Presencia Innombrada: Abuso de Poder en Vida Consagrada

1:00 p.m. | 6 abr 22 (GSR/USG).- “Cada vez somos más conscientes de que los abusos sexuales son una expresión extrema de abuso de poder”, así confirma la religiosa Ianire Angulo Ordorika una de las causas por la que ha ganado fuerza la discusión de casos de abuso en la vida consagrada y que además es el tema central de un reciente artículo que ha publicado. Incluso, la PUC de Chile organizó un curso centrado en su estudio. En una entrevista, Angulo Ordorika -profesora universitaria en España- cuenta cómo llegó a especializarse en esta compleja problemática, explica algunas propuestas para hacerle frente, y comenta las dificultades que padecen las víctimas, además de observar cómo mejorar los recursos que tienen ahora y la urgencia de ampliarlos.

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A la Hna. Ianire Angulo Ordorika le apasiona no sólo la teología en sí, sino también compartirla. Es profesora de teología en la Universidad Loyola de Andalucía en Granada, España, y profesora invitada del Instituto Teológico de Vida Religiosa de la Universidad Pontificia de Salamanca (campus de Madrid). No fue fácil estudiar teología, ya que no era lo habitual en su congregación, dijo, pero obtuvo la licenciatura en teología y las licencias en dos especialidades: teología de la vida religiosa en la Universidad Pontificia de Salamanca y Sagrada Escritura en la Universidad Pontificia de Comillas de Madrid. En 2018 obtuvo el doctorado en Sagrada Escritura por la Universidad Pontificia de Comillas.

En octubre publicó un trabajo sobre el abuso de poder en la vida religiosa, “La Presencia Innombrada: Abuso de Poder en la Vida Consagrada”, en la revista en español Teología y Vida, una publicación de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Además, la Unión Internacional de Superiores Generales realizó un curso en dos partes, los días 21 y 22 de marzo, basado en su artículo (ver al final enlaces a los videos del curso).

-¿Cómo y por qué decidió hacer este estudio?

Llegué al tema de los abusos de dos maneras diferentes. Primero, acompañé a hermanas de varios institutos religiosos que habían sufrido abusos sexuales. Algunas habían sufrido abusos de niñas, otras de adultas y otras de religiosas. Era principalmente un ministerio de escucha y dirección espiritual. Yo impartía cursos, daba ejercicios espirituales, y las hermanas querían hablar un poco más. Esto me dio no sólo un conocimiento muy vivencial de las víctimas, de sus dificultades personales e institucionales y de las consecuencias de los abusos, sino también una sensibilidad especial hacia este tema en medio de la crisis global de abusos que vive la Iglesia.

En segundo lugar, mientras conocía este tema por mi cuenta y motivado por una inquietud muy personal derivada de las confidencias de las religiosas, la provincia jesuita a la que pertenece la Universidad Loyola Andalucía, pidió a todos los centros universitarios de la Compañía de Jesús en España que realizaran una investigación conjunta sobre el abuso como realidad estructural en la Iglesia. Llevamos dos años trabajando en equipo. En este equipo hay profesores y expertos de diferentes disciplinas -expertos en psicología, derecho canónico, teología, Escritura, vida religiosa, etc.- y juntos estamos intentando hacer una reflexión teológica sobre este tema para sensibilizar.

Allí fui tomando conciencia de que los abusos son la expresión de un problema en la gestión del poder y del liderazgo. Me di cuenta de que había algo específico sobre lo que no se preguntaba ni se hablaba. Por eso, al escuchar a las víctimas de abusos sexuales y de otros tipos de abusos a la vida consagrada femenina, quise profundizar en el estudio de esto. Esta reflexión no es fruto del trabajo del equipo. El campo es muy amplio y el grupo de investigación estudia muchos temas. Debido a mi formación y a la experiencia de escuchar a hermanas de diferentes institutos, elegí estudiar la compleja realidad de los abusos de poder y de conciencia en la vida consagrada femenina.

-¿Por qué cree que el tema del abuso de poder y de conciencia ha sido descuidado en las congregaciones femeninas? ¿Está relacionado con el género?

