Hacia el nuevo Concilio: un cambio viable y necesario

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4.00 p m| MADRID 08 nov. 11 (VIDA NUEVA/BV).- Proponer un nuevo concilio, ¿no es excesivamente arriesgado? ¿Se trata de una propuesta viable, hoy posible y conveniente para la Iglesia? ¿Qué argumentos avalarían un nuevo concilio? Son los cuestionamientos que hace Javier Monserrat, SJ, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid. Además lanza la idea de que es urgente la necesidad de un concilio para que la Iglesia explique su conexión con el mundo moderno.

Sería una necesidad que nace de la urgencia moral de la conciencia cristiana: conciencia de un deber eclesial que no debería eludirse. Pero el concilio sería consecuencia de una necesidad mucho más fundamental, más básica, una donde la Iglesia explique ante el mundo moderno la profunda conexión del kerigma cristiano con la realidad; es decir, simplemente, ante los hombres de nuestros días que, en los últimos siglos, dejándose llevar por el ejercicio de la razón, han constituido un movimiento científico, filosófico, cultural y socio-político conocido como modernidad

La gran tarea pendiente de la Iglesia actual es realizar la solemne proclamación del mensaje de Jesús; pero hacerlo en su abismal profundidad, en su impactante conexión con la existencia actual en el marco cultural de la modernidad.

Después de siglos de tribulación histórica, el iluminador reencuentro hermenéutico de la Iglesia con la modernidad tendría una importancia histórica transcendental. Probablemente, sería un momento de profundización excepcional en el kerigma del que es depositaria la Iglesia. Sin duda, uno de los momentos más importantes en la historia de la Iglesia, germen de un tiempo de creatividad espiritual y de prosperidad.

La Iglesia debe a la humanidad, desde hace siglos, esta proclamación iluminadora del kerigma: la debe a los hombres de nuestro tiempo, a los creyentes cristianos y a todos los hombres religiosos. Y en el momento en que la Iglesia se vea en condiciones de abordar esta proclamación, dada su transcendencia histórica, no podrá dejar de hacerlo sin poner en juego la escenografía más impactante de que dispone: el gran concilio ecuménico, uno de los más relevantes de la historia.

El gran concilio hermenéutico en que los obispos del orbe cristiano, asistidos por el Espíritu, deberían orientarnos sobre la luz deslumbrante con que el kerigma cristiano es iluminado por el logos del mundo moderno en que inevitablemente nos hallamos todos inmersos. Estamos hablando de la Iglesia de siempre. Nada fundamental debería cambiar. Pero sería ya una Iglesia que iluminaria el corazón de nuestro tiempo.

Nuestra conciencia cristiana y el inevitable cambio hermenéutico

Quienes somos profundamente creyentes coincidimos en algo fundamental: la adhesión existencial e intelectual a las palabras y a los hechos de Jesús de Nazaret. La Iglesia, por su condición humana, se sabe zarandeada por los vaivenes de la historia y por las pasiones humanas, por el pecado; pero tiene la confianza de que está “asistida” por el Espíritu providente de Dios para transmitir y hacer presente en la historia el kerigma cristiano del que es depositaria.

La conciencia de esta “misión” cristiana lleva a la convicción de que su cumplimiento, “evangelizar”, proclamar el kerigma de Jesús en nuestro tiempo, exigiría un nuevo concilio. Este sería la respuesta “debida”: la respuesta cualitativa de la Iglesia al imperativo moral cristiano de proclamar de forma inteligible el kerigma cristiano en cada tiempo histórico.

Es claro que se trata de una convicción personal. Pero no es el simple enunciado de un deseo o una aspiración imprecisa. Es una convicción argumentada con profusión. Por ello entiendo que mi propuesta constituye un reto moral a la conciencia cristiana, que busca hoy cómo proclamar con la máxima calidad la llamada de Jesús a través del kerigma de que la Iglesia es depositaria.

