La Agenda 2030 para el desarrollo y las religiones

6:00 p.m. | 8 jul 22 (LCC).- Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) reflejan un amplio consenso internacional respecto de los grandes retos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. Un artículo difundido por La Civiltà Cattolica observa la ausencia de las grandes tradiciones religiosas entre los interlocutores que convoca la Agenda 2030. Según el texto, la exclusión de la religión en los debates sobre el desarrollo y sostenibilidad es injustificada, entre otros motivos, “porque la mayoría de la población mundial encuentra su guía ética y fuente de sentido en una tradición espiritual”. Pero más allá de la observación, la reflexión de Jaime Tatay SJ, propone diez motivos que orientan la justificación de la implicación confesional.

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Resulta evidente que científicos, economistas, ingenieros, políticos, sociólogos y hasta militares tienen sobrados motivos para interesarse por los ODS. La contaminación, la disrupción de los patrones climáticos, la acidificación de los océanos, la pérdida de biodiversidad, o el agotamiento de recursos renovables y no renovables –por nombrar sólo algunos de los principales problemas– son razones más que suficientes para movilizar a los principales actores que conforman la sociedad. Cuestiones vitales para el futuro de nuestra civilización y en apariencia tan dispares como la disponibilidad de agua, la seguridad alimentaria, la propagación de enfermedades, la salud pública, el riesgo financiero, la estabilidad política, la seguridad nacional o los flujos migratorios están –directa o indirectamente– relacionadas, siendo el objeto de estudio de los múltiples análisis especializados de carácter interdisciplinar que han conducido a la formulación de los ODS.

Entre los interlocutores que convoca la Agenda 2030, sin embargo, llama la atención que no aparezcan actores globales tan influyentes como las grandes tradiciones religiosas. Para unos, este silencio es lógico ya que las religiones no deberían involucrarse en un debate técnico, ajeno a cuestiones de fe. Para otros, sin embargo, la exclusión de la religión de los debates sobre el desarrollo y la sostenibilidad resulta injustificada no sólo por las graves implicaciones morales de estas cuestiones sino también porque, en un mundo donde la inmensa mayoría de la población encuentra su visión de la realidad, su fuente de sentido y su guía ética en una tradición espiritual, resulta evidente que el actor confesional no puede quedar al margen. Ahora bien, para justificar la entrada de las religiones en el foro interdisciplinar de la sostenibilidad, debemos preguntarnos primero: ¿Qué motiva su interés por la cuestión? ¿Qué legitima su intervención? Y, sobre todo: ¿En qué consiste su potencial contribución?

En este artículo proponemos diez motivos que justifican la implicación confesional. Son motivos que ofrecen tanto claves de lectura de las declaraciones religiosas de los últimos años como estrategias para la transformación personal, institucional y social. Todos ellos coinciden con dimensiones estructurales de la experiencia espiritual, con “tradiciones profundas” compartidas por las diversas confesiones. Se trata de la dimensión profética, ascética, penitencial, apocalíptica, sacramental, soteriológica, mística, sapiencial, comunitaria y escatológica que atraviesa la experiencia espiritual de la humanidad. La articulación de estos diez elementos permite esbozar los contornos de un ethos medioambiental interreligioso.


Dimensión “profética”

La injusticia que genera la degradación de la naturaleza ha sido la entrada principal al debate ecológico para las grandes religiones. En el caso de las religiones bíblicas, la denuncia de la degradación social ligada al deterioro ambiental resuena con la tradición profética. Si los profetas de Israel clamaron ante la corrupción de las relaciones sociales, económicas, políticas y religiosas de su época, hoy día esa denuncia se extiende también a la relación con la creación y, de forma indirecta y diferida, a nuestra relación con las futuras generaciones y con el prójimo lejano.

En la era del antropoceno, la era geológica en la que el ser humano se ha convertido en la principal fuerza de transformación planetaria, la denuncia profética resulta crucial. Las tradiciones religiosas proponen un ejercicio de “doble escucha” –de la tierra y de los pobres, del momento presente y de la historia pasada, del contexto local y de la dinámica global, de los signos externos y de las pulsiones internas– que complementa los análisis meramente técnicos.


Dimensión “ascética”

Junto a la imprescindible contribución profética, la experiencia espiritual de la humanidad posee recursos enormemente valiosos que otros actores no son capaces de proponer o desarrollar. Por ejemplo, las prácticas ascéticas que articulan la praxis histórica de las grandes tradiciones religiosas y filosóficas. Prácticas –como el ayuno, la abstinencia, la peregrinación o la limosna– orientadas a purificar la relación con Dios y con el prójimo, y en las que la austeridad, el desprendimiento y la simplicidad de vida son signos de una vida espiritual integrada.

En la lucha contra el consumismo compulsivo, el “descarte” y la cultura del “usar y tirar” las religiones están llamando a la sobriedad y la autocontención, una cuestión que la comunidad científica, el mundo empresarial o la clase política tienen dificultades para plantear. Las religiones articulan un discurso alternativo que resuena con una tradición multisecular que valora la simplicidad de vida, la solidaridad y la renuncia a los excesos.