Creo que se ha descuidado en todas las instituciones eclesiales, tanto masculinas como femeninas. La diferencia más notoria tiene que ver con la forma en que hombres y mujeres se relacionan con el poder. El modelo de comportamiento al que por razones culturales e históricas nos hemos conformado las mujeres niega el deseo de poder que es inherente a todo ser humano. Esto hace que adopte formas más discretas y menos evidentes, más cercanas a la manipulación. Algo similar ocurre en la forma de acosar de niños y niñas en las escuelas. Los chicos suelen ser más violentos o más evidentes, pero las chicas manipulan de forma diferente, más sutil. Si a esto añadimos el discurso religioso, que permite una mayor manipulación en nombre de la obediencia, la humildad y el ascetismo, tenemos una combinación explosiva.

-¿Por qué emerge con más fuerza ahora el tema del abuso de poder en las congregaciones femeninas?

Está empezando a salir a la luz tímidamente, no de forma generalizada. Creo que tiene que ver con una mayor sensibilidad ante los abusos sexuales y, sobre todo, porque cada vez somos más conscientes de que los abusos sexuales son una expresión extrema de un abuso de poder. El Papa lo ha reconocido en varias ocasiones cuando habla del clericalismo como la causa fundamental de los abusos o cuando subraya la necesidad de reflexionar sobre la sinodalidad en la Iglesia. El clericalismo no sólo afecta a los clérigos, sino que es una forma de percibir la jerarquía y el poder predominante en la iglesia que provoca fácilmente situaciones de abuso. Las mujeres no estamos libres de ello y, además, somos más sutiles a la hora de crear estas situaciones.

-¿Tiene alguna sugerencia sobre cómo abordar la falta de datos sobre los abusos a las religiosas por parte del clero o dentro de sus propias congregaciones, ya sean sexuales o no? En su artículo menciona: “Es poco probable que el problema de los abusos sexuales a religiosas salga a la luz en su verdadera dimensión, aunque algunas voces ya lo han advertido”. ¿A qué se debe esto?

Las víctimas no hablan cuando quieren, sino cuando pueden. Sólo hablan cuando han pasado por un proceso psicológico que les permite verbalizar lo que les ha ocurrido. Lo mismo ocurre con los abusos sufridos durante la infancia: Las víctimas no denuncian a sus agresores hasta mucho más tarde. Por eso algunos países y muchos lugares están intentando cambiar las leyes para que no prescriban y las víctimas tengan la oportunidad de denunciar a sus abusadores. Muchas veces, no son capaces de reconocer lo que les ha pasado debido a los mecanismos de defensa psicológica que tienen. En el caso de los abusos sexuales, también hay que tener en cuenta la constante revictimización que sufren quienes han sido abusados. Siempre hay una sospecha porque se suele asumir que entre adultos, si no hay violencia explícita, debe considerarse una práctica consentida. Esto supone un gran desconocimiento de cómo se produce el abuso y de cómo el poder de las relaciones asimétricas es capaz de manipular a las víctimas.

A la culpabilidad característica de toda víctima de malos tratos, se suma esa sospecha permanente, muchas veces expresada, que les hace sentirse juzgadas e implica una doble victimización. Cuando por fin se atreven a hablar, la reacción de los demás puede hacerles sentir de nuevo víctimas. El proceso penal, civil y canónico se hace de tal manera que convierte a la persona en víctima una vez más. La mayoría de nuestras congregaciones no están preparadas para acoger a las víctimas en su entorno, por lo que prefieren guardar silencio a sufrir una nueva victimización. No sólo nuestras congregaciones, sino también los procesos eclesiales no están preparados para tratar los abusos sexuales cometidos contra adultos. Los procesos canónicos están siempre bajo la sospecha de que es un “pecado consentido” y no un delito. La concienciación tiene que ser mucho mayor para poder tratar estas situaciones, y el derecho canónico tiene mucho trabajo que hacer para desarrollar los procesos y humanizarlos para que las víctimas no sean, además, juzgadas por un grupo de clérigos varones.

