Canonizar a Pablo VI: reafirma el espíritu del Concilio Vaticano II

9:00 p m| 12 oct 18 (BLOGS).- Pablo VI, Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini, fue el Papa número 262º de la Iglesia católica, desde 1963 hasta su muerte 15 años después. Fue un hombre culto, de hondo humanismo, con un sentido fuerte de la libertad y la grandeza de la vida, de manera que hubiera pasado a la historia incluso si no hubiera sido Papa. En el haber de Pablo VI despuntan siete encíclicas, entre las que destaca “Humanae Vitae”, publicada el 25 de julio de 1968.

Le tocó liderar un tiempo eclesial complicado, pero, a la vez, creativo y esperanzador. Tras la muerte de Juan XXIII, y una vez finalizada la primera sesión conciliar (1963), se inicia su pontificado, teniendo que finalizar la recién iniciada Asamblea Episcopal. Lo hizo con sabiduría y prudencia, en aquel momento fuerte para la Iglesia, y, del mismo modo procedió a su aplicación. Aún así, no se salvó de las críticas y la polémica. En la víspera de su canonización, reunimos reseñas sobre su vida y puntos a destacar de su pontificado.

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Pablo VI: “Un nuevo humanismo” (Texto del teólogo Jesús Espeja)

Pablo VI, arzobispo de Milán sucedió a Juan XXIII como Papa (1963-1978). Gracias a su gestión el Vaticano II siguió adelante como acontecimiento decisivo para la Iglesia en el diálogo con el mundo moderno.

Al clausurar el concilio, en un discurso singular, expresó el objetivo de la Iglesia: celebrar el humanismo de mundo moderno que hace del ser humano centro de interés, “lo que cuenta es el hombre”; pero cuando este hombre “se atreve a llamarse principio y fin de toda realidad”, la Iglesia propone un nuevo humanismo que “se abre a la trascendencia de las cosas supremas”. Con ese nuevo humanismo Pablo VI apuntó tres rasgos que son de actualidad máxima para transmitir hoy el Evangelio:

La Iglesia “debe ir hacia el mundo que le toca vivir; se hace palabra, se hace mensaje, se hace coloquio”. Al morir Juan XXIII, el concilio pudo terminar apenas iniciado. Siguió adelante gracias a Pablo VI que inyectó nuevo espíritu y marcó su orientación en la encíclica “Ecclesiam suam”. La Iglesia se hace diálogo.

Conectaba con Juan XXIII: “no inmovilizar sino aggiornamento”. Y era un paso decisivo para lo que hoy el papa Francisco llama “un Iglesia en salida”. Criterio fundamental para la Iglesia que, siguiendo a Jesucristo tiene por misión “servir y no ser servida”

“Abogado de los pueblos pobres”. Así se presentó Pablo VI cuando habló en la Asamblea de las Naciones Unidas. En su sensibilidad humanista y evangélica, cada ser humano puede y debe crecer “en humanidad”. Desde esa convicción en 1967 salió la encíclica Populorum Progressio. “El desarrollo no se reduce a simple crecimiento económico; para ser auténtico debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre”.

Difícilmente se puede expresar mejor la patología y al mismo tiempo el camino de curación para la ideología de un sistema que pone su objetivo en el máximo beneficio económico postergando la dignidad de las personas.

Dignidad de la persona humana. Encíclica “Humanae vitae”, 1968. Fue un documento que no tuvo fácil recepción en la comunidad cristiana, y hubo reacciones en contra no sólo de teólogos sino también de algunos obispos. Todo porque, en continuidad los dos papas precedentes, Pablo VI siguió rechazando la regulación artificial de la natalidad.

Sin duda es un tema revisable. Ya es significativo que ante la reacción negativa de muchos a ese rechazo y a pesar de que algunos altos jerarcas de la Iglesia le aconsejaran que con su autoridad cortase las críticas negativas, el papa guardó silencio. Según la misma encíclica, el futuro magisterio de la Iglesia podrá ofrecer “un diseño más amplio, orgánico y sintético”. Es lo que hace el papa Francisco en la Exhortación “Amoris laetitia”.

