Claves de la Encíclica sobre la devoción al Corazón de Cristo

11:00 a.m. | 16 dic 24 (LCC/LOR).- La devoción al Sagrado Corazón de Cristo como el camino hacia el amor que necesita el mundo actual es uno de los pilares expuestos en Dilexit nos (Nos amó), la nueva encíclica del Papa. A dos meses de su publicación, compartimos dos artículos y una entrevista que ayudan a orientar su lectura y comprender sus propuestas, centradas en el corazón como la unidad de las enseñanzas de Jesús, la “reparación” con “acciones y palabras de amor” y el cuidado de la piedad de los fieles.

——————————————————————————————–

Dilexit nos es la cuarta encíclica del pontificado del papa Francisco. Le sigue a Lumen fidei, co-escrita con el papa Benedicto XVI, Laudato si’ y Fratelli tutti. En este artículo, cuatro de los redactores de America Magazine comparten sus impresiones sobre la última encíclica que aborda la devoción al Sagrado Corazón de Cristo.

1. El corazón es el núcleo de la persona humana; el mundo ha perdido su corazón

Suena casi demasiado obvio, quizás incluso simple, pero el papa Francisco cree que necesitamos escucharlo: Estamos en un período de la civilización humana en el que, en el mejor de los casos, estamos en grave peligro de perder el corazón, o ya lo hemos perdido y necesitamos desesperadamente recuperarlo. En el corazón, “somos nosotros mismos” (Dilexit nos, párrafo 6), escribe Francisco, pues es “la sede del amor con la totalidad de sus componentes espirituales, anímicos y también físicos” (DN 21), “un núcleo que está detrás de toda apariencia, aun detrás de pensamientos superficiales que nos confunden” (DN 4).

Nuestras preguntas existenciales más profundas: “¿Quién soy realmente? ¿Qué busco? ¿Qué dirección quiero dar a mi vida, a mis decisiones y a mis acciones? ¿Por qué y para qué estoy en este mundo? (…) ¿Quién quiero ser para los demás? ¿Quién soy para Dios?”, pueden responderse con una sola y más fundamental pregunta: “¿Tengo corazón?” (DN 23). Estas preguntas que nos interpelan profundamente y nos permiten dar sentido a nuestra existencia, se meditan y se guardan en el corazón, como María que, según nos dice San Lucas, guardaba y meditaba todas las cosas en su corazón (DN 19; cf. Lc 2, 19.51).

El corazón no solo es la sede de la “emoción profunda” (DN 16), donde descubrimos quiénes somos, sino también el lugar donde nace el amor: El amor incondicional de Dios por nosotros, y del que brota nuestra capacidad de amar a los demás. En nuestro corazón, descubrimos el “fuego” de esta capacidad, que nos permite alcanzar nuestra “identidad de modo pleno y luminoso, porque cada ser humano ha sido creado ante todo para el amor, está hecho en sus fibras más íntimas para amar y ser amado” (DN 21).

Y es, en definitiva, en este descubrimiento del amor de Dios por nosotros, en la profundidad y unidad de nuestro ser, donde aprendemos a amar a los demás, que es la esencia de lo que significa ser seguidores de Cristo. “Conocer que Cristo ha muerto por nosotros no se queda en conocimiento, sino que necesariamente se convierte en afecto, en amor” (DN 26). Y, está convencido el Papa, este es el corazón que necesitamos recuperar si queremos sanar nuestro propio corazón. El amor de Cristo “es capaz de darle corazón a esta tierra y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente” (DN 218).

-Ricardo da Silva, S.J.


2. La importancia del afecto, no solo del intelecto

En la sección inicial de la encíclica, Francisco contrasta la compleja riqueza del corazón con “el dominio más fácilmente controlable de la inteligencia y la voluntad”. Mientras que muchos pueden retirarse a espacios aparentemente más seguros, Francisco dice que esto resulta en un atrofiamiento de “la idea de un centro personal donde lo único que puede unificar todo es, en definitiva, el amor” (DN 10). Francisco prosigue así su crítica a una mentalidad excesivamente racionalista o tecnocrática, que ha sido uno de los rasgos distintivos de su papado. También advierte de que nuestros pensamientos y nuestra voluntad, a diferencia de nuestros corazones, son “fácilmente predecibles y manipulables”, incluso mediante algoritmos digitales que nos suministran información a medida (DN 14).

