Primera santa argentina: Mama Antula, mujer que no se rindió
5:00 p.m. | 1 dic 23 (RVN/LN).- El 2024 será canonizada María Antonia de Paz y Figueroa, conocida como Mama Antula o la Beata de los Ejercicios Espirituales, y se convertirá en la primera santa nacida en Argentina. Con las evidentes resistencias a una laica en el siglo XVIII, tras la expulsión de los jesuitas del país -aún era parte del Virreinato del Perú- visitó las regiones más pobres promoviendo los ejercicios espirituales. En 8 años, los compartió con 70.000 personas al recorrer a pie el territorio de 7 provincias. En 1795 fundó la Santa Casa de Ejercicios Espirituales en Buenos Aires, activa y de importancia hoy.
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Mama Antula: no pudieron con ella
Al jesuita historiador, el padre Manuel Luengo (1735-1816), desterrado en los Estados Pontificios como otros muchos hermanos suyos de la Compañía de Jesús, le llegaban noticias desde Argentina acerca de una mujer fuera de lo común y decidió informarse sobre ella. Por eso, en 1785, en su Diario sobre la expulsión de los jesuitas (nada menos que 64 volúmenes), dedicará un capítulo a la que describe así: “Mujer singular, grande y extraordinaria que en las provincias de Tucumán, Paraguay y Buenos Aires, se emplea con el mayor suceso en promover el uso de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio”.
En otro texto, al recordar los muchos problemas y las resistencias que fue encontrando en esta labor de difusión de los ejercicios espirituales, añade: “Todo lo ha vencido con su paciencia, mansedumbre, humildad, constancia y con su fervorosa oración”. Se llamaba María Antonia de Paz y Figueroa (1730-1799), si bien al comenzar su vida apostólica pronto se la conoció como Mama Antula. Hija de Andrea de Figueroa y de Francisco Solano de Paz y Figueroa, natural de Santiago del Estero, encomendero y descendiente del fundador de la ciudad de Córdoba.
De María Antonia no hay datos comprobados hasta la edad de 15 años, en que hizo votos privados y realizó sus primeros ejercicios espirituales en el convento de los jesuitas. Dejó todo y se quedó sólo con su nombre de pila –María Antonia– al que agregó un apellido –De San José– tan sui generis como ella misma. La gente sencilla la conocía por el sobrenombre que en el norte daban a las Antonias y por el vínculo maternal que creaba con quien entrara en contacto con ella: Mamá (o mama) Antula.
Una laica jesuita
Frecuentando la Compañía, conoció a dos padres, uno era su paisano Gaspar Juárez (1731-1804), con el que trabó amistad, y el otro Ventura Peralta, salteño, que la introdujo en los rudimentos de la vida espiritual y la ayudó a dar el paso de lo que hoy llamaríamos una consagración laical. A partir de ese momento María Antonia vivirá en comunidad, como las llamadas beatas (religiosas con votos privados) que surgían en muchos lugares en torno al apostolado de los jesuitas. Pero todo cambiará aquel 9 de agosto de 1767 cuando llegó a su tierra la orden de la expulsión de sus venerados religiosos.
Diez años más tarde, en 1777, ella misma lo explicará al Virrey Ceballos: “Desde el mismo año que fueron expulsados los Padres Jesuitas, viendo la falta de ministros evangélicos y en doctrina que había, y los medios para promover, me dediqué a dejar mi retiro, y salí (aunque mujer y ruin), pero con confianza en la divina Providencia, por las jurisdicciones y partidos con venia de los señores Obispos y colectar limosnas para mantener los santos Ejercicios Espirituales”.
La mujer fuerte
En una crónica titulada El estandarte de la mujer fuerte, de autor desconocido, publicada en francés en 1791 -por lo tanto durante su vida- se explica la decisión que tomó: “María Antonia tenía entonces 33 años. Ella vistió hacia el año 1775 su traje de jesuita, con una capa que la había dejado uno de los misioneros desterrados. Con una cruz en la mano exhorta a la penitencia, eligiendo por superiora de su misión a Nuestra Señora de los Dolores y a San Estanislao de Kotska por patrón”.
