Propuestas ante la polarización en una elección papal

7:00 p.m. | 26 abr 24 (RNS).- En una reflexión previa, el jesuita Thomas Reese revisó cómo han cambiado las reglas en los últimos cónclaves. Observó que la polarización (que se infiltra en todos los ámbitos) podría provocar que no se consigan la mayoría de dos tercios y tener una elección estancada. A las sugerencias previas, ahora suma una propuesta -de un tercero- que busca desacelerar la elección, con menos votaciones diarias, y también considerar métodos del Sínodo sobre la sinodalidad. Siendo ahora tan diverso el Colegio Cardenalicio, le parece ideal que los purpurados pasen más tiempo en escucha y discernimiento que votando sin descanso.

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El proceso de elección de un Papa no es de inspiración divina. Es una creación humana que ha cambiado con el tiempo y puede volver a cambiar. El sistema actual, en el que los cardenales eligen a un nuevo líder por dos tercios de los votos, está bien establecido desde 1179. Antes de eso, era usual que los pontífices fueran elegidos por el clero y el pueblo de Roma. El cónclave, en el que los cardenales se reúnen a puerta cerrada hasta que se elige a un Papa, existe desde el siglo XIII.

En el siglo XX, el proceso cambió radicalmente por la internacionalización del Colegio Cardenalicio. Los italianos ya no constituyen la mayoría de los electores. El papa Pablo VI, que lideró la Iglesia de 1963 a 1978, además de aumentar el número de cardenales, limitó el electorado a cardenales menores de 80 años. Los papas Juan Pablo II y Benedicto XVI introdujeron otros cambios con consecuencias imprevistas.

Según la norma desde 1179, para elegir a un Papa se requieren dos tercios de los votos, con el fin de asegurarse de que contaba con un amplio apoyo dentro de la Iglesia. Si los principales aspirantes no conseguían los dos tercios requeridos, los electores se veían obligados a encontrar un candidato de consenso que sí lo alcanzara. En 1996, Juan Pablo II revisó las normas para que, tras 33 votaciones, el requisito de los dos tercios pudiera suspenderse por mayoría simple. Si entonces podían dar a un candidato la misma mayoría, tendrían un nuevo Papa. Este cambio se hizo para evitar un cónclave irremediablemente estancado.

Sin embargo, los cónclaves largos son raros. El último cónclave que duró más de cinco días fue el de 1831, que duró 54 días. Desde el siglo XIII, 29 cónclaves han durado un mes o más, pero estos retrasos se debieron por lo general a guerras o disturbios civiles en Roma.

Con el sistema de Juan Pablo II, la dinámica de los cónclaves cambió radicalmente. Una vez que un candidato alcanzara la mayoría de los votos, sus partidarios saben que si siguen con él, sería elegido. Después de esperar 33 votaciones, podrían votar para suspender el requisito de los dos tercios y elegirlo con su mayoría. Algunos creen que la norma se cambió para facilitar la elección del cardenal Joseph Ratzinger, que era el principal candidato papal en 2005. Y, en efecto, una vez que el cardenal Joseph Ratzinger consiguió la mayoría de votos, sus electores no necesitaron cambiar a un candidato de consenso. Tampoco sus oponentes tenían ninguna posibilidad de detenerlo. Mejor acabar de una vez, darle el voto e irse a casa.

En 2007, Benedicto volvió a la dura y rápida supermayoría de dos tercios. Sin embargo, después de 33 votos, los dos candidatos más votados pasarían a una segunda vuelta. Esto causó un nuevo problema. Un cónclave estancado entre un progresista y un conservador, ambos inaceptables para algo más de un tercio de los cardenales, no tendría más remedio que elegir a uno u otro extremo, sin opción a un candidato moderado de consenso. Las normas tampoco explican qué hacer si se produce un empate para el segundo puesto en la 33ª votación. A falta de instrucciones específicas, el derecho canónico probablemente se lo daría al cardenal con mayor antigüedad, pero la falta de una norma podría desbaratar el cónclave.

Francisco debería volver al sistema tradicional de elección por dos tercios de los votos, sin límite en el número de papeletas. Esto dejaría la puerta abierta a un candidato de consenso en un cónclave en punto muerto.

