Cuarta Revolución Industrial: El futuro del trabajo

9:00 a.m. | 18 nov 20 (RM).- Hoy se hace necesario volver a pensar en la situación del trabajo humano, observando los avances tecnológicos y los alcances de la globalización, poniendo siempre a la persona en el centro de todo. Frente a la denominada Cuarta Revolución Industrial, tenemos una nueva oportunidad para encarnar nuestros principios humanistas cristianos. Nada podría ser peor que mirar los avances científicos y tecnológicos -tan influyentes en el ámbito laboral- como se hizo con Galileo. Salvo, tal vez, permanecer inmovilizados frente a una realidad que demanda “capacidad moral” y “capital ético”, como señala Adela Cortina.

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En la historia del trabajo humano, pocas veces —y tal vez ninguna— nos hemos encontrado en una situación tan crítica como la que se vive frente a la llamada Cuarta Revolución Industrial. Por supuesto, se la puede mirar desde la perspectiva del vaso medio lleno o medio vacío. Hay quienes dicen que la mitad de los empleos actuales se volverán innecesarios desde el punto de vista de la gestión económica. Otros estiman que la experiencia de grandes cambios, como el ocurrido tras la Primera Revolución Industrial, trajeron por resultado la creación de muchos nuevos empleos y el mejoramiento de la calidad de vida.

Yuval Noah Harari1 llega a afirmar que las luchas de los trabajadores, en vez de buscar reivindicaciones, pueden transformarse en luchas contra su irrelevancia como factor productivo. Lo cierto es que a esa incertidumbre se suma el efecto de la COVID-19 a nivel global. En este escenario, parece necesario volver a pensar la situación del trabajo humano, observando los avances tecnológicos, los alcances de la globalización y poniendo siempre a la persona humana en el centro de todo.

No cabe duda de que los progresos de la ciencia han generado avances tecnológicos que modifican profundamente la vida y, en especial, la forma en que se organiza el trabajo. Es promesa de un futuro mejor. Al mismo tiempo, tampoco merece duda que la distribución de la riqueza generada en conjunto por el trabajo y el capital no es equitativa y no llega a todos. Más aún, cuando la ambición y la codicia se transforman en el motor de la gestión económica, se remunera más el riesgo del inversionista que la vida que las personas gastan para producir. Eso hace temer que una eventual concentración del dominio y poder sobre los nuevos avances del conocimiento lleguen a generar incluso una eventual dictadura digital que no reconozca fronteras ni Estados.

Desafíos para el Pensamiento Social de la Iglesia

Esto plantea nuevos desafíos a los humanistas cristianos y al Pensamiento Social de la Iglesia (PSI), para no tropezar con la misma piedra. Hay que recordar el trato dado a Galileo Galilei, condenado por la Inquisición a abjurar de la tesis sostenida junto a Nicolás Copérnico (es la Tierra la que gira en torno al sol). Como Iglesia, no comprendimos oportunamente el avance del conocimiento. Juan Pablo II ofreció disculpas 359 años, 4 meses y 9 días después. Hasta hace poco (y aún ahora) algunos afirmaban que se oponían a la globalización, como si se pudiera tapar el sol con un dedo. La Cuarta Revolución Industrial, en ese sentido, es una nueva oportunidad para encarnar nuestros principios humanistas cristianos. Diría más: ya sería un gran avance solo humanizar la empresa, sin apellidos. Pero hay que ponerse en marcha.

Perspectiva histórica del trabajo humano

El trabajo humano es fuente de la dignidad de la persona, porque es, ni más ni menos, el encargo que Dios le hace de continuar la Creación. Sencillo o complejo, siempre es el medio del que se vale Dios para realizar su obra. Por ello es tan importante para el PSI que las condiciones del trabajo reconozcan la dignidad de la persona. A manera de ejemplo, ¿cómo no valorar el aporte de los trabajadores de la salud, desde los médicos a los trabajadores más sencillos, o de los recolectores de basura, o de los cajeros de supermercados, por señalar algunos de la primera línea de contagio en tiempos de COVID-19?

Han transcurrido cientos de miles de años desde el recolector y cazador, que habitaba en cavernas, hasta la incorporación de inteligencia artificial en los procesos productivos. En la mirada larga de la historia, es recién ayer cuando surgieron la máquina a vapor y los telares, tan característicos de la Primera Revolución Industrial. También el éxodo hacia la ciudad y los cordones de pobreza extrema en torno a ellas. La nueva esclavitud en la fábrica. La acumulación de la riqueza por algunos. Todo aquello que denunciaron León XIII y tantos sacerdotes varios decenios antes. La segunda y la tercera revoluciones industriales pasaron algo inadvertidas desde la perspectiva del trabajo. La incorporación de motores eléctricos y a explosión o diésel, las líneas de montaje y, luego, las energías limpias, las baterías recargables y el inicio del desarrollo informático, no ocasionaron cambios dramáticos.