En una sociedad colonial en la que ricos y pobres no se mezclaban, ella invitaba a todos a compartir ocho días bajo un mismo techo, en un clima de oración y reflexión, según una metodología –la de los jesuitas- prohibida tanto por la Iglesia como por el Estado. En una época en la que la compra y venta de personas –los esclavos traídos desde África– representaba buena parte de la economía del Virreinato del Perú, ella promovió la dignidad de todo ser humano.
Comenzó en 1768 su misión de impulsar y organizar ejercicios espirituales para que muchos pudieran recibir el bien que ella misma había recibido, y que ahora podía llegar a desaparecer. Como misioneras itinerantes, organizó con otras beatas tandas de ejercicios primero en Santiago del Estero y sus alrededores -Silípica, Loreto, Atamisqui, Soroncho y Salavina-, y en los años siguientes, en Catamarca, luego La Rioja, de allí volvió a Santiago para después dirigirse a Tucumán, Salta y Jujuy. En su cuarta misión, en 1777, llegó a Córdoba, donde se detuvo un tiempo.
VIDEO. Semanario Orbe 21. Mama Antula, primera santa argentina
Toda clase de contradicciones
Sobre su llegada a esta ciudad, escribe don Ambrosio Funes al p. Gaspar Juarez: “Dejo a la consideración de Vd. cuáles serían los primeros sentimientos del público al ver la primera vez esta mujer desconocida en sí, pobre y si ningún poder ni crédito, ni autoridad, ignorante y sin talento alguno en la apariencia, pero que hablaba a cada uno con la lengua de Dios, allá en el secreto de los corazones convidando públicamente a los santos Ejercicios. Unos la reputaban por una ebria, como en otro tiempo a los Apóstoles; otros la tenían por ilusa, y los más la tenían por mujer fatua, débil y vana”.
La crónica anónima de 1791 nos narra las muchas dificultades que tuvo que pasar en este periplo apostólico: “Ella experimentó más que nunca toda clase de contradicciones, pues fue tratada de ebria, loca, fanática y hasta de bruja; a otros causó suma sorpresa ver aparecer de pronto una mujer hasta entonces desconocida, sin ciencia, y aun a lo que parecía sin capacidad, y que se mostraba bajo esas apariencias”. “Llegan a asegurar que es un jesuita disfrazado; esta idea que la ignorancia engendra, se propaga durante algún tiempo, pero María Antonia con su confianza en Dios, su constancia y su fuerza sobrenatural, triunfa en fin del respeto humano y continúa promoviendo los ejercicios”.
Del repudio al entusiasmo
En 1779 llegó a Buenos Aires, donde algunos la recibieron como ilusa y la repudiaron, aunque la gente la acogió con entusiasmo. Llegó descalza, con una cruz en la mano y llamando a la penitencia, signo de su compromiso misionero. El obispo, Sebastián Malvar y Pinto la hizo esperar nueve meses, que ella vivió con paciencia ejemplar, como escribe el obispo en un informe dirigido al papa Pío VI: “No se turbó ni desalentó con esta respuesta su espíritu; ni por espacio de nueve meses que estuvimos observando sus operaciones, nos fue molesta con sus ruegos o haciendo que otras personas nos hablasen; se nos presentaba de tiempo en tiempo, oía con humildad la repulsa y partía de nuestra presencia con gran alegría y confianza”.
Tampoco el Virrey Don Juan José de Vértiz y Salcedo se lo puso fácil. Escribe a propósito el don Ambrosio Funes, enviando noticias al P. Gaspar Juárez: “El Excmo. Sr. Virrey, o con afectada indiferencia o por influjo ajeno, o por otros respetos superiores, bien que humanos, rehusaba dar el permiso a que públicamente se dieran estos ejercicios, diciendo que olían a cosas jesuíticas”.
