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Raúl Riebenbauer: El compromiso periodístico con la memoria.

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Todo empezó cuando tenía solo 23 años. Raúl, un joven valenciano de ojos verde esmeralda, acababa de graduarse como periodista. La curiosidad lo llevó a ojear un libro, sin saber que dentro una imagen estaba a punto de cambiarle la vida. “Ejecutados” decía el titular de un periódico sensacionalista publicado durante el gobierno franquista. La portada mostraba el rostro de dos hombres, muertos a garrote vil, acusados de asesinar a un guardia civil del régimen. La mirada misteriosa, perdida, de uno de ellos, capturó especialmente su atención. Se trataba de un supuesto apátrida de origen polaco. Raúl dedicó diez años de su vida a develar la identidad y el drama real de este hombre, víctima de la injusticia de un régimen asesino.

Los periplos y revelaciones de esta investigación son narrados en el libro “El silencio de Georg: La investigación periodística de un crimen de Estado”, editado por la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). El lunes, Raúl presentó la publicación en el marco del curso ‘Periodismo de investigación’, a cargo del profesor Orazio Potestá. Conversamos con él sobre el libro, la responsabilidad de los periodistas en la preservación de la memoria y su experiencia como inmigrante español. Los dramas de dos paises, marcados por la violencia política, se funden en él.

¿Tenías conocimiento de lo ocurrido en la dictadura antes de tu investigación?

Yo tenía 6 años cuando Franco murió tranquilamente en 1975. No fui consciente de la dictadura, por mi edad y porque mi entorno no era político. Mi madre era austriaca y mi padre era español, pero era una persona con muy poca formación y pocos conocimientos políticos. No tuve una conexión con el pasado de la dictadura. No supe de su horror hasta mucho después.

Quizás esa es la causa de tu posterior interés en el tema.

La curiosidad llegó cuando tenía 23 años. Encontré un libro con la portada de un periódico que mencionaba a dos hombres ejecutados a garrote vil. Esta era una forma de ejecución de origen medieval muy usual cuando existía la pena de muerte. Es un aparato de hierro que se fija a una silla y tiene una argolla que aprieta el cuello. Se supone que producía la muerte al fracturar las cervicales, pero usualmente la gente moría por asfixia. Si la pena de muerte es espantosa, esta forma de morir lo era aún más.

Investigaste la historia de un hombre en especial ¿Quién era él?

Era un supuesto apátrida de origen polaco. El régimen lo acusó de matar a un policía de carácter militar sin razón alguna. Decían que también había asesinado a otro policía días antes en Barcelona. Él lo negó hasta el momento de su muerte. Siempre se le conoció como “el polaco”. Muchos decían que su muerte fue un complemento de la otra ejecución, que era la de un anarquista catalán. El catalán fue asesinado para vengar la muerte del presidente del gobierno de Franco, Luis Carrero Blanco, a manos de ETA. La dictadura quiso dar un golpe de dureza y decidió ejecutarlo. Para maquillar la represalia, decidieron condenar tambien a un preso civil. Eligieron al apátrida de origen polaco.

Diez años pasaron desde tu encuentro con el tema hasta la publicación del libro ¿Fue difícil la investigación?

Me tomó 10 años encontrar las respuestas. Cuando me crucé con la fotografía me vinieron muchas preguntas ¿Quién era este hombre? ¿Qué hacía en España? Lo primero que hice fue buscar a su abogado. Supuse que si había sido sometido a un proceso, debía haber tenido un defensor. Logré contactar con su abogado civil, que en verdad fue un elemento decorativo para aparentar imparcialidad. Lo difícil fue conocer los detalles del proceso. Para hacerlo, debía acceder al archivo del caso. Entonces descubrí que en 1995 existía un deseo de amnesia sobre lo que había ocurrido en la dictadura. No se podía acceder a los archivos. El tribunal militar me negó el acceso. En ese momento se disparó un resorte dentro de mí. Probablemente la negación me estimuló. No fue un proceso fácil. Debí entablar un juicio contra la administración del estado. Luego de varias sentencias contrarias, un juez me dio la razón.

¿No hubo periodistas anteriores a ti que investigaran la dictadura?

Yo fui el primer periodista que accedió a un archivo militar de la dictadura. Fue importantísima la labor de mi abogado, porque no era una lucha periodística sino jurídica. En el camino, todo me mostraba que había un deseo de olvidar lo que sucedió en España. Recién un año después de la sentencia favorable pude ingresar a revisar el sumario del caso. Los militares continuaron bloqueando mi acceso. Decían que no sabían de la sentencia. Tuve que ir acompañado de una agente judicial para poder ingresar. Debí trascribir todo el historial a mano durante varios días.

¿Qué te hizo venir al Perú?

Vine por temas personales. En 2012, cuando quise volver, España se había descompuesto mucho económica y socialmente. Ya no había las mismas oportunidades laborales. Entendí que debía quedarme aquí. En España era guionista de muchos programas de televisión, probábamos formatos muy innovadores. El último programa en el que participé se llamaba ‘Acción directa’. Enseñábamos a los cooperantes españoles a grabar su vida cotidiana, a contarla en primera persona. Cuando llegué al Perú me di cuenta de que no podía seguir haciendo televisión. La fugacidad de ese medio ya no está acorde a mi ritmo de hacer las cosas.

¿El Perú te permitió libertarte de la tv?

Asumí un riesgo. El riesgo de reinventarme, plantearme la posibilidad de dictar clases de aquello de lo que sé un poco. Ya había dado conferencias a partir del libro, pero nunca había dictado clases. Quería dictar un curso en el que pudiese trasmitir pasión al alumno. Por eso no enseño cualquier materia. Eso tiene un costo. Mi economía aun es pequeña, pero la hago crecer a mi ritmo. Esa es la idea, crecer de una manera progresiva y controlada, sin necesidad de trabajar en cualquier cosa.

¿Pensaste alguna vez que tendrías que pasar por este proceso de migración?

No. Cuando empecé la búsqueda para el libro jamás hubiera imaginado que 20 años después estaría en Perú, presentando el texto y compartiendo mis experiencias con alumnos. Esto me ayuda mucho a crecer. Estoy tratando de encontrarme a los 44 años. Me siento cansado pero feliz.

¿Crees que tu libro contribuye a cerrar un capítulo de tu país?

Cuando accedí al sumario, accedí a que la persona sobre la que yo me hacía preguntas recobrara su identidad. De alguna manera le devolví su identidad perdida. El libro Permite cerrar historias familiares y personales. En ese sentido sí colabora con recuperar la memoria. Colabora con la lucha en contra de esa amnesia que encontré en mi país.

Has llegado a un país que también tiene heridas que no sanan…

El Perú en estos momentos está en una especie de filo de la navaja. En un lado está la amnesia y en el otro el recuerdo. Es imposible pedirles a las víctimas que olviden. Al celebrarse el décimo aniversario de la entrega del informe final de la CVR, asistí a un encuentro en el que participaron muchas víctimas del Conflicto Armado Interno. Me paré al lado de una mujer, que de pronto volteó y me contó la historia de Melissa Alfaro. Era la hermana de la periodista que murió cuando un sobre bomba le estalló en las manos. La joven que hablaba conmigo llevaba en los brazos una foto de Melissa. Esas cosas hacen que note la importancia de no olvidar. No para vengarnos, sino para buscar justicia. No se le puede decir a los hermanos o a la madre de Melissa: “¡Olvídense!, ¡Pasemos la página! ¡Estamos en tiempos de crecimiento! ¡Vamos hacia allá!” ¡Es imposible! Para ellos Melissa era irrepetible y se la quitaron.

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