El black ice, las campanas y sirenas de un pueblo extraño.

Pagar la renta en un pueblo como ese era algo nuevo, en realidad todo era nuevo, y es por eso que escribo estas líneas para que a usted, casual lector, no le suceda el gran chasco que yo tuve que pasar por allá. Eran mis primeros días de estancia y tenía que ir a pagar la renta a la oficina de nuestro casero Mr. Reynolds. El contrato estaba a nombre de cuatro personas, pero viviamos seis en el apartamento # 5 (el “Dirty Five”). El dominicano Sammy aún no se aparecía con esa enorme paila de arroz moro, una suerte de tacu tacu caribeño, muy delicioso por cierto, que le servía como excusa para llegar al corazón de nuestra vecina Erika.

Son las 11:45 de la mañana de un invierno muy feroz, uno muy recordado por todos los viajeros que se quedaron varados en los aeropuertos entre fines de diciembre del 2008 y marzo del 2009. La nieve alcanzaba los veinte centímetros arriba de mis tobillos y yo ya me había abrigado muy bien para pasar mi primera vez en las heladas calles del nuevo lugar donde tendría que vivir. Estaba listo para enfrentar los gélidos vientos que venían desde el polo norte. Bien listo y abrigado para hacerle frente a ese frio desconocido. Al menos eso creia antes de salir del apartamento.

Bajé las escaleras metálicas cuidando de no resbalarme y fregarla en mi segundo día. La vereda estaba cubierta de nieve en algunos tramos, las únicas partes libres eran las que estaban frente a los garages de cada casa. Caminaba seguro con mis nuevas Caterpillar, mientras buscaba con mucho interés ese hielo del cual me habían hablado unos amigos, muy conocico como “black ice”: “Be careful with black ice…lol”.

Antes de venir, me habían informado que el “black ice” es una suerte de hielo transparente, aparentemente inofensivo y hasta bonito. Sin embargo, conocí sus negativos atributos no resbalándome accidentalmente como le sucede a la gente común; es decir, cayéndose, levantándose y luego, con verguenza, mirando al piso, limpiándose y cuidando de no ser visto por nadie, no; sino en plena highway como ocupante de esas camionetas gigantes Ford que provenien de Texas y que son poseedoras de tres principales características: caronas, enormes y tragonas (todo lo que uno no quiere ver en su mujer, pero si en una camioneta).

Días después pude comprobar la peligrosidad del “black ice” a través de un frenazo y un súper-quiebre que nos hizo dar una vuelta de 180° en medio de tres enormes “Trucks” que avanzaban a más de noventa kms/h. Aquél día manejábamos entre decenas de enormes camiones, algunos coloridos y brillantes otros deslucidos y tristes, que se repartían por todos los rincones de los EE.UU. Para mi era un espectáculo ver tantos camiones de tantas formas y colores, yo lo tomé como la variante de mi pasatiempo de contar volkswagens por la vía expresa cuando iba a la academia.

Nuestro conductor manejaba en medio de esos enormes monstruos cuando de pronto me di cuenta que continuábamos avanzando a todo pique a pesar de que su pie estaba enterrado en el freno (con algo más de fuerza hubiera igualado el estilo “Flinstones”). ¡La cagada yoda!. Un fuerte “wow, wow, wow!..aaah!” fue todo lo que escuché, seguido de un tirón y un vacío en el estómago. Cerré los ojos y esperé no ver la luz al final del túnel. Afortunadamente, luego de ese peligrosísimo resbalón, los santos, la divina providencia y la buena suerte hicieron que nos depositáramos en la cuenca central de la highway, una suerte de cuneta enorme repleta de nieve.

Así, gracias al milagroso San Benito que mi mamá me cosió dentro de la casaca, nos habíamos estrellado contra un gran cúmulo de nieve ahí depositada y que, de no haber estado ahí, hubiera hecho dar a la camioneta un vuelco hacia la otra parte de la carretera con cinematográficas vueltas de campana incluidas.

Siendo más terrenal, me di cuenta que el oportuno freno, la habilidad y cabeza fria del conductor sumada a esa pared de nieve, hicieron que nuestro accidente no fuera de gravedad y mas bien pareciera un choque de trineo desde una suave colina de nieve. El impacto fue seco y para nada malo, recordé los carritos chocones del Playland Park. Luego escuché un: “Hey guys, are you ok?”. Mi primera reacción, luego del “Yes” fue reirme, carcajearme siniestramente, miré al techo y dije: “Hoy no”. Mis compañeros me miraban extrañados, los miré y dirigiéndome a uno de ellos le dije: “Carloncho, ya puedes recoger tus huevos”.