Una grandeza incuestionable
Pero una vez que el obispo bonaerense se convenció que María Antonia era una mujer de Dios, tal fue su confianza en el modo en que se ofrecían esos Ejercicios que antes de embarcar hacia España, para tomar posesión como Arzobispo de Santiago, él mismo los hizo y escribió al Papa: “Por lo que nosotros mismo hemos visto y experimentado, aseguramos a Vuestra Santidad ser del mayor provecho y utilidad que pueda imaginarse”.
Aunque el pueblo sencillo reconoció rápidamente la grandeza de esta mujer, no faltaron los que hicieron todo lo posible -sin éxito- por ridiculizarla y despreciar su labor. La crónica anónima que ya hemos citado añade a propósito de esto: “Acontece poco después, que aquel que la había despreciado más, insultado y ridiculizado y cuyo nombre se silencia, cayó en desgracia, fue desterrado a Filipinas a pesar de su nobleza y del rango que tenía en el gobierno”.
No solamente no consiguieron pararla sino que los frutos eran cada vez más abundantes, como explica la misma crónica: “A pesar de todas estas trabas y contradicciones, todo prosperaba en el empresa de María Antonia y según cartas recibidas en 1788, había conseguido con sus misiones que más de 70 mil personas hubiesen hecho retiro”.
Espíritu ignaciano
En 1784 había fundado una casa de ejercicios en Montevideo (Uruguay) y en 1788 recibió la donación de una hectárea para la fundación de otra casa en Buenos Aires, inaugurada en 1795, que hasta la actualidad es un centro de mucha importancia. En 1790, cuando ya su salud flaqueaba, viajó a Uruguay, donde permaneció por dos años. María Antonia falleció el 7 de marzo de 1799 en la Casa de Ejercicios que fundó en Buenos Aires, contaba entonces 69 años. Sus restos se encuentran en la Basílica de Nuestra Señora de la Piedad, en la misma ciudad.
La crónica de 1791 que nos ha acompañado concluye así su recorrido: “Hay, pues todavía en este mundo mujeres, que para confusión de los hombres destructores, protegen y conservan el espíritu de San Ignacio y de su Compañía. Cual María Antonia que se la considera en la América Española como un resto de la piedra de ese gran edificio que los enemigos de la Iglesia han querido destruir. Ella apareció, dice una carta, para confusión y vergüenza del clero, tanto regular como secular”. Llegamos a nuestro tiempo y a su ya cercana canonización. Cuando hoy se habla de Mama Antula y se quiere expresar su indudable grandeza en términos modernos, los comentaristas multiplican los adjetivos y encontramos de todo tipo, unos más clásicos y otros muy típicos de la época en que vivimos, como “la mujer más rebelde de su tiempo”, “la mujer que desafió a los poderes máximos” y, todavía más del gusto actual, “mujer empoderada disruptiva”.
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Ejercicios por doquier
Usar nuestras categorías sociológicas a personajes de hace siglos tiene sin duda sus límites, pero el querer describir la personalidad de Mama Antula con la categoría del empoderamiento parece alejarse bastante de la realidad. Al menos de la que nos han transmitido los que la conocieron, y volvemos a don Ambrosio Funes, persona de su confianza, escribiendo al amigo común, el P. Gaspar Juárez, que desde el exilio pedía noticias: “Ella no ama para sí sino la mayor pobreza, la mayor humildad, y el ser despreciada por todos. Contenta sólo de venir a la mayor gloria de Dios y al bien de las almas por medio de los santos Ejercicios. No aspira a otra cosa, y parece que no piensa en otra cosa; y el efecto parece que corresponde a sus deseos, pues en sólo la ciudad de Buenos Aires, según un cálculo prudente, se han dado los Ejercicios a muchas más de 30 mil personas”.
