“Descrucificadores” de Jesucristo

9:00 p.m. | 13 abr 22 (RD).- “La muerte de Jesús fue un asesinato, condenado injustamente por ponerse de parte de los oprimidos”. Recordando pasajes de la vida de Jesús y el contexto social que le tocó vivir, el sacerdote Faustino Vilabrille invoca a cuestionarnos el modo que vivimos la Semana Santa. Más aún si consideramos la fuerza de sus mensajes en estos días que recordamos su Pasión y Muerte. Vilabrille explica que Jesús no priorizó una religiosidad de ritos, y que fue su testimonio y compromiso de liberación de los oprimidos -aún conociendo las consecuencias- lo que nos marca de su vida. Además, compartimos enlaces a lecturas para inspirar o acompañar la reflexión de estos días.

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En muchos lugares hemos convertido la Semana Santa en una especie de tragicomedia de imágenes sangrantes y llorosas con gran formato de ropajes, capuchones, películas, procesiones, tambores y teatros, incluso con mucho turismo y presunciones, y no nos acordarnos del Cristo crucificado en los crucificados de nuestro tiempo, como los miles que mueren todos los días de hambre (la guerra que más mata), o víctimas de injusticias, abusos, enfermedades curables en países empobrecidos: todo eso es completamente contrario al mensaje de Jesús y no tiene nada que ver con lo que fue la realidad de su vida, sobre todo desde el Domingo de Ramos al Domingo de Pascua y con el mensaje que El quiso transmitirnos.

Hemos oído decir muchas veces que Jesús murió por nuestros pecados, que gracias a su muerte hemos sido redimidos, que El reparó a Dios el daño que le causan nuestros pecados, que con su muerte reparó el pecado de Adán, que Dios tanto amó al mundo que entregó a su Hijo a la muerte, que incluso Dios quiso la muerte de su Hijo por nosotros, etc. Incluso en la liturgia de la Vigilia Pascual se lee que fue necesario el pecado de Adán, y ¡feliz la culpa que mereció tal Redentor! Todo esto, pensado con un poco de sentido común parece absurdo, sin sentido e ininteligible.

Veamos: ¿Qué clase de Dios es ese que se ve dañado o simplemente afectado por nuestros pecados? ¿Qué clase de Dios es ese que necesita ser reparado nada menos que por la muerte de su propio Hijo? ¿Cómo pudo haber querido Dios la muerte de su mismo Hijo, una muerte tan llena de escarnio, de violencia, de tortura, de sufrimiento tan horrible, para acabar clavado de pies y manos, crucificado, si El mismo dice en Mateo 17,5: “este es mi Hijo amado en quien me complazco, escúchenlo”? Jesús presenta en el Evangelio a Dios como un Padre que nos quiere entrañablemente (Parábola del Hijo prodigo). Jesús aparece a lo largo de los Evangelios hablando con el Padre de tu a tu, con total confianza. Si Dios nos quiere tanto a nosotros, ¿cómo no va a querer por lo menos igual a su propio Hijo? Vamos a ver: La pregunta clave: ¿Cómo y por qué murió Jesús?

Jesús murió de una manera mucho más sencilla, pero lógica, que todo eso. Jesús murió asesinado. Su muerte fue un asesinato. Fue la ejecución de un condenado injustamente por los opresores por haberse puesto de parte de los oprimidos: Hoy cuando alguien se enfrenta a los poderes absolutos del dinero o del poder político y a veces al poder religioso, precisamente porque esos poderes actúan en contra del ser humano, antes o después acaba asesinado.

Jesús se proclamó portador de parte de Dios, de un mensaje de Justicia (“dichosos los que tienen hambre y sed de Justicia”), de un mensaje de igualdad y fraternidad (“a nadie llamen señor sobre la tierra, todos ustedes son hermanos”), un mensaje de amor (“este es mi mandamiento, que se amen unos a otros”), un mensaje de compromiso con los pobres (“dichosos los pobres, porque suyo es el Reino de los Cielos”), un mensaje en contra de la riqueza y los ricos (“no pueden servir a Dios y al dinero, ¡ay de ustedes los ricos!”). Este mensaje de Jesús iba abiertamente en contra de los poderes constituidos religioso-políticos, que oprimían al pueblo judío con leyes y ritos muy onerosos, e impuestos a pagar al César romano, ya desde la infancia, y que tenían su sede en Jerusalén, que ni asimilaron ni mucho menos soportaron este mensaje que Jesús practicaba y enseñaba, porque era totalmente contrario a sus intereses: se dieron cuenta muy claramente que Jesús estaba abriendo los ojos al pueblo, que el pueblo seguía a Jesús, y que el pueblo se iba a volver contra ellos; por eso se reunieron en el palacio del Sumo Sacerdote y resolvieron apoderarse de El para darle muerte, porque, según ellos, alborotaba y soliviantaba al pueblo (Lucas 23,2-5 y Mateo 26, 3-4).

