Praedicate Evangelium: Conversión en el ejercicio del poder en la Iglesia
8:00 p.m. | 10 jun 22 (NCR/VN).- El 5 de junio entró en “pleno efecto” la nueva Constitución Apostólica Praedicate Evangelium, con la que el papa Francisco consolida y profundiza su propuesta de reforma del gobierno de la Iglesia. Austen Ivereigh, vaticanista y biógrafo católico, hace una detallada comparación entre lo que considera un liderazgo curial autoritario y alejado de la voz de los fieles durante el papado de Juan Pablo II, y el actual, que por el contrario, con los ajustes de Francisco tiende a un gobierno centrado en el servicio. Un ejercicio del poder desde abajo, que no discrimina en nombre de la unidad y confía en el instinto de fe de los fieles. Con la reflexión reunimos algunos anuncios de los primeros cambios desde el 5 de junio.
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En noviembre de 2003, durante el apogeo del rígido mandato del cardenal Angelo Sodano como secretario de Estado de Juan Pablo II, un fraile mexicano escribió para una revista chilena un artículo que circuló por las redes católicas del mundo dejando a todos sorprendidos. Como subdirector del semanario católico londinense The Tablet me tocó editar y traducir el artículo, titulado “La violencia en la Iglesia”. Pocos se atrevían entonces a hablar así. Era como si me pasaran un cartucho de dinamita. “Hablar de violencia en la Iglesia puede parecer un sinsentido”, comenzó el padre Camilo Maccise, un carmelita descalzo que acababa de terminar su mandato al frente de la Unión de Superiores Generales, en Roma. La violencia, después de todo, implica coerción -física, moral, psicológica- para imponer la propia voluntad. Jesús vino a liberarnos de la esclavitud y la opresión y construyó su Iglesia sobre el amor a Dios y al prójimo. La autoridad en la Iglesia es el servicio: ministerium, no potestas. Es incompatible con la violencia.
Y sin embargo, como superior general de los Carmelitas Descalzos durante dos sexenios y presidente de la USG a finales de los años 90, “la violencia de carácter moral y psicológico” es lo que Maccise había experimentado de primera mano. “He conocido de cerca esta violencia, sobre todo la ejercida por algunos dicasterios romanos”, escribió, antes de describir las formas en que se ejercía esa “violencia”: en el centralismo, el autoritarismo y el dogmatismo. Sodano murió en Roma este 27 de mayo a la edad de 94 años, pocos días antes de la puesta en marcha de la nueva constitución del papa Francisco para la Curia Romana, Praedicate Evangelium (“Predicar el Evangelio”). La constitución consolida y profundiza la reforma que Francisco ha llevado a cabo estos últimos nueve años. Apunta nada menos que a una conversión de la forma en que se ejerce el poder en y desde Roma, y por extensión en la Iglesia católica mundial.
Para entender esa conversión, hay que poner Praedicate al lado del artículo de Maccise, para ver cómo el primero responde al segundo. Lo que Maccise se atrevió a decir en voz alta en 2003 fue lo que los cardenales de las reuniones previas al cónclave, 10 años después, se plantaron uno tras otro para deplorar. La reforma fue “fuertemente deseada por la mayoría de los cardenales reunidos en las congregaciones generales del pre-cónclave” en marzo de 2013, como se recuerda en la misma Praedicate. Entre los que hicieron una serie de propuestas de reforma estaba el cardenal Jorge Mario Bergoglio, el futuro Francisco, sin imaginar que sería él quien las llevaría a cabo.
Exactamente nueve años después, su constitución apostólica fue publicada el 19 de marzo, en la fiesta de San José, aniversario de la misa inaugural del pontificado. La homilía del nuevo Papa en esa misa hablaba del auténtico poder como aquel que presta servicio protegiendo tanto a la creación como a las criaturas. Es un poder suave y santo, porque coopera con el poder divino. Es el poder del que debe depender la Iglesia. El cambio hacia ese poder en la constitución apostólica de Francisco es claro incluso desde su título. El subtítulo de la constitución de Juan Pablo II de 1998, Pastor Bonus, es “Constitución Apostólica de la Curia Romana”. Praedicate añade significativamente: “y su servicio a la Iglesia en el mundo”.
Ya en 2003, Maccise describió cómo el poder curial se concentraba en órganos centrales alejados de la vida de los creyentes, a los que se considera como niños necesitados de protección o corrección. La clave del centralismo era el modo en que la Curia se interponía entre el Papa y la Iglesia universal, utilizando el poder vicario del papado para amedrentar a los obispos, quienes, según la doctrina de la colegialidad del Vaticano II, gobernaban la Iglesia con el Papa, pero que eran tratados en sus visitas ad limina -suelen decir- como monaguillos. Del mismo modo, la USG y la Unión Internacional de Superiores Generales, que representan a más de un millón de religiosos en todo el mundo, fueron bloqueados después de 1995 y hasta su muerte por funcionarios curiales sospechosos, para que nunca se reunieran con Juan Pablo II.
