Lumen Fidei: primeras impresiones

Encíclica Lumen Fidei: primeras impresiones

6.00 p m| 18 jul 13 (BUENA VOZ).- Pasados algunos días desde la publicación de la encíclica Lumen Fidei, en Buena Voz hemos recopilado algunos extractos de textos con comentarios y primeras impresiones. Las fuentes son diversas: escritores, teólogos, líderes de la Iglesia y otros especialistas.

Psicología del conocimiento y moral desde la Lumen Fidei
De Agustín Ortega Cabrera (Centro Loyola e ISTIC)

Una de la realidades esenciales y transversales de la primera encíclica del Papa Francisco, Lumen Fidei (LF, La Luz de la Fe) -aunque elaborada en muy buena medida por Benedicto XVI-, es la que trata sobre el conocimiento (cf. LF 26-28).

Siguiendo la tradición y el magisterio de la iglesia, LF nos muestra como la fe es razonable, como hay que ponerla a dialogar con la razón y la cultura (LF 32-34). “La fe y la razón se refuerzan mutuamente” (LF 32). Lejos de todo fanatismo y fundamentalismo, “la verdad de un amor no se impone con la violencia, no aplasta a la persona. Naciendo del amor puede llegar al corazón, al centro personal de cada hombre. Se ve claro así que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; al contrario, la verdad le hace humilde, sabiendo que, más que poseerla él, es ella la que le abraza y le posee. En lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos” (LF 34).

Como ya se observa, el conocimiento que busca la verdad, desde la fe para los cristianos, no solo nos hace comprender (cf. Is 7,9 en su versión griega), no es una mera cuestión intelectual, teórica o nocional (conceptual); sino que dicho conocimiento y comprensión se inter-relaciona asimismo con el subsistir (como dice el texto hebreo de Is 7,9), esto es, con la vida, con la existencia, defiende y promueve la vida. Ya que el Dios de la fe es un Dios de vida, fiel a su promesa de Alianza y vida liberadora con el pueblo (cf. LF 23).

De esta forma, este conocimiento de la verdad no puede caer en un idealismo (intelectualismo), en un individualismo o relativismo. Y se orienta al conocimiento de la verdad global “que explica la vida personal y social en su conjunto” (LF 25). A su vez, “es una cuestión de memoria, de memoria profunda, pues se dirige a algo que nos precede y, de este modo, puede conseguir unirnos más allá de nuestro «yo» pequeño y limitado. Es la pregunta sobre el origen de todo, a cuya luz se puede ver la meta y, con eso, también el sentido del camino común” (LF 25).

En la línea de lo mejor de la filosofía o pensamiento actual, el conocimiento y la verdad que plantea la LF tienen una perspectiva integral, que abarca a la persona en comunidad, al ser comunitario y social en el tiempo, en la realidad histórica, que contempla la memoria del pasado, de la historia y cultura de la humanidad.

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Primeras impresiones sobre la encíclica Lumen Fidei
De Leonardo Boff (teólogo, filósofo y escritor)

La Encíclica no trae ninguna novedad sensacional que llame la atención de la comunidad teológica, del conjunto de los fieles o del público en general. Es un texto de alta teología, con un estilo recargado y lleno de citas bíblicas y de los Santos Padres. Curiosamente cita autores de la cultura occidental como Dante, Buber, Dostoievski, Nietzsche, Wittgenstein, Romano Guardini y al poeta Thomas Elliot. Se puede ver claramente la mano del Papa Benedicto XVI, sobre todo en discusiones refinadas de difícil compresión hasta para los teólogos, manejando expresiones griegas y hebreas, como suele hacer un doctor y maestro.

El texto va dirigido a la Iglesia. Habla de la luz de la fe a quienes ya están dentro del mundo iluminado por la fe. En este sentido es una reflexión intrasistémica.

El hilo conductor de la argumentación teológica es típico del pensamiento de Joseph Ratzinger como teólogo: la preponderancia del tema de la verdad, diría, casi obsesiva. En nombre de esa verdad se contrapone frontalmente a la modernidad. Tiene dificultad para aceptar uno de los temas más caros al pensamiento moderno: la autonomía del sujeto y su uso a la luz de la razón. J. Ratzinger la ve como una forma de sustituir la luz de la fe.

Para Ratzinger el propio amor debe someterse a la verdad, sin la cual no se superaría el aislamiento del «yo» (nº 27). Sin embargo, sabemos que el amor tiene sus propias razones y obedece a una lógica distinta, diferente, sin ser contraria a la verdad. El amor puede no ver con claridad, pero ve con más profundidad la realidad. Ya San Agustín siguiendo a Platón decía que sólo comprendemos verdaderamente lo que amamos. Para Ratzinger, “el amor es la experiencia de la verdad” (n.27) y “sin la verdad, la fe no salva” (nº 24).