Los asesinos de Jesús pensaron que matándolo a El mataban su mensaje y sus ideas, pero los mensajes y las ideas no se matan matando al mensajero, como las guerras que matan a la gente, pero no pueden matar las ideas. Y Jesús sabía perfectamente qué era lo que Dios esperaba de El: un compromiso de liberación integral del hombre, de liberación de la humanidad, de liberación de los oprimidos. Jesús se daba muy bien cuenta de que esa línea de compromiso le llevaba directamente a la muerte: tres veces se la predice a los discípulos. Jesús veía con claridad que los poderes constituidos lo detestaban cada vez más, lo odiaban, lo andaban buscando para darle muerte. Jamás se le ocurrió echar a Dios la culpa de todo esto.

En todo caso no es la muerte de Jesús la que nos libera, sino el testimonio de su compromiso liberador para que nosotros sumemos nuestro compromiso al suyo, y así todos con El vayamos liberando al mundo a lo largo de toda la historia, de todos los tiempos, llevando cada vez a más plenitud su obra liberadora del mundo. Lo que verdaderamente nos da liberación definitiva, la plenitud de la salvación, es la Resurrección de Jesús por la que El llega a la vida plena para que nosotros lleguemos a la plenitud de Vida con El.

La religión de Jesús no era una religión de religiosidad y de ritos. Nunca entró en el templo a nada de esto. No fue un sacerdote ritual. Fue un laico de su tiempo comprometido con el pueblo. Su religiosidad era de compromiso con el pueblo, especialmente con los oprimidos y su liberación. Los Evangelios nos muestran cómo su vida está entretejida de continuos actos de liberación: curación de enfermos, alimentación de los hambrientos, consuelo de los afligidos, rehabilitación de los débiles, dignificación de las personas marginadas (sobre todo mujeres y niños); esto lo anuncia y lo hace: “Vayan a decir a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los sordos oyen, los leprosos quedan limpios”.

Por tanto no busquemos explicaciones absurdas y sin sentido, contrarias a la realidad y al sentido común para la muerte de Jesucristo, y en cambio saquemos las conclusiones que son lógicas y elementales (¿Quiénes bajan hoy de la cruz a Jesucristo crucificado en las cruces de los crucificados de nuestro tiempo?):

  • Si creemos en Jesús, practicaremos lo que El practicó y enseñó;
  • Comprometámonos, pues, a practicar el mensaje de Jesús en nuestra propia vida, que implica también denunciar a opresores y maltratadores de este mundo;
  • Comprometámonos a que su gran mensaje sea una realidad para todos los hombres y toda la creación;
  • Compartamos un mensaje de vida y esperanza muy especialmente a los que sufren injusticias, violencia, abusos;
  • Acojamos, escuchemos y acompañemos a los que las crisis y las injusticias están tirando en la cuneta de la vida (algunos desesperados hasta el suicidio);
  • Desde la política, la administración pública, la empresa, la enseñanza, la sanidad, desarrollemos nuestro trabajo con lealtad, honradez, eficacia y compromiso, hasta el punto de hacer algo por los demás sin esperar nada a cambio;
  • Pasemos a la acción por nuestra Madre Tierra, respetando y cuidando los animales, peces, aves, árboles, plantas;
  • Mantengamos compromiso con las crisis humanitarias del mundo, para dedicarse por entero a su promoción y asistencia, incluso en situaciones muy difíciles y peligrosas.
Lecturas recomendadas
Fuentes

Extracto del artículo publicado en Religión Digital / Pintura: Adolfo Pérez Esquivel

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