Para corregir una excesiva confianza en la claridad conceptual, que puede parecer que aporta la verdad, pero que no da lugar a una conversión profunda, o incluso convertirse en un “moralismo autosuficiente” (DN 27), Francisco hace referencia a la atención de San Ignacio de Loyola a la “afectividad”, diciendo que la reforma de la vida “no se trata de discursos racionales que habría que llevar a la práctica, haciéndolos pasar a la vida, de modo que la afectividad y la práctica serían simplemente consecuencias —en dependencia— de conocimientos asegurados” (DN 24).

El capítulo 2 de la encíclica se lee casi como un mini-retiro, al estilo ignaciano, dirigido a la conversión y ordenación de la afectividad. (Esto también se hace eco del planteamiento de Francisco, en Fratelli tutti, de utilizar una extensa reflexión sobre la parábola del Buen Samaritano como principio organizador de una encíclica). Citando 38 pasajes bíblicos en los 16 párrafos del capítulo, Francisco nos invita a experimentar el deseo y el cuidado del corazón de Jesús, preguntando en referencia al encuentro de Jesús con el joven rico en Mc 10,21: “¿Puedes imaginarte ese instante, ese encuentro entre los ojos de este hombre y la mirada de Jesús?” (DN 39).

-Sam Sawyer, S.J.


3. La Iglesia necesita profundizar en el amor incluso más de lo que necesita reformar las estructuras

Desde el comienzo de su papado, Francisco ha advertido enérgicamente contra la tendencia de la Iglesia a encerrarse en sí misma o a dejarse absorber, por lo que él llama “mundanidad espiritual”. En Dilexit nos, continúa ese tema, diciendo que “el Corazón de Cristo nos libera al mismo tiempo de otro dualismo: el de comunidades y pastores concentrados sólo en actividades externas, reformas estructurales vacías de Evangelio, organizaciones obsesivas, proyectos mundanos, reflexiones secularizadas, diversas propuestas que se presentan como formalidades que a veces se pretende imponer a todos” (DN 88).

Esta crítica resulta llamativa en una encíclica publicada durante la segunda sesión del Sínodo sobre la Sinodalidad, en la que muchos temas relacionados con el cambio estructural y organizativo se trasladaron a los grupos de estudio. La esperanza de Francisco es que, reflexionando sobre el corazón de Cristo, al que llama “la síntesis encarnada del Evangelio”, la Iglesia se mueva no solo por el análisis crítico de las cuestiones teológicas y sociales, sino mucho más por un poderoso amor afectivo a Cristo (DN 90).

Francisco parece estar suplicando a quienes se quedan atrapados en sus propios planes y visiones para la Iglesia, ya sea mediante la adhesión rigurosa a las estructuras actuales o la reforma radical de las mismas, que se reorienten hacia la necesidad de un amor reavivado. En la conclusión de la encíclica, dice que en lugar de “estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo”, la Iglesia necesita “el amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades” (DN 219).

-Sam Sawyer, S.J.


4. La importancia de la piedad popular

A lo largo del documento, el papa Francisco expresa su percepción de que el Sagrado Corazón y las imágenes devocionales relacionadas pueden ser fácilmente tachadas de cursilería, pero advierte que no hay que descartar la devoción en su conjunto. “Alguna de esas imágenes podrá parecernos poco atractiva y no movernos demasiado al amor y a la oración”, escribe Francisco, pero “eso es secundario, ya que la imagen no es más que una figura motivadora” (DN 57).

Y va un paso más allá, criticando -como ha hecho a menudo- a quienes tachan esas expresiones de piedad popular de exageradamente emotivas o carentes de profundidad. Escribe: “Pío XII llamó ‘falso misticismo’ a esta actitud elitista de algunos grupos que veían a Dios tan alto, tan separado, tan distante, que consideraban peligrosas y necesitadas de un control eclesiástico las expresiones sensibles de la piedad popular” (DN 86).

Hablando de la piadosa tradición de los católicos que tratan de consolar a Jesús en su sufrimiento, el Papa ruega “que nadie se burle de las expresiones de fervor creyente del santo pueblo fiel de Dios”, y añade: “Invito a cada uno a preguntarse si no hay más racionalidad, más verdad y más sabiduría en ciertas manifestaciones de ese amor que busca consolar al Señor que en los fríos, distantes, calculados y mínimos actos de amor de los que somos capaces aquellos que pretendemos poseer una fe más reflexiva, cultivada y madura” (DN 160).

-Colleen Dulle


5. El Sagrado Corazón nos exhorta a reparar con “acciones y palabras de amor”, no llorando de autocompasión

Una parte de la devoción al Sagrado Corazón implica hacer “reparaciones” al corazón de Jesús por nuestros propios pecados y los pecados del mundo, que le trajeron y le siguen trayendo dolor. Sin embargo, un enfoque exagerado en la reparación puede suscitar preocupaciones por dudar de la suficiencia de la redención de Cristo, pero Francisco cree que el impulso devocional de consolar el corazón de Jesús es puro. “Puede parecer que esta expresión de la devoción no tiene suficiente sustento teológico, sin embargo, el corazón tiene sus razones. El sensus fidelium intuye que aquí hay algo misterioso más allá de nuestra lógica humana, y que la pasión de Cristo no es un mero hecho del pasado: podemos participar en ella desde la fe” (DN 154).

Dicho esto, Francisco anima a enmarcar adecuadamente las reparaciones. Recurre a Santa Teresa de Lisieux para proporcionar un contexto histórico y espiritual. “Teresa sabía que algunas personas habían desarrollado una forma extrema de reparación, con la buena voluntad de entregarse por los demás, que consistía en ofrecerse como una especie de ‘pararrayos’ de manera que la justicia divina se realizara” (DN 195). Tanto Teresa como el papa Francisco ven con malos ojos esta forma de devoción. “Esta insistencia en la justicia divina finalmente inducía a pensar que el sacrificio de Cristo era incompleto o parcialmente eficaz, o que su misericordia no era suficientemente intensa” (DN 195).

Solo Jesús salva y redime al mundo. Sin embargo, el Papa propone un encuadre de las reparaciones que las considera como una “participación que aceptamos libremente en su amor redentor y en su único sacrificio” (DN 201). ¿Cómo lo hacemos? Amando a nuestro prójimo.

“¿Acaso podrá agradar al Corazón que tanto amó que nos quedemos en una experiencia religiosa íntima, sin consecuencias fraternas y sociales?” (DN 205). Francisco concluye que no. Estamos llamados a reconciliarnos con amigos, familiares y extraños, a los que hemos ofendido y que nos han ofendido. Estamos llamados a construir sociedades de justicia, paz y fraternidad. Pero esta acción está animada fundamentalmente por un amor intenso, y también está conectada, según Francisco, tanto con la evangelización (su enfoque en Evangelii gaudium) como con sus encíclicas sociales Laudato si’ y Fratelli tutti (DN 217). “A la luz del Sagrado Corazón la misión se convierte en una cuestión de amor, y el mayor riesgo en esa misión es que se digan y se hagan muchas cosas pero no se logre provocar el feliz encuentro con ese amor de Cristo que abraza y que salva” (DN 208).

En resumen, la compunción por nuestros pecados que traspasan el Sagrado Corazón de Cristo debe llevarnos al dolor, pero un dolor que no nos mueva a la autocompasión o al perfeccionismo, sino a un mayor amor a Dios y al prójimo.

-Zac Davis

VIDEO. Puntos clave de la encíclica Dilexit nos del papa Francisco

Dilexit nos: Una espiritualidad para el futuro

La encíclica Dilexit nos (DN), que el papa Francisco nos ha ofrecido recientemente, única en su género, al menos dentro de su magisterio, aborda cuestiones profundamente espirituales, tratándolas en términos espirituales: solo se la puede juzgar a través del Espíritu, y quien no esté habituado a este tipo de experiencia, es decir, quien esté cerrado a lo trascendente, inevitablemente no podrá comprender siquiera el lenguaje en el que está expresada. Esta encíclica no solo es una reflexión teológica, sino aún más, una contemplación “del misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad” (Col 1,26).

Esta encíclica se presenta, por tanto, como el centro, precisamente el corazón, del cual parten todas las demás reflexiones que el Papa ha propuesto hasta ahora a la Iglesia y al mundo, incluso aquellas más “horizontales”: en este sentido, no resulta fuera de lugar considerarla casi como un canon hermenéutico para una interpretación auténtica de su contexto.


Caro cardo salutis” (La carne es la base de la salvación)

Quizá el aspecto que siempre ha desconcertado o escandalizado más a los bienpensantes, incluso religiosos, es que “la imagen del corazón nos habla de carne humana, de tierra, y por eso también nos habla de Dios” (DN 58). Dios no se manifiesta en una idea, como les gustaría a muchos intelectuales, en un conjunto de verdades abstractas para discutir tal vez en una academia teológica o en un salón, sino en un Hombre, que manifiesta en sí mismo la infinitud de Dios: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9), dice Jesús.

En ese sentido, el Pontífice, en el primer capítulo de su encíclica, nos invita a considerar los gestos de Jesús, su actuar, la fisicidad de su toque, de su mirada, de su humanidad, descrita en el Evangelio en sus encuentros con diferentes personajes, con los cuales somos invitados a identificarnos. Y no solo sus gestos, sino también sus palabras: porque tanto los gestos como las palabras revelan el corazón de un hombre, y, por tanto, el del propio Salvador. En ellos se muestra su sentir más íntimo, su percepción profunda de la realidad: “un amor apasionado, que sufre por nosotros, se conmueve, se lamenta, y llega hasta las lágrimas” (DN 44).


La imagen del Corazón de Cristo

“La imagen del corazón debe referirnos a la totalidad de Jesucristo en su centro unificador y, simultáneamente, desde ese centro unificador debe orientarnos a contemplar a Cristo en toda la hermosura y riqueza de su humanidad y de su divinidad” (DN 55). El simbolismo del corazón no puede entenderse desde una perspectiva puramente descriptiva, como la de las ciencias. La anatomía no revela el misterio: este se desvela en el lenguaje simbólico y metafórico propio de la poesía, la literatura y la religión. De hecho, este lenguaje es más rico, y no más pobre, que el descriptivo, porque se abre a una gama de alusiones e imágenes que se complementan mutuamente, en una riqueza de significados que se expande hasta el extremo.

Este enfoque privilegia el sentir y el saborear las verdades antes que el deseo de dominarlas. De modo que, “allí donde el filósofo detiene su pensamiento, el corazón creyente ama, adora, pide perdón y se ofrece a servir en el lugar que el Señor le da a elegir para que lo siga. Entonces entiende que es el ‘tú’ de Dios, y que puede ser un ‘yo’ porque Dios es un ‘tú’ para él” (DN 25). Esta es una verdadera “escuela de los afectos”, con una larguísima tradición: desde san Agustín hasta san Ignacio con sus Ejercicios Espirituales, y que llega hasta nuestros días.


Una devoción cristológica y trinitaria

Así comprendemos que la devoción al Corazón de Cristo nos conduce al centro unificador de la redención: la persona humana y divina de Jesús, plenitud que todos hemos recibido. La divinidad y la humanidad del Verbo encarnado coexisten en la unidad de la única Persona del Hijo. Por lo tanto, el culto al Corazón de Cristo no es un accesorio, no es un “extra” ni una “guinda del pastel”, como se dice para referirse a algo que es bonito tener, pero que no sería indispensable. Más bien, es la forma propia que asume, nutrido por la Escritura y el Sacramento, el verdadero culto al Salvador, mediado por este símbolo extraordinariamente expresivo que, sin duda, tiene su historia y que ciertamente debe ser, por así decirlo, “descifrado”, tal como el papa Francisco nos ayuda a hacer.

En otras palabras, la experiencia del Cristo vivo, que nos ofrece su costado traspasado, nos conduce a la esencia misma del Evangelio. Desde ahí, mirando hacia atrás, percibimos en los relatos evangélicos toda la longitud, la altura, la amplitud y la profundidad de lo que se contempla. Más aún, lo vivimos en nuestra propia piel, en un “tú a tú” que es la esencia misma de la vida espiritual. La devoción al Corazón de Cristo ha sido, y sigue siendo, el vehículo de esta experiencia formidable. De hecho, “en el Corazón traspasado de Cristo se concentran escritas en carne todas las expresiones de amor de las Escrituras” (DN 101).

Toda la misión de Cristo consiste en revelar al Padre y conducirnos hacia Él. “Cristo nos quiere llevar al Padre. Así se entiende por qué la predicación de la Iglesia, desde los comienzos, no nos detiene en Jesucristo, sino que nos conduce al Padre. Él es quien, en último término, como plenitud fontal, debe ser glorificado” (DN 70). Además, el Hijo desea hacernos partícipes de su vida, por medio del Espíritu Santo, para que también nosotros podamos decir, como Pablo: “Ya no soy yo quien vive, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,20). Así, el culto cristiano, al igual que toda la revelación, nos lleva al Padre, por medio del Hijo, en la gracia del Espíritu: todo procede del Dios trino y a Él retorna.