Esta declaración es problemática en términos teológicos, pues toda la Tradición, especialmente los Concilios han afirmado que sólo salva “aquella verdad informada por la caridad” (fides caritate informata). Sin el amor, la verdad es insuficiente para alcanzar la salvación. En un lenguaje pedestre diría: lo que salva no son las prédicas verdaderas sino las prácticas efectivas.

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Lumen fidei para ver y oír
De Jesús Ortiz López (Doctor en Derecho Canónico)

La fe es una virtud sobrenatural que orienta a la inteligencia de los creyentes, su voluntad y su corazón, para actuar con soltura en este mundo cara a la eternidad; es una luz para ver siempre a Dios a través de todos los acontecimientos de nuestra vida. Pero esa fe personal es una participación en el patrimonio común de la Fe de la Iglesia, que por la Revelación conoce y vive en Dios: mi fe es la Fe de la Iglesia, personal y comunitaria, siempre es “creo-creemos”. Como una madre que enseña a hablar a sus hijos así la Iglesia nos enseña  el lenguaje de la fe para introducirnos en la inteligencia de la Fe en Dios de Jesucristo.

La Encíclica subraya esta naturaleza indisociable de la fe cuando afirma que la fe tiene una configuración necesariamente eclesial; no es privada, individualista, ni una simple opinión subjetiva (Lumen Fidei, n. 22).

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Mirar el mundo con los ojos de Cristo
De Diego Contreras (Periodista y corresponsal en Roma. Profesor en Universidad Pontificia de la Santa Cruz)

La luz que procede de la fe ilumina toda la existencia humana, y eso es particularmente importante en una época en la que los hombres tienen una especial necesidad de luz. Esa idea es uno de los hilos conductores de la primera encíclica del Papa Francisco, que asume el borrador preparado por Benedicto XVI antes de su renuncia. La Lumen Fidei (La luz de la fe) es una invitación -presentada en un tono propositivo- para que los cristianos miren el mundo “con los ojos de Cristo”.

El Papa contempla la fe de Israel, con las figuras de Abraham y Moisés, hasta llegar a la plenitud de la vida cristiana con Jesucristo: “la fe cristiana está centrada en Cristo, es confesar que Jesús es el Señor, y Dios lo ha resucitado de entre los muertos”. La historia de Jesús es la manifestación más plena de que Dios es fiable. “La fe reconoce el amor de Dios manifestado en Jesús como el fundamento sobre el que se asienta la realidad y su destino último”.

La encíclica aborda también otras cuestiones, como lo que supone la fe para dar sentido al sufrimiento. “Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña”. Y añade: “en Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz”.

El Papa recuerda que “la fe es una sola”, y que por tanto debe ser confesada en su integridad: “precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe”.

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Una encíclica para dar buena conciencia ilustrada a los sectores más conservadores
De José Ignacio González Faus (Sacerdote jesuita y teólogo)

Lo que sigue son observaciones a vuelapluma, fruto de una primera lectura rápida de la encíclica. Quede esto muy claro de entrada por si luego aparecen cosas que, en una lectura más lenta, pueden ser matizadas. A pesar de las “cuatro manos” a las que el hermano Francisco se refirió humorísticamente, la encíclica me ha parecido más bien un texto casi íntegro de Ratzinger, que Francisco ha tenido la delicadeza de hacer suyo y apenas le ha añadido alguna nota, al principio y al final.

Donde más se percibe esto es en el siguiente detalle: Francisco ha tenido en estos meses de sus pontificado una serie de gestos positivos, muy cargados además de simbología y de significado. Pues bien: no he sabido ver en la encíclica un solo párrafo que pudiera ser visto como fundamento teológico de todos aquellos gestos. Del texto actual no brotará un gran deseo de “una Iglesia pobre y para los pobres” sino, a lo más, una Iglesia que puede gloriarse de tener una madre Teresa. Sin percibir (porque la falta de conocimiento de nuestro mundo me parece otro rasgo de la encíclica) hasta qué punto la Madre Teresa por ejemplar y admirable que fuese su caridad, se ha convertido en el opio de las clases altas.

Aventuras “liberacionistas” o que “conocer a Yaveh es practicar la justicia” (Jer 22,16) o que aún tenemos que “aprender lo que significa misericordia quiero y no culto”, quedan fuera de la óptica de este texto. Con lo cual acaba siendo una encíclica para dar buena conciencia ilustrada a los sectores más conservadores, sin exigirles ningún cambio de rumbo a lo Zaqueo. Buenísima conciencia porque el texto es intelectualmente muy rico, claro y erudito (hasta con algunas discusiones semánticas, que parecen más propias de un libro que de una carta-encíclica).

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