Homenaje a la primera santa nativa americana

9:00 p.m. | 19 set 23 (OM/VTN).- El Papa recordó a santa Catalina Tekakwitha, primera nativa norteamericana en ser canonizada, al elogiar su “gran amor a la Cruz ante las dificultades e incomprensiones” al seguir el camino del cristianismo donde no era la tradición, y por ser modelo de una relación con Dios basada en el compromiso con “sencillas obras de misericordia”. Francisco nos animó a que también “sepamos vivir lo ordinario de manera extraordinaria”. En otra reflexión, el Papa resaltó esas cualidades distintivas de santa Catalina, atribuyéndolas también a “ciertos rasgos nobles y virtuosos de su comunidad y del entorno indígena en el que creció”.

——————————————————————————————–

Como parte del ciclo de catequesis sobre “La pasión por la evangelización: el celo apostólico del creyente”, el Papa dedicó una importante reflexión sobre quien ha sido la primera santa nativa de América, Catalina Tekakwitha. En el Aula Pablo VI, ante fieles de diversos países, Francisco algunos rasgos de la biografía de la santa. Catalina nació en 1656 en Ossernenon, que formaba parte de la Confederación iroquesa. Esta unión de naciones tenía su capital en el actual Estado de Nueva York. Catalina era hija de un jefe mohawk y una india algonquina (del este de Canadá). Su madre era cristiana, pero su padre era pagano, por lo que la joven india no se acercó realmente a la fe hasta que cumplió los dieciocho años.

“Muchos de nosotros”, ha subrayado el Papa, “también fuimos presentados al Señor por primera vez en el ámbito familiar, sobre todo por nuestras madres y abuelas. La evangelización comienza a menudo así: con gestos sencillos, pequeños, como los padres que ayudan a sus hijos a aprender a hablar con Dios en la oración y les hablan a ellos de su amor grande y misericordioso. Las bases de la fe de Catalina, y a menudo también para nosotros, se pusieron de este modo”.

Cuando Catalina tenía cuatro años, una grave epidemia de viruela azotó a su pueblo. Tanto sus padres como su hermano menor murieron y la misma Catalina quedó con cicatrices en su rostro y problemas de visión. “A partir de ese momento Catalina tuvo que enfrentarse a muchas dificultades: ciertamente las físicas debidas a los efectos de la viruela, pero también las incomprensiones, las persecuciones e incluso las amenazas de muerte que sufrió tras su Bautismo el domingo de Pascua del 1676”, ha recordado el Papa.


“Una santidad que atraía”

“Todo esto hizo que Catalina sintiera un gran amor por la cruz, signo definitivo del amor de Cristo, que se entregó hasta el final por nosotros. En efecto, el testimonio del Evangelio no consiste sólo en lo que es agradable; también debemos saber llevar nuestras cruces cotidianas con paciencia, con confianza y esperanza”, ha señalado Francisco.

La decisión de bautizarse “provocó incomprensiones y amenazas entre los suyos, por lo que tuvo que refugiarse en la región de los mohicanos, en una Misión de los Padres jesuitas. Estos acontecimientos suscitaron en Catalina “un gran amor por la cruz, que es a su vez el signo definitivo del amor de Cristo por todos nosotros”. En la comunidad, “ella se distinguió por su vida de oración y de servicio humilde y constante” a los niños de la misión a los que enseñó a rezar, a los enfermos y a los ancianos.

En la misión jesuita, cercana a Montreal, Catalina “asistía a misa todas las mañanas, dedicaba tiempo a la adoración ante el Santísimo Sacramento, rezaba el Rosario y llevaba una vida de penitencia… prácticas espirituales que impresionaban a todos en la Misión; reconocían en Catalina una santidad que atraía porque nacía de su profundo amor a Dios”, ha manifestado el Santo Padre.


“Vivir lo ordinario de manera extraordinaria”

Aunque la animaron a casarse, ha proseguido el Papa, “Catalina, en cambio, quería dedicar su vida por completo a Cristo. Imposibilitada a entrar en la vida consagrada, hizo voto de virginidad perpetua el 25 de marzo de 1679, solemnidad de la Anunciación. Su elección revela otro aspecto del celo apostólico: la entrega total al Señor. Por supuesto, no todos están llamados a hacer el mismo voto de Catalina; sin embargo, todo cristiano está llamado a comprometerse diariamente con corazón indiviso en la vocación y en la misión que Dios le ha confiado, sirviendo a Él y al prójimo con espíritu de caridad”, ha manifestado.

Francisco ha señalado que “en Catalina Tekakwitha, por tanto, encontramos a una mujer que dio testimonio del Evangelio, no tanto con grandes obras, porque nunca fundó una comunidad religiosa ni ninguna institución educativa o caritativa, sino con la alegría silenciosa y la libertad de una vida abierta al Señor y a los demás. También en los días previos a su muerte, acaecida a la edad de 24 años, el 17 de abril de 1680, Catalina cumplió su vocación con sencillez, amando y alabando a Dios y enseñando a aquellos con los que vivía a hacer lo mismo. De hecho, sus últimas palabras fueron: Jesús, te amo”.

“En definitiva”, ha concluido el Papa, “supo dar testimonio del Evangelio viviendo lo cotidiano con fidelidad y sencillez. Que también nosotros sepamos vivir lo ordinario de manera extraordinaria, pidiendo la gracia de ser —como esta joven santa— auténticos seguidores de Jesús”.

