¿El Papa dijo que todas las religiones son iguales? Esto enseña la Iglesia

2:00 p.m. | 21 oct 24 (AM/CM).- Durante un encuentro interreligioso con jóvenes, Francisco explicó por qué es importante reconocer que todas las religiones son un camino para llegar a Dios. Aunque sus palabras pasaron casi desapercibidas, generaron escándalo en un pequeño grupo de católicos, especialmente entre el clero. Un par de reflexiones analizan el mensaje de Francisco a la luz de la enseñanza católica, mostrando una importante continuidad -sobre todo desde el Vaticano II-, y revelando el desconocimiento que alimenta las hostilidades.

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“Todas las religiones son un camino para llegar a Dios”, dijo el Papa. “Haré una comparación, son como distintos idiomas, para llegar allí”. Como suele ocurrir, un fragmento de unas declaraciones improvisadas llegó a las redes sociales y algunos lo leyeron de forma negativa, como si Francisco estuviera diciendo que todas las religiones son “igual de verdaderas” (lo que parecería absurdo, ya que todas las religiones, en algunos aspectos, se contradicen entre sí). Pero lo que el Papa quería decir es que todas las religiones son formas de comunicarse con Dios, no que todas sean “iguales”.

Algunos analistas han interpretado los comentarios del Papa de forma más caritativa, y ésta es una buena oportunidad para aclarar lo que la Iglesia enseña sobre otras religiones y la relación de la fe católica con ellas.

Una de las declaraciones más conocidas sobre esta cuestión la hizo el papa Bonifacio VIII en su bula papal Unam sanctam, en 1302: “Fuera de la Iglesia, no hay salvación”. Esto había sido entendido durante mucho tiempo por muchos católicos (y muchos protestantes) como una afirmación de que aquellos que no están bautizados y en comunión con la Iglesia católica van a ir al infierno.

Sin embargo, en Lumen gentium, uno de los principales documentos del Concilio Vaticano II, se nos dice que los no católicos que “buscan a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna” (LG, 16). La puerta de la salvación, afirma la Iglesia, está abierta a todos (Gaudium et spes, 22).

La Iglesia también afirma en Ad gentes que las “semillas de la Palabra” se encuentran en toda gran fe (AG, 11). Estas “semillas” se mencionan en múltiples ocasiones en los documentos y encíclicas conciliares, y se refieren a los elementos identificados en otras creencias y culturas que contienen rayos de la misma verdad que encontramos en el Evangelio.

No se trata de una innovación reciente. La idea procede de uno de los primeros grandes teólogos de la Iglesia, San Justino mártir, que escribió que “las enseñanzas de Cristo no son ajenas a Platón”. Dante también describió el cielo como un lugar de buenos paganos. Y papas como Alejandro VIII y Clemente XI condenarían más tarde como herética la proposición de que la gracia de Cristo no opera dentro de los de otras creencias (véase Errores de los jansenistas y la encíclica Unigenitus de 1713, declaraciones en las que los papas condenaban el movimiento herético jansenista dentro de la Iglesia, cuya teología, en algunos aspectos, se parecía más al calvinismo que a la doctrina católica).

Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris missio, afirmó que el Espíritu Santo actúa en cada corazón humano del mundo (RM 6 y 29), y que las muchas religiones reflejan destellos de la verdad única (RM 56). Este Papa, que hizo grandes progresos en el diálogo interreligioso, también escribió en su libro Cruzando el umbral de la esperanza:

“El Concilio (Vaticano II) dirá que el Espíritu Santo obra eficazmente también fuera del organismo visible de la Iglesia (LG, 13). Y obra precisamente sobre la base de una raíz soteriológica (relacionado con la salvación) común a todas las religiones (…) Cristo vino al mundo para todos estos pueblos, los ha redimido a todos y tiene ciertamente Sus caminos para llegar a cada uno de ellos, en la actual etapa escatológica de la historia de la salvación” (Capítulo: Pregunta XIII – ¿Por qué tantas religiones?).

¿Significa todo esto que la Iglesia, tal como la conocemos, ya no es importante? ¿Que da igual que alguien sea católico o no? ¿Que todas las religiones son igualmente verdaderas? No. Pero sí podemos decir que Dios actúa siempre y en todas partes con gracia sobre toda la familia humana, que las grandes tradiciones de fe sirven todas como auténticas búsquedas de Dios y contienen destellos de la misma verdad, y que creemos que Cristo estableció una sola Iglesia, santa, católica y apostólica, que dio sacramentos que transmiten la gracia, y que la fe contiene la plenitud de la gracia y de la verdad.