Cuarta Revolución Industrial

La Cuarta Revolución Industrial, reúne avances tecnológicos digitales, físicos y biológicos. Nanotecnología y neurociencia. Es un mundo fascinante, pero donde ya no se trata solo del reemplazo del ser humano en las tareas tediosas o de capacidad física. Lo que está ocurriendo, es un reemplazo en espacios propios de la capacidad cognitiva. El alerta se recibió ya hace algunos años, cuando los computadores empezaron a vencer a los grandes maestros del ajedrez. Y sobre todo destaca su capacidad de autoaprendizaje. En cuatro horas, cargados solamente las normas del ajedrez, pasó de la ignorancia absoluta a la maestría creativa gracias a la inteligencia artificial. Este avance plantea desafíos insospechados. Esta alerta vale para todas las profesiones y oficios. El trabajo humano progresivamente es prescindible. En especial aquel de menor cualificación. Pero a este fenómeno no es ajeno el trabajo profesional.

Un desarrollo interesante -y positivo dentro de una coyuntura muy negativa- ha sido, en los meses recientes, vernos empujados al trabajo a distancia por la COVID-19. Desde consultas médicas, aulas universitarias y de diversos niveles educacionales, junto a las más variadas tareas profesionales y administrativas, lo atestiguan. Son responsabilidades que se han asumido incluso sin el soporte necesario, con mucha creatividad. Es que se anticipó bruscamente, de alguna manera, parte del futuro próximo.

Ahora bien, esto que anticipa COVID-19, debe leerse adecuadamente. Existe un profundo malestar con las élites, todas las élites, porque la relación de estas con la ciudadanía se percibe bajo el signo del abuso y el maltrato, que producen inequidad y atropellan la dignidad de las personas. Ahora bien, esto exige una reflexión tan profunda como oportuna. Nada podría ser peor que mirar los avances científicos y tecnológicos, como se hizo con Galileo. Salvo, tal vez, permanecer inmovilizados frente a una realidad que demanda “capacidad moral” y “capital ético”, como señala Adela Cortina.

Hablando sobre el pos COVID-19, Cortina dice que si se elige el conflicto, todo se irá al traste. «Solidaridad, justicia y buenas decisiones se cultivan día a día: buenas costumbres, buenas aspiraciones y hábitos, grandes ideales. La crisis es una oportunidad de crecimiento», agrega. Hasta ahora, la reflexión más seria parece ser la que realizan ya desde algunos años en Alemania en el contexto del programa Industria 4.0, con participación tripartita: los ministerios de Economía e Investigación, más las organizaciones de los trabajadores y empresarios.

En Monterrey, México se realiza otra experiencia. Es una iniciativa empresarial, que ha relatado Germán Araujo. Desde Uruguay reflexiona Fernando Pereira, presidente de los trabajadores de ese país. En Chile hemos leído lo que piensan Rodrigo Fábrega y Carolina Vivanco, expertos procesos educativos, gestión del conocimiento y capacitación de trabajadores. Todos coinciden: el cambio es inevitable, pero para asumirlo es necesario “humanizar la empresa”. De lo contrario, como dice Cortina, se corre el riesgo de que todo se vaya al traste. Es un debate que debe comenzar pronto. Habrá que hacer las tareas en simultáneo. No es responsable esperar el término de la urgencia sanitaria para atender algo tan importante.

La Cuarta Revolución Industrial requerirá cambios jurídicos que pueden hacer irrelevantes muchos de los esfuerzos legislativos actuales, cuando miran más el pasado que el futuro. También obligará a cambios muy profundos en el sistema educativo. La advertencia es que para ello deben alcanzarse acuerdos entre las partes que intervienen en el proceso productivo. A nadie se le puede decir que el futuro es fácil. Pero tampoco a nadie se le puede decir que no es fascinante. Enfrentarlo requiere mucha generosidad, porque nadie puede enfrentarlo solo. Son necesarios los trabajadores, los empresarios y el Estado.

Fuente:

Partes tomadas del artículo publicado en la edición N° 688 de la Revista Mensaje (P. 42 – 44).

 

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