“Para mí, Sublime es un chocolate. Y lo es para usted. Lo que nos diga el ministerio no nos interesa”.
“¡Basta ya de usar nombres engañosos para los alimentos!”. Bajo este ingenioso lema, en una conferencia de prensa los representantes de diversas instituciones públicas, encabezadas por el Ministerio de Agricultura, la Digesa, el Indecopi y el mismísimo Congreso de la República hacen un anuncio esperado por toda la población.
Se crea la Superintendencia de Veracidad Alimenticia (la Suvea), ente público descentralizado encargado de regular, fiscalizar y sancionar los actos de engaño sistemático en el uso de nombres equivocados de alimentos. Con ello se busca proteger a los consumidores de fabricantes inescrupulosos.
Se nombra el primer superintendente: el señor Anastacio Cárdenas, conocido paladín de la defensa de los consumidores, con años de experiencia en combatir este tipo de prácticas ilegales.
La Suvea muestra una energía y proactividad impresionantes. Dicta normas para evitar (según lo que crea la Suvea) que se diga que algo es lo que no es. Luego lanza a sus inspectores al mercado a fiscalizar y retirar de la comercialización esos alimentos con nombres de triquiñuela.
Don Anastacio anuncia, luego de los primeros meses de actividad, sus extraordinarios resultados.
“Estamos en camino de eliminar estas prácticas”, indicó muy orondo. “Hemos intervenido una serie de chifas que llaman arroz chaufa a preparados que no llevan un 5% de cebolla china. Y es que los chifas suelen vender unos menjunjes que no respetan el origen chino del plato”.
También da cuenta del Operativo Picarón. “Hemos cerrado aquellos locales que venden picarones con huecos inferiores a 1,5 centímetros. Como saben, los que no tengan esas dimensiones solo pueden ser llamados donuts”.
Por otro lado, anuncia: “Hemos forzado a Inca Kola a cambiar su nombre por Inca Líquido, pues según las regulaciones que se han dictado solo las gaseosas de color negro pueden llevar el añadido Kola. No se puede admitir que se engañe a los consumidores vendiéndoles como negro algo que en realidad es de color amarillo”.
Pero la Coca-Cola tampoco se libra. “La empresa no ha demostrado que la fórmula de esa gaseosa lleve algún derivado de la planta de la coca”.
El chocolate Cua Cua también ha sido retirado del mercado. Según el superintendente: “Hemos constatado, para nuestra sorpresa, que la referida golosina, a pesar de llevar como nombre el sonido que hacen los patos al graznar e incluso ilustrar el envase con la figura de un pato, no lleva ningún ingrediente derivado de patos ni aves similares”. Similar suerte siguen las famosas orejas de chancho, típicas de nuestras pastelerías, pues se ha determinado que no provienen de ningún tipo de cerdo.
“También hay que proteger nuestra comida criolla. A partir de la fecha hemos decretado que el tacu tacu tendrá que llevar 50% de frejol y 50% de arroz”. Y continúa diciendo: “Hemos descubierto que en las cebicherías se vende un producto llamado leche de tigre sin que se haya demostrado que tenga leche y menos aun que provenga de ordeñar tigresas”.
Pero guarda para el final su anuncio más impactante: “¡El chocolate Sublime no es chocolate porque no tiene suficiente cacao! ¡Qué tal lisura!”.
Por absurdo que suene todo lo dicho, este relato no es tan de ciencia ficción. Cada vez nos acercamos más a un mundo similar.
Si yo le digo a usted que imagine un chocolate, ¿qué es lo primero que se le viene a la mente? Por supuesto, el chocolate Sublime. Usted sabe qué es y cuál es su sabor. Si llamaran chocolate Sublime a otra cosa se sentiría engañado. Pero al Ministerio de Agricultura se le ha ocurrido que tiene muy poco cacao.
El error de estas ideas es que quien define el significado de un término no es el Estado, sino quien necesita entender a qué se refiere el término. Los consumidores sabemos muy bien qué esperamos de un arroz chaufa, de una Inca Kola, de una leche de tigre o de un chocolate Sublime. Para mí, Sublime es un chocolate. Y lo es para usted. Lo que nos diga el ministerio no nos interesa. Pero ahora quieren obligarme a consumir un producto distinto al que siempre me ha gustado y además subirle el precio con la inclusión de porcentajes mayores de insumos más caros. Y es que, como decía Napoleón, “de lo sublime a lo ridículo no hay más que un paso”.
En: elcomercio
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