Dimensión “sacramental”

La visión sacramental permea todas las religiones. En el hinduismo, por ejemplo, el Śrīmad Bhāgavatam (11,2.41) afirma: “El éter, el aire, el fuego, el agua, la tierra, los planetas, todas las criaturas, las direcciones, los árboles y las plantas, los ríos y los mares, son todos órganos del cuerpo de Dios”. Al recordarlo, afirman los líderes hindúes, “un devoto respeta todas las especies”. En consonancia con la visión sacramental cristiana, Francisco ha afirmado también: “Es nuestra humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en el último grano de polvo de nuestro planeta” (LS 9).

La visión sacramental desborda el marco de los siete sacramentos y descubre en la creación entera un proto-sacramento, un signo visible de la presencia divina en todo lo creado. En síntesis, frente al panteísmo que diviniza la naturaleza, el materialismo que reduce todo valor del mundo natural a su uso instrumental y el racionalismo que idolatra la razón científico-técnica, la visión sacramental reconoce una dimensión sagrada en la creación, sin llegar a divinizarla.


Dimensión “soteriológica”

En una de sus muchas acepciones, el término religión significa re-ligar, es decir restaurar o restablecer relaciones rotas. La dimensión soteriológica –del griego σωτηρία (sōtēria, “salvación”) y λογος (logos, “estudio de”)– de la experiencia espiritual resulta central para las religiones, ya que permite sanar el desorden personal y comunitario en la relación con Dios, con el otro, con uno mismo y con la creación.

El movimiento medioambiental, desde sus orígenes hasta nuestros días, ha hecho también hincapié en esta cuestión. Los paisajes “salvajes” o poco transformados fueron percibidos como espacios restauradores y sanadores, como nuevos lugares de peregrinación donde poder encontrar descanso y restablecer la salud física y emocional. Sin embargo, la mayoría de las tradiciones insisten en la importancia de superar el planteamiento meramente terapéutico y concebir la salud de la naturaleza y del ser humano de forma conjunta.


Dimensión “comunitaria”

Frente a las propuestas que buscan empoderar al consumidor, educar al ciudadano y movilizar al votante, las tradiciones religiosas insisten en que no podemos minusvalorar la acción comunitaria a la hora de articular respuestas operativas a los retos que enfrentamos. Las razones son de varios tipos. La primera es de orden práctico. El individuo moderno queda desbordado por la complejidad y el número de decisiones que debe tomar y, por muy informado que esté y por muy bienintencionado que sea, necesita apoyarse y sostener su compromiso en redes más grandes.

La segunda es de carácter espiritual: la convicción de conformar –junto al resto de formas de vida– una comunidad, “una sublime comunión” (LS 89). Para los líderes islámicos: “Dios –a quien conocemos como Alá– ha creado el universo en toda su diversidad, riqueza y vitalidad: las estrellas, el sol y la luna, la tierra y todas sus comunidades de seres vivos”. En tercer lugar, saberse y sentirse parte de una red de relaciones requiere de un esfuerzo pedagógico. Necesitamos interiorizar qué implica ser parte de una compleja red de interdependencias. Por último, un concepto central en la historia del pensamiento social cristiano y en otras religiones y filosofías, el bien común, resulta también de gran valor en este debate.


Dimensión “sapiencial”

Las tradiciones religiosas han ofrecido a lo largo de la historia una cosmovisión capaz de cohesionar la sociedad, configurar las tradiciones, las costumbres y los códigos éticos. Hoy esa visión se construye sobre las ciencias naturales, pero sin llegar a ofrecer una síntesis que armonice el orden social y articule la acción colectiva. En el siglo XXI las comunidades religiosas están llamadas a releer sus textos sagrados y sus fuentes teológicas para encontrar inspiración y consuelo, concienciar a sus seguidores sobre su responsabilidad ecológica y promover prácticas transformadoras. La tarea pedagógica a la que nos conducen las cuestiones socioambientales puede encontrar un aliado estratégico en la sabiduría religiosa. Como han señalado los líderes judíos: “pasamos de la sabiduría heredada a la acción en nuestro presente y nuestro futuro”.


Conclusión

Iniciamos esta reflexión preguntándonos por el papel de las religiones en el urgente debate socioambiental. Esta pregunta nos ha conducido a identificar diez dimensiones estructurales de la experiencia religiosa que resultan relevantes en el foro contemporáneo de la sostenibilidad: profética, ascética, penitencial, apocalíptica, sacramental, soteriológica, mística, sapiencial, comunitaria y escatológica.

Las religiones solas no van a resolver el complejo reto de la sostenibilidad. Ahora bien, sin tomar en cuenta la contribución religiosa, su resolución tampoco será posible. Las tradiciones religiosas han entrado a lo largo de los últimos 50 años en un ámbito relativamente nuevo –el de la sostenibilidad– entablando un diálogo fecundo con la sociedad civil, la comunidad científica y el mundo empresarial. Un diálogo de marcado carácter ecuménico e interreligioso en el que su voz está siendo escuchada con creciente interés.

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Fuentes

Extracto de artículo publicado en La Civiltà Cattolica / Foto: La Croix

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