Las decisiones personales, cerradas a la renovación exigida, no frenarían nunca el inevitable avance de la historia, aunque podrían retrasarlo. Quienes frenaran el curso renovador del Espíritu, por pura pasividad o por no afrontar el “esfuerzo del concepto”, serían entonces responsables de ello.

La situación de la Iglesia: cómo la veo y qué propongo

Mi reflexión y mis propuestas pueden resumirse en algunos puntos esenciales. La hermenéutica antigua del kerigma cristiano dio origen al paradigma greco-romano que entendió el cristianismo en dos dimensiones complementarias: una filosófico-teológica (teocéntrica) y otra socio-política (teocrática).

Sin embargo, la modernidad produjo una imagen del universo, de la materia, de la vida, del hombre y de la historia que fue dejando sin sentido, alejada de su congruencia con la realidad, la imagen teocéntrica y teocrática de la hermenéutica antigua, presentando el mundo religioso del cristianismo como un sistema social anacrónico y desprestigiado.

La Iglesia permaneció durante los últimos siglos al margen del mundo moderno. Diversas circunstancias dificultaron el diálogo, quedando sin una alternativa al paradigma antiguo. Sin alcanzar a realizar, pues, la necesaria hermenéutica moderna del kerigma, la Iglesia se ha limitado hasta ahora a afrontar aquellas “adaptaciones ad hoc” puntuales para salir del paso ante la presión intelectual de la modernidad y ha fomentado el talante del “incompromiso hermenéutico” en la línea de una pura proclamación del kerigma, al margen de la hermenéutica antigua y de aquella otra, nueva, que debiera presentarlo en su profunda armonía con el logos racional y cultural de la modernidad.

La Iglesia no ha hecho todavía una hermenéutica integral del kerigma cristiano desde el logos de la modernidad. No obstante, una serie de circunstancias históricas han llevado por fin a delimitar con precisión la alternativa hermenéutica que se hace posible para entender hoy la profunda armonía entre la Voz del Dios de la Revelación en el Cristianismo y la Voz del Dios de la Creación, tal como podemos conocerla desde el logos de la modernidad; alternativa que hemos nombrado como el “paradigma de la modernidad”.

En este concilio la Iglesia debería establecer los principios de la nueva hermenéutica del kerigma cristiano en la modernidad: sería la gran profundización hermenéutica del kerigma pendiente desde los últimos siglos.

He argumentado mis propuestas en el marco de las diversas corrientes del pensamiento cristiano filosófico-teológico actual, y sus horizontes hermenéuticos: la patrística, los sistemas escolásticos, santo Tomás, el tomismo, Suárez y el suarismo, las interpretaciones transcendentales del tomismo desde Kant, Teilhard de Chardin, los intentos actuales de una teología de la ciencia, la teología de la liberación como teología socio-política, y las corrientes actuales de una teología puramente kerigmática en conexión con la nouvelle theologie, sin olvidar las referencias a la teología de las otras confesiones cristianas y a las teologías del judaísmo, budismo, hinduismo e islamismo.

Pero debe quedar claro que mi ensayo se dirige a la Iglesia como tal. La Iglesia debe entrar de lleno y con valentía –fundada en su confianza en la “asistencia” del Espíritu– en el logos de nuestro tiempo. Es una tarea que debe hacer la Iglesia como tal, dejando de ignorar el esfuerzo de los teólogos y dirigiendo ella misma el camino de búsqueda hacia una nueva hermenéutica integral de nuestra fe.

¿Es esto posible? Hoy las cosas han cambiado. La modernidad ha madurado, y la alternativa paradigmática es formulable. Puede ser objeto de consideración, diálogo y análisis objetivo para perfilarla en la forma adecuada. Pero, en todo
caso, es cada vez mayor la fuerza de las circunstancias históricas para que la Iglesia acepte que debe liderar un proceso de cambio hermenéutico inevitable.

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