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Hielo negro: camioneta a 180° contra el tráfico

 

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Enorme camión transitando por la Highway

 

TWISTER?

El camión anaranjado de la sal regresaba de sus labores totalmente descargado. Le levanté la mano en señal de saludo, a lo que el tio que manejaba me contestó con un encendido rápido y tenue de luces. Sentía algo del calor de la gente del pueblo, así como sentía al frio penetrando jodidamente mi ropa, fue ahí (a medio block del apartamento) cuando me di cuenta que había salido a la aventura con una débil vestimenta. Mi ropa era pura tela. El viento helado cortaba como cuchillas mi rostro y me obligaba a protegerme los cachetes con una chalina de alpaca que compré con mucha esperanza en el Jirón de la Unión. No me protegió para nada. La casaca de pescador, que obtuve por un módico precio a unas pocas cuadras de la Plaza de Armas de Lima, a duras penas aguantaba las heladas caricias de un clima al cual yo no estaba habituado y al parecer la casaca tampoco, era como un polito “Topy Top” en medio de ese frio. Felizmente, había adquirido una gorra tipo “el chavo-ruso” en el aeropuerto, que me ayudó muchísimo durante todo mi tiempo allá.

En medio de un frio insoportable a 12º F. Dic – 2008

Me dio lo mismo; igual caminé, y mientras avanzaba a la oficina de Mr. Reynolds, miraba la gran iglesia del pueblo, muy católica para mi gusto. Se asemejaba a una mitra papal de grandes dimensiones. El departamento de bomberos y la escuela elemental estaban situados de cara a la avenida en la cual yo transitaba. Había dejado de nevar y el clima estaba seco pero muy frio.

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Vista de la calle recorrida en esta historia

De súbito, oí una sirena que sonaba muchas veces y me asusté. Yo sabía, por muchas películas que había visto, que cuando sonaba una sirena significaba que se avecinaba un tornado, que había un siniestro o incluso podía tratarse de un ataque nuclear. Recuerden que yo era nuevo en EE.UU. y no sabía nada de sus costumbres.

-“Xuxa! un tornado! y yo en medio de la calle!, con razón no hay nadie en la calle!”- pensé con pavor. El susto me hizo obviar la idea de que el frio era el principal factor por el cual la gente no sale a la calle por esas fechas.

Enseguida, empezaron a repicar las campanas escandalosamente:

“¡La ca%g·&a, estoy a medio camino y se viene un tornado!”- yo ya me había hecho la idea de caminar rápido a la oficina de Reynolds o regresar corriendo al apartamento – “¡Qué xuxa hago ahora!?!”.

Vahos de desesperación salián de mi capucha. Avancé unos cinco metros, luego retrocedí los mismos cinco metros. Me quedé ahí. Estaba paralizado, asustado. Después de pensar cinco segundos, decidí apurar el paso y retornar al apartamento. Toqué la puerta – “¡Abran, abran la puerta caraxo!” – nadie abría. Toqué repetidas veces, la puerta se abrió y vi a Andersonso con una cara de “¿qué michi te ocurre? déjame defecar tranquilo” y con un pedazo de papel higiénico en la mano.

-“Oe ón, va a haber un tornado, apurate que se viene un tornado”- Andersonso, sorprendido, me seguía mirando y con un ademán de “qué cojudo eres” hizo que me diera cuenta que las sirenas y el frenético campaneo de la iglesia ya habían cesado.

-“Qué tornado huevón!, esa cojudez siempre la hacen a las doce del mediodía. Así como en Perú el canal 7 y las UGEL ponen el himno nacional, acá los gringos del pueblo tocan la sirena y las campanas de la iglesia para avisar la hora”- su gesto de incomodidad por estar con un ignorante como yo me lo dijo todo. Era pues yo un gran ignorante de las costumbres de ese pueblo. – “Entonces, ¿no has pagado la renta?” – me preguntó con cachita. Damn!. Después del susto, ya pagaría más tarde luego del almuerzo.

Esta experiencia me sirvió para entender que las cosas no siempre son los que parecen y que siempre hay que guardar la calma ante cualquier situación. Yo atemorizado por la nada, fue la imagen que proyecté de mi mismo ese día. Muchas veces vemos las cosas como queremos, y nos cerramos en ello, y creemos que lo que pensamos es lo correcto. Siempre hay que tener creatividad y abrirnos a nuevas posibilidades. Fruto de esta experiencia también me dí cuenta que mi Roomate me había enviado a propósito a esa hora para carcajearse de ese episodio propio de una vida extraña en un lugar muy raro. El se carcajea hasta ahora. Bueno, cuídense del hielo negro.

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