Más allá de los posibles problemas, dos propuestas que suman

Hace poco, Alberto Melloni, profesor de Historia de la Iglesia en la Universidad de Módena-Reggio Emilia, ha presentado una nueva propuesta de reforma-1. Mientras que el actual proceso electoral induce a los cardenales a decidir con rapidez, Melloni quiere desacelerar el proceso. Sostiene que la elección de un Papa es demasiado importante como para hacerlo con prisas. Más bien, los cardenales deberían tomarse más tiempo para rezar y debatir la elección. Propone que sólo se celebre una votación al día, frente a la práctica actual de celebrar cuatro votaciones diarias.

Mientras que en el pasado la mayoría de los cardenales vivían en Roma y se conocían entre sí, hoy los purpurados electores proceden de todo el mundo y necesitan tiempo para conocerse. Esto es especialmente cierto bajo Francisco, que rara vez ha reunido a todos los cardenales en Roma para celebrar un consistorio, como hacía Juan Pablo II, en el que se puedan abordar los problemas a los que se enfrenta la Iglesia.

Muchos cardenales dependen de los medios de comunicación y de otros cardenales para informarse sobre los candidatos. Sería mejor dar a los purpurados más tiempo antes y durante el cónclave para conocerse. La propuesta de Melloni recibió una reacción positiva por parte de Ed Condon, del medio The Pillar, un abogado canónico que tiene una visión más conservadora de los asuntos eclesiásticos.

Teniendo en cuenta la ausencia de cónclaves que se hayan prolongado demasiado en la historia reciente, estoy de acuerdo con Melloni en que limitar el cónclave a una votación al día proporcionaría más tiempo para la oración y el debate. Sería importante, sin embargo, comunicar claramente a los medios y al público que tardar una o dos semanas en elegir un Papa es la nueva normalidad y no un signo de caos en la Iglesia. Adicionalmente, modificaría en algo la propuesta de Melloni añadiendo una votación diaria por cada semana que dure el cónclave: una votación diaria la primera semana; la segunda semana, dos votaciones diarias; la tercera, tres votaciones diarias; y, por último, la cuarta volveríamos a tener cuatro votaciones diarias. Tampoco se trata de alargar demasiado el cónclave.

Otros han sugerido que se apliquen los métodos del Sínodo sobre la sinodalidad en las congregaciones generales previas al cónclave, cuando los cardenales se reúnen para debatir las cuestiones a las que se enfrenta la Iglesia. Esto incluiría la denominada “conversación en el Espíritu”, con su énfasis en compartir y escuchar en grupos reducidos, en reemplazo de los discursos de cada cardenal. También se podría hacer participar a los no cardenales, incluso a los laicos, en el debate previo de los problemas de la Iglesia. Esto crearía consenso y familiaridad mutua. Simpatizo con los nuevos procedimientos sinodales, pero creo que deberían ser una opción para los cardenales, más que un mandato. Deberían ser libres de determinar qué proceso se ajusta mejor a sus necesidades.

Proporcionar a los purpurados más oportunidades de conocerse, tanto antes como durante el cónclave, reduciría el peligro de que los cardenales pudieran dejarse influir por informaciones falsas y vídeos creados con inteligencia artificial. Al igual que las elecciones para los gobernantes de los países, las papales se enfrentan a la amenaza de malos elementos que quieren manipular a los electores. Algunos miembros de la Iglesia ya están realizando una “investigación a la oposición” contra cardenales progresistas con la idea de publicar información negativa justo antes del cónclave.

Las acusaciones de actividad sexual, abuso o negligencia, verdaderas o no, podrían acabar con una candidatura si se amplifican en las redes sociales justo cuando los cardenales entran en el cónclave y quedan aislados del mundo exterior. Incluso si se descubriera que es desinformación, los purpurados en el cónclave no lo sabrían. Podrían pasar por alto a un buen candidato antes que arriesgarse a que las historias sean ciertas. El propósito de aislar a los cardenales del mundo exterior es evitar que personas ajenas influyan en la elección. Pero el mismo aislamiento podría impedir a los cardenales obtener la información que necesitan antes de decidir. La Iglesia debe reflexionar sobre las amenazas que las nuevas tecnologías pueden suponer para las elecciones papales.

Ante todo, Francisco debería proceder con cautela, consultar con expertos, considerar consecuencias imprevistas y emitir un borrador para su discusión. Juan Pablo y Benedicto cometieron errores porque no consultaron ampliamente. Francisco no debería cometer el mismo error.

VIDEO. Francisco no reformará el cónclave: “Me parece una cosa secundaria”

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Fuentes

Religion News Service / Videos: Rome Reports / Foto: Maria Grazia Picciarella (CNS)

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