Ya sabemos que la cifra llegó casi al doble, pero según sus contemporáneos ella no cambió mínimamente su actitud sencilla y humilde, esto es parte también parte de su grandeza. Algunas de estas cosas que dicen hoy de Mamá Antula creo que le harían sonrojar a ella, que precisamente tanto escribió y habló sobre la humildad. Así, por ejemplo, en 1780 escribía: “El miserable poder y disposiciones de los hombres alucinan nuestros sentidos; pero el torrente de su fuerza destruye a aquéllas y protege hasta el fin a los inocentes, humildes y abatidos”.
¿Cómo fue Mama Antula? Sus contemporáneos nos dicen que fue grande en la humildad, una de esas paradojas que los sencillos entienden bien, quizás por eso fue tan querida por el pueblo.
Otros testimonios sobre la vida de la futura santa
Luisa Sánchez Sorondo, que es una de las impulsoras del proceso y además, es descendiente indirecta de la nueva santa, ya que uno de los hermanos de María Antonia era Marcos Paz, su tatarabuelo, cuenta algunos detalles más de la vida de Mama Antula:
“No era sencillo lo que se proponía. Era mujer, viajaba sola, no tenía sustento económico, sino que vivía de la providencia. Así fue como llegó a Buenos Aires y pese a que le donaron el dinero para construir la casa de ejercicios que hoy se levanta en la avenida Independencia, la estafaron y esa plata nunca llegó. Igual decidió seguir adelante y logró levantar esa casa que hoy es el primer edificio que es monumento nacional y fue levantado por una mujer”, cuenta Sánchez Sorondo. Los ejercicios que convocaba eran multitudinarios: llegaba a reunir más de 500 personas, que pasaban ocho días en silencio, siguiendo los ejercicios de oración para entender cuál era el propósito de Dios para sus vidas. “María Antonia estaba convencida de que así las personas alcanzaban la felicidad”, cuenta.
Nunca se casó ni tuvo hijos. Podía haberlo hecho, porque pese al hábito que usaba, no era monja sino laica consagrada. De todas formas, generó una gran comunidad en torno a su figura. Incluso en los años del Virreinato, su figura era relevante. Y hay quienes cuentan que las autoridades religiosas de la época recurrían a su opinión para saber si un hombre verdaderamente tenía vocación de sacerdote. Durante sus años, fue ella quien instauró el santuario de San Cayetano y fue ella misma quien trajo la devoción del patrono del pan y del trabajo al país.
“Conocer la vida ejemplar de personas como Mama Antula nos permite darnos cuenta y dar cuenta a los demás de cómo nuestros actos pueden tener un gran impacto multiplicador en la sociedad”, afirma Facundo Manes, quien prologó uno de sus libros biográficos, en el que también asevera: “Nuestras sociedades necesitan como el agua de estos modelos: personas solidarias, sacrificadas, empáticas y dispuestas a dejar de lado el puñadito de intereses propios e inmediatos. Es lo que nos va a permitir lograr el desarrollo y el bienestar de toda nuestra comunidad”.
¿Por qué se considera que es la primera santa argentina? Porque es el primer proceso que se inicia en el país para canonizar a una mujer y que prospera hasta esa instancia en el Vaticano. El otro fue el Cura Brochero, de quien muchos dicen que, aunque no se conocieron en persona, Brochero había tomado de Mama Antula el impulso de los ejercicios espirituales ignacianos.
En los tiempos que vivimos, es providencial que esta mujer criolla sea próximamente canonizada por el papa Francisco, jesuita y promotor desde sus tiempos de Arzobispo de Buenos Aires del estudio de la santidad de la vida de quien desarrolló su servicio a los demás sin banderas ni distinciones, sin quejas ni claudicaciones, sin violencia ni exclusiones, con oportunidad y mas allá de las dificultades. Una vida plena de sentido, como la de Brochero, y que nos interpela a todos.
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Fuentes
Revista Vida Nueva / La Nación (2) / Clarín / Videos: Orbe 21 – Ejercicios Espirituales / Fotos: DYN – Télam – Clarín