Perspectivas eclesiales, apostólicas y misioneras

En el cuarto capítulo de la encíclica, el Pontífice presenta a los grandes testigos del amor humano y divino del Corazón de Cristo: en primer lugar, los Padres de la Iglesia, los santos mártires y san Agustín, quien “abrió el camino a la devoción al Sagrado Corazón como lugar de encuentro personal con el Señor” (DN 103), además de los místicos y místicas medievales. La reflexión del Papa se dirige luego a los grandes testigos de esta espiritualidad en el mundo moderno: san Juan Eudes, san Francisco de Sales, los “clásicos” santa Margarita María de Alacoque y san Claudio de La Colombière, san Vicente de Paúl, hasta llegar a san Charles de Foucauld, santa Teresa del Niño Jesús, santa Faustina Kowalska, san Pío de Pietrelcina, santa Teresa de Calcuta y san Juan Pablo II. Y, se destaca explícitamente la fuerte resonancia que esta devoción tuvo en la Compañía de Jesús. De esta larga corriente de vida interior, en efecto, ha brotado una impresionante “acción evangelizadora y educativa de numerosas congregaciones religiosas femeninas y masculinas que han sido marcadas desde sus orígenes por esta experiencia espiritual cristológica” (DN 150).


Conclusión: una espiritualidad para el futuro

El papa Francisco ha mostrado la perenne actualidad de la devoción al Corazón de Cristo en sus fundamentos bíblicos, patrísticos y eclesiales. Se trata de una verdadera espiritualidad, porque es una perspectiva desde la cual leemos todo el misterio de Cristo en su triple dimensión de teología, liturgia y diaconía o servicio (particularmente hacia los pobres, con quienes Cristo se ha identificado). “Esta unión entre la devoción al Corazón de Jesús y el compromiso hacia los hermanos atraviesa la historia de la espiritualidad cristiana” (DN 172): así ha sido en el pasado, así es hoy, y continuará siéndolo siempre.

El Pontífice repropone y reafirma el valor de las expresiones tradicionales del culto al Corazón de Jesús, en particular la Comunión de los primeros viernes de mes y la hora de adoración eucarística los jueves, dedicada a velar y orar con Jesús en Getsemaní, respondiendo explícitamente a la invitación que Él nos hace: “Quedaos aquí y velad” (Mc 14,34; cf. DN 84-85). Sin embargo, el papa Francisco subraya la fuente de toda devoción: la Palabra de Dios y, por supuesto, la Eucaristía.

También afirma que todos “nuestros actos ofrecidos hoy para su consuelo, traspasando los tiempos, llegaron a su Corazón herido” (DN 153). Esto incluye, sin duda, la ofrenda de nosotros mismos al Corazón de Jesús, tradicionalmente llamada “consagración”, así como la ofrenda de nuestras fatigas, nuestras acciones y, en última instancia, nuestra vida: la llamada “ofrenda del día”, con una perspectiva apostólica y misionera. La devoción al Sagrado Corazón se presenta verdaderamente como un remedio providencial para superar la “fragmentación del individualismo” (DN 17), de modo que todos y cada uno puedan “unificar y armonizar su propia historia personal, que parece fragmentada en mil pedazos” (DN 19).

LEER. Artículo completo publicado en La Civiltà Cattolica

VIDEO. “El mundo necesita ‘sumergirse’ en el amor de Jesús”

Dilexit nos y los remedios para las heridas del mundo

La empatía, la ternura y la misericordia

Dilexit nos es “una terapia para los males del mundo actual, un mundo que sobrevive entre las guerras, los desequilibrios socioeconómicos, el consumismo y el uso antihumano de la tecnología”. El Papa explica que “el corazón del hombre solo puede ser recto cuando está sanado por el amor de Cristo” y la “encíclica busca acercar a todos a ese Corazón, donde podemos experimentar el amor que sana y fortalece”. Lo explica el profesor Antonio Ducay, de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz en Roma, en esta entrevista con L’Osservatore Romano en la que ofrece puntos clave para la lectura de la nueva encíclica de Francisco.

Tras dos encíclicas de un calado muy social, el Papa Francisco propone una encíclica muy pastoral. ¿Qué cree que ofrece Dilexit nos a la Iglesia y al mundo?

Dilexit nos es mucho más que una encíclica pastoral; es una terapia para un tiempo herido. Hoy, los medios y redes sociales nos muestran dramas y desastres de cada rincón del planeta, acercándonos a problemas que, la mayoría de las veces, no podemos resolver. Esta avalancha de dolor lejano, que no podemos tocar, genera una distancia emocional y cierta indiferencia. La encíclica nos invita a no dejar que nuestro corazón se seque en esta “costumbre del sufrimiento ajeno”.

