Pablo VI: Diálogo como antídoto contra el marketing religioso
11:00 a.m. | 28 ago 24 (VTN/RS).- Este año se recuerda el 60 aniversario de la encíclica del santo Papa del cierre y puesta en práctica del Concilio Vaticano II, Pablo VI, en su documento programático, la Ecclesiam suam (1964). El hilo conductor de su propuesta y de su servicio fue el diálogo para relacionar la Iglesia de Cristo con el mundo actual. Pero no es un diálogo que ofende o como estrategia para imponer y convencer sin escuchar, es un diálogo que prioriza la caridad, la paciencia y la verdad. Y una reflexión adicional, ubica la Ecclesiam suam como clave para la Doctrina Social de la Iglesia.
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El diálogo “no es soberbio, no es punzante, no es ofensivo. Su autoridad es inherente a la verdad que expone, a la caridad que difunde, al ejemplo que da; no es mandato, no es imposición. Es pacífico; evita los modos violentos; es paciente; es generoso”. Así escribía Pablo VI en su primera encíclica, Ecclesiam suam, publicada el 6 de agosto de hace sesenta años. Bastan estas pocas palabras para comprender la extraordinaria actualidad de la carta de Montini, que salió íntegramente manuscrita de su pluma poco más de un año después de su elección como Papa, con el Concilio aún abierto.
El Papa de Brescia definió la misión de Jesús como un “diálogo de salvación”, observando que “no obligó físicamente a nadie a aceptarlo; fue una formidable petición de amor, que, se constituyó en una tremenda responsabilidad en aquellos a quienes se dirigió, sin embargo los dejó libres de corresponder a ella o de rechazarla”. Una forma de relación que muestra “un propósito de corrección, de estima, de simpatía, de bondad por parte de quien lo instaura; excluye la condena apriorística, la polémica ofensiva y habitual, la vanidad de la conversación inútil”.
No se puede dejar de notar la gran distancia sideral que separa este enfoque del que caracteriza tanta charla digital por parte de quien juzga todo y a todos, utiliza lenguajes despectivos y parece necesitar un “enemigo” para existir. El diálogo, que para Pablo VI es inherente al anuncio evangélico, no tiene como objetivo la conversión inmediata del interlocutor –conversión que, por otra parte, es siempre obra de la gracia de Dios, no de la sabiduría dialéctica del misionero– y presupone “el estado de ánimo de quien (…) advierte que ya no puede separar su propia salvación de la búsqueda de la de los demás”.
En suma, no nos salvamos solos. Tampoco nos salvamos levantando vallas o encerrándonos en fortalezas separadas del mundo para cuidar lo “puro” y evitar contaminaciones. El diálogo es “la unión de la verdad con la caridad, de la inteligencia con el amor”. No es la aniquilación de la identidad de quien cree que para anunciar el Evangelio sea necesario conformarse con el mundo y a sus agendas. No es la exaltación de la identidad como separación que hace mirar a los “otros” de arriba hacia abajo.
“La Iglesia debe entrar en diálogo con el mundo en el que vive. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace conversación”, porque “incluso antes de convertirlo, es más, para convertirlo, hay que acercarse al mundo y hablarle”. Y el mundo, explica Pablo VI, “no se salva desde fuera”.
Pero la primera encíclica del Papa Montini, desde sus primeras palabras, contiene otras indicaciones valiosas para los tiempos que vivimos. Ecclesiam suam, la Iglesia es “suya”, es de su fundador Jesucristo. No es “nuestra”, no está construida por nuestras manos, no es fruto de nuestra habilidad. Su eficacia no depende del marketing, de las campañas estudiadas o de la capacidad de llenar los estadios. La Iglesia no existe porque sea capaz de producir grandes eventos, fuegos artificiales mediáticos y estrategias de influencers.
Está en el mundo sacar a la luz, a través del testimonio cotidiano de tantos “pobres cristos”, pecadores perdonados, la belleza de un encuentro que salva y da un horizonte de esperanza. Está en el mundo para ofrecer a todos la ocasión de encontrarse con la mirada de Jesús.
VIDEO. Pablo VI, el Papa del diálogo
Las características del diálogo
Para el diálogo que propone Ecclesiam suam, no basta hablar por hablar. La palabra exige unos cauces, unas reglas sabidas y respetadas, sobre todo cuando la palabra de un hombre se entreteje con la palabra de otro hombre, de ahí que el Papa establezca con todo rigor las condiciones del diálogo de la Iglesia con el mundo, y por consiguiente del hombre a hombre y de pueblo a pueblo.
El primer carácter que da Pablo VI al diálogo es la caridad; el diálogo supone y exige capacidad de comprensión, es un trasvase de pensamientos, es una invitación al ejercicio de las facultades superiores del hombre; y basta esta su inicial exigencia para estimular nuestra solicitud apostólica a fin de revisar nuestro lenguaje: si es comprensible, popular, escogido, etc.
De ahí se deriva el segundo carácter: la moderación, la que Cristo nos propuso que aprendiéramos de Él mismo; el diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo; su autoridad es intrínseca por la verdad que explica, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone.
El tercer carácter es la confianza; tanto en el valor de la palabra propia cuanto en la actitud para acogerla por parte del interlocutor, la confianza promueve la amistad, entrelaza los espíritus en una mutua adhesión a un bien que excluye todo fin egoísta.
El cuarto carácter es la prudencia pedagógica; la cual toma muy en cuenta las condiciones psicológicas y morales del que escucha: si niño, si inculto, si impreparado, si desconfiado, si hostil; y se afana por conocer la sensibilidad del interlocutor y por modificar racionalmente las formas de la propia presentación para no resultar molesto e incomprensible.
Para el diálogo entre distintas confesiones religiones, entre distintas concepciones de la vida, entre distintas culturas y razas, también da su norma el Pontífice: “No queremos negar nuestro reconocimiento a los valores espirituales y morales de las variadas confesiones religiosas no cristianas”. Incluso entre las distintas comunidades ideales, y por ello Pablo VI recomienda no dejar de utilizarlo “allí donde con recíproco y leal respeto sea benévolamente aceptado”. Pues efectivamente entre las distintas religiones, como entre los distintos pueblos, cabe promover y difundir los ideales comunes “en el campo de la libertad religiosa, de la fraternidad humana, de la buena cultura, de la beneficencia social y del orden civil”.
VIDEO. ¿Quién era Montini?
Redescubrir el valor del diálogo en tiempos de contrastes
Sesenta años después de la Encíclica de Pablo VI, el arzobispo de Turín: Roberto Repole, comenta la actualidad de un texto “pionero” que “ha vuelto a poner a la Iglesia en el camino del diálogo con la modernidad”. Un diálogo necesario siempre que no sea acrítico.
¿Cuál ha sido el mayor mérito de la encíclica de Pablo VI en el momento en el cual fue escrito?
La encíclica fue escrita mientras se celebraba en Roma el Concilio Vaticano II que, según el gran teólogo Karl Rahner, fue el primer Concilio de la Iglesia “sobre la Iglesia”. Me parece que el principal mérito del documento de Pablo VI fue poner en el centro la conciencia que la Iglesia tiene de sí misma, es decir, el hecho de ser ante todo misterio, de pertenecer al plan salvífico de Dios para la humanidad. Al mismo tiempo, el documento tuvo el mérito de resaltar la misión estructural de la Iglesia en el mundo y el deseo de dialogar con el mundo contemporáneo, marcado por una modernidad con la que en el pasado la Iglesia había luchado por dialogar. Estos dos aspectos anticipan ya algunos temas importantes de dos grandes Constituciones del Vaticano II, como son la Lumen gentium y la Gaudium et spes.
¿Cómo fue recibida la encíclica?
Diría que fue recibida en el marco más amplio de la recepción de los temas del Concilio Vaticano II. Ciertamente, en la encíclica se pueden vislumbrar elementos de gran novedad, por ejemplo, el hecho de que la misión de la Iglesia debe realizarse según el canon del diálogo, porque el modo en que Dios se revela al hombre es precisamente el dialógico. Fue una novedad respecto a ciertos modos del pasado reciente, que tal vez no siempre estuvieron marcados por esta simpatía, podríamos decir, de la Iglesia con el mundo.
Lo que Pablo VI subraya varias veces en la encíclica, a propósito de la relación de la Iglesia con el mundo, es el “compromiso muy laborioso” al que la propia Iglesia está llamada a encontrar el equilibrio entre el peligro de perderse en la adaptación a las costumbres y pensamientos del entorno temporal y el riesgo de encerrarse en una especie de encierro sin diálogo por temor a confundirse en una mímica inútil. En resumen, distinción, pero no separación: ¿qué significa esto hoy?
Me parece que significa no adaptarse a una determinada mentalidad contemporánea, según la cual las identidades son necesariamente opuestas entre sí. Es cierto que el énfasis en las identidades puede conducir a situaciones de conflicto y de alejamiento entre sí, pero cuando esto sucede, debemos preguntarnos si el tema de las identidades ha sido bien abordado y no nos encontramos más bien ante una parodia de la verdadera identidad. La verdadera identidad es dialógica, por su propia naturaleza.
Al mismo tiempo, para que haya diálogo debe haber identidad. Me parece que en la Iglesia debemos recuperar esta conciencia: tenemos una identidad que no proviene de nosotros mismos, sino del Evangelio de Cristo que estamos llamados a testimoniar en el mundo. Esto no nos opone al mundo, al contrario, nos hace sentir al servicio de la humanidad y estructuralmente en relación con todas las mujeres y hombres con quienes convivimos.
El apostolado, escribió Pablo VI en Ecclesiam suam, no puede transigir con un compromiso ambiguo respecto de los principios de pensamiento y de acción que deben calificar nuestra profesión cristiana. ¿Dónde encuentra estas ambigüedades en la Iglesia hoy?
Llegamos con cierto retraso en la comunicación con los tiempos modernos, como decía. En este sentido, la encíclica de Pablo VI fue verdaderamente pionera, hizo mucho bien a la Iglesia de su tiempo porque la volvió a encaminar hacia el diálogo con la modernidad para anunciar el Evangelio. Ahora bien, me parece que este retraso hoy puede resultar en un sutil e inconsciente sentimiento de culpa que nos deja acríticos con respecto a algunas dimensiones de la modernidad, que pueden seguir siendo antievangélicas. Hay muchos aspectos muy bellos de la modernidad, que tienen sabor y sabor de Evangelio.
Por ejemplo, la cultura de los derechos, el respeto a las personas, un sentido superior de la justicia, la igual dignidad de todas las personas, el sentido del sujeto, de la libertad (…) Creo que son valores que la modernidad nos ha devuelto, pero no son tan ajenos a la belleza del Evangelio. Sin embargo, también pueden existir distorsiones de la modernidad que la Iglesia debe mirar siempre con discernimiento evangélico. Creo, por ejemplo, que hoy se da por sentado que la racionalidad es sólo la tecnocientífica, lo que reduce el mundo a un funcionalismo asfixiante.
Habla de paz, Montini, en Ecclesiam suam. Dice que debe ser “libre y honesta”: no puede dejar de denunciar, como crimen y ruina, la guerra de agresión, de conquista o de dominación. Una aclaración muy actual…
Yo diría que sí. Nos dice que nunca hemos terminado de abordar la agresión y la violencia. Nos dice que la búsqueda de la paz no puede dejar de ser también la búsqueda de la justicia. Así como nos dice que la búsqueda de la paz debe encontrar también caminos de reconciliación y de misericordia, dado que las guerras dejan el legado de heridas atroces. Me parece que este mensaje no sólo afecta al macromundo, sino también a nuestros pequeños mundos. Al final es una invitación: la guerra siempre parte del corazón de los hombres, hay ira, hostilidad, odio que se puede cultivar, aunque no se pertenezca a países asolados por la guerra. Me sorprende cómo nuestras sociedades, aunque formalmente en paz, se ven albergadas por tantas formas de violencia sutil o no sutil. La búsqueda de la paz no puede ser un lema sino un compromiso de todos aquellos que verdaderamente la desean.
VIDEO. Pablo VI, el ecumenismo y el diálogo interreligioso
Ecclesiam suam, también es una encíclica social
Lo que parecía ser una encíclica programática tras el anuncio de su publicación, se ha convertido a lo largo de los años, con su estudio y aceptación, en un rico desarrollo de las bases sociales y eclesiológicas de una Iglesia que debe caminar unida al mundo en nuestro tiempo.
La Ecclesiam suam nos introduce en el talante eclesial y en el estilo personal de Montini, en cuanto que “en ella aparece el hombre que, primero, ama a la Iglesia y luego reflexiona sobre ella”. Este amor le lleva a querer su reforma, partiendo de una fidelidad básica a lo que la Iglesia posee como esencial y fundamental. Y le conduce, expresándolo bellamente en términos de círculos concéntricos al diálogo ad extra y ad intra, incluyendo aquí el ecuménico: o sea, desde los hermanos más lejanos a aquellos que por la fe se encuentran más próximos.
Dicha encíclica, ha sido considerada como mensaje social, a pesar de que en ella no aborda problemas concretos del mundo (ejs. derecho a la asociación de trabajadores, remuneración del trabajo, poder político, etc.). Sin embargo, para la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) el diálogo es un instrumento eficaz entre las comunidades cristianas y la comunidad civil y política, “un instrumento idóneo para promover e inspirar actitudes de correcta y fecunda colaboración, según las modalidades adecuadas a las circunstancias”. Por ello el compromiso de las autoridades civiles y políticas, llamadas a servir a la vocación personal y social del hombre, según su propia competencia y con sus propios medios, puede encontrar en la DSI un importante apoyo y una rica fuente de inspiración.
La doctrina social es un terreno fecundo para cultivar el diálogo y la colaboración en el campo ecuménico, que hoy día se lleva a efecto en diversos ámbitos a gran escala: en la defensa de la dignidad de las personas, humanas, en la promoción de la paz, en la lucha concreta y eficaz contra las miserias de nuestro tiempo (hambre, analfabetismo, falta de vivienda, etc.). Esta multiforme cooperación aumenta la conciencia de la fraternidad en Cristo y facilita el campo ecuménico.
Pero Pablo VI en la Ecclesiam suam exige aún más para la Iglesia. Ya no sólo muestra y demuestra que “el diálogo está abierto” para las demás iglesias hermanas, sino que pide un diálogo entre todos los creyentes de las religiones del mundo –también no cristianas-, a fin de que sepan compartir la búsqueda de las formas más oportunas de colaboración, pues las religiones tienen un papel importante en la consecución de la paz, que depende del compromiso común por el desarrollo integral del hombre.
La Ecclesiam suam, probablemente, es una de las encíclicas más estudiadas a pesar de la diversidad de temas que en ella se abarcan, pero precisamente por los puntos escogidos y la forma en que se tratan así lo exige. Pablo VI sitúa con ella, ya al inicio de su pontificado, el ministerio pretino dentro de la Iglesia, en diálogo con ella, lo cual constituirá un cambio radical en el modo de concebir las relaciones Iglesia-mundo, y una acentuación progresiva en el desarrollo social de las mismas.
VIDEO. A 60 años de la Carta Encíclica Ecclesiam suam de san Pablo VI
Información adicional
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- La Ecclesiam suam de Pablo VI: el diálogo con la modernidad
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Fuentes
Vatican News (2) / Revista Studium / Revista Vida Nueva / Videos: Universidad Vasco de Quiroga – Fundación Pablo VI / Foto: AFP