Pero leyendo a fondo la “Humanae vitae” se ve que su intención básica y su objetivo principal fue defender la dignidad de la persona de dos peligros. Primero, “podría también temerse que el hombre, habituándose al uso de las prácticas anticonceptivas, acabase por perder el respeto a la mujer y, sin preocuparse más de su equilibrio físico y psicológico, llegase a considerarla como simple instrumento de goce egoísta y no como a compañera, respetada y amada”.

Segundo, “¿quién impediría a los gobernantes favorecer y hasta imponer a sus pueblos, si lo consideraran necesario, el método anticonceptivo que ellos juzgaren más eficaz?; se dejaría a merced de la intervención de las autoridades públicas el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal”.

Personalmente y quizás otros de mi generación nos sentidos deudores de Pablo VI. Su orientación humanista y evangélica nos dio fuerza para soportar rigores de invierno en el postconcilio, manteniendo vivo nuestro amor a la Iglesia y al mundo.

 

Pablo VI, el Papa reformador que buscó la unidad de todos los cristianos

Nacido el 26 de septiembre de 1897 en Concesio (provincia de Brescia, región de Lombardía, Italia), Giovanni Battista Montini entró a los 19 años en el seminario, fue ordenado sacerdote en 1920 y se trasladó a Roma para formarse en diplomacia en la Academia Pontificia Eclesiástica. Producto de sus estudios, en 1922 ingresó en el servicio papal como miembro de la Secretaría de Estado y, después de un breve paso por la Nunciatura de Varsovia en 1923, le fue otorgada la cátedra de Historia Diplomática en 1931.

Nombrado en 1937 asistente del cardenal Pacelli, por entonces Secretario de Estado, jugó un valioso papel en la labor de ayuda y asistencia que la Santa Sede desempeñó durante la Segunda Guerra Mundial.

Monseñor Montini, caracterizado por una tarea pastoral de índole reformadora, se destapó como una de las personas más cercanas a Pío XII, designado Papa en 1939, quien lo nombró Arzobispo de Milán en 1954. Durante su periplo al frente de la que es la diócesis más grande de Italia, por su conciencia y preocupación acerca de los problemas sociales pasó a ser popularmente conocido como el “Arzobispo de los pobres”.

Elevado a Cardenal en 1958 por Juan XXIII, colaboró con éste en la preparación y apertura de su gran proyecto hasta que el 21 de junio de 1963 le sucedió como Sumo Pontífice bajo el nombre de Pablo VI. Los aires de progreso que trajo consigo se vislumbraron desde el primer instante al renunciar a usar la tiara papal durante las sesiones del Concilio Vaticano II, la cual donó a la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington DC.

La forja de un santo

El principal esfuerzo que marcó su pontificado no fue otro que el de reabrir la que es considerada la mayor revisión de la liturgia desde el Concilio de Trento y, bajo sus preceptos, conducirla hacia la final culminación y aplicación. Convencido de la necesidad de tender puentes con las demás confesiones religiosas cristinas, de lograr el entendimiento con los no creyentes y de la implicación en el orden social a escala mundial, se alzó como adalid de la importante reformulación de la Iglesia en la segunda mitad del siglo XX.

Impulsor de la idea ecuménica y de aproximación a los problemas del mundo del Concilio, base de su misión pastoral, Pablo VI inauguró una “colección” de viajes por todo el globo terráqueo convirtiéndose en el primer Papa en visitar los cinco continentes. Viajó a Tierra Santa en 1964 y se encontró con el Patriarca ortodoxo Atenágoras I, con quien celebró la anulación de los decretos de excomunión mutua impuestos tras el Gran Cisma entre Oriente y Occidente en 1054.

Igual de célebre es su discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en Nueva York (1965), un histórico llamado a la paz mundial en una coyuntura de recrudecimiento de la Guerra del Vietnam.

Tres de los cardenales que designó llegaron a ser sus sucesores como Papa: Albino Luciani (Juan Pablo I, 26 de agosto-28 de septiembre de 1978), Karol Wojtyla (Juan Pablo II, 16 de octubre de 1978-2 de abril de 2005) y Joseph Ratzinger (Benedicto XVI, 19 de abril de 2005-28 de febrero de 2013).

Sería el afamado Pastor Universal polaco quien, en su testimonio “Redemptor Hominis”, exaltase la fortaleza interior y el espíritu de oración que permitieron al hombre que lo aupó al cardenalato afrontar un período de muchos cambios: “Me maravillaron siempre su profunda prudencia y valentía, así como su constancia y paciencia en el difícil período posconciliar de su pontificado. Como timonel de la Iglesia, barca de Pedro, sabía conservar una tranquilidad y un equilibrio providencial incluso en los momentos más críticos, cuando parecía que ella era sacudida desde dentro, manteniendo una esperanza inconmovible en su compactibilidad”.

En el haber de Pablo VI despuntan siete encíclicas, entre las que destaca “Humanae Vitae”, publicada el 25 de julio de 1968. En ella, Su santidad delinea la postura de la Iglesia católica respecto al controvertido tema del aborto y el uso de métodos anticonceptivos.

El pontificado se extendió hasta el 6 de agosto de 1978, pero su legado perdura. Si bien el papa Francisco aprobó en 2014 la beatificación del italiano, en 2018 se promulgó el decreto por el que se reconoce un segundo milagro por intercesión de Pablo VI y que permitirá su canonización.

 

Pablo VI. Puntos a destacar y problemas en su pontificado (Texto del teólogo Xabier Pikaza)

-¿Qué destacar?

1) Asumir, dirigir y culminar el Concilio Vaticano II, en espíritu de comunión. Otro, quizá, lo hubiera dejado aparcado, o hubiera sido incapaz de dirigirlo sin rupturas, sin divisiones. Él lo hizo, era un gran político, un hombre que conocía por dentro los entresijos del Vaticano y de la vida naciente de las nuevas iglesias, sin soltar el lastre de las más tradicionales, y así supo llevar a buen puerto la obra iniciada por Juan XXIII. A él le debemos en buena medida el éxito del Concilio, con sus grandes retos, pero quizá también con algunas reformas aún pendientes. En esa línea, el actual Papa Francisco parece retomar, desde una perspectiva nueva, los retos con los que tuvo que enfrentarse Pablo VI.

2) Salió del Vaticano, quiso una Iglesia en el mundo. Empezó a viajar fuera del Roma, como gran embajador de la Iglesia, que él presentaba como experta en humanidad. Supo asumir asumió “la voz de los pobres, de los desheredados, de los sufrientes, de aquellos que anhelan la justicia, la dignidad de la vida, la libertad, el bienestar y el progreso” (cf. Discurso en la ONU, 4, 10, 1965). Quiso ser “papa de la Iglesia”, siendo al mismo tiempo un testigo de Dios y de la humanidad mesiánica ante el mundo.

3) Con Atenágoras, fin de un milenio de enfrentamientos. El 7 de agosto de 1965 Pablo VI de Roma y Atenágoras, patriarca de Constantinopla levantaban la excomunión que sus predecesores habían dictado el año 1054. Terminaban así más de novecientos años de condenas mutuas. Ciertamente, ese gesto no resolvía todos los problemas, ni llevaba a la plena comunión de las iglesias, pero abría un camino nuevo de confianza y diálogo que aún no ha culminado, pues quedan pendientes no sólo cuestiones de interpretación del pasado, sino también del futuro de la Iglesia.

4) Nueva forma de colegialidad. Con el Motu proprio “Apostólica sollicitudo” (15 IX 1965), instituyó las conferencias episcopales, un nuevo tipo de división y administración eclesial (antes habían existido patriarcados e iglesias nacionales e imperiales, con el valor y riesgo que ello a veces implicaba, pero no conferencias episcopales). De esa forma iniciaba un camino problemático y prometedor de transformación eclesial cuyos resultados no pueden valorarse todavía (año 2013), por las trabas y dificultades que este tipo de estructura está encontrando.

5) Suprimió el Índice de libros prohibidos, ofreciendo así libertad de pensamiento. El 14 de junio de 1966 (notificación de la Congregación de la Doctrina de la fe: Post Litteras apostolicas), el papa suprimió el Índice de Libros prohibidos (creado el año 1559), que había comprimido la conciencia católica durante cuatro siglos. Según eso, la formación y cultura de los cristianos adultos quedaba en manos de su libre responsabilidad.

Sólo debían ser aprobadas por la Iglesia las traducciones católicas de la Biblia, los textos litúrgicos y los manuales catequéticos oficiales. Esta decisión ha permitido un impulso cultural católico sin precedentes, aunque algunos sectores eclesiales añoren los tiempos anteriores. Con ese gesto abrió las puertas y ventanas de la teología y del pensamiento a la verdad, a la búsqueda, a la confianza.

6) Ecclesiam Suam (Su Iglesia, 1964), un programa de diálogo. Fue la primera y más importante de las encíclicas de Pablo VI (y quizá de la Iglesia moderna). El Papa recoge y expone en ella su programa de vida cristiana, centrada en el diálogo, en todos los planos de la vida: Con el mundo y la cultura, con las diversas religiones, con las iglesias no católicas, entre los diversos grupos de la Iglesia.

Por esta encíclica, que aún no ha sido plenamente “recibida”, Pablo VI sigue siendo el papa de un Evangelio dialogal, en la línea de los primeros concilios (siglos IV-VII) y del conciliarismo del XV, de manera que la misma razón se interpreta como diálogo, es decir, como forma de ser en comunión. Nadie, ni antes ni después, habló como él del diálogo como esencia de la vida humana y como centro de la Iglesia. Nunca se había escrito un documento como éste.

7) Populorum Progressio (El progreso de los pueblos, 1967), desarrollo humano al servicio de la paz. A Juan XXIII le había interesado ante todo “la paz en la tierra” (Pacem in Terris, 1963). Pablo VI ha pensado más en claves de progreso, en un momento en que los antiguos pueblos coloniales (Tercer Mundo) estaban alcanzando su independencia, para entrar en el concierto de los países llamados libres.

A su juicio, la solución de los problemas políticos y sociales implica un desarrollo armónico y solidario de los pueblos (más que de los estados), por encima de las oposiciones y riesgos del capitalismo y del comunismo. Todo parece indicar que tras un largo medio siglo de andadura conflictiva sus deseos no se han cumplido, pues el progreso de unos ha implicado el retroceso sangrante de otros (de la mayoría). Se equivocó en la forma de entender el progreso como liberador. Hoy pasados casi cincuenta años los sabemos muy bien, pero su intención era buena…

8) Evangelii nuntiandi, El evangelio y la liberación (1975). Asumió el motivo de la Evangelización, pero de un modo serio (no como después han hecho otros papas, cerrando caminos). Su encíclica ha sido y sigue siendo el mejor testimonio de apertura de la Iglesia de Roma a las corrientes de la vida, de la justicia social, de la transformación de las estructuras de la Iglesia. Este Encíclica estuvo y sigue estando en la base de la nueva iglesia de América Latina y del mundo entero, en línea de libertad real, de encarnación, de comunión.

-Tres problemas

Era el momento de la gran transformación, eran los años en que podía haberse puesto en marcha la nueva iglesia, con inmenso impulsos. Pero en un momento dado el Papa tuvo miedo, miedo de que la Iglesia se le fuera de la mano, no sólo a él, sino al mismo Espíritu Santo, al soplo de Evangelio que Juan XXIII había querido dejar en libertad dentro y fuera de la Iglesia.

Pensó, quizá, que los ángeles que Juan XXIII y el Vaticano II habían soltado a los aires de la vida podían volverse demonios, y así tuvo tres gestos que han marcado la vida de la Iglesia hasta el día de hoy, de forma negativa. Éstos son sus tres gestos más significativos, en orden cronológico:

1) Sacerdotalis Caelibatus (1967), cerrojazo a un tipo distinto de clero, sin patriarcalismo, sin poder social, en libertad y madurez afectiva. Había acabado hace dos años el Concilio, todos esperábamos que el Papa moviera ficha. Había empezado la inmensa lista de peticiones de abandono de los ministerios por el tema del celibato, miles y miles. Todos esperábamos, digo, que el Papa moviera ficha. Recuerdo que estaba en Roma, con la ingenuidad de aquellos que creíamos en una iglesia en marcha imparable.

Pero el Papa tuvo miedo, un miedo inmenso. Tenía el Concilio en sus manos, pudo haber cambiado la firma de vida del clero, la misma vida de la Iglesia, pero decidió al fin que todo siguiera igual en el clero. Concedió dispensas y dispensas, pero quedó triste. No tuvo ánimos para abrir nuevos caminos, formas distintas de ministerios, sin suprimir del todo el celibato, pero trazando otras vías. El problema se enquistó, y aumento, y aumentó en los años posteriores. Fue una tristeza, de manera que lo que no hizo él se tendrá que hacer cincuenta años después, pero ya peor, a la defensiva.

2) Humanae Vitae (De la vida humana, 1968), miedo al amor de la vida. Es una encíclica espléndida sobre el sentido y despliegue de la realidad humana, en el plano biológico, psicológico y espiritual. Pues bien, su influjo ha quedado determinado (¿dañado?) por un tema que en el conjunto de la encíclica parece secundario, pero que ha sido determinante hasta hoy (2013): La prohibición de los métodos artificiales para evitar el embarazo (anticonceptivos). Esa decisión la tomó el mismo Papa, quizá por miedo, después que una parte considerable de los expertos se pronunciara en sentido contrario o pensara que era mejor dejar el tema abierto.

A la vista de las consecuencias del tema (y viendo que una mayoría de católicos no cumple la norma papal), muchos opinan que el tema no estaba aún maduro para tomar una decisión distinta. Pero aquel gran Papa temeroso que fue Pablo VI pudo y debió haberla tomado. Seguimos sufriendo todavía las consecuencias de su decisión negativa. Una inmensa mayoría de la iglesia se ha desenganchado en este campo de la doctrina del Papa.

3) Inter Insigniores (Prohibición de la ordenación ministerial de las mujeres, 1976). Era el momento adecuado. Así lo confiesa el mismo texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en un texto preparado por el mismo Papa, el 15 de octubre de 1976, fiesta de Santa Teresa de Jesús…, una mujer “ordenada”. Era el momento, y lo confiesa el mismo texto, citando las palabras de Juan XXIII (Pacem in terris, 1963), cuando dice que las mujeres entran y deben entrar en la vida pública (en especial entre los cristianos).

Todos esperábamos un paso en adelante. Pero Pablo VI tuvo otra vez miedo, cerró las puertas, y así dejó el tema empantanado y envenenado hasta el día de hoy. Entonces lo podía haber hecho, haber abierto una puerta, haber trazado un camino. Muchos pensamos que quiso hacerlo, pero tuvo miedo. Vino por aquellos días K. Rahner a Salamanca y nos contó la verdad del tema. Fue una pena que Pablo VI no hubiera sido Juan XXIII.

 

Más enlaces sobre el Papa Montini y su canonización:

 

Fuentes:

Blogs de Jesús Espeja y Xavier Pikaza / ABC.es

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