Praedicate dice claramente que la Curia “no se coloca entre el Papa y los obispos, sino que está al pleno servicio de ambos”. Seis artículos (38-43) están dedicados a las visitas ad limina, dándoles gran importancia, y destacando el papel de la Curia en facilitarlas, en su estímulo y diálogo. Esto ocurre desde hace tiempo con Francisco: Los obispos que recuerdan las viejas costumbres se asombran de los dicasterios que ahora preguntan “¿cómo podemos ayudar?” y de las reuniones de dos horas de duración con el Papa en las que todo y cualquier cosa está sobre la mesa. Los encuentros de los religiosos con Francisco son ahora tan habituales que no son noticia.
Maccise denunció en 2003 el modo en que salían del Vaticano documentos que afectaban directamente a la vida de los fieles, pero que nunca fueron consultados en su redacción: Ninguno de los 775 conventos de las Carmelitas Descalzas fue consultado durante la preparación de Verbi Sponsa, el documento de 1999 sobre la vida contemplativa y la clausura. La Curia de Sodano también ejerció “formas habituales de violencia autoritaria”: utilizando delaciones (acusaciones) anónimas a Roma para denunciar a personas “heterodoxas”, y la famosa persecución de teólogos acusados de herejía por parte de funcionarios curiales que se revestían de poder sagrado.
Entre estas “formas habituales” de violencia, escribió Maccise, estaba “un dogmatismo que se niega a admitir que en un mundo pluralista no es posible imponer puntos de vista religiosos, culturales y teológicos únicos”, confundiendo lo que es esencial en la doctrina y sus expresiones teológicas relativas. El artículo de Maccise también denuncia el intento de eliminar las tensiones y los conflictos en la Iglesia suprimiendo el diálogo, creando un clima de miedo que permite imponer una rígida uniformidad en nombre de una falsa idea de unidad.
La Curia de Francisco es apenas reconocible por esta descripción. Los documentos vaticanos, enormemente reducidos en número, son (generalmente) estos días el fruto de minuciosas y largas consultas. Los días de las denuncias anónimas y los juicios por herejía han quedado atrás. También ha desaparecido la ilusión de crear unidad sofocando el “disenso”: los católicos están aprendiendo a vivir en una iglesia sinodal poliédrica que escucha, dialoga y mantiene las diferencias en tensión a la espera de una resolución por discernimiento. La autoridad sigue mandando, pero toma las decisiones después de que muchos hayan participado en su elaboración.
La autoridad ya no está vinculada per se a las órdenes sagradas. Uno de los cerebros clave detrás de Praedicate es el canonista jesuita, el cardenal designado Gianfranco Ghirlanda, quien dice que la nueva constitución aclara y confirma que “el poder de gobierno en la Iglesia no proviene del sacramento del Orden, sino de la misión canónica”. Esto significa que los religiosos y religiosas, o los laicos, pueden dirigir dicasterios. Francisco también pretende que los futuros jefes de dicasterio no sean cardenales, para romper también ese vínculo. Y ver esto como un “empoderamiento de los laicos” es perder la visión de conjunto. También puede ser un sacerdote, una monja o un obispo quien dirija un dicasterio. La cuestión es permitir una Iglesia en la que el liderazgo esté vinculado a los carismas y ministerios, en lugar de estar ligado al estado clerical y al arribismo eclesiástico. Lo que esto implica es una Iglesia sinodal en la que la comunión es el fruto de una escucha mutua, en la que las personas de fe, los obispos y el Obispo de Roma se escuchan unos a otros, y todos escuchan al Espíritu Santo.
Como dice Francisco en Evangelii Gaudium, resumiendo el Concilio Vaticano II: “En todos los bautizados, desde el primero hasta el último, actúa la fuerza santificadora del Espíritu que impulsa a evangelizar… Dios dota a la totalidad de los fieles de un instinto de la fe —el sensus fidei— que los ayuda a discernir lo que viene realmente de Dios”. La tradición de la Iglesia se transmite a través de la fe del pueblo, que los obispos interpretan, actuando el Papa como intérprete y testigo final, el discernidor en jefe, que enseña la fe no sobre la base de sus convicciones personales, sino dando testimonio de la fe de toda la Iglesia.
