestida como una princesa indígena, rodeada de símbolos mesoamericanos y cristianos.

Durante siglos, la gente ha entendido el mensaje que ella representa: el cristianismo no sólo podía llegar a América, sino que también podía convertirse en genuinamente americano en la forma de expresarlo. En otras palabras, el Espíritu de Dios no puede limitarse a una sola cultura o tiempo determinado.

Como el Papa Francisco nos advierte en la Evangelii Gaudium, “la palabra de Dios es impredecible en su poder. La Iglesia tiene que aceptar esta libertad sin reglas de la Palabra, que cumple Su voluntad de maneras que sobrepasan nuestros cálculos y maneras de pensar”.

En su primera carta a los Corintios, el propio San Pablo suena un poco rebelde cuando usa la imagen del cuerpo humano para hablar sobre la variedad de dones personales y expresiones de vida evangélica. Podemos estar agradecidos de que cuando especifica las partes del cuerpo para representar a miembros de la comunidad, limita sus alusiones a las orejas, los ojos, las manos y los pies, dejando a la imaginación del lector determinar a qué se refiere cuando habla de partes “débiles” o “menos honorables”.

Pablo usa esta sugestiva imagen para enfatizar la importancia de la cuestión. Hablando a una comunidad amenazada por la competición y el clasismo, Pablo quiere que se den cuenta de que están inextricablemente conectados.

Pablo comienza su selección con la entusiasta afirmación de que “Nadie puede decir ‘Jesús es el Señor’ sino por el Espíritu Santo”. No se está refiriendo a la pronunciación de una serie de palabras, sino a la pertenencia a una comunidad reunida por Cristo y por el Espíritu. Pablo está asegurando que todos aquí hemos sido llamados por el Espíritu Santo- así que, te guste o no, esta es la comunidad que Dios ha formado.

En la visión de Pablo, el bautismo nos ha unido los unos a los otros tanto como nos ha unido a Cristo. Solo es a través de la comunidad de los bautizados que conocemos a Cristo y podremos hacerle presente en el mundo.

Los evangelios de Pentecostés completan este retrato mostrando a Cristo que promete su Espíritu y entonces aparece como resucitado en medio de los discípulos temerosos y escondidos. El mensaje que les trae es la paz, la misión que les lleva es el perdón. La paz que les ofrece es la reconciliación; quiero que ellos sepan que son amados plenamente y sin reservas. La misión que les encarga es simplemente compartir esa paz y ese mensaje de amor.

Pentecostés es la fiesta de un corazón y una mente siempre en expansión. Es la celebración que nos invita a mirar a la impresionante, a veces incluso irritante, variedad en el cuerpo de Cristo y a creer que somos don de Dios los unos para los otros. Es la promesa de Cristo de que el Espíritu nos empoderará para hablar el Evangelio como la lengua materna del cuerpo de Cristo.

Por encima de todo, Pentecostés no fue un acontecimiento puntual. Puede suceder, solo con que esperemos en el Espíritu.


Fuente:

National Catholic Reporter

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