La Iglesia cree que es verdad tanto que a cada persona en la tierra se le ofrece la salvación a su manera como que la salvación solo llega a través del cuerpo de Cristo. Enseña que Cristo desea “que todos sean uno” y que los seres humanos tienen la obligación incesante de buscar la verdad de buena fe. Pero también enseña que Dios no castiga a nadie que, buscando honestamente lo verdadero y lo bueno, permanezca no obstante fuera de los límites visibles de la Iglesia debido a las circunstancias, la cultura, la historia o la falta de conocimiento.

Junto con la Iglesia, podemos, sin miedo a comprometer la verdad de nuestra fe, buscar con audacia y curiosidad “todo lo que es verdadero y santo” en otras confesiones. Podemos, entonces, mirar los poemas de los sufíes, las odas clásicas de la tradición china o las tradiciones indígenas y encontrar allí cosas hermosas que aprender que resuenen con el mismo logos universal en el corazón de nuestra fe. Podemos ver a nuestros hermanos musulmanes, confucianos o sijs como hermanos en la búsqueda de Dios, y encontrar compañía en ello, incluso manteniéndonos fieles a la plenitud de la Iglesia.

Esto nos permite adoptar la actitud de Juan Pablo II, evangelizando de una manera que da la bienvenida a lo bueno que se puede encontrar en otras creencias, manteniendo al mismo tiempo la convicción de que la Iglesia católica “es el sacramento universal de salvación” (RM, 9). Así podremos actuar no por miedo o por el deseo de aplastar otras tradiciones, sino por el deseo de compartir la plenitud de la alegría del Evangelio. Es esta alegría, en definitiva, la que hace atractiva la amistad con Cristo y, como decía G.K. Chesterton, la “llave que abre todas las puertas”.

El Papa sobre los caminos hacia Dios. Un proyecto que incluye a todos

Durante la visita a Singapur, el Francisco fue más lejos que cualquiera de sus predecesores en el reconocimiento del valor de las tradiciones no cristianas. “Todas las religiones son un camino para llegar a Dios”, dijo Francisco a un grupo de jóvenes. “Sólo hay un Dios, y nosotros, nuestras religiones son lenguas, caminos para llegar a Dios. Uno es sijs, otro, musulmán, hindú, cristiano”.

Algunos destacados conservadores han reaccionado con desprecio. Escribiendo en First Things, el arzobispo emérito de Filadelfia Charles Chaput recordó al Papa que “los cristianos sostienen que sólo Jesús es el camino hacia Dios”. En la red social X, el exobispo Joseph Strickland fue un paso más allá: “Por favor, recen para que el papa Francisco diga claramente que Jesucristo es el único Camino”.

Podría ser tentador para los defensores de Francisco descartar sus comentarios al explicar que estaba improvisando y, por tanto, carentes de autoridad. Sería un error. La afirmación del Papa sobre las religiones no cristianas, además de generosa, no es contraria a la doctrina católica oficial. Y no se trata de un lapsus linguae. Desde el comienzo de su pontificado, Francisco se ha acercado a otras tradiciones con un notable espíritu de apertura y humildad, sin dejar de insistir en que Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.

Las bases del enfoque de Francisco -la afirmación de la centralidad de Cristo y del valor de otras tradiciones religiosas- se establecen en el Concilio Vaticano II. “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero” (NA, 2), afirma la declaración Nostra aetate de diciembre de 1965. “Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres”. El modo en que el Dios Trino está presente en las tradiciones no cristianas nunca ha sido especificado en la enseñanza de la Iglesia. Como dice el documento culminante del Vaticano II, Gaudium et spes, “el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual”.

Esta renuncia histórica a la interpretación dominante del precepto católico, extra ecclesiam nulla salus -ninguna salvación fuera de la Iglesia institucional- marcó un nuevo comienzo para el diálogo interreligioso. El papa Juan Pablo II impulsó el generoso espíritu interreligioso del Concilio Vaticano II, sobre todo con una reunión de líderes religiosos para la Jornada Mundial de Oración por la Paz, celebrada en Asís en octubre de 1986. Al tiempo que subrayaba su identidad como “creyente en Jesucristo y, en la Iglesia católica, el primer testigo de la fe en Él” en Asís, veía la reunión como “una anticipación de lo que Dios quiere que sea la historia en desarrollo de la humanidad: un camino fraterno en el que nos acompañamos unos a otros hacia la meta trascendente que Él nos propone”.

Como cardenal supervisor de la doctrina bajo Juan Pablo II y más tarde como papa Benedicto XVI, Joseph Ratzinger adoptó una visión algo más restrictiva de las tradiciones no cristianas. Su declaración Dominus iesus del año 2000 reconocía que “los no cristianos pueden recibir la gracia divina”, pero insistía en que, comparados con los cristianos, “objetivamente se hallan en una situación gravemente deficitaria” (DI, 22). Calificar a otras tradiciones de “gravemente deficitarias” no era generoso, pero tampoco era un repudio de Nostra aetate.

Ratzinger reconoció que lo que él llamaba el “misterio de Cristo” actuaba a través de otras tradiciones (DI, 8). Se limitó a destacar la creencia católica de que esa obra se manifestaba sobre todo en el cristianismo y en la Iglesia católica en particular. Ni Juan Pablo II ni Francisco estarían en desacuerdo. En el texto fundacional de su papado, la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium de 2013, Francisco enfatizó, citando a Juan Pablo, que “no puede haber auténtica evangelización sin la proclamación explícita de que Jesús es el Señor” (EG, 110).

Lo que es nuevo con Francisco es un tono más humilde y generoso, una voluntad de reconocer más plenamente la presencia de Dios en otras tradiciones, e incluso en la cultura secular más amplia. En Evangelii gaudium, Francisco reconoció la eficacia de los rituales religiosos de otras tradiciones. “La acción divina en ellos tiende a producir signos, ritos, expresiones sagradas que a su vez acercan a otros a una experiencia comunitaria de camino hacia Dios” (EG, 254).

En el mismo documento, Francisco afirmó que “nos sentimos cerca también de quienes, no reconociéndose parte de alguna tradición religiosa, buscan sinceramente la verdad, la bondad y la belleza, que para nosotros tienen su máxima expresión y su fuente en Dios”. El Papa incluyó estas ideas en su encíclica de 2020 Fratelli tutti. Aunque subrayó que para los cristianos “el manantial de dignidad humana y de fraternidad está en el Evangelio de Jesucristo”, reconoció que “otros beben de otras fuentes” (FT, 277).

Tal vez la más notable apertura de Francisco a otras tradiciones religiosas como caminos hacia Dios fue la Declaración sobre la Fraternidad Humana que firmó en 2019 con el Gran Imán Ahmed El-Tayeb de Al-Azhar, la institución preeminente del mundo musulmán suní. Haciéndose eco de un famoso versículo del Corán, el documento afirma que “El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos”. La idea de que el pluralismo religioso no es sólo una realidad, sino un bien positivo, supuso un paso adelante en el camino iniciado por el Vaticano II, denunciado por algunos conservadores de la época.

Pero también estaba dentro del marco de Nostra aetate. Reconocer la diversidad de las tradiciones religiosas como una característica siempre presente de la creación de Dios y una fuente potencial de crecimiento y transformación positiva no significa negar la centralidad de Jesús en la tradición cristiana. Es sólo afirmar, de un modo nuevo, la profundidad y el misterio de la presencia de Dios en nuestro mundo.

La humilde y generosa acogida del diálogo interreligioso por parte de Francisco -más vívida en su reconocimiento de otras tradiciones como caminos hacia Dios- no está orientada únicamente hacia la Verdad. Para Francisco, el diálogo es en última instancia una práctica, una forma de hacer avanzar el reino de Dios de justicia y paz. Desde que es arzobispo de Buenos Aires, Francisco ha hecho hincapié en la importancia del encuentro, de comprometer a las personas por encima de las diferencias en la búsqueda de un terreno común.

Una “cultura del encuentro”, escribe en Fratelli tutti, “significa que como pueblo nos apasiona intentar encontrarnos, buscar puntos de contacto, tender puentes, proyectar algo que incluya a todos” (FT, 216). Dadas las profundas divisiones dentro de nuestras sociedades y entre ellas, promover una cultura del encuentro es un imperativo tanto evangélico como práctico. El enfoque humilde y generoso de Francisco hacia el diálogo interreligioso puede ayudarnos en ese camino.

VIDEO. El Papa a jóvenes de Singapur: “Me impresiona su capacidad de diálogo interreligioso”

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Fuentes

America Magazine / Commonweal Magazine / Video: Vatican News / Foto: Arquidiócesis de Singapur

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