La autoridad en la Iglesia, en otras palabras, es espiritual y desde la base (de abajo hacia arriba, vertical). Descansa en procesos que descubren la voluntad del Espíritu. Es tomar en serio lo que Jesús promete en el Evangelio de Juan: que el Espíritu nos guiará, nos fortalecerá, nos enseñará, nos traerá la paz, para que no tengamos miedo ni ansiedad. No necesitaremos el autoritarismo, la coacción y el control, porque no es nuestro poder en el que nos apoyamos, sino el de Dios. Por eso la conversión del poder bajo Francisco es mucho más profunda que las nuevas estructuras y procesos, por importantes que sean. “Lo que realmente importa”, escribe el Papa en el prólogo de una reciente entrevista de un libro en español sobre la realización de Praedicate, “es la renovación de los corazones y las mentes de las personas”. Se trata de si confiamos en la gracia, o por el contrario -entra, en este punto, nuestro viejo amigo Pelagio- confiamos en nuestros propios fines.
Considerar el Pastor Bonus. La constitución de Juan Pablo II se centró en casi todos los párrafos de su introducción en la preservación de la unidad de la fe y la disciplina. La comunión es idéntica a la unidad, que es “un tesoro precioso que hay que preservar, defender, proteger y promover”. El agente de esta preservación es la Curia, a la que se le entrega el poder jurídico para lograrlo. Es más fácil ver por qué, en este contexto, la Curia creía que estaba actuando correctamente (“preservando la unidad”) cuando reprendía a los obispos, perseguía a los teólogos o prohibía el contacto de la USG con el Papa.
El cambio aquí es de agente. La comunión no es el objeto de los esfuerzos de la Curia, sino el don del Espíritu recibido por una iglesia sinodal. La Curia no es la fuente de este don, sino un agente clave de su recepción, promoviendo un intercambio de dones a través de su servicio tanto al Papa como a las iglesias locales. Es el servicio que realiza el buen samaritano, en el que se reconoce a Cristo en el rostro de todos, especialmente de los más débiles y vulnerables. “Puede existir y existe un estilo evangélico de ejercer la autoridad”, escribió Maccise en el artículo de 2003 que le llevó a ser hostigado por la Curia de Sodano y a ser tachado de alborotador comunista.
Maccise y Bergoglio se conocían y habían trabajado juntos en el sínodo sobre la vida religiosa en los años 90. El carmelita murió en Ciudad de México a los 74 años de edad, de cáncer, en 2012, justo antes de que su amigo y colega religioso latinoamericano se convirtiera en Papa, y se dedicara a incrustar ese mismo estilo evangélico de autoridad en, precisamente, la Curia romana. A finales de agosto, Francisco va a convocar a los cardenales del mundo para un estudio de dos días sobre Praedicate. Yo lo he hecho, podrá decirles, y aquí está. Vayan, y hagan lo mismo – para que tal vez un día todos podamos decir que es realmente absurdo hablar de violencia en la Iglesia.
Los primeros ajustes después del 5 de junio
La revista Vida Nueva informó de tres cambios que se han dado desde el día 5 de junio, en el marco de la Constitución Apostólica Praedicate Evangelium: primero, la creación de un comité de inversiones para garantizar que el Vaticano invierte de forma ética; segundo, una reingeniería en la gestión del personal de la Santa Sede, el departamento de Recursos Humanos; y tercero, el cambio en la Secretaría General del Sínodo de los Obispos que pasará a denominarse Secretaría General del Sínodo, “sin más añadidos”. Además, adelantó que cerca de la mitad de los cardenales que presiden dicasterios dejarán los cargos por pasar el límite de edad, para procurar una renovación en los directivos de la Curia Romana. Sin embargo, hasta el momento esto último no se anunció de manera oficial. Aquí los enlaces:
- El Papa crea un comité de inversiones para garantizar que el Vaticano invierte de forma ética
- El Vaticano profesionaliza el departamento de Recursos Humanos
- Francisco apuntala la reforma: la Secretaría del Sínodo ya no es solo “de los obispos”
- Francisco jubila en bloque a media Curia: adiós a todos los “ministros” cardenales mayores de 75 años
Información adicional
- Huelga en la curia vaticana
- Las cinco claves de la nueva Constitución Apostólica
- El Papa responde al “caso Becciu” y crea una comisión para evitar inversiones fraudulentas
- Pentecostés, consistorio y conclave. ¿Una serpiente de verano?
- ¿Qué cambia en el gobierno de la Iglesia con Praedicate Evangelium?
Antecedentes en Buena Voz Noticias
- Reforma de la curia: transparencia y sinodalidad por decreto
- La Iglesia y su gobierno: la idea de estar “siempre en reforma”
- Las 7 claves de la reforma del gobierno de la Iglesia
Fuentes
National Catholic Reporter / Revista Vida Nueva / Videos: Rome Reports – Religión Digital / Fotos: Paul Haring – CNS