El Papa, de hecho, ilustra cómo el mundo pierde su “corazón” al ignorar los sufrimientos humanos: habla de las ancianas que lo han perdido todo en la guerra, incluso a sus seres queridos. Es desgarrador verlas y escuchar sus lamentos, y, sin embargo, este dolor queda a menudo sin respuesta. Personalmente, creo que nos hemos vuelto inmunes o preferimos desviar la mirada para evitar ese sufrimiento inútil. En este contexto, Francisco nos recuerda que el amor de Cristo es “el único capaz de darle corazón a esta tierra”. Su mensaje es una llamada a restaurar el calor humano: el Corazón de Jesús nos enseña a ser una “Iglesia hospital de campaña” donde la empatía, la ternura y la misericordia son los remedios para las heridas del mundo.

Viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, o con meras luchas de poder en torno a intereses parciales –explica Francisco- podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón. ¿Qué importancia tiene para el mundo de hoy hablar del amor divino del corazón de Jesucristo?

Cuando se pierde el sentido de Dios y de su amor por los hombres, se pierde también el fundamento último de la dignidad humana. Sin esa base trascendente, las relaciones humanas tienden a desintegrarse y degeneran en meras relaciones de conveniencia, simples vehículos de los intereses de las personas y de los grupos, en los que apenas tienen espacio las consideraciones morales. Esto lleva a lo que Dostoyevski señala en Los hermanos Karamazov: sin Dios, “todo está permitido”. Y, aunque puede interpretarse de muchas maneras, al final su mensaje resalta una verdad fundamental: sin una referencia última, como el amor divino, se abre la puerta a una mentalidad sin conciencia ni compasión, que es capaz de justificar cualquier acto. Entonces la persona se hace deshumana, se desvirtúa la capacidad de amar.

La encíclica evoca otra obra de Dostoyevski, Los demonios, donde un personaje vive encerrado en sí mismo, incapaz de “tener corazón” para relacionarse genuinamente con los demás. Francisco, siguiendo a Romano Guardini, recuerda que “sólo el corazón puede acoger y dar un hogar”. Y es así: sin un corazón capaz de salir de sí mismo, no llegamos a reconocer en profundidad al prójimo, a entender su mundo, y nos volvemos personas distantes, indiferentes. El Corazón de Cristo, en cambio, se presenta como el ejemplo de un amor que acoge, acompaña en las luces y sombras de la vida y no retrocede ante el sacrificio que tantas veces el amor comporta.

La Iglesia ve en ese amor la manifestación del amor de Dios, un amor que fortalece el corazón humano, lo renueva y le permite amar de verdad. De esta manera, el mensaje de la encíclica cobra fuerza para el mundo de hoy: solo si volvemos a este amor de Cristo, podremos cimentar relaciones de auténtica fraternidad y solidaridad, capaces de resistir los intereses egoístas y de devolverle a la sociedad un verdadero “corazón”.

¿Qué claves de lectura daría usted para entender Dilexit nos?

Creo que Dilexit nos surge, en primer lugar, de la devoción personal del papa Francisco. Él mismo ha contado que su abuela le enseñó a rezar “Jesús, haz que mi corazón se parezca al tuyo”. Además, sus años de formación como jesuita habrán consolidado esta devoción, a la que se ha referido con frecuencia a lo largo de su pontificado. A esto se suma su amor por lo que está arraigado en el pueblo, y pocas devociones están tan profundamente enraizadas como el Sagrado Corazón. Todo esto forma parte de las raíces de la encíclica. Sin embargo, hay algo más profundo que impulsa este documento. La encíclica deja entrever que el Papa cree firmemente en los beneficios que, para nuestro tiempo, tendría una sana “antropología del corazón”.

De todos modos, este nuevo impulso a la devoción al Sagrado Corazón no puede hacerse sin una cierta renovación. La devoción debe presentarse de forma adecuada y fundada en la Revelación, y eso es algo que el Papa cuida mucho en esta encíclica. Nos ofrece el fundamento bíblico y eclesial de esta devoción, iluminando aquellos aspectos que puedan ser más difíciles de comprender para la mentalidad actual.

LEER. Entrevista completa en L’Osservatore Romano

VIDEO. El Corazón de Cristo en el mundo actual según Dilexit nos

Publicaciones relacionadas en Buena Voz Católica
Fuentes

La Civiltà Cattolica / L’Osservatore Romano / America Magazine / Videos: Vatican News – Rome Reports – Canal Orbe 21 / Foto: CNBB

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *