Doctrina social católica en la era digital

9:00 p.m. | 12 jun 20 (SDT).- En este artículo de Julio Martínez, teólogo especialista en moral y vida cristiana, se presentan razones antropológicas, sociológicas y teológicas que muestran cómo la Doctrina Social de la Iglesia es especialmente necesaria en la actual sociedad digital. Trata temas como la necesidad de diálogo, los principios de la cultura del encuentro, la ética política y la búsqueda del bien común.

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En los últimos lustros asistimos a cambios muy profundos en todos los ámbitos: globalización ambivalente, desigualdad creciente, movimientos de población masivos, multiculturalidad convulsa. Captar e interpretar la complejidad creciente del mundo en que vivimos hace necesario contar con conocimientos multidisciplinares. Lo cuantitativo y lo económico se han convertido en referentes inexcusables del debate público, pero se echa de menos con frecuencia el rigor, la reflexión matizada y el sentido crítico. Esas componentes afortunadamente sí están presentes en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), aunque muchos cristianos lo ignoren.

Los documentos de la DSI ocupan un lugar insustituible para la DSI, y de modo especial las encíclicas de los papas. Pero esas propuestas del Magisterio no hubieran sido posibles sin la vida de fe y el compromiso social de los cristianos; tampoco sin el estudio y la investigación de quienes tratan de comprender y responder a los retos.

Detrás de lo que llamamos “doctrina” hay vida, siempre en proceso abierto. Toda la Iglesia está involucrada en esta compleja reflexión, cada uno desde su propio lugar social y desde su función en la comunidad. De ahí que, más que enseñar, se trata de iniciar a la DSI y que, más que ideología, sea Teología y, más específicamente, Teología moral social (Sollicitudo rei Sociales, SRS 41).

La Iglesia es diálogo

Decir que la Iglesia es diálogo de salvación no es decir solo que la Iglesia necesite del diálogo para salir a anunciar su mensaje, sino que en sí misma, en su más profunda esencia, es diálogo: diálogo de Dios con las personas y de estas con Dios, y diálogo entre personas.

Y hablar de cultura del encuentro, como básico identificativo de la fe cristiana, como hace el papa Francisco, no es solo decir que en el diálogo entre la fe y la cultura de hoy hay que propiciar el encuentro. Es una inculturación de la fe cristiana que se funda en el misterio de la Encarnación: la fe se hace necesariamente cultura concreta y alienta el encuentro entre culturas, pero no es absorbida nunca por ninguna de ellas.

Así pues, diálogo y encuentro, para la Iglesia, son su modo de ser y de estar en el mundo. Por eso el acento hay que ponerlo en la misericordia, en una cura a la desesperanza y la desilusión, acompañando a las personas concretas en sus necesidades concretas y en sus alegrías y sufrimientos concretos; y en una cura a la desorientación, para que no vayamos como “vagabundos”, que no saben dónde ir, sino como “peregrinos”, que tienen una meta a la que llegar, y “discípulos”, que van aprendiendo poco a poco el camino del Señor.

El método de la doctrina social: principios, normas y directrices para discernir

Reconociendo la complejidad de los problemas y la pluralidad de situaciones y visiones, dar una solución general y universal se convierte en misión imposible. Por eso se orienta a las comunidades cristianas hacia procesos de análisis de la realidad, juicio desde la fe y discernimiento de las opciones para actuar (Octogesima adveniens, OA, 4).

Esos procesos no pueden quedarse en lo doctrinal. Los expertos aportan su ciencia; la gente su experiencia; los pastores animarán esos procesos de análisis, juicio y discernimiento, para dar, tras escuchar, una palabra doctrinal. Primero es el aliento del proceso, después la guía doctrinal; no al revés.

Pero ¿qué es discernir? Discernir requiere conocer la materia, recopilar buenos datos, sopesar razones, buscar recta y humildemente lo bueno; todo para decidir. En absoluto es dar un cheque en blanco al relativismo. Requiere traspasar la superficie y las apariencias, un talante de apertura a la complejidad y a la ambigüedad, no separar fácilmente a puros e impuros, no blindarse en rigideces, tópicos, complacencias narcisistas o condenas catastrofistas.

El discernir al que aquí nos referimos no permite separarse nunca de la “humildad, reserva, amor a la Iglesia y a su enseñanza, en la búsqueda sincera de la voluntad de Dios” (Amoris Laetitia, AL, 300). Se trata de “formar conciencias no de sustituirlas” (AL 37) y de poner la conciencia moral en el centro porque sin ella no hay libertad y, consiguientemente, no hay búsqueda del bien y de la verdad. La verdad moral se va alcanzando a través del discernimiento, con acompañamiento y diálogo.

La lógica del bien común

El conjunto de condiciones para una convivencia de todos en libertad es lo que constituye el bien común, que es responsabilidad de todos, pero de manera más directa de quienes ejercen legítimamente el poder político.

Las condiciones para una convivencia digna pasan por la garantía de libertades y derechos, el favorecimiento de las relaciones fundamentales (con Dios, con uno mismo, con los demás -comenzando por el matrimonio y familia- y con la creación) y la satisfacción de las necesidades básicas de salud, energía, agua, alimentos, espacios urbanos o naturales, educación, cultura, información. Libertades, relaciones y necesidades conforman la urdimbre del respeto a la dignidad humana y que el bien común ha de garantizar. Para ello hacen falta las instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social.

Ese bien del vivir social de las personas que la Iglesia llama “bien común” no es un bien que se busca por sí mismo, sino que es para las personas que forman parte de la comunidad social, y más que adaptarse a las preferencias de las personas, proporciona el criterio para evaluar tales preferencias.

El interés por el bien común no se conforma con el principio utilitarista del “mayor bien (o bienestar) para el mayor número”, sino que va más allá: requiere no olvidarse de nadie (el valor de cada persona), reconocer y cuidar a las minorías y los bienes de su comunidad. Esforzarse por el bien común significa tomar decisiones solidarias basadas en “una opción preferencial por lo más pobres” (LS 158).

Participación en la sociedad de la comunicación digital

No hay participación sin posibilidades de comunicación, y hoy esta se da a través de canales y redes que han alcanzado niveles inauditos de desarrollo, y piden de nuestra parte el esfuerzo del buen uso. Estar interconectados por sí mismo no nos resuelve el reto de la comunicación. La cultura del encuentro reclama prácticas del buen uso de los medios tecnológicos junto al cultivo de la relación humana.

Ahora bien, las dificultades reales y las zonas oscuras no deberían impedirnos reconocer las mejoras cualitativas que aportan las redes sociales, las nuevas posibilidades para una gobernanza participativa, la cultura digital, la expresión de la diversidad, o, en general la movilidad de bienes o personas, uno de los signos de nuestro tiempo.

La implicación de los jóvenes

Una de las cuestiones capitales para la DSI es la de devolver a los jóvenes la esperanza y la motivación para que se sientan implicados en construir un mundo mejor. Francisco está muy preocupado con esto: “No podemos pensar el mañana sin ofrecerles una participación real como autores del cambio y la transformación”.

Pero ¿cómo podemos hacerles partícipes de esta construcción si les privamos del trabajo, del empleo digno que les permita desarrollarse a través de sus manos, su inteligencia y sus energías?”.

ENLACE. Artículo completo “La vigencia de la doctrina social católica en la era digital”

Fuente:

Selecciones de Teología. Volúmen 59 / Imagen: Vatican News

 

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