Usted explora la práctica del voto de obediencia y cómo está generando conciencia sobre el abuso y el potencial abuso de poder en la vida religiosa. Afirma que la realidad del abuso de poder “debería fomentar una reflexión teológica sobre esta vocación… [y repensar] la forma práctica de vivir este voto, así como de tomar decisiones institucionales”. ¿Qué ideas tiene sobre formas prácticas de repensar el voto de obediencia y la toma de decisiones en las congregaciones?

Esta es una pregunta que debería dar lugar a mucha reflexión. La teología de la vida consagrada debe ser reconsiderada a la luz de todas estas situaciones. Menciono sólo un par de cuestiones que deben ser revisadas. En primer lugar: la comprensión del voto de obediencia y el papel de los superiores. Los superiores son responsables del ámbito externo, es decir, de tomar las decisiones necesarias para que el ambiente de la comunidad pueda alimentar la experiencia vocacional de cada uno de sus miembros. Esta responsabilidad externa nunca debe mezclarse con el plano interno, o la conciencia de los miembros.

Con frecuencia, una cierta espiritualización de la responsabilidad de los superiores “que ocupan el lugar de Dios”, como afirma el Código de Derecho Canónico, hace que se mezclen estas funciones, otorgándoles una autoridad de guía o discernimiento espiritual que va mucho más allá de su función. Hay constituciones y reglamentos de vida de institutos que, por ejemplo, establecen una “rendición de cuentas de la conciencia” o una “rendición de cuentas de la oración” en la que cada religiosa discute su fuero interno con su superior, lo que puede dar lugar a abusos. Además, va en contra del canon 630, que reconoce la debida libertad de cada miembro en cuanto a la dirección de su conciencia, que dice que un superior no puede obligar a los miembros a revelarles su conciencia. Es necesario repensar lo que implica el voto de obediencia porque cuando se vive así, se secuestra la capacidad de discernimiento del individuo. También hay que repensar el papel del superior. No se le puede asignar, como tarea, una mayor capacidad de discernimiento.

-¿Cómo funciona eso con la denuncia? Si he sufrido un abuso y no quiero hablar con mi superior sobre ello, ¿cómo se denuncia cualquier tipo de abuso?

No hay un protocolo ni un proceso canónico establecido, y las prácticas de las que he oído hablar implican que la religiosa que denuncia [a un abusador] se traslada a otra provincia. El abuso de conciencia y de poder no es fácil de probar porque vas contra alguien que siempre tiene autoridad. Uno de los patrones que se repiten en alguien que abusa es que su comportamiento de abuso es inesperado. Las personas que abusan no suelen proyectar la imagen de un abusador. Los mayores maltratadores eran personas realmente carismáticas, y eso resta credibilidad a las víctimas que los denuncian.

Esto me lleva al punto nº 2. Es importante que los sistemas de control sugeridos por el derecho canónico sean realmente efectivos. El límite de duración de las autoridades [de los superiores] y la obligatoriedad de los consejos están pensados precisamente para evitar los excesos. La función de un consejo es dar otra voz a la opinión del superior, y es importante que los consejeros hablen para que haya un equilibrio en la discusión. A menudo, los consejos no son críticos y están hechos para coincidir con la voz del superior. Los superiores también tienen límites en el tiempo de su gestión según el derecho canónico, pero hay mil maneras de engañar al sistema. Se van a otra comunidad y se convierten en vicario y luego vuelven a ser superiores, así que puedes tener a la misma persona durante mucho tiempo siendo la que manda.

-¿Qué posibilidad de responsabilidad y de recurso tienen los miembros si reconocen o experimentan abuso de poder u otras formas de abuso en su congregación, especialmente si se trata del líder?

Me temo que tenemos toda la responsabilidad pero no hay forma de interponer un recurso. A día de hoy, los recursos que ofrece el derecho canónico son prácticamente inexistentes. Es urgente generar procesos efectivos que ofrezcan herramientas para frenar las situaciones de abuso. Desgraciadamente, la práctica actual es adaptarse a la situación y aceptarla sin más o enfrentarse a ella. La consecuencia de esto último suele ser que la víctima abandone el instituto [o la congregación], cambie de monasterio o de provincia. Una vez más, son las víctimas las que más sufren aunque se denuncien las situaciones.

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Fuentes

Global Sisters Report / Videos: International Union Superiors General / Foto: Anton Watman – Shutterstock

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