LEER. Kateri Tekakwitha, la primera santa mohicana

¿Quién era Santa Catalina Tekakwitha?

Una vida santa, una “dedicación ejemplar en la oración y el trabajo, y la capacidad de soportar muchas pruebas con paciencia y dulzura”. Estas son las características distintivas de santa Catalina Tekakwitha que recordó el Papa, atribuyéndolas a “ciertos rasgos nobles y virtuosos heredados de su comunidad y del entorno indígena en el que creció”. Gah-Dah-Li Degh-Agh-Widtha, éste es su nombre indígena. Nació en Ossernon, cerca de la actual Auriesville, en Estados Unidos de América, en 1656. Su familia fue especial: su padre era un jefe iroqués mohawks que seguía la religión tradicional y su madre pertenecía a la comunidad algonquina, pero era de fe cristiana. Se quedó huérfana a los cuatro años por una epidemia de viruela que le dejó la cara desfigurada.

Fue acogida en la cabaña de un tío en la aldea de Gandaouagué, donde recibió el nombre de Tekakwitha, que en lengua indígena significa “la que pone las cosas en orden”. Aquí vivió dedicándose a los trabajos de la familia –demostrando ser especialmente hábil en el curtido de las pieles– y entró en contacto con unos misioneros jesuitas que le hablan de Dios y de su infinito amor por la humanidad.

El tiempo pasaba y la niña crecía. Sus tíos comenzaban a pensar en a quién darla en matrimonio, pero ella no mostraba ningún interés por la vida matrimonial. Por el contrario, Tekakwitha se encontraba rezando cada vez más al Señor para preservar su castidad, consagrándose, por el momento en el secreto de su oración, a Él. Su asistencia a la capilla del pueblo, donde el misionero Pierron había pintado algunas escenas religiosas, la instruyó en el catecismo donde las palabras de una lengua desconocida no podían, y así comenzó a desear ser bautizada. Este deseo la enfrentó a sus familiares, quienes finalmente aceptaron con la condición de que la niña siguiera viviendo en la aldea. Así, el 16 de abril de 1676, en la solemnidad de la Pascua, Tekakwitha fue bautizada con el nombre de Catalina.


Un alma marcada por la gracia

A partir de ese día, Catalina cambió profundamente: empezó a asistir a la iglesia con asiduidad, se retiraba a menudo en oración y observaba el descanso dominical, prácticas todas ellas que su familia comenzó a desaprobar. Sus familiares comenzaron a tratarla mal, incluso a calumniarla. Cuando Catalina se dio cuenta de que el pueblo ya no era un lugar seguro para su fe y su virtud, pidió ayuda a los jesuitas, que la acogieron en la misión de Sault, en Caughnawaga, Quebec. Aquí, la joven se puso de buen grado a disposición de todos, especialmente de los niños, para los que siempre tuvo una caricia, mientras su unión con Dios se hacía cada vez más total.

Finalmente, en la Navidad de 1677, recibió la Eucaristía por primera vez y, desde entonces, todos la describían como una criatura que parecía pertenecer más al cielo que a la tierra. Durante los años de su vida en la misión, Catalina confió cada vez más su persona y su pureza a la Virgen María, a la que rezaba a menudo. Por eso no temió las calumnias de sus compañeros que la critican por el mero hecho de no estar casada, y siempre respondía con mansedumbre y serenidad.

Catalina miraba más allá, miraba al cielo. Su virtud era tan reconocida que el 25 de marzo de 1679, día de la Anunciación a María, se consagró pública y perpetuamente a Dios. Mientras tanto, las constantes privaciones y penitencias comenzaron a desgastar su cuerpo, aunque todavía era muy joven. Su estado empeoró hasta su muerte, que llegó –como ella misma predijo– el miércoles de Semana Santa, el 17 de abril de 1680, cuando sólo tenía 24 años.


Un ejemplo que sigue siendo actual hoy en día

La vida de Catalina impresionó tanto a su comunidad que su tumba pronto se convirtió en un lugar de peregrinación. Fue beatificada el 22 de junio de 1980 por Juan Pablo II, que también la eligió como ícono de la Jornada Mundial de la Juventud de Toronto en el 2002. La ceremonia que la proclamó primera santa nativa de América del Norte fue celebrada por Benedicto XVI el 21 de octubre de 2012. En aquella ocasión, el postulador de la causa, el padre Paolo Molinari, calificó su canonización como “un reconocimiento a las tribus americanas y a su riqueza”.

“No sólo la persona sale así a la luz –dijo en una entrevista con el entonces Centro Televisivo Vaticano– sino todo lo que la persona representa: una cultura de la tradición, un modo de vivir en relación cordial, como hacen en las tribus”.

VIDEO. Comentario previo a su canonización en el 2012 (click aquí)

Información adicional
Publicaciones recomendadas en Buena Voz Noticias
Fuentes

Omnes Magazine / Vatican News / Videos: Diócesis de Siracusa (EE.UU.) – Rome Reports / Foto: OSV News

Puntuación: 0 / Votos: 0

Buena Voz

Buena Voz es un Servicio de Información y Documentación religiosa y de la Iglesia que llega a personas interesadas de nuestra comunidad universitaria. Este servicio ayuda a afianzar nuestra identidad como católicos, y es un punto de partida para conversar sobre los temas tratados en las informaciones o documentos enviados. No se trata de un vocero oficial, ni un organismo formal, sino la iniciativa libre y espontánea de un grupo de interesados.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *