Heroicos testigos de justicia, amor y perdón

1:00 p.m. | 12 may 21 (LOR/VTN).- Los tres sacerdotes y siete catequistas indígenas asesinados durante la guerra civil de Guatemala, ya están en los altares. Con una celebración al aire libre, se reconoció el martirio de estos diez cristianos, en una ceremonia que buscó ser un signo de reconciliación en un país que todavía tiene heridas abiertas por el conflicto armado que dejó más de 200.000 muertos. Estos mártires fueron asesinados por odio a la fe entre 1980 y 1991. Se preocuparon por los pobres y los enfermos, y querían promover el avance social y la emancipación del pueblo, pero se enfrentaron a un régimen militar y dictatorial.

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“A lo largo de los años las comunidades de nuestra diócesis han mantenido viva la memoria de quienes han entregado su vida después de haber seguido a Jesús en la misión de hacer que el Reino de Dios se hiciera presente en sus comunidades”. Con estas palabras inicia la carta de monseñor Rosolino Bianchetti Boffelli, Obispo de Quiché, región en Guatemala, días antes que se celebrara la beatificación de los llamados “Mártires de Quiché”.

Gracias a esa memoria viva se pudo reconstruir la entrega hasta la muerte de esos mártires, con el testimonio de fieles que no solo pudieron convivir y trabajar “codo a codo” con ellos, sino dar un conocimiento más profundo acerca de sus vidas de fe y de cómo, en medio de una situación muy difícil, pudieron decir sí al Señor. “Toda esta información que salió de las comunidades en donde trabajaron los tres sacerdotes y los siete laicos, sirvió como base para que nuestra Iglesia, por medio del Papa, los reconozca como mártires”, escribió mons. Bianchetti.

El 23 de enero de 2020, el Papa autorizó la publicación de los decretos de reconocimiento del martirio de 3 sacerdotes y 7 laicos, entre ellos un niño de 12 años, asesinados por odio a la fe entre 1980 y 1991. Todos asesinados en El Quiché, en el marco de un régimen militar y un conflicto armado que inició en los años 60 y concluyó en 1996 con los acuerdos de paz.

“Eran hombres de talla mayor”, añade Monseñor Bianchetti, explicando que recorrían sus comunidades asistiendo a los más necesitados: los sacerdotes guiaban a los fieles y actuaban ante el clamor del pueblo sufriente, mientras que los laicos (después de finalizar sus trabajos de agricultores) visitaban a los enfermos, anunciaban la Buena Nueva, prestaban servicio en la Iglesia y ayudaban a los campesinos a recuperar las tierras que injustamente les habían robado y que les pertenecían por sus antepasados.

“Fueron promotores de la justicia, de la paz y de una vida que estuviera de acuerdo al proyecto de Dios; impulsados por el amor a los pobres y excluidos”, explica. Quisieron construir una vida más digna para sus comunidades, en ese momento disminuida por las injusticias, la codicia y la discriminación. “Hasta el día de su martirio trataron de abrir espacios para ofrecer a todos una alternativa de vida frente a políticas gubernamentales de muerte”, afirma el prelado.

Monseñor Bianchetti recuerda que los mártires se pusieron al servicio del Reino de Dios en medio de una “persecución declarada a la Iglesia”, sin que se “echaran para atrás”, a pesar de las amenazas de muerte. “Nuestros mártires fueron hombres fieles a su vocación cristiana en las circunstancias históricas en las que les tocó vivir. Soñaron y se empeñaron para construir una Guatemala distinta, fundada sobre los cimientos de la verdad, la justicia y el amor fraterno”.

El escenario y acontecimientos del martirio

Se enfrentaron a un régimen militar y dictatorial que a partir de 1980 inició una persecución sistemática contra la Iglesia. Sacerdotes, religiosos y laicos fueron golpeados indiscriminadamente, culpables de ser “enemigos del Estado” por su compromiso con la promoción humana.

El Quiché es una región montañosa del país, muy aislada y pobre. Tras las reformas liberales de finales del siglo XIX, las tierras difíciles de cultivar se dejaron en manos de los nativos. En las zonas más fértiles se establecieron grandes fincas agrícolas. La mayoría de ellos se concentraban en la costa del Pacífico, donde los pobres de Quiché iban a trabajar durante unos meses al año para sobrevivir. A los grandes terratenientes, interesados en una mano de obra de bajo coste, no les importaban las condiciones de vida de los trabajadores y el hecho de que los nativos, acostumbrados al frío de la sierra, al encontrarse en el calor de la costa, estuvieran expuestos a muchas enfermedades, incluida la malaria.

En 1955 llegaron al Quiché los misioneros del Sagrado Corazón de la provincia española. Gracias a sus esfuerzos, se promovió la Acción Católica rural y se formó a los laicos como catequistas. Con la ayuda de los religiosos, la gente se dio cuenta de que era posible mejorar sus condiciones de vida y hacer valer sus derechos. Los sacerdotes también abrieron cooperativas para sustraer la mano de obra de la explotación de los grandes terratenientes. De hecho, los finqueros pagaban la recogida de productos agrícolas según el peso y para ahorrar dinero amañaban las balanzas.

Al principio el Estado apoyó los esfuerzos de los misioneros, pero luego la presión de los grandes terratenientes dio un nuevo rumbo al asunto y llegó el enfrentamiento. El 4 de junio de 1980 el padre José María Gran Cirera fue asesinado en el pueblo de Xe Ixoq Vitz, junto con el sacristán Domingo del Barrio Batz, miembro de la Acción Católica Rural. El 10 de julio siguiente fue el turno del padre Faustino Villanueva Villanueva, que fue asesinado en el despacho parroquial de Joyabaj.

El padre Juan Alonso Fernández, que había fundado la parroquia de Santa María Regina en Lancetillo, fue torturado y asesinado el 15 de febrero de 1981. Poco más de quince días antes, había escrito a su hermano: “No quiero en absoluto que me maten, pero no estoy dispuesto, por miedo, a dejar a esta gente. Una vez más, ahora pienso: ¿quién podrá separarnos del amor de Cristo?”.

Los siete laicos de este grupo de mártires sufrieron la misma violencia: además de Domingo del Barrio Batz, Tomás Ramírez Caba, casado, sacristán de Chajul, asesinado en su parroquia el 6 de septiembre de 1980, a la edad de 46 años; Reyes Us Hernández, dedicado a la labor pastoral en su parroquia (asesinado el 21 de noviembre de 1980); Rosalío Benito Ixchop, catequista, (22 de julio de 1980); Nicolás Castro, catequista y ministro extraordinario de la Eucaristía, (29 de septiembre de 1980); Miguel Tiú Imul, director de la Acción Católica y catequista (31 de octubre de 1991); Juan Barrera Méndez, asesinado cuando sólo tenía 12 años, en 1980.

ENLACE. Las heridas de Guatemala

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Fuentes

Vatican News / L’Osservatore Romano

 

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